martes, 30 de junio de 2020

Zorro-Dubravka Ugrešić

*Esta crítica apareció orignalmente en achtungmag.com:


Zorro de Dubravka Ugrešić: reivindicación del escritor de clase económica


Zorro, de la croata Dubravka Ugrešić y publicado por Impedimenta, es un artilugio literario seductor. Atiende a multitud de facetas relacionadas con los libros y la literatura, incluso analiza el mercado editorial y la función de los escritores, de antes y de ahora, pero, sobre todo, entre autoficción, biografía e investigación filológica, nos impone el irrefrenable deseo de la autora por mostrarnos como se crean los cuentos. Para ello, Ugrešić escribe un trampantojo por donde desfilan pedazos de libros y retazos de las vidas de Boris Pilniak o Vladimir Nabokov, junto a biografías de autores casi desconocidos y perdidos y personajes que lograron ser una nota a pie de página en la historia de la literatura. En el trasfondo, el terrible conflicto de la antigua Yugoslavia, los croatas, los serbios… y una visión narrativa del mundo en el que vivimos en donde el misterio de la creación de relatos, ese cómo se crean los cuentos, puede ayudarnos: veamos el horror de nuestro mundo con los ojos de un niño. Creemos cuentos y, tal vez así, nuestra vida sea mejor.

Tal es la atractiva propuesta de esta autora, figura capital de las letras croatas con un puesto bien ganado gracias a textos como El museo de la rendición incondicional o El ministerio del dolor. Estamos, por tanto, ante una autora de reconocido recorrido, que además se ha significado a la hora de tomar la voz de la guerra y del exilio causados por las guerras en la antigua Yugoslavia, y que le granjearon la enemistad de muchos compatriotas.

Por ello, una escritora de este nivel puede plantearse un libro partiendo de una única y absorbente premisa: ¿cómo se crean los cuentos?, que es lo mismo que tratar de analizar los mecanismos de la ficción. Desde aquí, Dubravka Ugrešić pone en marcha una narrativa autoficcional que tiene mucho de tratado de literatura comparada. El resultado es un libro inclasificable y, por eso, fascinante.
La idea de buscar las fuentes originales, aquellas de las que se alimenta la ficción, de entrada, ya nos anuncia una lectura exigente en algo que no puede entenderse como una novela al uso. Pero ¿quién desea a estas alturas otra novela al uso? Zorro destila un gota a gota emanado de las notas a pie, es decir, de aquello que sucede en la literatura con letra pequeña, pero que atañe directamente a la letra mayúscula, es decir, a la obra maestra.
El empeño de la autora en fijar una lente de aumento sobre los instantes en los que se generaba literatura mientras todos miraban hacia otro lado, permite que desgarre el papel de la ficción para alcanzar más allá de la mirada convencional de los lectores de libros.
Cuando todos, lectores y crítica, observaban fijamente a Nabokov, a su lado se estaba desarrollando una historia de esas de letra diminuta, que se agiganta con el análisis de Dubravka Ugrešić. Porque la historia que nos muestra acerca de Nabokov es la historia de Dorothy Leuthold, una especie de chofer y secretaria accidental del escritor, bautizada por la autora como Little Miss Footnote (Pequeña señorita Nota al pie de Página).
A pesar de ser solo eso en la historia literaria de Nabokov, una nota a pie de página, esa mujer quizás haya resultado mucho más importante para su literatura. En efecto, Ugrešić nos cuenta la historia de Nabokov y esta mujer, pero además añade la de Nabokov y su pasión por las mariposas, relatando un suceso cargado de alto voltaje sexual, justo cuando una mariposa se detiene sobre el pubis de Dorothy Leuthold. ¿Qué hacía la mujer con la falda levantada mientras buscaban mariposas en el fondo de un cañón rocoso? Para más información sobre el acontecimiento, os remito al libro.
Nabokov y Pilniak, muy presentes en Zorro:


De modo que así se escribe la literatura, partiendo de sucesos nimios, como nimio parece el escritor japonés Tagaki. Pero, al igual que la mariposa sobre el pubis, que se magnifica por obra de la presencia de NabokovTagaki adquiere tintes gigantescos gracias a la atención que le depara otro titán de las letras rusas: Boris Pilniak. Y esta historia es el corazón de libro de Ugrešić dado que, producto de la investigación de Pilniak sobre el autor japonés, publicó en 1926 un pequeño escrito de apenas diez páginas titulado Un cuento sobre cómo se crean los cuentos. Y de aquí, además, el nombre del libro: Zorro.
¿Por qué Zorro? Durante su visita a Kobe un guía condujo a Pilniak hasta el templo del zorro:
El zorro es el dios de la astucia y de la traición (…) El zorro es el dios de los escritores”.
Pilniak redacta estas impresiones tras visitar el templo. Efectivamente, su olfato de fino estilista ha sabido captar muy bien la analogía. El escritor, los escritores, somos como los zorros; siempre astutos y mentirosos, vendiendo nuestras historias, nuestras ficciones, que los lectores engullen creyéndolas a pies juntillas gracias a ese maravilloso pacto ficcional en donde se suspende la incredulidad ante el poderoso influjo de la literatura. Somos el lobo, o el zorro si lo prefieren, que engaña a la Caperucita Roja que es nuestro lector. Si sabemos hacerlo bien, una y otra vez acabara en la casa de la abuelita, que es nuestra narración.
Nabokov durante una de sus búsquedas de mariposas.
Pero a la autora de Zorro le preocupan también esa multitud de ideas, incluso de obras comenzadas y que se trabajan pero se abandonan, todas esas historias que no llegan a cristalizar en el proyecto literario del autor, pero que sin ellas las que obtienen éxito no existirían:
 “Muchas historias en la vida de un escritor  terminan como litopediones, como embriones narrativos”.
Y son, precisamente, estas historias que se quedan varadas en el limbo narrativo las que vienen a demostrarnos una inquietante verdad:
Todos somos notas a pie de página”.
Y lo somos en tanto en cuanto que somos susceptibles de ser, en uno u otro momento, material narrativo que, por las cuestiones que sea, se terminó abandonando. Es decir, somos producto del olvido de alguien por cuya vida hemos pasado de forma nebulosa. Todos llevamos en nuestro interior el personaje protagonista de una gran novela que al final forma parte de un lado del decorado, tal vez disfrazado de árbol. Hay que preguntarse urgentemente algo: ¿Qué nos diferencia de ser personajes literarios?, ¿qué nos hace poseer la conciencia de que somos reales? Eso lo dejaremos para Unamuno.
El filósofo y politólogo (entre otros adjetivos) Isahia Berlin también aparece en Zorro, y lo hace gracias a su peculiar división de los escritores en dos grupos zoológicos: erizos y zorros. Erizos son aquellos que escriben y piensan desde la comodidad de una única idea, y los zorros prefieren reunir diferentes ideas producto de experiencias variadas. ¿Unos son homogéneos y otros heterogéneos? Tal vez. ¿Unos son peores que otros? En absoluto.
Isahia Berlin y su peculiar división de escritores en erizos y zorros.
Porque los erizos saben una sola cosa, pero de importancia capital, y los zorros abarcan una gran variedad, pero quizás no de asuntos tan importantes… Erizos son PlatónLucrecioDantePascalHegelDostoievskiNietzscheIbsen, Proust… El escuadrón de zorros que se muestra incapacitado para el reduccionismo del mundo a una idea exclusiva se nutre de ilustres como HeródotoAristótelesErasmoShakespeareMontaigneMolièreGoethePushkinBalzacJoyce… Y vosotros, escritores que me leéis ahora, ¿Qué sois, erizos o zorros? Daos un tiempo. Yo he contestado que soy zorro a tontas y a locas. Ahora lo pienso dos veces y no lo tengo tan claro. Por cierto, para Dubravka Ugrešić el escritor Boris Pilniak era un zorro.
La taxonomía zoológica continúa en el libro de Ugrešić como una brillante forma de entender la literatura. Peculiar e inteligente es la siguiente división que establece entre los escritores y los estudiosos de la literatura:
La literatura universal puede compararse con una ballena a la que (…) se adhieren los peces llamados limpiadores o rémora. Estos peces rémora se pegan al cuerpo de la ballena y succionan los parásitos de su piel. Utilizan a la ballena como fuente de alimentación, de protección y medio de transporte. Si no existieran los peces rémora, los parásitos  colonizarían el cuerpo del cetáceo y se corrompería. Yo no me hago ilusiones acerca de mi propio talento literario. Soy un pez limpiador de la literatura. Mi misión es ocuparme de la salud de la ballena”.
Pero hay otros parásitos en este enorme cetáceo literario que son mucho más letales y no cumplen con la función sanitaria: las parejas de los escritores. En Zorro se nos habla de una relación casi vampírica:
La más famosa entre nosotros era la viuda de un escritor mundialmente célebre, exiliado, que había muerto hacía mucho tiempo, pero del cual se había empezado a hablar como de un gran escritor hacía relativamente poco”.
La autora analiza el proceso de comercialización del legado y de la memoria de un autor, otra forma de crear una historia, un cuento se podría decir, manejado en manos de otros:
Ese es nuestro tiempo moderno: el tiempo de la supervivencia. La vida se ha convertido en un lujo, y la literatura todavía más”.
Ugrešić analiza esta forma de erigir un mito y pasa a criticar los resortes que alimentan la literatura de hoy en día, esa literatura que es un lujo:
Los escritores hoy ya no molestan al público con lecturas, sino que llevan a cabo una suerte de espectáculo. El público, cuyos estándares receptivos se han educado con la televisión e internet, es literariamente cada vez más analfabeto y busca un entretenimiento rápido e inequívoco”.
Porque hoy en día la profesión de escritor se tambalea ante este tipo de concepciones y mercadeo:
La vida literaria solo es emocionante mientras uno está sentado a la mesa de trabajo, entre cuatro paredes. Todo lo demás produce sensación de fracaso, humano y profesional, si es que se puede llamar profesión a la escritura seria (…) Cuantos menos motivos reales para la fama, más calificada se considera una persona para entrar en la órbita de los famosos. Porque el público es el que establece los criterios, no nosotros”.
Ante ese panorama demoledor no puedo dejar de traer este artículo que ya escribí hace tiempo:
De esta forma hemos accedido a una era de la mediocridad:
la primera y la más importante es la batalla contra la mediocridad (…) La mediocridad es el principio fundamental de cualquier actividad artística. No hay industria que se sostenga solo en la excelencia y al mismo tiempo resulte exitosa”.
Como vemos, el libro Zorro es mucho más que una mera búsqueda de cómo se crean los cuentos, también nos habla de la forma en que se pervierte la literatura y la indefensión de los autores de calidad. La vida se ha reducido a unos tuits, y es ahí en donde el autor debe tomar su decisión más importante: o creemos que la inadaptación y la falta de idoneidad son errores del sistema, o entendemos que el valor literario es cuestión de tener un buen lobby. El objetivo final es contar con el mayor número de simpatizantes posibles.
Dubravka Ugrešić, la autora del magnífico Zorro.
¿Qué significa esto? Es lo que, durante la entrega del Premio literario Amazon, uno de los presentes argumentó como algo definitivo para el éxito de un novelista online, conseguir una adecuada masa crítica de seguidores. ¿Es esto literatura? No, es algo mucho peor. Lo que denomino vida literaria. Esa que corrompe las virtudes del autor y lo convierten en un mamarracho obsesionado por el numero de seguidores y los likes… Algo que exigen muchas editoriales para poder publicar, una pescadilla venenosa que se mordisquea la cola.
Lúcida Dubravka Ugrešić, desde luego, que también reflexiona sobre el papel del escritor en la cadena de producción editorial, y coincide en aquello que tantas veces he mantenido. Para los grandes grupos el autor es lo de menos. Afortunadamente, todavía quedan editoriales (suelen ser las independientes) que entienden el lugar del escritor como un lugar privilegiado, y no como se nos asegura en el libro:
Todos los que viven de la literatura y a costa de ella, y todos los que están cínicamente convencidos de que, en toda esta cadena, el puesto del autor es el más bajo. Tienen razón: en toda esta cadena, el puesto del autor es el más bajo”.
Son palabras que desmoralizan, agrias, vertidas por una autora cansada o desengañada por una realidad en donde:
cada vez es más frecuente la práctica de que los honorarios no lleguen a la cuenta del escritor, y también es más frecuente la posibilidad de que el escritor de clase económica desista porque luchar por un honorario más o menos digno tiene sentido, pero luchar por una propina no lo tiene”.
¿Os suena? A mí sí, desde luego. He atravesado durante años por un desierto con cinco novelas publicadas que jamás rindieron rédito. Unas migajas inaceptables y mentirosas que aparecían en liquidaciones que sistemáticamente me he negado a aceptar. Por eso, hay que decir bien alto que editoriales como la que publica a Dubravka UgrešićImpedimenta, o la que afortunadamente me edita ahora, Ediciones del Subsuelo, consideran al autor como su bien principal y más valioso. Esto es un milagro dentro del panorama editorial depauperado.
Enrique Redel, a la cabeza de Impedimenta, con sus tesoros: los libros que edita.
El concepto que acuña Dubravka Ugrešić de escritor de clase económica no puede ser más acertado. Somos todos los que hemos luchado, y luchamos, por dejar un obra. El escritor top-class se limita a bramar sus estúpidas invectivas desde las columnas de los periódicos, a publicar sus bazofias en grandes grupos y a mirarse al ombligo. Con el paso de los años se diluirán en el anonimato del feroz mercado de novedades, pero Zorro seguirá ocupando su lugar en los anaqueles. Esto es literatura.
Dubravka Ugrešić en Zorro está firmemente apegada a la realidad, a esa realidad literaria en donde muchos editores serían felices si existiera una literatura sin autores. Así todo sería más sencillo, incluso para los lectores de infra literatura. Por eso, que Impedimenta, con Enrique Redel a la cabeza, cuide sus libros, se preocupe por privilegiar a sus traductores, ofrezca un catálogo de calidad (lo que implica un enorme riesgo) y publique textos como este Zorro, nos reconcilia con la idea de que escribir todavía merece la pena.
Estas reflexiones, y otras muchas, se desprenden del magnífico libro de Dubravka Ugrešić: mucho más que una novela o un tratado sobre literatura. Un análisis sobre el arte de escribir en la era de la crisis de las humanidades, bajo el imperio del analfabetismo digital. Una actividad de riesgo que siempre se verá recompensada con libros como este.

viernes, 26 de junio de 2020

Contra Florencia-Mario Colleoni

*Esta crítica apareció orignalmente en achtungmag:
https://www.achtungmag.com/contra-florencia-de-mario-colleoni-entender-la-mirada-como-forma-de-arte/

Contra Florencia de Mario Colleoni: entender la mirada como forma de arte

Aunque he estado varias veces en Florencia, tras leer el libro de Mario Colleoni publicado por La línea del horizonte, de significativo título, Contra Florencia, tengo la sensación de no haber viajado nunca hasta allí. Porque el libro de Colleoni es una deliciosa miniatura de cómo debe verse la ciudad si vamos hasta ella provistos de ojos que ven, no con el palo de selfie (algo que siempre he odiado, que conste); una propuesta de la forma en la puede conseguirse una comprensión del arte mucho más próxima a lo stendhaliano, alejándonos de lo warholiano. En otras palabras, a través de la écfrasis de cenáculos y refectorios, de Madonnas y Palacios, con paseos por la Vía Cavour, con el recuerdo de Donatello o Brunelleschi, con la recuperación del escritor Giovanni Papini, de la autora Vernon Lee y de Manzoni y Leopardi, podemos comprender el mensaje de Colleoni en este libro: la belleza se encuentra en nuestra mirada pausada y serena, una mirada que escucha, que se sobrepone al imperio de lo turístico que devora y se alimenta de pasadismo. La mejor forma de capturar la belleza florentina es sentarnos en un banco y contemplar lo que acontece alrededor: verlo. Y no es necesario que ese banco se ubique en Florencia, puede estar en cualquier lugar, y esa es la grandeza de la propuesta de Colleoni. De hecho, hoy Florencia está aquí, en Achtung!


Colleoni nos lanza un anzuelo bien provisto de cebo en el primer capítulo del libro, para engancharnos desde el inicio: el robo de la Gioconda que impunemente había realizado Vincenzo Peruggia y la rocambolesca historia de la recuperación del cuadro. Después de ofrecernos este delicioso antipasto, el autor se centra en aquello que más le gusta, y que hace a las mil maravillas: hablarnos de arte.
Vincenzo Peruggia, el ladrón de la Gioconda, y el hueco que dejó en la pared del museo del Louvre:


Y esa comunicación de Colleoni con el arte, desde el principio, se establece mediante la mirada y la écfrasis, y que mejor forma de adentrarnos en lo florido de su visión con las descripciones de tres obras maestras del trecento florentino que se pueden contemplar en una sala de la Galería de los Uffizi. Se tratan de tres Madonnas: la Madonna Rucellai de Duccio, la Maestá di Santa Trinitá de Cimabue y la Madonna Ognissanti de Giotto. Estamos ante un ejercicio de pintura comparada.
Las tres Madonnas que menciona Colleoni. Cimabue, Duccio y Giotto:



¿Por qué estas tres Madonnas? Se trata de una reivindicación de la apreciación del arte con calma. Colleoni ya nos advierte que el agobiado turista que se interna en los Ufizzi es muy posible que no repare en estas maravillas:
Se trata de tres pinturas colosales que la mayoría de la gente contempla porque no tiene más remedio: es lo primero que encuentra nada más entrar al museo (…) Es recomendable asegurarse de que las prisas, una excesiva confianza ciega en nuestra ignorancia o el exiguo circuito ofrecido por las guías turísticas no consigan privarnos de un milagro que aquí, a la vista de todos, dormita ante cientos de cámaras fotográficas que son capaces de mirar mucho, pero de no ver nada”.
De eso se trata, y de ello trata el libro Contra Florencia; de algo tan simple, en apariencia, y tan complejo en este siglo XXI, como es mirar y ver. Porque:
atención y paciencia es lo único que necesitamos”.
Atención y paciencia es lo que hemos extraviado (¿casi por completo?) en esta actualidad infame que se rige por la imperante ley del aquí y del ahora. Y también por la ceguera provocada por el ansia de llegar cuanto antes para realizar las fotos del Díptico del duque de Urbino de Piero della Francesca o, por encima de todo, El nacimiento de Venus de Boticelli La Anunciación de Leonardo da Vinci; en el arte también hay una primera y una segunda división, injustas. Injustísimas. Sometidas a una ley que es como un bacilo infeccioso:
Una bacteria que está engullendo todo lo hermoso que nos queda en el mundo, que no es otra cosa que el turismo de masas”.
Y más adelante, el autor nos hace reflexionar con una afirmación apocalíptica, pero exacta, acerca de nuestra actual forma de ver la vida y que está aniquilando:
ese noble animal de tres cabezas que nos constituye como seres humanos, la memoria, que no es otra cosa que la belleza, el arte y la cultura”.
El recorrido de la mirada de Colleoni por las tres tablas de las Madonnas consigue que se funda con nuestra propia vista. Podemos asomarnos, desde las líneas de la escritura, a los resortes utilizados por estos maestros para imprimir una nueva mentalidad en el arte y, por ende, en el hombre del Renacimiento. La atención que dedica a la mano izquierda de la Virgen en la Maestá de Cimabue es crucial. Una mano que acaricia al niño, una mano humana en una divinidad, dotada de un sentimiento revelador, producto de una atención intensa hacia la obra de arte que necesita comunicarnos un mensaje trascendente.
La ciudad de Florencia al atardecer.

Esta idea de trascendencia, de un nuevo estilo que alumbra el Renacimiento, quizás sea la que convierte al prodigio artístico en humano. Se establece una comunicación doble: comprendemos lo que el cuadro quiere decirnos y, a la vez, le otorgamos la condición de obra de arte al sentir que su contemplación nos ha transformado: ya nos nunca seremos los mismos después de haberlo copiado en nuestra retina, en nuestra memoria.
Mario Colleoni, autor de Contra Florencia.

Y si se trata de hablar de artistas trascendentes (o que trascendieron), Colleoni no puede dejar de fijarse largamente en un tándem prodigioso: Brunelleschi y Donatello. Figuras tan determinantes que ambos:
bombearían el corazón del Renacimiento”.
Y para comprender su importancia, Colleoni no escatima palabras para definirlos tal y como su importancia merece:
Si alguien definiera el Renacimiento como la naturalización de la vida y la conquista del movimiento, Brunelleschi y Donatello serían la más alta cumbre de esa Edad de Oro. Una  primavera —la prima che verrá— que no solo fue la primera del mundo moderno tal y como lo conocemos, sino que no se ha vuelto a repetir jamás”.
Brunelleschi y Donatello:


Una primavera que nosotros nos hemos encargado de marchitar con empeño y encono, y no me refiero a lo meramente ambiental y climático (que también) sino a lo humanista. Se han necesitado poco más de cinco siglos para arruinar todo aquello que se fraguó entonces. El siglo XX, concretamente, marca un antes y un después para desencadenar la crisis ontológica en la que vivimos.
Una crisis cuyo epicentro se encuentra en la Segunda Guerra Mundial y en el cambio de paradigma de la interpretación del arte tras la contienda y las masacres, después de Auschwitz. Lo he comentado ya en muchas ocasiones, en multitud de reseñas y estudios críticos. La máxima de Adorno sobre la imposibilidad de elaborar poesía después de Auschwitz entendida como la necesidad de una reinterpretación de la búsqueda de belleza tras el espanto.
Desde entonces, hemos necesitado una nueva hermenéutica para el arte. Ya nada puede volver a ser lo mismo desde aquellas matanzas. Por ello, aunque la mera idea de Auschwitz nos quede lejos —ahora que se acaban de conmemorar los 75 años de la liberación del campo—, y para las nuevas generaciones de jóvenes casi sea ignorada, somos hijos artísticos de aquello. El espíritu humano destruyó todo lo bueno que durante siglos había podido crear, se deshizo de lo que pudo haber sido, convirtiéndose en la civilización animal e insensible, copia de copias, abúlica e indiferente a cualquier interés por unas humanidades que se han mostrado en quiebra.
De esa forma, en un intento de recuperar un pedazo de lo que ese ser humano como utopía prometía, muchos se alimentan del mal del pasadismo, como Colleoni lo denomina en su libro, tomándolo del escritor Giovanni Papini. El pasadismo se ha convertido en el combustible fundamental de los tour operadores, de los paquetes de viajes que incluyen visitas a Cracovia, a monumentos, a rescoldos de brillante belleza, deslizando la visita hasta Auschwitz como si de una atracción más se tratase: el parque temático del pasadismo, del selfie sonriente tomado bajo el letrero de Arbeit Macht Frei, del desprecio tecnológico por el dolor y el sufrimiento, ensuciando la obra de Donatello Brunelleschi, el pensamiento neoplatónico de Ficino o el humanismo de Erasmo.
Esta idea del hombre como una utopía que se ha tornado en distopía nos la ofrece, de una forma brillante y compleja, el escritor francés Michel Houellebecq en un desarrollo que abarca toda su obra. En este artículo ya lo argumentaba a todos los achtungers!:
Y al respecto de Auschwitz, como una quiebra de nuestra humanidad, la importancia de su memoria, y su impacto:
Fue el poeta polaco Tadeusz Rozewicz quién, ante los horrores vividos, se planteó una nueva forma de hacer poesía después de Auschwitz, tal y como afirma en un poema:
En casa una tarea
me aguardaba:
crear poesía después de Auschwitz”.
Aquella nueva manera solo puede desarrollarse entendiendo la máxima de Adorno, no en la imposibilidad de hacer poesía, sino en la necesidad de hacerla de otra manera. Así, Rozewicz, creó una forma distinta para poetizar desde el espanto. Ascético, sin metáforas, imágenes ni rima, volteando por completo lo que la poesía polaca era hasta la fecha e influyendo en el resto de los poetas que vendrían.
El poeta polaco Tadeusz Rozewicz.
De igual manera, necesitamos una nueva visión del arte que hemos corrompido con nuestros tics de siglo XXI. Y esa forma es un retorno al efecto clásico que una obra causa en aquellos que la contemplan, y que nos lleva a formularnos las necesarias preguntas que enuncia Colleoni:
“¿Qué lugar puede ocupar una persona, un individuo, en la gran historia del mundo? ¿Qué somos frente a la historia que se guarece en los libros? ¿Cuál es nuestro tamaño en el inmerso curso de la vida?”.
Son las preguntas que nos obliga a formular el arte, la literatura, las grandes obras que nos revuelven, que nos causan un cierto malestar al comprobar la certeza de nuestra ruina. Por eso, el libro de Colleoni es una lucha, una batalla que reivindica la pureza de lo artístico y huye de la idea del parque temático de la Historia:
Florencia no es una atracción pintoresca ni un destino turístico, que no es una hermosa postal de la Piazza del Duomo, ni una fotografía de la copia del David de Miguel Ángel alojado en el arengario de la Signoria, ni otra del Perseo de Cellini o del Rapto de las sabinas de Giambologna en la Loggia dei Lanzi; ni tan siquiera el patrimonio artístico que hay en sus museos”.
Florencia, ese sueño de piedra con nombre de ciudad, tal y como la define, logró algo prodigioso por medio de Brunelleschi:
ha hecho que Dios y el hombre se den la mano”.
¿Cuándo nos soltamos de esa mano de Dios? ¿Cuándo nos hicimos insensibles y huérfanos entre fotografías, réplicas y postales? Resulta esclarecedora esta reflexión de Colleoni que encontramos en las páginas de su libro:
La fotografía moderna es a la pintura lo que la ciencia es al mito: un burdo reflejo de nuestra derrota como seres humanos, insatisfechos y sedientos de una realidad cada vez mayor, que nos ha hecho olvidar lo más importante: el sentido de lo que vemos y no lo que vemos en sí”.
Ya lo afirmó Walter Benjamin en La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica, del año 1936. La reproducción mecánica de la obra de arte termina por alienarla a nuestros ojos hasta arrebatarle el aura. Atrofiada, se nos convierte en la imagen de un muñón sin vida.  Porque tal y como asegura Colleoni:
la vida de una obra de arte no depende de ella misma, sino del modo en que nosotros nos aproximamos a ella”.
Es decir, la obra de arte depende de la forma en que percibimos todo el brillo benéfico de su aura. En mi artículo de Achtung! titulado Editoriales que aman a sus lectores: capitalismo cultural y pérdida de aura, me extiendo sobre la idea anterior, y abordo algunas editoriales que ofrecen un valor añadido a sus lectores: libros con aura. Evidentemente, La línea del horizonte que publica en ensayo Contra Florencia de Colleoni, es una de ellas. Os dejo enlace a ese artículo:
   Walter Benjamin.
Somos seres humanos derrotados, en efecto… ¿Pero tenemos posibilidad de redención? Tal vez lo consigamos si logramos comprender el enorme calado de estas palabras del autor cuando se refiere al refectorio de la iglesia de Ognissanti, en donde resulta abrumadora la belleza de La última cena de Domenico Ghirlandaio:
Es el milagro de la vida sobre un muro pintado al fresco”.
La última cena de Domenico Ghirlandaio.
 Si entendemos, de nuevo, o aprendemos otra vez el efecto del arte sobre nuestras conciencias recuperaremos una parte de nuestra humanidad, también de nuestra vulnerabilidad renacentista, esa que jamás debimos olvidar, porque contemplar una obra de arte con aura es:
caer en la desgracia y saber que ya nada puede ser igual; que el ser humano ya alcanzado su máximo grado de elegancia y sutileza; y comprender que la belleza nunca es inocente porque la razón por la que nos conmueve, es la misma por la que nos hiere”.
Fuera corazas e imposturas. Necesitamos ser heridos de nuevo. Queremos volvernos desgraciados en la belleza.
Por ese motivo, en un libro sobre el arte florentino como es el de Colleoni, aparecen un puñado de escritores con evidente aura: además de las menciones a Leopardi y RilkeAlessandro Manzoni o Ugo Foscolo, imprescindibles, se reivindican las figuras de la autora Vernon Lee y Giovanni PapiniPapini, escritor florentino, ya definía la ciudad de la siguiente manera:
Si Florencia ha sido cuna de la cultura, ahora es una de las más parasitarias tumbas del arte”.
Papini es el artífice de la idea del pasadismo al que me refería antes. Este pasadismo se alimenta de lo que Colleoni califica como:
Era del Simulacro Imitativo sin solución de continuidad, lo original no nos suscita ningún asombro”.
Somos hombres del siglo XXI heridos de muerte: hemos perdido nuestra capacidad de asombro. Por ello, es tan importante la reivindicación de Colleoni, que manifiesta el arrobo que debemos sentir ante la belleza de lo artístico, que no solo nos vuelve más humanos, sino inmortales:
Aquí quiero morir, me dije, porque quiero vivir para siempre”.
Vernon Lee y Giovanni Papini:


En un libro tan lleno de aciertos como el ejemplo anterior, no puede pasar desapercibida la enconada defensa de los libros y de la literatura. Debemos:
entender los libros y la cultura como herramientas de combate (…) En la lectura se fabrica nuestra sensibilidad hacia el mundo y con la  cultura se construye la arquitectura del alma humana. Los libros no cambian la realidad pero sí a quienes los leen (…) nos hace más humanos”.
Es el concepto de la literatura como defensa ante las ofensas de la vida, función primordial de cualquier arte que se precie. En este enlace os dejo un artículo en donde argumenté en profundidad esta idea determinante:
La reflexión que arma Colleoni mediante las visiones florentinas está repleta de ideas brillantes y aciertos reflexivos. Cuando he dicho, en la entradilla, que hoy Florencia se encontraba aquí, en este texto de Achtung! y en el salón, la tableta, el ordenador, o el lugar en donde los achtungers! me estén leyendo, tal vez en el autobús o en el metro, me refería a este aspecto decisivo desarrollado en el libro:
Yo me pregunto, rebobinando el metraje de esta epopeya de la memoria, de qué no es capaz la cultura si yo, después de todo, sentado como estoy ahora en un banco de piedra, he podido viajar en el tiempo para recordar que aquí, separados por doscientos años, en una pequeña plaza donde nadie se detiene, la vida un día tuvo sentido”.
Hagamos como Colleoni, busquemos esa plaza, ese banco, y contemplemos una nueva realidad en donde la vida, alimentada por lecturas como este Contra Florencia, nos devuelva a los días en que nuestra vida tuvo un sentido.

jueves, 25 de junio de 2020

Borges invisible-Claudia Capel

*Esta crítica apareció, originalmente, en achtungmag:
https://www.achtungmag.com/borges-invisible-de-claudia-capel-tigres-y-ruisenores-para-un-borges-lirico/

Borges invisible de Claudia Capel: tigres y ruiseñores para un Borges lírico

Es Borges invisible de Claudia Capel y publicado por El desvelo ediciones, una original manera de aproximarse a ese Borges poeta que, en ocasiones, no ha sido bien entendido. En efecto, ese Borges invisible, al que se refiere la autora de este extenso y bien documentado ensayo, es el Borges poeta, el Borges original que trasvasará sus ideas desde la poesía para utilizarlas como temas en sus relatos. Pero no podemos quedarnos solo en esto; Borges invisible explora la naturaleza lírica de un escritor que se sintió poeta por encima de todo —como le ocurrió a Cervantes, a Bukowski, a Handke…—, pero que se ganó la inmortalidad con su narrativa; me atrevería a decir, tras la lectura del ensayo, que muy a pesar suyo. Hoy, en este Odradek prenavideño de los viernes de Achtung!, un talento descomunal como Borges analizado con la delicadeza y la profundidad de Claudia Capel.

Así es, Claudia Capel sigue con fidelidad el rastro borgiano y recorre todos los libros de poesía del argentino, también sus obras narrativas, para presentarnos una selección lírica muy pertinente que ayuda a ilustrar cada fase y cada momento vital de ese otro Borgesel invisible, el de corazón de poeta; un Borges emboscado que late en sus cuentos, que firma extraordinarios poemarios, y que se sabe aplastado por el peso de su genialidad.

Porque con Borges nos encontramos ante un coloso de las letras que ha sido estudiado, observado y diseccionado desde todas las perspectivas. Sin embargo, la autora del ensayo ha sabido percatarse de que es en la poesía donde se fragua toda la magnitud del autor, que se proyecta al resto de su obra, la narrativa, esa que alcanzará la celebridad mundial desde esa particular visión literaria del poeta privado e incomprendido.
Aunque no tan privado, desde luego, porque como un hito queda ya su primer libro, Fervor de Buenos Aires, de 1923, pilar de la biografía poética del invisible. Entre este hito y Los conjurados, de 1985, un total de 13 poemarios aplastados, en cierto modo, por sus colecciones de relatos tales como FiccionesEl AlephHistoria universal de la infamia o El libro de arena: demasiado talento narrativo para poder entablar un combate justo y equilibrado con sus poemas, un género ya de por sí minoritario, subversivo, encubierto, clandestino.

Claudia Capel trata de fijar la aparición del Borges invisible, el del talento poético, en función del glorioso momento de la epifanía, cuando un escritor se descubre a sí mismo como versificador, en lugar de prosificador:
El nacimiento de un poeta no coincide con la fecha biográfica, ocurre en el momento de la revelación lírica”.
Esta revelación, en Borges, y si podemos creernos algo de lo que afirma este gran mixtificador (tremendo trabajo el de biografiar a Borges, una batalla para separar las ficciones de los guiños metaliterarios, las realidades de las trampas) se produce cuando su padre le recita Oda a un ruiseñor de Keats. Entonces, algo se enciende en el interior del niño, le alcanza la revelación y, tal y como afirma la autora, Borges empieza a vivir aquella que será:
 “la vida invisible del poeta”.
El ruiseñor será, desde entonces, un gran símbolo que aparecerá en sus poemas:
El ruiseñor es el símbolo de la voz íntima, de la palabra individual (única), la presencia de la poesía en el corazón y en el ambiente del alma. También es la voz del tiempo lírico entre penumbra y alba, cuando el poeta recibe mensajes entre la vigilia y los sueños”.
Símbolos, porque Claudia Capel se toma el esfuerzo de aproximarnos a los símbolos, complejos y muchas veces ininteligibles para los profanos, que inundan la poesía de Borges. Además del ruiseñor, nos descubre a los tigres y los espejos, el ajedrez y el laberinto, la parra de uva, el eucalipto, el mar, la sangre…, en un ejercicio de crítica textual que no solo ilustra con los poemas del argentino, además se toma la molestia de analizar diferentes paratextos para completar la visión del invisible. Pero ninguno de los símbolos es como este ruiseñor que se ha convertido:
en el símbolo de su vida invisible”.
Es decir, el ruiseñor encarna la poesía, el sentir y la forma de entender la vida desde la lírica borgiana: el ruiseñor es la flor azul de Novalis, el pájaro, también azul, de Bukowski.
John Keats, poeta británico que falleció muy joven víctima de la tuberculosis y que provocó la epifanía poética en el Borges niño.

Un botín lírico que se enriquecerá con su estancia en España, muy particularmente en la Sevilla ultraísta de 1919. Y allí, entre las figuras del momento, se eleva con el poderío de un talento privilegiado, uno de los grandes maestros de Borges, el extraordinario Cansinos Assens. En palabras de Borges, un hombre que:
vivía exclusivamente para la literatura, sin pensar en el dinero o la fama”.
La relación de Borges con Cansinos será fundamental a la hora de conformar una parte del imaginario poético. Para Borges:
Cansinos simboliza la biblioteca sin fin, la cultura infinita”.
Además, otro escritor argentino, Leopoldo Lugones, ejercerá una profunda fascinación en Borges, en especial su poemario Lunario sentimental del año 1909, en donde aúna la agonía de las formas modernistas con el adelanto de los fuegos artificiales e hipnóticos de las vanguardias. Todo ello, como acicate para que el invisible se haga visible en ese mítico Fervor de Buenos Aires, necesita unas gotas de admiración por el poeta norteamericano Walt Whitman y el magnetismo del autor bonaerense Macedonio Fernández, porque:
la escuela de un poeta, si existe alguna, son los maestros que encuentra en el camino, en el azar lírico de la vida, en el asombro que las palabras de un poeta causan en otro”.
Walt Withman y Rafael Cansinos Assens:


Los tres primeros libros de poesía de Borges, junto al ya mencionado Fervor de Buenos Aires hay que sumar Luna de enfrente (1925) —en donde más se aprecia la influencia del Lunario sentimental de Lugones, pero también de Manuel Machado— y Cuaderno San Martín (1929), son trabajos:
en torno a un tema, a un ambiente emotivo, la ciudad íntima, la patria personal, el cuaderno poético (…) son diarios de un viaje interior”.

Buenos Aires sostiene las poesías con una presencia abrumadora, prefigurada en Fervor de Buenos Aires, el absoluto alfa de esta encarnación del Borges poeta: 300 ejemplares y un grabado en la tapa que es obra de su hermana. Así se escribe la historia de la mejor literatura, de este poemario indispensable y fundacional que:
Es el viaje interior hacia los símbolos”.
Por tanto, vista la afirmación de Claudia Capel, estamos ante un texto absolutamente clave en el imaginario borgiano. Encontramos, así, una génesis poética de lo que serán después sus relatos maestros. Por ejemplo, la autora del ensayo establece una luminosa comparación correlativa entre el poema Resplador-Aftergow y el cuento Las ruinas circulares.
Leopoldo Lugones y Macedonio Fernández:


Borges escribe y reescribe, varía, altera las versiones de los poemas, nunca se encuentra satisfecho, y manifiesta aquello que tantos escritores defendemos, en lo que creemos:
siento que durante toda mi vida he estado reescribiendo un único libro”.
Sorprende que, tras esta primera trilogía poética, Borges opte por un silencio lírico de 30 años, plenos, eso sí, de triunfos narrativos, en donde el invisible se hace más imperceptible que nunca, diluido entre las sombras de Tlön, Uqbar, Orbis Tertius, extraviado en El jardín de los senderos que se bifurcan, fascinado ante la contemplación del Aleph en el sotanillo de la calle Garay, con la ausencia de Beatriz Viterbo en el corazón. Claudia Capel nos ofrece una explicación ante el mutismo:
Después de Cuaderno San Martín, Borges se aleja de la poesía visible y trabaja su lenguaje hacia la prosa, emprende la tarea más difícil para un poeta, narrar sin que la lírica se apodere del relato, conseguir el misterioso lujo de engañar al poeta para escribir un cuento. El alto riesgo es que la poesía no vuelva. Los poetas que intentan el relato, la novela, la escritura narrativa, no logran bifurcarse. Son buenos poetas que escriben malas novelas o narradores que abandonan la poesía para destacarse como autores en prosa. Es muy difícil bifurcarse en prosa sin matar al poeta”.
Pero, afortunadamente, después de tanto tiempo transcurrido, Borges retorna a sus primeros libros de poesía mediante correcciones, actualizaciones de los viejos poemas, publicando ya con setenta años las versiones definitivas de Luna de enfrente y Cuaderno San Martín. Esto le ha permitido mantener la elasticidad del verso, en forma el imaginario simbólico. De hecho, en ese tiempo ha publicado una compilación de poesías extraídas de sus tres primeros libros que, junto seis inéditos verá la luz como Obra poética (1922-1943). Será la primera versión de una obra poética completa que no hará más que crecer.
Borges y Claudia Capel, autora del magnífico ensayo:


El hacedor, libro de 1960, marca el suave retorno del Borges invisible. Este es un libro que aúna poesía, relatos y ensayos. Es un puente, una renovación, y de esa forma alumbrará su cuarto libro de poemas: El otro, el mismo, en 1964, al que seguirá Elogio de la sombra en 1969, con un Borges que tiene muy claras las realidades a las que, como poeta invisible, se ha venido enfrentando toda su vida:
Sabe que sus cuentos son más famosos que sus poemas. Sabe que la poesía suena a palabra menor en el mercado literario. Sabe lo difícil que es sostener la vida invisible del poeta en un mundo de novelas”.
Entre los setenta y los ochenta añosel invisible alumbrará nuevos libros de poesía, sabedor de que no puede escapar de los:
críticos que analizan e interpretan sus cuentos, indiferentes al fondo poético que sostiene su obra”.
Claudia Capel hace una afirmación definitiva casi al final del libro:
El enigma, que es la poesía, sostiene al poeta. Está siempre ahí, invisible y presente. La tarea poética consiste en ser la voz del enigma, una de las infinitas voces del enigma”.
Esta máxima no puede encarnarse mejor que en la trayectoria poética invisible de Borges, un enigma poético que encierra conjuros mágicos porque:
un volumen de versos no es otra cosa que una sucesión de ejercicios mágicos”.
Claudia Capel no solo nos ha descubierto al Borges invisible, al Borges poeta, lo ha empujado con su magnífico ensayo hacia la luz, y también nos ha iluminado el rastro que su poesía imprime en sus obras narrativas pero, lo más importante de todo, el gran hallazgo del libro para los lectores: nos descubre, brotando desde las sombras, al Borges mago.