martes, 7 de julio de 2020

Nubecita-Nora Coss

*Esta crítica apareció originalmente en achtungmag.com:
https://www.achtungmag.com/nora-coss-y-su-novela-nubecita-sobre-frontera-cuerpo-infancia-y-oralidad/

Nora Coss y su novela Nubecita: sobre frontera, cuerpo, infancia y oralidad

Hay una editorial mexicana, Nieve de Chamoy, que edita cuidadosamente sus libros y, además, da voz a  nuevas voces de la literatura. Vuelve a hacerlo con Nubecita de Nora Coss, premio Juan Rulfo a una primera novela. Historia magníficamente narrada, con un trabajo del lenguaje brillante y tremendamente divertida. Pero esa diversión en absoluto oculta la dramática historia que nos cuenta, en donde el machismo, las relaciones incestuosas y la competición por el amor de un padre que llevan a cabo dos hermanas quedan reflejadas de forma audaz y estremecedora. Un retrato de la familia actual, de la impostura por conseguir aceptación, tanto personal como social, y un relato sobre la incomunicación y la peligrosa deriva que ha tomado la juventud en el mundo capitalista y consumista en tiempos de la posverdad. Escrita de forma directa y sin anestesias, contundente, arriesgada y eficazmente reivindicativa. Atentos a este libro, en especial quienes os ubicáis al otro lado del charco. Buscadlo.

Sabinas es una localidad mexicana al norte de México, perteneciente al estado de Coahulia, no demasiado lejos de la frontera con Estados Unidos, en su paso por Piedras Negras. Esto es un detalle importante, porque la filtración del colonialismo cultural en Nubecita es un elemento crucial.

En la novela nos encontramos ante una familia mexicana —los Méndez Arreola— zarandeada por todos los vendavales del consumismo norteamericano, incluida la obsesión por conseguir un estatus, un lugar privilegiado dentro de la comunidad, algo tan representativo del american way of life para el que solo tienen ojos los protagonistas del libro, pero sazonado con los comportamientos más provincianos.
De este modo, y dentro del repertorio de anhelos y fracasos que se plantean en la narración, toda ella una batalla de posiciones enfrentadas y aspiraciones en conflicto, el ideal de la familia americana —abandonando el arquetipo de la familia mexicana—, es uno de los principales problemas. Esta lucha plantea problemas de identidad, pero sobre todo se trata de una aspiración a la vida feliz norteamericana, a esa vida de panfletos y propaganda, a esa cultura que bombardea el mundo entero y que poco a poco todos vamos adoptando con mayor o menor resistencia.
En este sentido, el modo de vida americano es un sistema envenenado que termina intoxicando a la familia protagonista del relato. Porque, como ya percibieron a la perfección los diseñadores gráficos de Random House cuando publicaron La broma infinita de Foster Wallace y en la portada colocaron la imagen de una familia norteamericana feliz a la puerta de su casa prototípica, todo es fachada. Detrás se oculta el drama de la deshumanización y el extravío de los valores fundamentales. De esos valores que nos hacen un poco más humanos.

Todo, o casi todo, es apariencia en el sistema universal que ha querido exportarnos Estados Unidos. Así lo muestra el británico Martin Amis en su novela Tren nocturno (Anagrama) en donde la vida idílica de urbanización y campus se ve azotada por un suicidio/crimen inexplicable que esconde la enorme crisis del sistema en su patio trasero.

Sobre estas premisas de la impostura, de la rivalidad por una escasa mejora social que no significa nada, bajo la contaminación consumista, se construye la magnífica narración de Nora Coss. Nace, así, un libro arriesgado y ambiguo, protagonizado por una voz que se desliza peligrosamente hacia la psicopatía aunque, en principio, quiera hacerse pasar por la levantisca mansedumbre de la reacción contestataria de la adolescencia.
Será esta voz uno de los mayores logros literarios de la novela; es la narración en primera persona de Eliana, enfrentada a su hermana Pili por conseguir el amor de un padre calzonazos y cornudo, mientras una madre desquiciada por ascender en el escalafón social se comporta como una mera espectadora, atenta en exclusiva a poder exhibir los entorchados externos del triunfo personal, cristalizados en una obsesión por el ascenso laboral del marido y por la ampliación de la casa con una habitación más.
Este discurso articulado por Eliana arremete contra todo lo socialmente establecido. A ratos nihilista, a ratos punk, a ratos enfermizo, siempre disolvente y sarcástico, producto de una visión de la realidad retorcida (mucho más que distorsionada), en donde se han extraviado los roles de referencia y han saltado por los aires las normas más elementales de convivencia.
Nora Coss logra aquello tan difícil en un escritor que afronta su primera novela: una voz característica del personaje, que nos habla con expresiones y giros propios, que muchas veces utiliza ese spanglish fronterizo, para enarbolar un discurso atómico contra su familia y, por extensión, contra toda la sociedad que la rodea.

Nora Coss, autora de la excelente Nubecita, publicada por Nieve de Chamoy.
Pero cuidado, porque debajo de este torrente de palabras, que puede parecer meramente un artificio divertido, se revela una personalidad oprimida por los cánones oficiales de lo reconocido socialmente como correcto. Eliana sufre por su aspecto físico, en contraposición a la belleza de su hermana, que utiliza como arma arrojadiza para obtener lo que desea sin detenerse ante nada, incluso seduciendo a su propio padre. Eliana está enormemente presionada por la religión y la presencia de Dios, por el conato de educación que recibe de su madre, en donde solo importa mantener las formas y no escandalizar.
Toda esta presión, en lugar de explotar, implosiona. Un día, Eliana enmudece, en un giro de la novela tan sorprendente como genial. Su verborrea disparada se trasmuta en sus pensamientos, ribeteados de un peligro paranoico que continuamente sitúan la acción de la novela al borde de la tragedia. Y como giro narrativo añadido, la repentina mudez de Eliana le proporciona un sentido auditivo ultrasensible, y puede escuchar todos los ruidos y conversaciones que ocurren a su alrededor, incluso lejos, con lo que se dota al personaje de una nueva cualidad que proporciona mucho juego en la novela.
La autora, Nora Coss, lleva quince años dedicada al teatro, y en principio Nubecita nació en su cabeza como tal, como obra de teatro, pero se le apoderó la voz narradora de la protagonista, que para decir todo lo que tenía que decir (y es mucho) necesitaba abrigarse con la prosa. Aun así, en esa ristra de conflictos a la que me refería antes, de agones, que son los que activan las obras de teatro, ha quedado el rastro de la idea original. En Nubecita todo es conflicto, y mediante el conflicto, el roce brutal entre placas tectónicas de personalidad se dispara y moviliza la acción. Esa ha sido la aportación teatral al texto narrativo.
Desde el silencio de la protagonista, paradójicamente, asistimos a un vendaval ingobernable de afirmaciones y situaciones crudas, en donde se camina por la borrosa línea de algunos temas terribles como el incesto, el abuso, el acoso sexual, la infidelidad, la hipocresía de la iglesia y, finalmente, el maltrato de género e, incluso, la enfermedad mental. La soledad de Eliana es insondable, únicamente desde el silencio consigue encontrar su personalidad, pero eso no indica que haya solucionado el problema de la identidad.
Nieve de Chamoy se viene caracterizando por la publicación de novelas en donde destacan voces narrativas poderosas y originales, generalmente cargadas de frustración y violencia, entendidas como una respuesta a la incómoda situación social que soportan. Un ejemplo de este tipo de voces lo encontramos en otros libros de la editorial, de los que ya me ocupado en algunos artículos: Lagarto Rey del panameño Javier Medina Bernal, o MastodonteSacrificio y Negro corazón de los mexicanos Jaime Reyes, Béla Braun y Mateo Miguel, respectivamente. Os dejo enlaces a estos estudios críticos:
La narración de Eliana es subjetiva e interesada, pero no por ello menos cierta, válida, y llega hasta nosotros cargada de toda la furia de la incomprensión y el aislamiento. El acontecimiento principal y movilizador del texto es la necesidad de amor de la protagonista, en concreto del amor de su padre, totalmente desviado hacia la otra hermana. Se inicia así una competición insana, repleta de dobleces y malentendidos, que no puede acabar de otra forma que no sea en desastre.
Frontera, cuerpo, infancia y oralidad, elementos valorados positivamente por el jurado del Juan Rulfo a la hora de premiar a la novela, son las claves de Nubecita.
Frontera, porque aparte de un cronotopo de literatura fronteriza física (entre México y Estados Unidos, como ya comenté más arriba) y con todas las filtraciones e intoxicaciones que esa circunstancia provoca en la familia de la protagonista —como ese día ritual institucionalizado una vez al año en que la familia visita el mall de Eagle Pass para realizar compras compulsivas, a la americana—, encontramos otro tipo de fronteras más difusas pero igual de conflictivas: la que separa una relación de amor paterno filial de un incesto, la que marca los límites entre un matrimonio mal avenido y la violencia de género, la que indica hasta dónde puede o no puede llegar la iglesia o un sacerdote en su relación con una feligresa —“el único novio que he tenido ha sido el padre Miguel”, nos dice inocentemente Eliana—, la que aleja el discurso verbal incontinente de la absoluta mudez, la que establece un carácter rebelde de una enfermedad mental y, la mas importante, la que distingue entre el ser y el parecer, entre lo que se es realmente y lo que se quiere aparentar: “Ser pobre sale caro, me explicó una vez mama”, nos aclara Eliana. Y en una discusión entre el matrimonio encontramos la definición de las aspiraciones de la madre:
De rato papa le gritoneó: a ver si ya te dedicas a ser mi esposa y no la de ese cabrón, al cabo ya tengo el dinero, ¿no? Y mamá le remató: sí, pero no la clase”.
Cuerpo, en el estallido sexual de Pili, la hermana de la protagonista, pero también en la anatomía menos afortunada de Eliana, cuerpo inmerso en esa turbulencia del tránsito de la infancia a la adolescencia, cuerpo en la mudez como causa psicológica que afecta a la narradora, cuerpo el de la madre y que es deseado por el amigo del padre pero no tanto por el propio padre…
Eliana ocupa una anatomía que le produce rechazo, un mal muy habitual y tristemente contemporáneo de la juventud constreñida por una sociedad que ha equivocado por completo los ideales de belleza. En este párrafo, además, podemos comprobar el peculiar lenguaje de la protagonista, fresco, vivo, repleto de expresiones del habla popular, spanglish, que logran que el discurso nos llegue como lectores, nos cale como una fina llovizna de palabras:
¡Cuánta desilusión puede caber en un espejo de dos metros por uno cincuenta! Esa imagen de mí no la podré borrar nunca. Una señora tamalera malquerida y desvelada se vería como una miss universo al lado mío. Era una disgrace to women Kind. Y ahí, con la panza fuera, con las chichis apretadas y el gordito de la espalda que se desbordaba en esa horrenda blusa, pensé: ¿por qué no mejor me arrancan la piel y me dejan andar en puros órganos y salimos de pedos?”.
Infancia: ya lo he comentado hace un instante, ambas hermanas abandonan la infancia para adentrarse en los tortuosos caminos de la adolescencia, pero lo llevan a cabo de formas distintas. Pili con su primera menstruación, descubriendo las formas de su cuerpo para obtener sus deseos, utilizadas como chantaje, mientras en Eliana esta transformación es mucho más mental que física. Mientras Pili se dirige hacia la madurez física pero no intelectual, el proceso en Eliana es a la inversa.
Oralidad: Toda la novela es un convite narrativo de primera, un jolgorio expresivo, una celebración del discurso oral, un vertido de los pensamientos desbocados de la protagonista que se alimentan de expresiones populares, de la contaminación lingüística del inglés, de los giros propios de la niña que combina sus expresiones con referencias a canciones de la música popular o del rock. Nora Coss demuestra aquí lo gran narradora que es, porque si, generalmente, un personaje se define por sus actos, en esta ocasión Eliana se define por sus pensamientos. Otro acierto en el haber de la escritora, mucho más meritorio si tenemos en cuenta que nos encontramos ante su primera novela.
La autora en el día que recibió el Premio Juan Rulfo a una primera novela por Nubecita.
Festival narrativo, historia de una familia estructurada, los Méndez Arreola, que realmente está desestructurada, intoxicación fronteriza en donde la hibridación cultural lejos de aportar riqueza atrae miserias, envidias, odios, un retrato de lo contemporáneo si como tal podemos entender una cala en la vida urbanita cotidiana de los personajes del libro, que aparecen como un reflejo de las realidades más habituales de esta modernidad terriblemente egoísta que nos acompaña.
Al fin y al cabo la literatura es el reflejo del momento que vivimos, y estos son los momentos que nos han tocado vivir. Estos son los momentos de Nubecita. De verdad, no os la perdáis porque, además de todo lo dicho, es una novela extraordinariamente divertida. Y solo eso, ya sería mucho en el panorama actual literario que soportamos. Reconozcámosles a Nieve de Chamoy y a Nora Coss todo el mérito que tiene sacar adelante un texto como Nubecita.

viernes, 3 de julio de 2020

Cuatro mensajes nuevos-Joshua Cohen

*Esta crítica apareció originalmente en achtungmag.com:
https://www.achtungmag.com/cuatro-mensajes-nuevos-de-joshua-cohen-la-util-inutilidad-de-la-literatura/


Cuatro mensajes nuevos de Joshua Cohen: la útil inutilidad de la literatura

El norteamericano Joshua Cohen es un escritor mayúsculo, y así lo demuestra en su libro de relatos Cuatro mensajes nuevos, publicado por De Conatus, en donde despliega el poder fabuloso de toda su prosa. Y en especial, lo hace en el primero y en el último de los cuentos, sin detrimento de los que permanecen en el medio. Simplemente, Emisión y Enviado muestran el imaginario que atormenta al autor: la modernidad digital, la pornografía, un mundo que se aleja de las imágenes y de las palabras para sustituirlas por sucedáneos de los sucedáneos, junto a una continua reflexión metaliteraria que nos muestra relatos que se van construyendo y destruyendo ante nuestros ojos. A menudo se compara a Cohen con Foster Wallace; en este libro comparte la alarmante carga reflexiva y filosófica de Wallace, pero se muestra mucho más directo y contundente. Estamos ante un recital maestro de lo que deben ser las narrativas de corto recorrido, erigidas con un empeño de originalidad tan prodigioso como desconcertante.

El título que engloba el texto, esos Cuatro mensajes nuevos, es de por sí claro: puede ser el aviso de que tenemos una serie de emails sin leer en nuestra bandeja de entrada, pero también se puede aplicar a que los cuatro mensajes son los cuatro relatos que componen el volumen. Cada uno con su advertencia particular.

1-No te fíes de Internet (ni de un camello)
El libro se abre con Emisión. Todo indica, desde las primeras frases, que vamos a enfrentarnos a un juego metaliterario adobado con una crítica feroz al mundo de las  nuevas tecnologías y, muy en concreto, de las redes sociales:
Este no es el clásico artificio donde cuentas la historia de alguien y en realidad la historia trata de ti. Mi historia es bastante simple”.
Ese clásico artificio sería la narración concebida al antiguo estilo, lineal y plana; el autor adopta la voz del narrador para imponernos los principios estéticos de su teoría del relato. Y esa historia simple es algo deprimente, pero ejemplifica la esencia que permanece presente a lo largo de todo el libro y ejerce de pegamento entre las piezas: la crisis de las humanidades, la inutilidad de la escritura, la imbecilidad de la literatura (o, al menos, la imbecilidad que puede significar dedicarse a ella):
Unos años después de graduarme en la universidad y obtener un título de desempleo —mi tesis trataba de la metáfora— me trasladé de Nueva York a Berlín para trabajar de escritor, aunque quizá esto sea incorrecto, porque en Berlín no trabaja nadie. No voy a entrar en aquí en el porqué. Esto no es historia, no es un episodio del History Channel”.
¿Qué acaba de suceder ante nuestros ojos de lectores impresionables e impresionados? Dos recursos arteros han dotado de relieve a este primer párrafo. En primer lugar, el recurso de autoridad encubierto de Joshua Cohen que, con este principio, acaba de convocar a J. D. Salinger, en concreto al protagonista de protagonistas, al rebelde (pero luego, quizás, no tanto), Holden Caulfield de El guardián entre el centeno (Alianza Editorial); este íncipit narrativo se solapa al universalmente conocido de la novela de Salinger:
Si de verdad les interesa lo que voy a contarles, lo primero que querrán saber es dónde nací, cómo fue todo ese rollo de mi infancia, qué hacían mis padres antes de tenerme a mí, y demás puñetas estilo David Copperfield, pero no tengo ganas de contarles nada de eso. Primero porque es una lata, y, segundo, porque a mis padres les daría un ataque si yo me pusiera aquí a hablarles de su vida privada”.
Es la dinamitación del relato clásico y podemos, claramente, sustituir el David Copperfield de Dickens (en Austral) por el History Channel. El segundo recurso radica en que Cohen sigue al pie de la letra uno de los puntos más importantes del decálogo cuentista del argentino Julio Cortazar, que en su epígrafe tercero asegura:
La novela gana siempre por puntos, mientras que el cuento debe ganar por knock-out”.
Cohen, con semejante principio, nos ha proporcionado un directo a la mandíbula. Ya nos tiene aturdidos, nos ha ganado. Pero, un momento, dirán algunos, si Cortazar es un clásico, y antes se ha afirmado, y también el propio Cohen, que no estamos ante un clásico artificio. Consideramos a Cortazar como un clásico del relato, en efecto, pero un clásico revolucionario. Sus cuentos pueden ser muchas cosas, pero desde luego, lo primero que son es innovadores. Cortazar destruye lo anteriormente aceptado desde los puntos de vista nuevos, desde la narración metaliteraria, así aniquila la vieja estructura del relato. Y Cohen también.
La tarea de zapa sobre el concepto clásico de la figura del escritor continúa unas líneas después:
el hecho mismo de que yo fuera novelista era una ficción, y como era incapaz de terminar una sola novela y nadie me pagaba para que viviera la novela tediosa y vacía que era mi vida, decidí rendirme”.
El ataque al género autorreferencial, autoficcional, a la mitología impostada que rodea a la imagen del escritor que no escribe, ha sido derribado en el inicio del relato, cimentando las bases generales de lo que podremos encontrarnos a continuación. Ni tan siquiera le vale a Cohen la afirmación que podemos espigar de la novela-ensayo del barcelonés Enrique Vila-MatasBartleby y compañía (Anagrama):
Robert Walser sabía que escribir que no se puede escribir también es escribir”.
Por tanto, este peculiar protagonista de Emisión se vuelve a Nueva York, hace un máster en empresariales, juega en bolsa y su economía engorda, huyendo de la miseria a la que estaba abocada su carrera de escritor. Pero es que, claro, con una tesis doctoral sobre la metáfora no se puede aspirar a esa expresión tan norteamericana de poner comida en la mesa.
Salinger y Foster Wallace, dos referentes de Joshua Cohen:


Desde aquí, el narrador recuerda su pasada vida en Berlín, fijando su atención en Mono, el verdadero protagonista de la historia. Liquidando la archiconocida y manoseada literatura del yo. Pero antes, todavía, hay que puntualizar algo sobre un recurso narrativo como la descripción:
Las descripciones en prosa entrañan menos riesgo que las fotografías y las películas. Nadie  identificaría al héroe de una novela si cobrara vida basándose solo en la descripción de su autor. Afrontémoslo: a Raskólnikov (…) no lo va a parar nadie por la calle”.
La incapacidad de la literatura para trasvasarse a la realidad, el engaño de la mentira por antonomasia, la ficción, queda al descubierto en estas palabras sobre el protagonista de Crimen y castigo (en Cátedra) de Dostoyevski. Y esto le permite al narrador dar paso a la historia contada por el propio Mono, Richard Monomian, un armenio. Ambos coinciden en Berlín, y Mono le cuenta las circunstancias que lo llevaron a huir de Nueva Jersey (una historia dentro de otra historia, Cohen haciendo de las suyas).
La historia de Mono es tan simple como escabrosa: Mono era un dealer, un camello, repartía drogas a domicilio. En uno de esos repartos se acomodó en casa de unos desconocidos que tenían montada una fiesta con motivo de las vacaciones de primavera, y también consumió.
Lo peor fue lo que ocurrió después, se masturbó sobre una chica que dormía el colocón y eyaculó sobre su mano. Y no quedó impune. El blog Emisión relataba el suceso con pelos y señales (otra historia en el interior de la historia de Mono, que pertenece a la historia del narrador). Desde aquí: la enorme bola de Internet que rueda y rueda, que invade la privacidad de Mono, que le impide encontrar trabajo, que se convierte en una amenaza completa para su vida.
El resto del relato, y los motivos de la huida de Mono hasta Berlín, los dejo para quienes disfruten de este texto, que además de subvertir algunos principios narrativos, de incluir lenguaje de chats, de señalar la red como un lugar agresivo y peligroso, ha sido el primer ladrillo en los cimientos de la estética literaria de Cohen (y lo del ladrillo no lo digo por capricho, el tercer relato del libro lo justifica, como veremos).
2-La comida basura puede bloquear al escritor
McDonald´s es la segunda historia del libro. Si antes la amenaza fueron las redes sociales, ahora le toca a la fast food, la llamada comida basura, es decir, a las hamburguesas, cargadas de un significado paralizante. Pero trata de mucho más, obviamente, porque una cosa es lo que parece que Cohen nos dice, y otra bien distinta lo que ha dicho.
En este relato, la historia que ha escrito su protagonista se va construyendo ante el lector, mientras se la cuenta a su padre para que lo ayude a salir de un bloqueo. El protagonista es un redactor farmacéutico atascado en un texto de ficción, incapaz de colocar sobre el papel una palabra. De nuevo, la imposibilidad de la escritura tal y como la concebimos, un ataque a la romántica idea que todos tenemos en la cabeza al escuchar la palabra escritor:
Había empezado a escribir un relato, otro exabrupto de mierda de los centenares que he empezado en mi vida solo para transformarlos en bolas arrugadas (nunca antes había estado bloqueado, me habría ido bien un poco de bloqueo pero…), llegué a aquella parte del relato y simplemente…, simplemente tuve que parar, ¡era ridículo!”.
Si antes, en Emisión, nos ha golpeado directo a la mandíbula, ahora nos ha sujetado de las solapas con este principio. El escritor ha llegado a un punto en donde, al tener que escribir la palabra que no puede escribir, se ha detenido. De forma que empieza a contar el relato, con las variaciones que va introduciendo, con las alteraciones que su padre le sugiere.
Así, asistimos a un proceso de construcción/deconstrucción/re-construcción metaficcional del texto, un procedimiento arquitectónico (de nuevo una referencia a la edificación de estructuras, en consonancia con la tercera pieza del libro) consistente en utilizar el texto como una bola de demolición y, tras combinar las dos perspectivas, la del autor del relato del que se habla dentro del propio relato y de las variantes que incorpora el padre con sus sugerencias, recomponerlo de nuevo.
Y de pronto, el narrador nos confiesa que el padre al que cuenta su terrible bloqueo no existe, y ahora se dirige a su madre. Y prosigue con la historia. Va cambiando las perspectivas, los puntos de vista, en un recital narrativo faulkeriano, hasta que llega un momento en que no sabemos quién está dentro o fuera de las historias, ni que relato, como una especie de matrioska vuelta del revés, se contiene dentro del otro.
La historia se metamorfosea delante del lector, los personajes aparecen y desaparecen hasta alcanzar un final sorprendente que se ceba virulentamente con una de las imágenes más comunes del American way of life: un McDonald´s. Y la tremebunda aseveración final:
Se acabó el escribir, no hay nada más inteligente que eso”.
Un relato de manual para quienes pretenden aprender algo de la forma en que se debe afrontar una historia, un ejercicio de estilo que es una clase magistral de recursos inacabables.
3-Construir un relato puede ser como levantar un rascacielos
La tercera pieza es El distrito de la universidad. El juego metatextual alcanza ahora al propio funcionamiento de un taller literario impartido por un escritor que, sin duda, es muy del gusto de Cohen y de este periodo de la posverdad:
Al profesor Maury Greener lo invitaron (…) para que trabajara de escritor residente (…) basándose en el mérito de su recientemente publicado y único libro, una novela de los años de formación de su autor tan mordaz tan quemadoradepuentesytúneles y tan explícitamente realista que no pudimos resistirnos a saquearla en busca de detalles autobiográficos”.
Nuevamente ha sido convocada la figura de Salinger. A ello debemos añadir un profesor ególatra, desagradablemente insultante, pagado de sí mismo y odioso. Es el bartleby de Vila-Matas por antonomasia: su nueva novela, rechazada por la editorial, era:
una novela que revisa mi novela anterior”.
Autor de esos que prefieren no hacerlo, que —insisto— sin duda habría fascinado a Vila-Matas, no solo no escribe nunca más, además emplea unos métodos de enseñanza muy peculiares. Su primera clase consiste en una cena en un restaurante mexicano que tiene poco de mexicano (de nuevo esa obsesión de Cohen por la amenaza de los sucedáneos). Después les encarga a los alumnos un relato en donde escriban sobre él, poniéndolo de las peores maneras posibles, para terminar asegurando que no piensa leer ninguno de los trabajos.
Otro guiño: la única novela publicado por Maury Greener es una historia de formación… Lo que nos cuenta el protagonista de este relato es su propia historia de formación en un taller literario que comienza, como lo han hecho las piezas anteriores, con un párrafo sorprendente:
Yo ayudé a construir el edificio Flatiron”.
¿Qué tiene esto que ver con un taller de literatura? Pues mucho, porque el profesor decide no impartir ni una clase más, y concentra a todos sus alumnos en un único empeño: construirán una réplica del neoyorquino edificio Flatiron —también conocido como edificio Fuller— en una zona del campo de deportes de la Universidad.
Dos imágenes del edificio Flatiron:


La literatura, la creación literaria como un desafío arquitectónico. Y el profesor  distribuye el trabajo en función de las cualidades de la prosa de los alumnos: un poeta que con su escritura levantaba vigas endebles se encargará de los cimientos, en donde sí puede progresar; una alumna de estilo recargado, descriptivo, barroco y abigarrado, fue la encargada de las cristaleras; otro, muy del realismo sucio, se convirtió en electricista; una autora de poesía vistosa pero vacía será la diseñadora de interiores…, y así con todos.
Un guiño, otro más, a Salinger, que publicó un relato bajo el titulo Levantad, carpinteros, la viga del tejado (Edhasa). Y de nuevo la angustia ante la copia, lo imitado, la reproducción que actúa como sucedáneo. El edificio Flatiron será denominado Falsiron, en cuya erección el profesor de escritura invertirá todo su dinero, se arruinará e incluso terminará viviendo en él.
Muchas reflexiones se contienen en esta narración, cuyo desenlace ocultará, de nuevo, para quienes deseen afrontar unas páginas que vuelven a ser una lección de literatura, de sus funciones, incluso de su arquitectura.
4-La pornografía es un falso cuento de hadas
Por último, Enviado, relato en dos partes diferenciadas: La cama y COM/MOC. La primera mitad bebe de los tradicionales cuentos infantiles, de hadas, con bosques, leñadores, y la historia sobre la fabricación de una cama que, en su cabecero, acumula una serie de símbolos tallados en la madera. La cama irá pasando de generación en generación, un significado del legado cultural y del peso de las historias, dado que el propio leñador (el leñador primigenio) se había tallado a sí mismo en el momento de recoger madera para construir aquella cama.
Este detalle implica una historia dentro otra historia (de nuevo), metaliteratura o metatexto cuyo vehículo es el mueble en una especie de puesta en abismo. Sin embargo, con el paso de los años, y de sus dueños, el mensaje del hombre entre los árboles del bosque recogiendo la madera para tallar la cama (y su cabecero), se va diluyendo a causa de la incomprensión para interpretar la escena de quienes se han visto alienados por el progreso. Es el deterioro del acervo cultural, de la reserva sapiencial de la oralidad. La corrupción del mensaje que se alberga en toda obra de arte.
De repente, el relato/retrato de todas las generaciones que han disfrutado/sufrido la cama, gira bruscamente. Las palabras del narrador, como ya nos ha acostumbrado Joshua Cohen, destrozan la historia anterior y privan del sustento al lector, cuyo suelo narrativo es escamoteado súbitamente:
Este relato no terminará como ha empezado. Nada de crónicas de pacotilla como la de mas arriba, nada de cuentos folclóricos. Este es un cuento folclórico que terminará como relato, como novela si tenemos suerte (…) Había una vez un cuento folclórico, pero su narración quedó olvidada con el paso de las generaciones. Un día, sin embargo, se escribió un relato acerca de un cuento folclórico perdido”.
Todo lo narrado anteriormente, en la parte de La cama, es una crónica de pacotilla. La cama se destruye por causa de una relación sexual que la rompe en pedazos. Una relación sexual que se graba de forma sórdida para que sirva de video pornográfico. Y esto, dará acceso a la segunda parte del relato: COM/MOC. El protagonista será un aspirante a periodista que vaga por Estados Unidos, de motel en motel, buscando un reportaje. Al final, amargado, solitario, desencantado, empieza a visitar páginas porno en Internet.
El porno, el comportamiento del porno que trasvasa la ficción y cala en los adolescentes hasta creer que las relaciones sexuales son todas como en una película pornográfica. De nuevo el sucedáneo colisionando con la dura pared de la realidad. Y el protagonista accede al visionado del video en donde la cama de la primera parte resulta quebrada por los embates del coito ante la cámara.
El relato prosigue con una historia de cómo se contratan a las chicas de las películas gonzo, de cómo funciona la industria, de la deshumanización, de la cosificación de las mujeres, del falso sueño pornográfico americano urdido en la Europa del Este.
Joshua Cohen, autor de este magnífico libro de relatos publicado por De Conatus: Cuatro mensajes nuevos.
En un final de la pieza delirante, el aprendiz de periodista, enamorado de la chica del video de la cama rota, emprende su búsqueda hasta dar con un lugar que parece sacado de un cuento de hadas, para crear una conexión de cierre circular con el principio del relato: un remedo de nube de Internet en donde habitan copiadas en caché todas las actrices porno de las películas. Un giro sorprendente para poner el colofón a un relato sorprendente, a un libro sorprendente y, sobre todo, admirable.
Así es este Cuatro mensajes nuevos de Joshua Cohen que ha editado De Conatus: un texto asombroso que presenta un tapiz metatextual que alcanza mucho más allá de una primera lectura. Que fluye como una fuente, siempre renovado, y que no se agota con la relectura. Es un libro de relatos, pero también es un manual de escritura, una reflexión sobre la literatura y una crítica social demoledora acerca de los males que nos acechan en estos momentos de grandes tribulaciones. Imprescindible Joshua Cohen.

jueves, 2 de julio de 2020

Los errantes-Olga Tokarczuk

*Esta crítica apareció originalmente en achtungmag.com:
https://www.achtungmag.com/olga-tokarczuk-los-errantes-el-teorema-del-viaje-como-perpetuum-mobile/

Olga Tokarczuk: Los errantes, el teorema del viaje como perpetuum mobile

Hoy en esta columna de los viernes de El Odradek de Achtung! os hablamos de la reciente premio Nobel, la polaca Olga Tokarczuk y, en concreto, de su novela Los errantes, publicada por Anagrama. ¿Novela? ¿Podemos calificarla como tal? Desde luego que sí, si mantenemos una mirada literaria moderna y aceptamos de una vez por todas que los géneros híbridos son los dominantes de la narrativa actual. Porque Los errantes es una novela gracias a la globalidad unitaria de lo que trata, compuesta de una serie de relatos interrumpidos por intervenciones de una narradora que, según la literatura del yo, sería la propia autora; formula reflexiones sobre el viaje, sobre la teoría del movimiento y sobre la quietud máxima: el embalsamamiento y, en concreto, su modalidad de la plastinación. Así, entre dos polos, crece un libro excelente, con relatos de calidad rematados con un oficio deslumbrante. Destaca el texto que da título al libro, quizás de las mejores páginas que podemos encontrarnos en los últimos años, o el inquietante Kunicki en sus diferentes entregas. Un recorrido por un gabinete de curiosidades literarias emocionante.

Algo extraño, como extraño ya es de por sí el funcionamiento del mundo editorial, y el de la literatura en general, nos indica que la premio Nobel de 2018, la polaca Olga Tokarczuk, tiene la necesidad de reivindicarse meses después de la concesión del galardón. Y los motivos son, también, algo raros. La concesión del premio por partida doble (los motivos que llevaron a la cancelación del acto en 2018 son de sobra conocidos) junto a la elección del austriaco Peter Handke como ganador del 2019, y toda la polémica que eso ha desencadenado, han dejado a esta extraordinaria narradora en una especie de limbo, entre dos aguas para los lectores, y quizás algo desenfocada para la crítica.

Una muestra de la mala recepción y del despiste generalizado, que Anagrama está solucionando con una capacidad de reacción encomiable (acaban de recuperar la que fue la tercera novela de la polaca, Un lugar llamado antaño), pude constatarlo el otro día en Instagram. En una publicación de la editorial sobre Los errantes me aventuré a comentar que se trata de un libro magnifico, pero rápidamente recibí el exabrupto, porque no puedo calificarlo como una respuesta, de un vehemente y maleducado hater de Tokarczuk.
En esta irreflexiva réplica, aparte de llegar cargada de una mala educación propia del anonimato de las redes sociales, se pueden detectar dos problemas: que la premio Nobel todavía no ha calado, difuminada o nebulosa en España por los motivos que he citado más arriba —apalear a Handke ha resultado más atractivo para la canallesca que ponerse a leer Gran Literatura— y que, Los errantes, no es un texto sencillo (como prácticamente le ocurre a casi todas las obras de calidad); de hecho, se trata de una obra que hay que saber leer y, por tanto, entender, para poder valorar en toda su magnitud: que no está hecha la miel para la boca del asno, pero si la hiel, como demostró nuestro hooligan literario (más hooligan que literario).

Desde este Odradek de los viernes de Achtung! vamos a poner nuestro granito de arena crítico para ayudar a despejar esta situación —algo innecesario por otro lado, ya que la escritora se defiende muy bien con sus propios libros, pero bueno, la realidad es la que es y, ciertamente, el gusto parece que hay que educarlo—.
Teoría del viaje y el movimiento
Al afrontar una lectura como Los errantes es necesario comprender lo que he afirmado en la entradilla de este estudio crítico. Vivimos en la era de los géneros híbridos, en el imperio literario de los textos mixtos, en la narrativa del maridaje de formas, temas y motivos. Por ello, el concepto de novela, y el concepto de novela que Tokarczuk nos propone en Los errantes, escapa a la idea convencional. Y mucha falta nos hace de esto, en abundancia, para imprimir algo de nervio y corazón a una, cada vez más, aletargada producción narrativa plagada de medianías.
Por eso, Los errantes bebe de unas formas que nos trajeron, en la bisagra que separó al siglo XX del XXI, autores como el alemán W. G. Sebald, con quién se suele comparar la obra de la polaca. En efecto, algo tiene del maestro, pero más en la idea totalizadora, en los temas y en la forma de tratarlos, que en el estilo en sí. Los errantes es una novela sin trama, pero que se cose globalmente gracias a sus temas comunes para crear un universo narrativo singular, un todo conectado por el viaje y el movimiento.
La narradora del texto, que como en Sebald se identifica con la autora en lo que sería una autoficción o literatura del yo, nos presenta una serie de entradas, algunas más breves que otras, que son reflexiones sobre sus viajes, sobre su presencia en aviones y salas de espera, sobre el comportamiento de otros viajeros. Tokarczuk es viajera, pero por encima de todo es observadora. Quizás un viajero que se precie deber ser, primero, un mirón despiadado.
Entre los pasajes en donde nos aproxima estas reflexiones de carácter ensayístico y que crean una teoría y psicología del viaje y del viajero, del mundo y del hombre en constante movimiento, se incrustan una serie de relatos que beben de esa misma idea común como una forma de ilustrar las ideas teóricas con ejemplos narrativos ficcionales.
De esa forma, nos encontramos ante una novela disociada: las reflexiones teóricas de la autora sobre los viajes son ejemplificadas con narraciones que actúan al estilo de ejercicios prácticos de lo expuesto anteriormente. Y esa disociación se funde en el magma narrativo, para conseguir una obra compacta, sólida, reflexiva y, en algunos de los relatos, más que sobresaliente.
Teoría de la estática y la momificación (incluye la plastinación)
Las reflexiones de la autora nos transmiten su propia experiencia llevada a cabo en visitas a una serie de museos: en Viena, el Narrenturm, Museo Patológico-Anatómico Federal, y también el Josephinum, uno de los museos médicos más antiguos del mundo con exposiciones anatómicas en cera; en Dresde, el Museo Alemán de Higiene; en Berlín, el Museo de Historia de la Medicina de la Charité; en LeidenBélgica, el Rijksmuseum Boerhaave de historia de la ciencia y la medicina; en Ámsterdam, el museo anatómico Vrolik; en RigaLetonia, el museo de la medicina Paula Stradiņa; en San Petersburgo, el Kunstkamera o Museo Pedro el Grande de Antropología y Etnografía de la Academia de Ciencias Rusa; por último, en Filadelfia, el museo Mütter.
En todos ellos, Tokarczuk se ha topado con momias, especímenes embalsamados y con lo más avanzado en el ámbito de la conservación: cuerpos sometidos a la técnica de la plastinación.
Imagen de un cadáver sometido a la técnica de plastinación.
¿A qué se debe esta obsesión de la voz narrativa principal de Los errantes por las momificaciones y embalsamamientos? El motivo radica en el mismo título del libro. Este manual de la errancia, que analiza las pulsiones del nomadismo, de la necesidad que tienen algunas personas por encontrarse en permanente estado viajero, alcanza su punto culminante en su curioso extremo paradójico. Nada hay más estático e inanimado que una momia, pero a la par es la sublimación del Errante, dado que no ha alcanzado reposo alguno ni después de muerto, y continúa en rotación constante, aunque se encuentre paralizado en un ademán, tras la vitrina de un museo.
El Errante solo alcanzará su destino cuando muera: la tumba, el último lugar de su viaje. Por eso, tal vez, la mayor aspiración de un Errante sea la de convertirse en momia, la de ser plastinado (sin duda, eso sería mucho mejor todavía), como forma de inmortalizarse en un ademan de movimiento eterno (aspiración científica inmemorial, la del eterno movimiento, ese perpetuum mobile que el Errante plastinado, disecado o momificado, exhibe como uno de sus grandes triunfos).
De ahí, la notable historia que Tokarczuk trae hasta las páginas de su libro: la de Angelo Soliman, un nigeriano criado y educado por una marquesa de Mesina y entregado como regalo a un príncipe que era el Gobernador imperial de Sicilia hasta que, en 1755, fue legado vía testamentaria a un importante miembro de la casa de Liechtenstein para quien trabajó en Viena. Gracias a sus exquisitos modales y cultura se convirtió en un importante miembro de la comunidad vienesa, a la sazón Gran Maestre de una logia masónica, llegando a ser amigo personal del emperador José II de Austria.
La historia, hasta aquí, ya resulta sorprendente e interesante, pero a la muerte de Soliman adquiere un giro tan dramático como humillante: su cadáver fue disecado y expuesto de forma inhumana en el Museo de Historia Natural de Viena, ataviado como un espécimen raro, desprovisto de su elegancia y vestido con collares y motivos indígenas para que el vulgo contemplara, y se admirara, ante semejante ejemplar de hombre salvaje.
Retrato del notable Angelo Soliman.
La hija de Soliman trató, en vano, de que Francisco I de Austria le devolviera el cadáver de su padre para así poder enterrarlo dignamente. A esta historia, la autora polaca incorpora la supuesta redacción de tres cartas de la mujer, Josephine Soliman von Feuchtersleben, en donde pasa de rogar y humillarse, a un tono de amenazas ante el absoluto silencio del Emperador. Finalmente, el cuerpo no encontró descanso en la tumba, y ardió en un incendio producto de la Revolución de 1948 acaecida en Viena.
Angelo Soliman consiguió en 2013, de manera póstuma, que una parte de la ignominia fuera reparada: se bautizó con su nombre a una calle vienesa. Esta historia nos presenta el extremo de la errancia por antonomasia, momificado tras una vitrina, en taparrabos, detenido en su perpetuum mobile.
El relato Kunicki, administrado en varias partes, es otro de los lugares maestros del libro. Una historia de la desaparición de una mujer con su hijo durante unas vacaciones en la isla croata de Vis, que afecta profundamente al marido, especialmente tras su reaparición como si nada hubiera ocurrido, después de haber sido buscados con todos los medios posibles (helicóptero incluido).
Los tres días de la desaparición, que para el hombre son un martirio, han sido una especie de fuga al Paraíso de la madre con su hijo. Ellos dos ya no son los mismos tras el regreso, especialmente la mujer. Y eso acaba por destruir al hombre. En esos días, ella ha descubierto la itinerancia, la errancia, y se ha convertido en una persona distinta, algo que su pareja es incapaz no solo de comprender, sino de aceptar. La respuesta a la pregunta de por qué esa desaparición de tres días, de esa errancia de tres días aun sabiéndose angustiosamente buscados, la encontraremos casi al final del libro.
En el desenlace del relato, una ligerísima transición maestra nos muestra el potencial narrativo de Tokarczuk y el empleo de los materiales narrativos de una forma pasmosa.
Teoría de la Gran Literatura
Puesta en pie la teoría del viaje, del movimiento, de la errancia, la polaca también despliega su propia teoría de lo que es Gran Literatura, y lo hace mediante la escritura de algunos relatos prodigiosos. Para ello no necesita teorizar acerca de nada, tan solo narrar una historia de forma apabullante. Una de esas historias es la del Festín del Miércoles de Ceniza, acerca de un Errante marino que conduce un ferry; otra es La historia de Philip Verheyen escrita por su discípulo y confidente Willem Van Horssen, en donde una pierna amputada, no un ser humano, ejerce de objeto errante.
Philip Verheyen fue un cirujano y anatomista belga, pródigo en disecciones de cadáveres y padre del descubrimiento del talón de Aquiles en 1693. Pero lo realmente fascinante en toda esta historia que nos narra su discípulo es el problema médico que tortura al anatomista: amputado de una pierna, sufre de dolores en lo que califica miembro fantasma. Es el territorio de la paradoja que tanto gusta a Tokarczuk: el especialista en disecciones carece de una extremidad, un miembro errante que no dejará de doler.
Grabado de Philip Verheyen.
Dentro de estos relatos médicos íntimamente relacionados con la disección y el embalsamamiento, Viajes del doctor Blau, en donde el médico va en busca de la herencia misteriosa del profesor Mole y su técnica de plastinación de cadáveres, es otra muestra del magisterio literario de la premio Nobel. El líquido de conservación, denominado agua estigia, también nos aproxima a la idea de errancia, puesto que otra cosa sino Errantes eran las almas que cruzaban la laguna Estigia en la barca de Caronte.
Los errantes es una novela pródiga en relatos sobre partes del cuerpo. Además de la pierna fantasma de Verheyen y el talón de Aquiles, de la anatomía rellena de paja de Angelo Soliman, de los especímenes sometidos a plastinación, nos topamos con un delicioso relato sobre la introducción secreta del corazón de Chopin en la Polonia por entonces repartida en manos de potencias extranjeras.
Columna de la iglesia de la Santa Cruz en Varsovia, en cuyo interior reposa el corazón de Chopin.
De mucho, y mucho bueno, trata esta novela de Los errantes, y he dejado para el final, de entre otros relatos notables, el que da título al libro, demostración de Gran Literatura de verdad, uno de los mejores textos que he leído en mucho tiempo. Y lo es por la elección del espacio, un Moscú inhóspito e inclemente con el ciudadano de a pie, también por la protagonista, atosigada con los cuidados de un niño enfermo y por un marido nada empático. Ánnushka, al igual que la mujer del relato Kunicki, encontrará en la errancia un bálsamo temporal a su situación. Son tal para cual.
Un día, simplemente, no vuelve a casa, se alía con una mendigo, la errante bientapada, y hace del monumental cefalópodo que es el metro moscovita su hábitat durante un tiempo. De línea en línea, de transbordo en transbordo, de tren en tren y de vagón en vagón, se nos muestra una historia sobre la deshumanización y la búsqueda del sentido que lleva a errar, a mantenerse en movimiento para huir de la desgracia. Una obra maestra que ya justifica por completo todo el libro.
Olga Tokarczuk, premio Nobel de literatura 2018 y autora de Los errantes.
Teorema de los Errantes
La explicación a esta obsesión de Olga Tokarczuk por lo errante, ya sea humano o una parte de la anatomía humana, tras el monumental despliegue literario, culmina en una serie de reflexiones que cristalizan el motivo principal del libro.
Simplemente, el ser humano, a veces, no es capaz de convivir con su dolor porque no lo comprende. Ya lo afirma Verheyen:
“Debemos investigar nuestro propio dolor”.      
Y así lo rubrica la propia narradora-autora con estas palabras tan repletas de sentido en las que demuestra que la errancia separa lo civilizado de la barbarie:
lo volátil, lo móvil, lo ilusorio equivale a lo civilizado. Los bárbaros no viajan, simplemente van directos a su objetivo o hacen incursiones de conquista”.
Ni el mundo, ni el ser que lo habita, son una isla.  Por ello, la errancia nos coloca a salvo de lo que nos atenaza, aterra:
muévete, no dejes de moverte (…) Quién rige los destinos del mundo no tiene poder sobre el movimiento y sabe que nuestro cuerpo al moverse es sagrado, solo escaparás de él mientras te estés moviendo (…) En cuanto te despistes y pares te atraparán sus enormes manos, te convertirán en un monigote (…) Convivirás a diario con el dolor”.
Por supuesto, el escritor es el primero de los Errantes. Y también el primero de los especímenes plastinados:
nos inmortalizaremos mutuamente en hojas de papel, nos plastinaremos, nos sumergiremos en el formaldehído de frases”.
De esta forma, se explica el espíritu viajero y errante de Olga Tokarczuk, también el de la desaparecida mujer de la mujer de Kunicki, y la renuncia al hogar de Ánnushka, que se refugia en el metro de Moscú. Y al fondo de todo ello aparece otro Errante más: nosotros, lectores, que vagamos por el libro y sus párrafos en busca de movimiento. El movimiento que solo consigue la literatura con mayúsculas, la literatura de Olga Tokarczuk.