sábado, 11 de mayo de 2019

Mendelssohn en el tejado-Jiří Weil



*Esta crítica apareció en achtungmag.com:
http://www.achtungmag.com/jiri-weil-y-mendelssohn-en-el-tejado-las-cualidades-de-una-obra-maestra/

Jiři Weil y Mendelssohn en el tejado: las cualidades de una obra maestra

A veces te llega un libro que resulta ser una obra maestra. Quizás convendría definir ese concepto, y seguro que habría variedad de opiniones. Por eso voy a reformular el principio de este Odradek de los viernes: a veces te llega un libro que te transforma, eres una persona al principio de su lectura, y algo te ha quedado dentro que te ha cambiado cuando cierras sus tapas. Pues bien, esta y no otra es la historia de la lectura de Mendelssohn en el tejado, la obra maestra del escritor checo Jiří Weil que publicó hace ya tres años la editorial Impedimenta, y de la que os voy a hablar hoy.

Mendelssohn en el tejado apareció en 1960, de forma póstuma y apenas un año después de que una leucemia acabase con la vida de su autor. Sin duda, es una de las mejores novelas checas, tal vez la mejor, de la segunda mitad del siglo XX.
¿Qué podemos encontrarnos en Mendelssohn en el tejado que la convierte en una experiencia de lectura tan especial?  En primer lugar, el texto reúne todos esos elementos que la convierten en claro ejemplo de lo que ya he denominado en este mismo Odradek como la literatura de Praga; y eso siempre resulta fascinante en una novela.
En la serie de dos entregas que publiqué aquí en Achtung! fui estableciendo las características principales de este tipo de novelas praguenses: Praga y el ahogo, Praga y la muerte, Praga y la enfermedad, Praga y la chatarra, Praga y la basura, Praga y Gustav MeyrinkPraga y Franz Kafka…, categorías a las que se pueden añadir Praga y el GolemPraga y la crónica negra, Praga y los asesinos…
Pues todas estas categorías, o casi todas, de una u otra forma aparecen reflejadas en la novela de Jiří Weil. Os dejo los dos enlaces a mi serie del análisis de la literatura de Praga por si os interesa profundizar algo más en el asunto:
Mendelssohn en el tejado incorpora todos estos temas afines a la literatura de la ciudad en una narración que se ubica durante los crueles tiempos de la ocupación nazi de Bohemia. De ese modo, y mediante una visión cruda y realista de la sociedad y de la ciudad, y de un tratamiento directo de los hechos históricos, se nos ofrece un complejo tejido coral protagonizado por una serie de personas que se definen por su comportamiento, o posición, en relación a los nazis.
Jiří Weil, el autor de esta obra maestra que es Mendelssohn en el tejado.

Por un lado, tenemos a los checos que han sido invadidos y se ven obligados a trabajar bajo las órdenes de los alemanes, muy a pesar suyo y para salvar la vida. Por otro, los checos colaboracionistas, que han decidido voluntariamente ayudar al invasor a cambio de algunas pequeñas prebendas. Además, tenemos a los checos que han decidido ocultarse del horror y a los checos que han optado por resistir activamente. A todos ellos debemos que añadir a los propios nazis desplazados a la ciudad, desde cargos bajos y medios, hasta el propio Reichsprotektor de Bohemia y Moravia, apodado como el carnicero de PragaReinhard Heydrich.
Y, como no, los judíos checos de Praga, desde los ciudadanos más normales hasta los miembros del Consejo, obligados, también, a colaborar con los nazis de diferentes formas. Bien con trabajos forzados o esclavos, bien contribuyendo al expolio de los otros judíos, o administrando la burocracia necesaria para el proceso de exterminio de los judíos de la zona: primero, mandándolos al campo de tránsito de Terezíny, después, gestionando las listas de aquellos que se enviarían a Auschwitz.
Los aciertos literarios de Jiří Weil en esta composición son muchos, producto de su solidez como escritor y de su gran olfato narrativo. Ha creado una obra coral con muchos personajes, ninguno decididamente protagonista, pero todos ellos son decisivos, interesantes, y ninguno superficial. ¿Cómo lo consigue?
El autor nos muestra los problemas y dilemas psicológicos de cada personaje, éticos también, que se desprenden de su relación con los nazis, ya sean colaboradores, resistentes, ocultos, trabajadores forzados, condenados a muerte o, incluso, aquellos que atentarán contra la vida de Heydrich, e incluso conoceremos durante el primer tercio de la novela lo que atosiga al propio Heydrich. De esa forma, el profundo estudio psicológico de los personajes los caracterizará por sus miedos, dudas o remordimientos ante las acciones que están llevando a cabo.
Por otro lado, la novela ofrece un retrato histórico frío y demoledor, podría decir que deleznable, de los hábitos cotidianos de aquellos días de la ocupación alemana. Las vidas que vemos pasar ante nuestros ojos lectores son las vidas de las personas que se veían en la obligación de afrontar un día más con el pavor a los invasores, con el hambre del racionamiento, con el mutismo y el miedo de los ocultos, con el odio de los resistentes y, sobre todo, con la ignominiosa carga de que en aquellos momentos solo contaba el poder sobrevivir unas horas más, tal vez un día más, y para ello debían hacer cosas moralmente inaceptables, indecentes, crueles o simplemente criminales.

El carnicero de Praga, el Reichsprotektor de Bohemia y Moravia, Reinhard Heydrich.

De esa forma la cala histórica que lleva a cabo el autor en el momento temporal determinado de la ocupación se reviste de dos capas de barniz literario: la propiamente documental, los hechos registrados, y la personal, con el desarrollo interno de los personajes. De esta forma, tenemos una novela histórica impecable, muy del estilo de las de Stefan Zweig, por ejemplo, solo que Jiří Weil ha sabido humanizar a los personajes históricos y elevar a la categoría de héroes a los secundarios.
Novela histórica y novela coral, novela realista y psicológica, novela de Praga —de esa Praga de la quincalla, de la chatarra y la suciedad de Bohumil Hrabal, novela de la Praga de los asesinos y los asesinatos, de las crónicas negras de Egon Erwin Kisch, y novela de los autómatas, novela de la Pragade Meyrink, al fin, y de su Golem, porque Mendelssohn en el tejado es, por encima de todo, la novela de la Praga de las estatuas.
Mendelssohn en el tejado es una novela de estatuas, algo que define a Praga, con un censo estatuario descomunal. No en vano, el Mendelssohn que se encuentra en el tejado es la efigie del compositor ubicada en un alero del tejado del Rudolfinum, el complejo arquitectónico musical que con la llegada de los nazis había sido renombrado como la Casa de la Música Alemana y, obviamente, la estatua de un compositor judío como Mendelssohn sobraba en la azotea.
Litografía en color de Edmond Maurus datada en1935 y que ha servido para la portada de la novela que ha elegido la editorial Impedimenta.

La orden del Reichsprotektor es la de tirar la estatua de Mendelssohn, pero como nadie sabe distinguirla están a punto de acabar con la de Wagner (dado que tenía la nariz de apariencia más mosaica de todas las efigies). Este malentendido inicial, con mucha ironía y humor satírico al mejor estilo del Švejk de Hašek, es un inicio de la novela magnifico, pero también algo engañoso.
Desde la bufonada inicial, el texto irá derivando, se irá introduciendo en la oscuridad, la crudeza, pasando por alguna pequeña paliza (que rompe algún diente con profusión de sangre), para adentrarse en conductas cada vez más violentas y miserables, alcanzado el asesinato e, incluso, las ejecuciones sumarísimas.
El espiral de crueldad de Jiří Weil con sus personajes desemboca en un par de capítulos finales tan memorables como los del principio son algo chocarreros; lamentablemente, estos capítulos finales no tienen nada de lo zafio que nos llevó a sonreírnos al principio, ni la carga irónica. Nada que se le parezca. El final de Mendelssohn en el tejado es épico, pero también se presenta cargado de lirismo, como una forma, quizás, de anestesiar la brutal crueldad que se describen en esas páginas finales.
Detalle de una de las puertas de entrada al campo de Terezín.
Al final, toda la literatura de Praga que ha ido desarrollado sus motivos a lo largo del texto, incluso esa Praga de las estatuas que tanta presencia tiene —hasta se mencionan las efigies del Puente de Carlos—, todo eso ha desembocado en una literatura de la Praga de los asesinos, de la Praga de la muerte y los carniceros. De la Praga de la sangre.
Por estos capítulos finales, la novela funciona sobre nosotros, lectores, como una carga de profundidad. Nos ha ido llevando de la mano por una crecida de horrores hasta el clímax más inhumano y virulento, y en ese proceso nos ha obligado a cambiar; percibimos que algo se ha transformado en nosotros.
La ocupación nazi en la Plaza Vieja de Praga y con la iglesia de Nuestra Señora de Tyn al fondo.
Con Jiří Weill y Mendelssohn en el tejado nos hemos ido dando cuenta, y aceptando, que la cobardía es una forma de supervivencia válida en según qué momentos, que no existen finales felices, solo finales, generalmente injustos, pero finales al fin y al cabo. Que un héroe puede ser cualquiera que se plantee un dilema moral, aunque no haga nada para resolverlo, y que siempre existirá gente dispuesta al sacrificio, lo que dota a estas páginas empapadas de sangre con el dorado brillo del optimismo y la esperanza.
Esperanza: a pesar de su discurso terrible, del retrato fantasmal (algo muy praguense, por cierto) y de su final anegado en dolor. Y si con todo ello, somos capaces de cerrar el libro creyendo en que el bien resiste y que la humanidad merece la pena, eso, sin duda, se debe a la inmensa maestría del autor que ha sido capaz de componer estas páginas tan inolvidables como estremecedoras. Inolvidable y estremecedora: las características necesarias, al menos dos de ellas, de una obra maestra de la literatura.

El gran impaciente: Suicidio literario y filosófico-Toni Montesinos



*Esta crítica apareció en achtungmag.com:
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Toni Montesinos y el suicidio: morir como un asunto literario y filosófico

No es algo extraño, ni nuevo, admitir que el suicidio en la literatura es un elemento demasiado presente y común. Acabar voluntariamente con la vida ha sido un recurso utilizado por la intelectualidad desde los tiempos clásicos, aquellos del saber grecorromano. Y para qué vamos a engañarnos, a muchos nos ha interesado el misterio que se alberga en esta solución, o salida, o como queramos llamarlo, de anticipar el final del curso natural de las cosas. A este respecto, el escritor Toni Montesinos ha publicado El gran impaciente: Suicidio literario y filosófico, editado por Ápeiron. Se trata un estudio, pero también de una reflexión sobre un asunto que sigue siendo un tabú en el primer mundo, a la par que una idea magnética y poderosa, además de un enorme problema y drama social. No hay que engañar a nadie: no existe nada glamuroso en quitarse la vida. Aun así, es un acto que se fija en la mente de muchos con fascinación y mordisquea con especial saña el espíritu de los escritores.

Dos suicidios, uno filosófico y otro literario, marcaron desde siempre mi atención por el asunto. En primer lugar, un clásico entre los clásicos, el final de Séneca en el año 65 d. C., obligado por Nerón, el emperador más infame que haya pasado a la historia (o al menos a la par que Calígula). Perdura la imagen del filósofo en el interior de la bañera, en donde se abrió las venas y se acompañó de la ingesta de cicuta, después de haber cenado y bebido a gusto, rodeado de su familia y amigos.
Este final del cordobés ha contribuido a ese imaginario de aceptar el suicidio de forma elegante, casi organizando una fiesta alrededor del acto, algo que ya habían llevado a cabo otros, como por ejemplo Arcesilao en el 241 a. C., atiborrado a vino, o Carnéades en el 129 a. C., con un festival de Hidromiel. El ejemplo de Séneca también cundirá en Petronio, en el año 66, que culminará una fiesta cortándose las venas, también obligado por Nerón que, finalmente, recorrerá el mismo camino al suicidio que ambos, siendo apuñalado por un asistente suyo.
El suicidio de Séneca, según se ilustra en la Crónica de Núremberg, publicada en 1493.
Estas pocas historias vienen a ilustrar que fueron muchos los suicidas que se cuentan entre las filas de los filósofos y los escritores. Organizar esta ingente información de una forma cronológica y sencilla, además de manera accesible, es uno de los atractivos del libro de Toni Montesinos, que ordena a todos esos suicidas en una Cronología después de unos capítulos apasionantes en los que ha desgranado la historia del suicidio por periodos históricos, desde los pueblos bárbaros y la Antigüedad grecolatina, pasando por la Edad Media, Renacimiento, Barroco, Ilustración y siglo XIX, para desembocar en el siglo XX, en donde manifiesta que es un mal y una práctica especialmente propios de ese momento.
El suicidio es la estrella entre los escritores del siglo XX: dos guerras mundiales, el final de un Antiguo Régimen, el cambio o tránsito hacia la modernidad, las barbaridades y genocidios, los horrores del GULAG y de los Campos de Exterminio, la percepción existencialista de la realidad, la pérdida de la identidad y el desarraigo, todo ello, hace propicia la práctica entre aquellos que se dedican a la escritura. Montesinos asegura que:
los escritores son de diez a veinte veces más propensos que otras personas a sufrir enfermedades maniaco-depresivas, lo que les puede conducir a menudo al suicidio. El asunto se complica si el escribiente cultiva la poesía, género que deja aflorar como ningún otro las complejas impresiones que pueden provocar la tristeza, la soledad o el dolor intensos”.
Es obvio, siempre lo he afirmado, que el escritor posee una percepción distinta de la realidad, esto no quiere decir que sea mejor o peor que la percepción de la realidad de un bombero o de un ejecutivo de cuentas, simplemente es diferente, y a menudo le lleva a sentir dolor frente a sucesos o imágenes que, tal vez, a otras personas no les transmitan esas sensaciones.
No puedo callarme lo que siento. Escribir es vivir en un permanente estado de angustia, tal y como el propio Toni Montesinos nos muestra en su última novela El fantasma de la verdad (El desvelo ediciones). La literatura, la vida del escritor, es una batalla campal con todo lo que lo rodea, porque todo lo que lo rodea es susceptible de ser narrado, novelado, poetizado. En ese aspecto, es un esfuerzo pavesiano, la escritura es el oficio de vivir y, como tal, para mí, la literatura es como la vida: un festival de agravios.

Simplemente, basándonos en la premisa anterior, ya podríamos comprender algunos de los motivos que llevaron a tantos grandes escritores al suicidio en el siglo XX. Fuera por unos motivos o por otros, desde Zweig a Pavese, pasando por TraklFelipe TrigoMário de Sá-CarneiroEseninMaiakovskiRamos SucreQuirogaLugonesAlfonsina StorniAnne Sexton o Virginia Woolf, todos ellos han venido demostrando algo al quitarse de en medio y que yo, con el paso del tiempo —y muchos volúmenes leídos— creo que he podido concluir.
Puedo afirmar que es imposible hallar en los libros una respuesta para paliar el dolor ni la desesperación del escritor. Entre las páginas no existe ningún código secreto, ninguna revelación, ni la menor posibilidad de redención. Pero, eso sí, la literatura puede funcionar durante un tiempo como un muro de contención a la destrucción personal —Bukowski y su afirmación de que las palabras que escribía lo mantenían a salvo de una completa locura son un buen ejemplo de ello— y, paradójicamente, para todo lo contrario: para aniquilarse hasta las cenizas.

Aquí os dejo un enlace a la crítica que de la novela de MontesinosEl fantasma de la verdad, que firmé para Achtung!:
No he mencionado, en la lista anterior, el suicidio de Sylvia Plath, porque este fue el otro, el suicidio literario al que me refería casi al inicio de este Odradek de viernes, como uno de los suicidios que, junto al suicidio filosófico de Séneca, siempre me llamó la atención.
Sylvia Plath: uno de los suicidios más conmovedores de la historia de la literatura.

A la muerte de Plath me aproxime a la par de mi entrada en contacto con su poesía, creo que es algo casi imposible de eludir. El suicidio de la norteamericana se extiende como una mancha de petróleo por lo cristalino de sus poemas que, aun así, continúan incontaminados y salen una y otra vez triunfadores. El Dios salvaje (Emecé) libro de Al Álvarez sobre el suicidio, fue el primero que leí sobre el asunto, y llegué hasta él a causa de Sylvia PlathÁlvarez, que también había intentado suicidarse, era amigo de Sylvia Plath. En su libro, entre otras historias y reflexiones sobre el suicidio, nos cuenta cómo se va aproximando el momento del final de la escritora de una forma inexorable, y que nadie puede evitarlo a pesar de las señales que emite la poeta.

Volviendo a Toni Montesinos, también la obsesión por este asunto le viene de lejos. Le recuerdo algún prólogo a la obra de Horacio Quiroga, en donde el suicidio es de importancia capital, y la edición de varios textos que han culminado en este El gran impaciente del que os ahora hablo.
Al Álvarez, el autor de El dios salvaje, y amigo de Sylvia Plath.

En efecto, antes, Montesinos había publicado este mismo libro en 2005, en una edición a cargo de March Editor. Esta nueva versión de 2019 ha sido revisada y ampliada. En 2015 publicó con la editorial Ultramarina Cartonera la Antología poética del suicidio (siglo XX) y en 2014 había aparecido su trabajo Melancolía y suicidios literarios. De Aristóteles a Alejandra Pizarnik, en Fórcola Ediciones.
Aparte de estos textos teóricos, un poemario y sus dos novelas han abundado en el mismo tema del suicido. El poemario Labor de melancoholismo (Chamán Ediciones), la novela ya referida El fantasma de la verdad, así como Hildur (Piel de Zapa).



De manera que nos encontramos ante un libro que culmina, de momento, este recorrido por una de las obsesiones del autor. De su lectura se desprenden algunas conclusiones curiosas: que en la época grecorromana lo mismo se suicidaban tras un banquete o un atracón de comida y bebida, que se dejaban morir de inanición dejándose consumir tras días sin probar bocado; que en la mayoría de los suicidas modernos el insomnio insoportable jugó un papel crucial; que varios escritores se colocaron una especie de fecha de caducidad, y que decidieron no seguir viviendo a partir de una edad determinada.
Una de las ediciones anteriores de El gran impaciente.

Como formas de suicidio hay muchas más de las imaginables, Toni Montesinos nos ofrece en uno de los apéndices del libro, su Modus Moriendi, un detallada lista de los escritores y la manera (en ocasiones más de una) en la que eligieron abandonar este mundo.
Llama la atención que Montesinos haya considerado como forma de suicidio el alcoholismo y la sobredosis por drogas, y aparecen en la lista ilustres borrachuzos como Truman Capote (murió de cáncer de hígado), Charles Bukowski (a pesar de ser un alcohólico falleció de leucemia a los 73 años), Raymond Chandler (que si bien intentó suicidarse dos veces y era alcohólico, murió de neumonía), Edgard Allan PoeRubén DaríoJoseph Roth y Dylan Thomas…, que aunque no murieron de un suicidio premeditado e inmediato, sí que sometieron su cuerpo a la destrucción continua y consciente de las sustancias y el alcohol, por lo que también se puede considerar semejante espiral de aniquilación como un acto suicida.
De esta manera ha construido Montesinos su libro: nos ha ofrecido una interesante perspectiva histórica del suicidio y la ha aislado de manera ampliamente documentada como un mal propio del siglo XX, independientemente de que la gente se suicidase en todas las épocas; se puede afirmar que en el siglo XX esta forma de muerte se convierte en, paradójicamente, una forma de vida. A ese respecto, Montesinos afirma:
jamás se suicidaron tantos escritores en tan poco tiempo”.
Y después, se aporta la extensa Cronología del suicidio literario y filosófico y los apéndices, el Modus Moriendi al que me refería antes, y una amplia bibliografía que va precedida de las clasificaciones suicidas que estableció el filósofo francés Émile Durkheim en su obra El suicidio. Estudio de sociología, publicado en 1897, y que fue en su momento el primer estudio serio y con datos sobre el asunto. De hecho, Toni Montesinos escribe El gran impaciente con la mirada siempre puesta en la maestría del filósofo francés, que utiliza como gran referencia.
Portada de la primera edición de la obra de Durkheim.
Además, para terminar, nos ofrece una extracto del libro Le suicidiologe, de Françoise de Negroni yCorinne Moncel, que establecen diez categorías de suicidas: por tedio, por enfermedad incurable, por melancolía o depresión, de forma impulsiva, como sacrificio o protesta reivindicativa, por honor, sin una causa aparente, cuando la justicia permite al condenado que se quite la vida antes de ejecutarlo, el suicidio como huida para evitar el asesinato o la tortura, y el suicidio dudoso que se confunde con el accidente.
Esta lista puede compararse con la ofrecida por Durkheim: el suicidio maniático producido por alucinaciones o delirios, el suicidio melancólico, el obsesivo, el impulsivo o automático, el egoísta, el altruista y el anómico. Este último es el suicido de nuestra era, producto de grandes crisis que rompen la falsa estabilidad en la que creemos, cuando el individuo es incapaz de adaptarse a las nuevas circunstancias. Un ejemplo característico de nuestra sociedad moderna.
Durkheim y Toni Montesinos, dos estudiosos sobre el suicidio:


Toni Montesinos ha logrado, con esta nueva entrega sobre el suicido, aproximarnos un poco más al misterio y al tabú de uno de los actos que más pueden conmocionar a nuestra sociedad del siglo XXI y, a la par, no perder la perspectiva histórica y, ni mucho menos, la literaria, que al fin y al cabo es lo que a nosotros nos interesa. De hecho, ese título, El gran impaciente, hace referencia a las últimas palabras de Stefan Zweig en su carta de despedida:
Yo, demasiado impaciente, me marcho antes”.
El viaje por todos esos ilustres suicidas lo detiene Montesinos en el 12 de septiembre de 2008, cuando se produjo una de las mayores desgracias literarias que hayan ocurrido en el siglo XXI: David Foster Wallace, el escritor norteamericano, se ahorca en el patio de su casa a los 46 años. Nos dejó una obra extraordinaria y una novela insuperable, La broma infinita (Random House).
Como todos los suicidas que aparecen en el trabajo de Montesinos, era mucho más lo que todavía se podía esperar, creativamente hablando, de Foster Wallace, por lo que todos estos filósofos y escritores que tanto prometían, y que con su impaciencia se marcharon demasiado pronto, hirieron casi de muerte a la literatura, dejándola repleta de cicatrices tristísimas y acrecentando, así, la enorme magnitud de sus dramas.

miércoles, 8 de mayo de 2019

Joseph Brodsky-El explorador polar



*Esta crítica apareció en achtungmag.com:
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Joseph Brodsky: El explorador polar con brújula lírica y mapas de versos

por 

Me da la sensación de que un poeta tan importante, tan genial, como es Joseph Brodsky, no es muy conocido en España, a pesar de haber sido Premio Nobel de Literatura en 1987. Hace muy poco llegó hasta mis manos un volumen antológico de este escritor, publicado por Kriller 71 ediciones y titulado El explorador polar. Los poemas que contiene son de los mejores de Brodsky, y demuestran todo su potencial y su peculiar forma de crear poesía. Por eso, en este Odradek de hoy, ante la magnitud del volumen —no me parece lógico que pase desapercibido para el público lector español—, voy a hablaros de este poeta, de sus poemas, y del libro. Y lo hago con osadía, temeridad e imprudencia, porque no se le puede poner un pero a la completa y esclarecedora introducción (un estudio en toda regla sobre Brodsky) de Ernesto Hernández Busto y que se nos ofrece como un valor añadido que corona el libro. Bueno, eso y que, además, se presenta en versión trilingüe: los poemas en el ruso o el inglés original en que Brodsky los redactó, y sus correspondientes traducciones.

En 1985, Brodsky llevaba ya más de trece años fuera la Unión Soviética, y tenía muy claro que en ningún caso, quisiera o no, podría regresar. De esas fechas es su autobiografía, en donde afirma que:
 “No hay ningún país que domine como Rusia el arte de la destrucción de sus súbditos, y un hombre con una pluma en la mano no puede remediar la situación”.
La URSS estalinista y posestalinista, la URSS del culto a la personalidad y del XX Congreso del PCUS que la denunció, la URSS de las purgas y de los juicios sumarísimos, la URSS del paraíso socialista en la tierra y del héroe positivo en la novela, la URSS del escritor entendido como un ingeniero del alma humana, la URSS de la Unión de Escritores, la URSS de la censura, la URSS, esa misma, que en 1964 juzgó a Brodskyy lo acusó de parasito social. El término acarreaba una condena de cinco años de trabajos forzados.
El 4 de junio de 1972 Joseph Brodsky abandonó la Unión Soviética, tal y como nos cuenta Ernesto Hernández Busto en el prólogo a la edición de El explorador polar, prólogo que titula de forma sugerente y práctica: Como un pez en la arena. Para leer a Joseph Brodsky. El poeta dejó el país con un libro del británico John Donne bajo el brazo. Tenía 32 años y tras una breve escala en Viena y en Londres, recabará en Estados Unidos, donde trabajará para la Universidad de Michigan, entre otras. Adquirirá la nacionalidad norteamericana en 1977, y el Nobel se le otorgará diez años después.
El poeta ha salido de uno de los países que más se han afanado en asesinar a la literatura y a los escritores que la integraban. Con Stalin, la literatura rusa, la de las novelas de GógolTolstói o Dostoievski, dará paso a la literatura soviética, un espanto en donde la literatura proletariala literatura de combate, la denuncia del capitalismo y el héroe socialista, camparán por sus fueros y convertirán a autores como PlatónovPasternakBulgákov Bábel en indeseables del sistema.
Ejecutados sumariamente, exiliados o silenciados, todos ellos pagaron un alto precio por desagradar al poder con sus obras. El adoctrinamiento ideológico y el férreo control (ejercido también por la Unión de Escritores Soviéticos) harán imposible cualquier crítica al régimen. Son años de oscurantismo, donde se desarrollará una literatura inflada y absurda.
Será durante el periodo conocido como deshielo (de 1956 a 1964) cuando se reanime el panorama literario con ediciones de escritores otrora proscritos (BábelPilniakPlatónov) que culminará con la primera gran obra de denuncia del estalinismo en el año 1962: Un día en la vida de Ivan Denísovich(Tusquets) de Alexandr Solzhenitsyn.

Sin embargo, el final del gobierno de Jruschov dará paso a Leonid Brézhnev, con él se invertirá el proceso de denuncia de la era de Stalin, recuperándolo positivamente. Así, se acabará con la tendencia tolerante hacia una crítica del estalinismo, pero el testimonio, los documentos, ya estaban editados. Finalmente, Solzhenitsyn acabará siendo expulsado del país, pero no por ello cejará en su línea de denuncia, que continuará con El primer círculo y El pabellón de cáncer, ambas de 1968 (y también ambas en Tusquets). El camino de la denuncia se había abierto para los novelistas y unos pocos ya habían demostrado cómo podían hacerlo


De esa forma, será el exilio el lugar desde donde se luche contra ese periodo de gran estancamiento, y parte de las letras rusas irán recuperándose. Brodsky será uno de los mayores representantes, si no el mayor, de los autores de la diáspora, como ya era el mejor poeta de la época soviética.
Como afirma Fernando Presa, en su presentación a la Historia de las literaturas eslavas (Cátedra):
“en los antiguos países socialistas dominaban las visiones derivadas del marxismo-leninismo, y así surgían y desaparecían «grandes escritores» según fuera su relación ideológica con el poder”.
Brodsky, con apenas unos años de trabajos forzados, de los que cumplió uno —al parecer gracias a la mediación de Sartre—, había salido muy bien parado, pero lo acabó pagando con el exilio forzoso, un exilio que pasó por varias fases. Primero, el 31 de diciembre de 1971, el poeta recibió una carta oficial desde Israel (no conocía al remitente de nada y él no había mantenido correspondencia alguna con ese país): se le invitaba a emigrar en esa dirección. Una jugada algo sorprendente.
La segunda fase fue algo más explícita, dado que se le otorgó un visado para emigrar a Israel desde la Oficina oficial que tramitaba estos asuntos. Visado que él nunca había pedido. La tercera advertencia fue menos sutil. Si no abandonaba la Unión Soviética se exponía a que el próximo invierno fuera, para él, especialmente frio. No había más que decir; no pudo llevarse consigo a sus padres ancianos y enfermos, y aunque lo intentó después en numerosas ocasiones, nunca más volvió a verlos.
Brodsky dando clases en la Universidad de Míchigan. ¿Sabían sus alumnos la suerte que tenían?

Su obra, publicada en la URSS de forma clandestina, o samizdat, no vería la luz oficial hasta 1987, año en que se le otorga el Premio Nobel y a la par el país convulsiona ante el aperturismo de Gorbachov y sus célebres perestroika y glásnost.
Por tanto, la tarea del poeta en el exilio siempre resulta penosa, como la de cualquier escritor que ha renunciado a su país y, por tanto, a su lenguaje. La patria del escritor es su lenguaje, ante el cual ha sufrido un doble extrañamiento. Primero, ha vivido durante años en un sistema represivo que convierte la lengua en un instrumento desgastado e inexpresivo acorde con la oficialidad, diríase que un régimen totalitario es todo un sistema sintáctico (tal y como afirma la doctora Eugenia Popeanga) y, después, se aleja de ella al tener que expresarse en la lengua del país de acogida e, incluso, prosigue con la tarea literaria en ese idioma.
Brodsky frente a su máquina de escribir.
Este es motivo por el cual la edición de la antología de Brodsky publicada por Kriller 71 ediciones sea trilingüe: el escritor no renunció a proseguir con su obra original en inglés, aunque siempre reconoció las grandes dificultades que tuvo para conseguirlo.

Discurso y memoria, lengua y tiranía, van unidas de la mano. Para el escritor rumano Norman Manea, la lengua es un elemento de identidad usurpado por el dictador y el sistema que lo ampara, hasta sentirse extraño de su propio lenguaje. Los comunistas han convertido el lenguaje en una lengua de madera —tal y cómo la califica en su novela El regreso del húligan (Tusquets)—, en una abominación repetitiva repleta de fórmulas sin contenido que tan sólo era válida para transmitir con éxito la doctrina ideológica. Una lengua de madera, nos dice, que se solidificaba en:
“los eslóganes, los tópicos, las amenazas, la doblez, la convención, las mentiras pequeñas y grandes, redondas y angulosas, incoloras y de colores, hediondas e inodoras, al igual que las mentiras insípidas de todo tipo, en la calle, en casa, en el tren, en el estadio, en el hospital, en la sastrería y en el juzgado. La estupidez irradiaba por doquier, era difícil permanecer inmune”.
añade:
el sistema de partido único de la dictadura socialista se fue haciendo gradualmente con el control de cualquier forma de propiedad privada: la tierra y los bancos, la industria y las escuelas, las granjas y los hospitales y los periódicos (…) todo. También pasó a controlar la lengua. Todos éramos propiedad del Estado, y la rígida lengua del partido dominaba nuestra vida diaria”.
El escritor rumano exiliado en Estados UnidosNorman Manea.

Los propios críticos acusan cierta pérdida de calidad en los poemas de Brodsky escritos en inglés. Brodsky era un poeta del lenguaje, fundamentalmente y por encima de todo, y comprendo que deseara continuar siéndolo en otro idioma antes de perder esa clave de su identidad lírica. Sin embargo, el poeta estadounidense Robert Hass define la fase inglesa de Brodsky de una forma hermosa, pero tremendamente desoladora. Para él, la lectura en inglés del ruso le proporciona la misma sensación de:
caminar entre las ruinas de lo que alguna vez fue un noble edificio”.
Por su parte, Charles Simic, poeta serbio-estadounidense, opina que Brodsky estuvo desacertado al intentar mantener rima y métrica a la hora de elaborar sus poemas en el nuevo idioma. Incluso, entre los testimonios de entendidos que valoran el paso de Brodsky al inglés y que se nos ofrecen en la introducción de El explorador polar, destaca el del crítico y escritor británico John Bayley, que piensa que Brodsky fue un poeta de primera en ruso, pero de segunda en inglés.
Hass, Simic y Bayley, críticos con la poesía en inglés de Brodsky:



A mí, todas estas afirmaciones me producen cierta desazón, pero entiendo la dificultad de reprogramarse en otra lengua mientras se mantienen las estructuras líricas internas de la materna, algo que un crítico (de nuevo recurro a la introducción de Ernesto Hernández Busto) denomina como una especie de efecto doppler. Prefiero quedarme con algo más simple, que Brodsky explica en estas declaraciones al respecto de su decisión de adoptar el inglés para sus composiciones desde 1976. Lo hizo:
por la razón habitual que impulsa a un escritor a escribir: para dar un impulso a la lengua o para obtenerlo de ella”.
Sea como fuera, el libro El explorador polar nos trae una antología de Brodsky que por momentos resulta estremecedora, y siempre emociona. Tras arrancar con un poema impactante, Cerca de nuestro fuego, aquella noche…, un ejemplo del imaginario estético de régimen nocturno durandiano en el que se mueve habitualmente la lírica de Brodsky, rápidamente aparece una de las obras maestras del autor, el poema largo Elegía mayor a John Donne, esa misma composición tras cuya lectura Anna Ajmátova le dijo con admiración:
¡No tienes ni idea de lo que has escrito!
Ya he comentado que, en el momento del exilio, Brodsky portaba en su bolsillo un libro de John Donne. El ruso había escrito la Elegía diez años antes de su expulsión, y al parecer, sería la composición que le devolvería al panorama literario tras los años de censura. Esta Elegía, con tan solo las primeras tiradas de versos, esas que están dedicadas a todo lo que duerme junto a John Donne —en un sueño de muerte— ya estaría justificada la obra maestra e, incluso, la compra del libro de Kriller 71 ediciones.
John Donne, siempre admirado por Brodsky.
Ese Londres que duerme, esa voz que de repente se escucha y que es el alma del propio Donne, mezcla tintes de Dickens junto a colores de Dostoievski, en este caso unos colores grises, tristes, afligidos.
Una vez superado este prodigio, del libro brotan otros poemas igualmente emotivos, como Una segunda Navidad a orillas…, uno de mis favoritos en su sencilla nostalgia, En la región de los lagos, de una ironía casi destructiva, o En el centenario de Anna Ajmátova, que culmina el recuerdo de la poeta con estos versos demoledores:
me inclino ante tu parte corruptible que yace
en la tierra natal a la que devolviste
el don de la palabra para los sordomudos”.
Tampoco hay que pasar por alto composiciones como Yo entré en aquella jaula en lugar de la fiera…El busto de Tiberio o la Intervención en la Sorbona, sin olvidarnos, entre otros muchos poemas, del que presta su nombre al libro, ese El explorador polar que ahora transcribo íntegro como ejemplo de la genialidad de Brodsky, particularmente en los dos últimos y memorables versos:
Devorados ya todos los perros. En su diario
no ha quedado hoja en blanco. La foto de la esposa
cubierta de palabras, a modo de rosario:
en su rostro el lunar de una fecha dudosa.
Otra foto: la hermana. Pero no se consterna;
marca su latitud. Mientras tanto se ve
que la gangrena, oscura, le sube por la pierna
como la media de una mujer de cabaret”.
Mucho de esto, llamémoslo como queramos, o simplemente llamémoslo poesía, es lo que podemos encontrar en este libro. Un libro de poesía, en efecto, que según la definía Brodsky en una conversación con la periodista Brenda Lyons —llevada cabo en Massachusetts en 1987—, podía producir:
un estado de aceleración mental (…) cortocircuitos mentales, y lo hace mejor que nadie. Eso es lo que me fascina de la poesía y lo que yo mismo estoy tratando de llevar a cabo”.
Aceleración mental, cortocircuito, finalmente, emoción: Joseph Brodsky. Os lo presento, por si no lo conocíais.