martes, 19 de junio de 2018

Moscú-Petushkí-Venedikt Eroféiev


*Esta reseña apareció en achtungmag.com:

http://www.achtungmag.com/literatura-empapada-en-licor-moscu-petushki-o-como-entender-rusia/

Literatura empapada en licor: Moscú-Petushkí o como entender Rusia


Pues sí, ya ha llegado el Mundial de Fútbol de Rusia. Una competición disputada en un país que para los europeos, la mayoría de las veces, resulta incomprensible. Rusia es una especie de culminación del absurdo, cualquier disparate puede ocurrir allí, por impensable que parezca. Además, su extensión, la enormidad de su topografía, lo convierten en un subcontinente inmerso dentro de un continente. A veces Europa, muchas otras veces Asia, generador de las más brutales revoluciones, propietario de los más sanguinarios estados represivos, amenaza de occidente, fantasma político… La idiosincrasia del inmenso territorio en donde estos días rueda el balón es un misterio complejo de comprender. Quizás, solo a través de algunas novelas, podamos aproximarnos a desentrañarlo.

Una de las obras que puede ayudarnos a comprender algo mejor el espíritu de aquello que la premio Nobel Svetlana Aleksiévich denominó como el “Homo Sovieticus”, y que yo no creo que esté extinto del todo, es Moscú-Petushkí (Marbot ediciones) del autor Venedikt Eroféiev. Se trata de la primera de las obras que descubrí tras la lectura de Limónov del francés Eduard Carrére.

n el interior de aquel texto fabuloso me topé con algunas obras que de inmediato llamaron mi atención: tres novelas del propio Limónov (Historia de un servidorHistoria de un granuja —ambas en Ediciones del Oriente y del Mediterráneo— y Soy yo, Édichka —en Marbot ediciones, como la deEroféiev—) y la novela de Zajar Prilepin titulada Patologías —en Sajalín editores y la única que me falta por conseguir—.


Puedes consultar el artículo que escribí sobre Limónov aquí:
Esta columna de El Odradek de hoy responde, pues, a la primera de las lecturas derivadas de aquellos descubrimientos hallados en el trabajo de Carrére, que además viene aderezada por este inquietante Mundial de fútbol ruso.

Inquietante, en efecto, porque Rusia lleva un tiempo enviando complejas señales a la comunidad occidental. Y no me refiero ya a las acciones de Vladimir Putin (desde el gaseamiento del Teatro Dubrovka, pasando por los periodistas asesinados en plena calle y los ataques de polonio a la buena de Dios), sino a grupos ultras que organizan encarnizadas peleas de entrenamiento en los bosques rusos y que luego despliegan el pavor por Europa (recuérdese Bilbao hace bien poco, por ejemplo), o youtubersinfluencers que saltan desde las azoteas de los edificios para caer mansamente (y teóricamente) sobre la nieve, cuando no proponen retos de mayor peligro como aquella infame Ballena Azul que azotó a los jóvenes de la Europa desesperanzada.
Rusia es un país con aristas cortantes, si uno se aproxima demasiado acaba sangrando. ¿Queda algo en el ruso de hoy en día de aquellos personajes de TolstoiDostoyevski Chéjov? La sensación es que no. O, al menos, la Rusia de hoy en día está más cerca del descontrolado borracho protagonista de Moscú-Petushkí que de aquellos complejos personajes devorados por el rencor, lo pavoroso de sus almas y los remordimientos, del Ivan Ilich de Tolstói o del Raskólnikov de Crimen y castigo de Dostoyevski.
De entre muchas cosas que nos ha legado la Madre Rusia, una de ellas, que parece reproducirse en el botellón de nuestros jóvenes a pesar de que nunca hayan oído hablar de ella (quizás esto sea una cuestión de serendipia alcohólica) es el zapói, consistente en ponerse hasta las trancas durante varios días, perder el sentido, vagar por las calles y acabar a bordo de algún transporte público sin saber a dónde dirigirse, únicamente durmiendo la borrachera. Carrére en su Limónov lo define así:
Zapói es un asunto serio, no una curda de una noche que se paga, como en mi país, con una resaca al día siguiente. Zapói es pasar varios días borracho, vagar de un lugar a otro, subir en trenes sin saber adónde van, confiar los secretos más íntimos a desconocidos casuales, olvidar todo lo que has dicho y hecho: una especie de viaje”.
De esa forma, Moscú-Petushkí es la historia de un monumental zapói llevado a cabo en la Unión Soviética de Brezhnev, pero no como protesta ni como resistencia al régimen, simplemente porque forma parte de la tradición y de la forma de vida rusas. Conviene no olvidar que, actualmente, la esperanza de vida en Rusia es de tan solo 58,8 años, 16 años menos que de la de Europa. Si no hay vodka, cualquier veneno es decente para abrazar el zapói: colonia, antisépticos, incluso alcohol de 96º, ese que nosotros utilizamos para las heridas y que ellos, los rusos, emplean para cauterizar ese sentimiento llagado a mitad de camino entre Pedro el Grande y Stalin que los corrompe.
La novela de Eroféiev fue escrita entre los años 1969 y 1970. Distribuida clandestinamente en versiónsamidzat, finalmente vio la imprenta en Israel en el año 1973 y en París en el 1977. Tuvo que ser la perestroika de 1989 la que permitió que, al fin, se editase en territorio aún soviético (aunque ya le quedaba poco tiempo) en una versión abreviada que viajaba en el interior de una revista literaria.
Venedikt Erofeiev.

Su autor pudo disfrutar de este éxito, aunque malamente: Venedikt Eroféiev falleció en 1990 víctima de un cáncer de garganta con el que luchó durante cinco años, con el sufrimiento añadido de una agresiva operación. Tenía 52 años. Unos seis años por debajo de la media de vida rusa. Su segunda mujer se arrojó, tres años después de su fallecimiento, desde el piso 13 de un edificio de apartamentos en Moscú.
En una encuesta de no hace demasiado, un 10% de los rusos reconocían haber experimentado, al menos, un zapói durante el último año. De manera que extraviar la conciencia por causa del alcohol durante varios días es un acto meramente cultural en Rusia, algo común con lo que uno está acostumbrado a vivir. Por eso, la puesta en escena de la novela Moscú-Petushkí es cotidiana. La borrachera en la que ya anda sumergido el protagonista desde la primera página no se trata, narrativamente hablando, como algo sorprendente, sino como un asunto habitual, diríase que rutinario y casi aburrido.
Moscú-Petushkí es una línea de tren. Son dos estaciones de ferrocarril separadas por unos 125 kilómetros de distancia. Un viaje que comienza cerca de las murallas del Kremlin, que aparecen como una realidad odiosa e indeseable que el protagonista intenta abandonar de camino a la llamada Estación de Kursk, y que tiene su destino en ese Petushkí en donde una prostituta y un niño lo aguardan…, en teoría. Porque cuando uno se sube a un zapói todo pasa a ser relativo.
Uno de los aspectos fundamentales del relato de Eroféiev es el humor desplegado por su personaje. Un humor alcohólico que se desencadena en una verborrea tabernaria, desarticulada a veces, y que critica todos los aspectos de la sociedad; todo lo tritura, todo lo pasa por su maquinaria ácida e irónica, en una novela que es más bebida que narrada. Porque como Nicholas Cage en aquella infame película (¡ay esa cancioncilla de Amaral tan repelente!), el protagonista de Moscú-Petushkí bebe y bebe y bebe, y vuelve a beber, dejando al personaje de Cage en el de un mero aficionado del tres al cuarto.
La novela de Eroféiev resulta sorprendente por muchos motivos: de repente, aparecen unos gráficos sobre el consumo de alcohol de una brigada de obreros comunistas que otrora dirigía el protagonista, en una sátira de los gráficos de rendimiento de aquellas brigadas estajanovistas que buscaban cumplir con su cuota de trabajo, la llamada norma individual, y que aquí consiste en una ración de vodka diaria consumida con igual heroísmo socialista
Portada de una edición rusa de Moscú-Pestushkí.
El libro se estructura en capítulos que obedecen a los nombres de las estaciones que se encuentran a lo largo de la línea de ferrocarril (Hoz y Martillo, Karachárovo, Chujlinka, Saltikóvskaia, Zheleznodorózhnaia, entre otras paradas ilustres) y nos cuentan lo que le va ocurriendo a este santo bebedor entre parada y parada. Cualquier líquido alcohólico es bueno, como por ejemplo la colonia Frescor, para apagar una bestia que roe el interior de las entrañas del personaje, individualización de todo el colectivo que también soporta los arañazos de “el dolor universal”, algo que no es una ficción puesta en pie por los literatos, sino una realidad que el protagonista alberga bien adentro.
Todo tipo de brebajes para acallar ese dolor del hombre que se ha convertido en un esclavo de sus horas de trabajo y que, apenas se despierta, ya necesita empezar a beber algo. A lo largo del día ira mezclando aguardiente con cerveza, vodka, acabando con tragos de barniz, desodorante, laca de uñas, enjuague bucal, cola o pegamento, champú, todo tipo de lociones… Lo que se tenga más a mano cuando la desesperación apriete y ya no queden rublos en el bolsillo.
Novela de borrachera y gamberrada, donde el bebedor no encuentra una redención en su final demoledor (al contrario que el santo bebedor de Joseph Roth), que amarga el cuerpo del lector con una gran tristeza cómica y que puede ayudar a entender mejor la novela de Yuri Andrujovich, esa Moscoviada (El acantilado) reciente que rinde homenaje al texto de Eroféiev y en donde el zapói tiene lugar en un Moscú actual y en un viaje por su metro.

No cabe duda, la borrachera es atemporal, el zapói se alza por encima del tiempo, de los políticos y de los pueblos, para acercarnos su visión humorística, a menudo ridícula y esperpéntica, que termina por convertirse en el reflejo de los demonios que nos arañan por dentro.
Esos demonios son los que supo colocar Eroféiev en las páginas de su novela, hasta adormecerlos en una delirante y divertida borrachera que, como todas las borracheras, una vez terminada, nos deja un mal cuerpo insoportable porque lo que hemos leído nos muestra algunos de los peores aspectos del ser humano y nos hace pensar que, quizás, para empezar a comprender a los rusos deberíamos buscar las respuestas en el fondo de un vaso.

lunes, 18 de junio de 2018

La literatura admirable-Varios autores (dir.Jordi Llovet)


*Esta crítica apareció en achtungmag.com:

http://www.achtungmag.com/la-literatura-admirable-una-habitacion-con-vistas-a-la-lectura-inteligente/

La literatura admirable: una habitación con vistas a la lectura inteligente

La editorial Pasado & Presente ha publicado recientemente un libro qué es muchos libros a la vez. La literatura admirable es un volumen compuesto por 54 pequeños ensayos que son análisis literarios llevados a cargo por 44 firmas eruditas. La interpretación segura y lúcida de estos expertos nos aproxima a las obras que comentan desde una perspectiva que de inmediato nos hace conectar con el libro expuesto (no puedo decir reseñado porque los artículos son trabajos filológicos de gran calado que alcanzan mucho más allá de la mera reseña). El volumen, con el inteligente subtítulo Del Génesis a Lolita, está coordinado por el catedrático de Literatura Comparada, entre otras muchas cosas, Jordi Llovet. La importancia del compendio de libros, autores y críticos que se han reunido aquí me ha llevado a reflexionar sobre este texto y sus múltiples significados en esta columna de El Odradek.

Porque este libro de libros es una continua manera de abrir ventanas a la lectura, porque cada capítulo es el balcón de una habitación que nos permite asomarnos a un genio literario, a una obra inmortal, a un texto determinante a la hora de configurar la historia intelectual de la humanidad. Puede leerse del tirón o utilizarse como libro de consulta, uno puede posarse en el análisis de una obra o de un periodo completo. Esta es una de las mejores virtudes de La literatura admirable.

El primer acierto del libro radica ya en ese subtítulo al que me refería anteriormente: Del Génesis a Lolita. Los que hemos estudiado Literatura Comparada tuvimos la oportunidad de entender la Bibliacomo un relato literario y como un todo, como un libro que ha influido en el resto de las obras que se han escrito posteriormente. Por ello, si el volumen de la editorial Pasado & Presente buscaba reunir las grandes obras que se han escrito, obligatoriamente debía comenzar por la Biblia, entendida como un desbordante compendio de historias, tradiciones y leyendas literaturizadas.
Pero antes del capítulo dedicado a la BibliaJordi Llovet nos ofrece una sabrosa introducción. Nos presenta el volumen como un festín de la lectura, de la literatura, al que todos estamos invitados. Son textos que han configurado, con su gran influencia, nuestra forma de pensar y de entender la ficción, la magia de la narración de las historias, a lo largo de los siglos. Pero todo lo que aquí se recopila y se comenta, que es mucho, no tiene voluntad de ser un canon de obligado conocimiento, sino una propuesta de descubrimiento. Es muy posible que, tal y como afirma Llovet:
quizá sea siempre el lector singular, no las revistas ni los sesudos académicos, quien mejor puede elaborar un canon gracias a su pasión lectoras y su capacidad de discernimiento”.
Las obras maestras que se comentan en este volumen lo han sido gracias a los lectores:
No es nunca el autor quién hace una obra maestra. La obra maestra se debe a los lectores, a la calidad del lector. Lector ceñido, con finura, con parsimonia, con el tiempo y una ingenuidad armada (…) Solo él puede conseguir la obra maestra, exigir la particularidad, el cuidado, los efectos inagotables, el rigor, la elegancia, la perdurabilidad, la reanudación. Pero este lector, cuya formación y cuyas fluctuaciones deberían constituir el verdadero tema de la historia de la literatura, se está muriendo”.
El compendio de lecturas que se estudian demuestra que:
Occidente ha dado al mundo entero una literatura de enorme valor, y que este valor no fue vigente solo en el momento en que se publicaron los libros respectivos, sino que alcanza a todas las generaciones del pasado, presente y porvenir”.
Tal es la importancia de lo que alberga esta literatura admirable.
Los textos que se reúnen en el volumen son el producto de una idea de literatura comparada totalizadora, esa que tenemos todos aquellos que la entendemos así gracias a los estudios comparativos. Llovet demuestra que su comparatismo es de pura cepa al afirmar que:
el discurso de la literatura constituye un curso fluvial con algunos meandros, corrientes subterráneas y saltos de agua, pero ningún pantano: todo fluye constantemente —en especial desde la aparición de la imprenta a mediados del siglo XV y también a partir del auge de las traducciones entre las distintas lenguas de Europa— y todo hecho literario reproduce, condensa y modifica una larga tradición”.
Sentadas así las bases y el sentido de los libros elegidos, el volumen comienza con su primera parte, Las literaturas clásicas, compuesto por seis análisis de otros seis textos imprescindibles.
Jordi Llovet, el director del volumen.

El primero de ellos, que como ya he argumentado ha sido elegido con gran criterio comparatista, es la Biblia; la Biblia como artefacto literario de gran influencia, algo que puede sorprender al lector profano, pero no a quienes hemos estudiado literatura comparada. La Biblia nos parece decisiva a causa de la sombra que proyecta sobre el desarrollo de temas, motivos y tradiciones a lo largo de la producción posterior de los textos de ficción.
Solo hay que pensar en el Libro de Job (una narración propia de las mejores novelas, aprovechada por Joseph Roth, por ejemplo) o en El cantar de los cantares (y su adopción posterior por genios poéticos como San Juan de la Cruz). Y qué decir de la sombra del Apocalipsis sobre la literatura actual, en las novelas de ciencia ficción o de la posmodernidad.
Porque en la pequeña introducción que Llovet hace a esta parte de literaturas clásicas, determina que:
Hay algo que define a los clásicos, y esto es la enorme influencia que ejercen, y siguen ejerciendo, en la producción de la literatura posterior a su época. Tanto la Edad Media (…) como las épocas moderna y contemporánea acusan la impronta de aquellas literaturas antiguas, las cuales, pues, pueden ser consideradas el punto de partida de una larguísima tradición, viva todavía. La Biblia, omnipresente en la literatura europea, constituye uno de los principales substratos de Moby Dick, de Melville, por ejemplo, como la Odisea constituye el trasfondo de Ulises de James Joyce”.
La influencia de Ovidio en Shakespeare, la de Píndaro o Sófocles en Hölderlin o Rilke significan que:
el curso de la literatura es una vasta y no acabada tradición que toma sus modelos, o los subvierte, a partir de los modelos forjados por los autores clásicos”.
Además de la Biblia, en esta parte desfilan los artículos sobre la imprescindible Odisea de HomeroLas Bacantes de Eurípides, la compleja extrañeza de la Eneida de Virgilio, ese alfa y omega de la literatura que son las Metamorfosis de Ovidio —auténtica leche proteica literaria—, y la obra en prosa de Luciano de Samósata, esos Relatos verídicos aquí comentados por una eminencia en la materia como es Carlos García Gual y que son, en palabras de Llovet:
uno de los puntos de partida de la tradición narrativa y ficcional de la prosa medieval, moderna y contemporánea”.
La segunda parte de La literatura admirable nos aproxima obras de Las literaturas de la Edad Media: ocho textos de una importancia capital como lo son El Caballero del León de Chrétien de TroyesTristán e Iseo, la Crónica de Ramón Muntaner, esos tres libros determinantes y monumentales que han modelado nuestra idea de la ficción y de la poesía moderna, me refiero a la Comedia de Dante, el Cancionero de Petrarca El Decamerón de Boccaccio, junto a los Cuentos de Canterbury de Geoffrey Chaucer y La Celestina de Fernando de Rojas —magníficamente glosada por un maestro de la magnitud de Francisco Rico—.
Prestemos atención por un momento a esa trinidad literaria italiana. Nos encontramos ante uno de los núcleos decisivos de las obras compendiadas en el libro. Son tres autores y tres textos que tienen gran parte de culpa de que seamos como somos, de que nuestros anhelos de ficción vuelvan, una y otra vez, a buscar esos mismos motivos que nos hacen felices cuando leemos. Beatriz y Laura nos han ayudado a configurar un tipo de amor lírico que forma parte de todos nosotros, mientras Boccaccio ha tenido gran parte de culpa en la estructura moderna que presentan muchas de las mejores novelas que conocemos.
Dante, Petrarca y Boccacio:





La Época Moderna es la tercera parte del libro. Aquí tenemos 11 artículos para 14 obras que han sido importantísimas a causa de la proyección que han llevado a cabo sobre nuestra literatura actual. Orlando furioso de Ludovico Ariosto (analizado por el gran experto Raffaele Pinto), la primera piedra de la novela moderna en nuestro crucial Lazarillo de Tormes (de nuevo disfrutamos de la mirada de Francisco Rico), tres obras de Shakespeare —HamletEl Rey LearAntonio y Cleopatra—, Don Quijote de la Mancha (visita obligada, más aún si se nos muestra de la mano de Domingo Ródenas), lasFábulas de La FontaineLa Princesa de Cléves de Madame de LafayetteRobinson Crusoe de Daniel Defoe (por Fernando Savater), esa distopía fundamental que son Los viajes de Gulliver de Jonathan SwiftManon Lescaut de Antoine-Françoise Prevost, el tan desternillante como profundo y sorprendente Cándido de Voltaire, y Las amistades peligrosas de Pierre Choderlos de Laclos.
Uno de los legendarios grabados de Gustavo Doré para ilustrar El Quijote.

Este recital de talentos y obras deslumbrantes deja paso a la conocida como Época Contemporánea, que es la parte que mayor número de textos aporta al volumen: un total de 29 obras estudiadas y que abarcan desde las Baladas líricas de Wordsworth Coleridge, los Cuentos fantásticos de E.T.A Hoffmann, pasando por la poesía de LeopardiEugenio Oneguin de Pushkin, Dickens y Los papeles póstumos del Club Pickwick (analizada por Jordi Llovet), BalzacMoby DickCharlotte BrontëMadame Bovary y FlaubertBaudelaire y Las flores del mal (leídas por Gonzalo Pontón), Dostoyevski y Crimen y castigoTolstói y Guerra y Paz, hasta los Relatos de Chéjov, la poesía de Darío (comentada por Luis Alberto de Cuenca), El difunto Mattia Pascal de Pirandello (de nuevo por el genial Raffaele Pinto), Joyce y DublinesesProust En busca del tiempo perdidoEl proceso yKafka o Virginia Woolf, MusilFaulknerBorges (sus Ficciones analizadas también por Llovet), Nabókov y su LolitaRulfo y Pedro PáramoItalo Calvino…, entre otros, terminando de una forma muy original y acertada: con El cuaderno gris de Josep Pla, un compendio de inteligencia e imaginación que muy bien podría calificarse como el destilado de todas las obras comentadas anteriormente.
Josep Plá, propietario de una visión de la realidad cargada de inteligencia y humor.
Desde luego, en La literatura admirable casi son todos los que están, porque la selección de obras comentadas es magnífica, aunque, obviamente, se echan de menos algunos títulos. Y soy consciente de la enorme dificultad a la hora de seleccionar obras para un volumen de estas características. Simplemente, yo habría cambiado El proceso de Kafka por La transformación y Nuestros antepasados de Calvinopor Si una noche de invierno un viajero… Simplemente, me parecen más determinantes.
Habría dejado fuera, porque me parecen obras sobre valoradas por la crítica acomodada (sí, lo sé, esto que afirmo es un sacrilegio según para quién, pero llevo con resignación mi cruz), El gran Gatsby de FitzgeraldPedro Páramo de Rulfo y la Lolita de Nabókov (aunque entiendo su función provocativa al colocarla en el subtítulo del libro junto a la Biblia).
Quizá las hubiera cambiado por Berlín Alexanderplatz de Döblin, por El Señor Presidente de Miguel Ángel Asturias o por El tambor de Hojalata de Grass. También habría añadido algo de Cortazar, pero solo se trata de mis gustos, porque en esto de confeccionar listas literarias, o pseudo cánones, nos ocurre como con el fútbol, que en cada español hay un entrenador: pues en cada lector convenientemente informado y formado se alberga un Harold Bloom.
El poeta Luis Alberto de Cuenca se encarga de traernos la poesía de Rubén Darío.
Mucho y muy bueno nos ofrece La literatura admirable, que todavía tiene espacio, en sus casi 700 páginas, de regalarnos una guinda a quienes gustamos de las cosas bien hechas y de los apéndices bibliográficos. Se nos presenta un compendio de las mejores ediciones en español de las obras tratadas, así como de los estudios más relevantes que se han llevado a cabo sobre dichos textos. El resultado es casi el de una biblioteca ideal compuesta por las mejores ediciones posibles, incluso de la obra en su versión original.
Porque esa es la magnífica sensación que queda al leer La literatura admirable, la idea de que los libros comentados deben de estar, obligatoriamente, en nuestra biblioteca, y si es posible, todos ellos leídos, dado que conforman la mayor colección de saberes y ficciones que haya podido alumbrar la humanidad.
Pasado & Presente ha editado un libro necesario para acercar algunos títulos no tan conocidos al lector ávido de asomarse a nuevos mundos literarios que, sin embargo, llevan esperando ahí desde hace siglos. Sólo era necesario que alguien pusiera la atención sobre ellos.
Esa es la mayor virtud de este libro: cuando lo cierras necesitas salir corriendo a una librería para comprarte todos los títulos que aparecen en él, desterrando del plan de lecturas personal la literatura de consumo y las mesas de novedades destinadas a exhibir los productos del capitalismo literario.
Simplemente, La literatura admirable vuelve aún más inteligentes a los lectores.

domingo, 17 de junio de 2018

Maldito y bienamado bibelot-Heberto de Sysmo



*Esta crítica apareció en el blog de pensamiento poético Verde Luna:

https://verdeluna2012.wordpress.com/2018/06/08/maldito-y-bienamado-bibelot-de-heberto-de-sysmo-el-rabino-low-y-la-feliz-pinata-del-lenguaje/

“Maldito y bienamado bibelot” de Heberto de Sysmo: El rabino Löw y la feliz piñata del lenguaje





Título: Maldito y bienamado bibelot
Autor: Heberto de Sysmo
Editorial: Baile del sol
Quizás alguien pueda pensar, a estas alturas, que ser un poeta influido por el culturalismo como lo es Heberto de Sysmo puede ir en detrimento de la creación de una poesía, no ya comprensible, sino bella. Sería un error habitual y asociado a los tiempos que corren. El poeta ha reducido su tarea lírica (cuando existe) a la mínima expresión de dos o tres versos minúsculos previamente publicados en Twitter o Instagram, o a una chafardera actividad poética desplegada en Facebook como quién despliega las velas de un gran buque al viento por los cuatro confines del universo cibernético para que, después, los lectores con criterio (que alguno queda) comprueben que aquella promesa de velas de goleta no ya es que simplemente sean las de una discreta chalupa: se tratan de un trapillo, menos que un soplamocos cargado de lugares comunes y decepciones adheridas.
Poetas culturalistas extraordinarios hay algunos y de nómina bien ilustre. Podría empezar por Góngora, Julian del Casal, Cavafis, Eliot o Ezra Pound, influencias gozosas de Heberto de Sysmo, terminando por el venecianismo luminoso de Gimferrer, además de un par de Luises —de Villena y de Cuenca— y mi admirado Jose Emilio Pacheco, entre otros.
Estos nombres representan a la Poesía con mayúsculas, y son los grandes olvidados en esa poesía de consumo que se estila hoy en día, poesía de influencers e instagramers, poesía avalada por un gran número de seguidores en las Redes Sociales que celebran cualquier chisposa ocurrencia, más o menos inteligente, como el gran hallazgo que les alegrará no ya el día, sino los próximos quince minutos, masajeando su intelecto y haciendo que se sientan muy profundos al notar como restalla su percepción poética que creían atrofiada.
Por eso, la nómina de poetas citados anteriormente es una lista negra de textos intrincados que no sólo le exigen al lector una atención imponente y un ejercicio de descodificación, sino también un grado de cultura para comprender los referentes —y “comprender” aquí significa disfrutar— para la que ese público potencial de 280 caracteres y tópicos no está en absoluto preparado; ni quiere estarlo, porque la cultura poética vive anclada en la inmediatez de la pereza.
El grupo de rock sinfónico Genesis sostenía una máxima a la hora de componer sus canciones: si eran fáciles de interpretar no las querían; si eran sencillas no eran divertidas. En esto de la poesía actual ocurre justamente lo contrario. Al primer signo de esfuerzo, de complejidad lírica, de oscuridad, de un pequeño problema de interpretación, el consumidor de lo obvio cataloga a ese poema y a ese poeta de insufribles. Los tiempos actuales serían muy malos tiempos para los Montale, Ungaretti y Quasimodo, esa Santísima Trinidad el hermetismo.
Heberto de Sysmo se encuentra en la categoría de los poetas inteligentes, de esos poetas que también exigen un grado de talento a sus lectores. Los poemas de su último libro, Maldito y bienamado bibelot, publicado por Baile del Sol, ponen en pie un entramado complejo y casi ensayístico acerca del lenguaje como personaje, como misterioso caballero embozado que nos acompaña al lado, o en nuestro interior, en el viaje de nuestras vidas, pero no como una herramienta de la que podemos servirnos a nuestro antojo, sino como un ente poderoso que se apodera de nosotros, que habla por nosotros.
Poetas y lectores de lo inmediato y de lo obvio, me despido de vosotros. Lectores avezados, continuamos desde aquí juntos, tratando de desentrañar este ejercicio lingüístico y reconfortante que Heberto de Sysmo ha expandido sobre las páginas de su bibelot: porque no nos engañemos: el poemario es, en sí, todo él, también un bibelot.
A Sysmo, el asunto le viene de lejos. Su anterior poemario titulado La flor de la vidaelogio de la Geometría Sagrada (Lastura), presentaba un profundo análisis lírico del fractalismo y de las leyes que rigen el universo contemplado desde lo micro-cuántico hasta lo macro-cuántico. Eso es demasiado para Instagram. Puedes leer una crítica sobre esta obra excepcional que realice para este blog de Verde Luna aquí:
Pero volvamos al bibelot. En primer lugar, puede sorprender la estructura del libro, que se articula en cuatro grandes apartados: Physis, Mathesis, Mímesis y Semiosis. Sin embargo, en cuanto comprendemos que es un poemario sobre el lenguaje, elaborado con lenguaje para reflexionar sobre el lenguaje, es decir, metalenguaje, empezamos a atisbar la verdad poética que se alberga oculta en ese bibelot. Y si hablamos de bibelots con verdades ocultas, qué mayor bibelot que aquel Caballo de Troya.
Empecemos partiendo de la idea que tiene Heberto de Sysmo respecto al bibelot: somos nosotros, una especie de figurillas vacías, desprovistas de toda vida y que nos activamos gracias a la irrupción en nuestro interior del lenguaje. El poeta entiende nuestra naturaleza humana como la del Golem creado por el rabino Judah Loew Ben Bezalel, más conocido como el rabino Löv, el Maharal de Praga. Este rabino construyó un homúnculo a partir de hojas y barro que se activaba a través de un juego de palabras: se escribía la palabra hebrea Emet, “verdad”, en su frente, y el Golem tomaba vida y obedecía órdenes. Para desactivarlo, bastaba con borrar la primera letra de emet y convertirla en met, es decir “muerte”, y el Golem se desplomaba en un montón de hojarasca. Nunca el lenguaje cumplió una función tan poderosa como dador de vida.
¿Nunca? Podríamos retroceder hasta los tiempos del Paraíso Terrenal, incluso un poco más allá: En el principio era el Verbo. Heberto de Sysmo lo poetiza: “Si antes que el ser/ fue el pensamiento”, escribe en el poema Tendencia de copista. Es decir, era logos, un logos o pensamiento racional explicitado mediante la palabra, es decir, lenguaje, que entró en nosotros para convertirnos en humanos.
La palabra antecede a todo. Antecede incluso a la vida. Y el Verbo es, además, el corazón de la frase. Y la frase ayuda a construir: el hombre y la mujer proporcionan los nombres a las cosas que no existen hasta que no son nombradas por ellos, se trata de un sagrado juego léxico de creación. Todo: animales, plantas, cosas…, comienza a existir cuando adquiere su nombre. De nuevo, tenemos al lenguaje como dador de vida, como motor primigenio de creación: “Para que todo sea/debemos expresarnos”, nos dice el poeta.
Por lo tanto, la naturaleza fue cobrando forma mientras era nombrada por el hombre y la mujer, artífices y colaboradores de la creación divina. Hombre y mujer eran dos poetas, yo quiero imaginarlos como tales, guiados muy de cerca por el poder de la Luz. ¿Acaso existe una función más cercana al poeta que levanta mundos con sus versos y estados de ánimo con sus metáforas? Y, además, esta forma de nominar aleja al hombre de su estado animal primigenio, lo eleva al plano de las ideas y connota así su humanidad. Tal y como se afirma en el poema Las fuerzas de la literatura: “Resistirse a decir, convierte al hombre/ en el bruto animal del que proviene”.
Renunciar al lenguaje nos alejaría definitivamente de Dios, de la deidad o del demiurgo en el que creamos, de esa Luz, al declinar esa tarea creadora que se depositó en nosotros cuando todavía habitábamos el Paraíso o el Estado Ideal. Sin lenguaje, o con un lenguaje deturpado, involucionamos desde el plano elevado de la deidad hasta el fango animal, conectando directamente con la brutalidad.
Porque la poesía es un lenguaje divino. La Pitia en el Oráculo de Delfos, a quien se le preguntaba la duda, interiorizaba esa frase y consultaba a Apolo para responder en hexámetros. Contestaba con poesía, y ese lenguaje descendía directamente del lenguaje divino.
Heberto de Sysmo indaga en esta función creadora, como primer motor y misterio. Así, la primera parte del poemario, Physis, abunda en el lenguaje como misterio inherente al ser. El primer poema del libro, Dicotomía saussureana, plantea el enigma de un origen natural lingüístico, de que tal vez estemos ante un Dios primordial de la Naturaleza, del Ser al principio de los tiempos que se apodera de nosotros, entra en el interior de la conciencia y nos transforma.
El primer verso del poema define al lenguaje como “patria, trinchera y escondite”, relacionándolo de inmediato con la idea de que los sistemas lingüísticos son la razón identitaria primordial del ser humano. En obras como El regreso del húligan (Tusquets) del rumano Norman Manea, se concreta el desarraigo de los exiliados del régimen totalitario de Ceauşescu como una completa pérdida del idioma original en el que se expresaban, al verse obligados a escribir en otras lenguas en el extranjero. Además, el manoseo criminal al que someten al lenguaje los sistemas totalitarios termina por quebrantar el concepto de identidad nacional y se extravía la idea de patria o refugio primigenio, de escondite.
Tal y como prosigue Heberto de Sysmo en esta primera poesía saussereana, el lenguaje es “herramienta”, incluso “arma”; no en vano, en mi novela El vaso canope uno de los personajes argumenta que una imprenta clandestina hizo mucho más por derrocar a Ceauşescu que las pistolas y los cuchillos. Sin embargo, esta herramienta armada encierra un enigma fundamental para el poeta: “es más allá de mí”, y en ello radica el discurso que se extenderá por todo el poemario. El intento de descifrar los misterios —con raigambre en lo divino— de lo que claramente se muestra como “una arquitectura afín a la conciencia”, un constructo, un artificio que muchas veces puede resultar letal y cuyo origen desconocemos, o tal vez no conocemos tanto como la ciencia y los estudios parecen asegurar.
Artificio letal, en efecto, tal y como se describe en el poema (Dis) función estética. Las palabras pueden provocar grandes alegrías, como las primeras pronunciadas por los niños, pero también grandes tristezas, como las últimas, esas que prorrumpen misteriosas en el agostamiento de la vida de alguien. De esta forma, el lenguaje se mueve ubicado a horcajadas entre “la belleza y el espanto”, aumentando exponencialmente su capacidad de misterio.
Un misterio que se emboza en las cualidades de la metáfora, tal y como muestra el poemaAtavío: “Sabes que en la metáfora sucede/algo nunca ocurrido;/que la ficción es hueso que vertebra/la entintación de otra mentira”. Ese misterio mentiroso de la metáfora conecta con aquella idea que dio Vargas Llosa sobre la literatura, a la que denominó como “la verdad de las mentiras”. Por esa senda, el poeta interroga al lector al final de Atavío: “Si en algo aprecias la sinceridad/ ¿por qué sigues leyendo?”.
Ser poeta es adorar y acariciar el misterio de esa lengua que ha penetrado en nosotros apoderándose del bibelot humano, de nuestro Golem propio al que resucita. Ser poeta viene definido en el poema Desopercular: “Rebañas la colmena, aunque tu vida/arriesgas por la miel de la palabra;/nada te importa ya, /morir buscando, /yacer en el sendero de los héroes”. Así que ser poeta, hacer poemas, es eso, un remover las celdillas de la vida, como si fueran un panal, y obtener en los versos las esencias, ceras y mieles, palabras que desentrañen el hermoso misterio que dota de vida al bibelot.
La segunda parte del poemario, Mathesis, abunda en el proceso del aprendizaje, con un fondo en el modelo matemático de Descartes y Leibniz, esa Mathesis Universalis mediante la cual, porque la lengua son signos como las matemáticas, se puede buscar y alcanzar la perfección lingüística.
El primer poema de este segundo tramo, Ergógrafo del alma, nos trae al bibelot, presente, como esencia del lenguaje: “Maldito y bienamado bibelot, /insuficiente eres, imprescindible, /nuestras vidas constriñes y constelas”. Somos Golem, somos los hombres huecos de T.S. Eliot, somos la criatura de barro y hojas aterrada, esperando ser desactivada por el hacedor, esperando para convertirnos en un montículo de polvo, dominados por esas palabras y ese lenguaje que nos convierte en todo y en nada.
Además, el poeta, el escritor, prolonga la vida en sus palabras, incluso en la tinta con la que las escribe. En el poema Dicterio se consolida esta relación vital: “En el dibujo, /una delgada línea limita/la carne, del vacío. // En la escritura, /la tinta es la frontera/de la fragilidad de nuestra vida”. La perspectiva es aterradora, tan sólo queda refugiarse tras la poesía si se tiene la fortuna de poder utilizar de esa forma el misterio del lenguaje. El poeta es El cobarde embozado: “Mi verdadero yo es quién se oculta/detrás de este atavío de fonemas…”. Y la poesía, el lenguaje, es un virus “que en tinta se propaga”, se nos advierte en Huésped.
Heberto de Sysmo, con esta transición hacia el impulso poético como sufrimiento, está abriendo la vía al lenguaje como enfermedad, incluso como maldición. La poesía provoca dolor y además “nacido del dolor/un verso escapa;/como lamento, /como respuesta al daño/que su herida comporta” (poema Asunción). Tal vez la raíz de este mal tan doloroso provenga de que el poeta intenta un imposible mediante el uso del lenguaje: “quiero inventar más mundos/y tan solo los nombro” (poema Cláusula del Arte).
El tercer tramo de Maldito y bienamado bibelot es el titulado Mímesis, es decir, imitación, estética. De esta forma, las referencias a técnicas artísticas cuyo objeto buscan copiar la realidad, se convierten en el leitmotiv de la parte. Ya sea en pintura o en arquitectura, la cuestión es, mediante la recreación de la realidad, intentar descubrir una zona misteriosa que se encuentra oscurecida, que quizá pueda explicar el misterio del bibelot. Así, el primer poema presenta un título muy significativo, Esbatimiento, técnica pictórica mediante la cual un cuerpo deja en penumbra parte de otro al entorpecer la luz que incide sobre él.
Heberto de Sysmo entiende que hay zonas del lenguaje en penumbra, que necesitamos iluminar. En Apostema lo afirma con certeza: “El pensamiento abunda/en los ángulos muertos del lenguaje”. Para encontrar esos misterios hay que trabajar la forma poética, “las trilladas semillas/del verbo” (en Mies poética), porque es indudable que “Entre los versos/arden palabras libres/nunca escritas” (Caligrafía oculta). Parece que en esta parte de Mímesis será en donde el poeta se sienta con mayor control sobre este misterio del lenguaje, una vez que ha concluido que todo forma parte de un código ante el cual es imposible oponerse.
De esa forma, solo admitiendo eso, puede aparecer, ahora, la estrofa clave de este Maldito y bienamado bibelot. Y será en el final del poema Isoyeta: “Somos en el lenguaje, /a través suyo urdimos/cartografías de la mente”. Quizás este sea el gran descubrimiento que habitaba en esa zona en sombra, entre las aristas de la penumbra. Porque urdiendo esas cartografías de la mente, así, podemos alcanzar cierta forma de inmortalidad: “Dramática belleza la del signo;/sobrevive a su autor/y aun sin testigos/se inmortaliza” (en poema Magma etéreo).
Un momento… Desengañémonos, lo que es eterno son las palabras, nosotros no podemos aspirar a competir con su longevidad. Serán las palabras quienes nos sobrevivan, en una dulce derrota.
Por último, Semiosis, cierra el poemario. De las cuatro partes, la segunda, tercera y cuarta se están refiriendo a las potencias de la Literatura: MathesisMímesis Semiosis, mientras que la primera parte del poema se ha basado en la Physis, como una potencia particularmente humana que se suma a esas mismas potencias.
Ahora, esta Semiosis o creación de signos con significados, esta forma de construcción de la realidad, buscará reafirmar al poeta en su poesía, a Juan Antonio Olmedo López-Amoren su heterónimo de Heberto de Sysmo, del cual disfruta como si hubiera obtenido una canonjía. Tal es el título del primer poema de esta última parte, Canonjía, en donde se firma una declaración de lo que es ser poeta: una “declinación a la locura”.
Una locura en la que se debe creer con toda la fe. El poema Retribución de fe muestra los beneficios que se derivan de aceptar ese uso del lenguaje, o de permitir que el lenguaje nos haya penetrado a la búsqueda de la belleza en nosotros, los seres huecos: solo creciendo en la escritura y creyendo en la escritura los “párrafos se convirtieron/ en dolientes estrofas”. ¿Acaso no va de eso ser poeta? ¿De que duela cada verso empalado en cada estrofa?
Volvemos, mediante este dolor de las estrofas, o a través de este dolor de las estrofas, hacia atrás en el tiempo y en el poemario, porque el bibelot-Golem está cercano a desarmarse, el lector está a punto de terminar la lectura y con ello dibujar la palabra met en la frente del poeta. Por ello, es necesario establecer la palabra, de nuevo, como el inicio de todo, de ese big bang semántico, del estallido de la materia oscura en colores que luego nos hizo humanos. Esto queda fijado en el poema Falso hohlraum, que se remonta al destello de la palabra como faro de las entrañas del Universo y que tiene su continuación en el poema Espiral de vida, donde el fractalismo de lo que es “Decir para vivir/vivir para decir” es sinónimo de vida. Y en Óbelo esta vida propiciada por la palabra poética revienta incontrolada: “Soy tantos como pueda imaginarse”, afirma el poeta.
Sin embargo, el bibelot que también es el libro de Heberto de Sysmo desemboca en su poema final: bien podría componerse de solo esa palabra met que lo desactivaría, pero aún tiene fuerzas de sellar su epitafio en Sagrada evanescencia: “Morir en la Palabra/es justa aspiración/ para aquellos que “solo” / han vivido por ella”.
Expira así este bibelot animado por la posesión del lenguaje poético, con abundante carga catafórica en los títulos de los poemas que, así, conforman parte misma de ellos. Eso significa que cada poema es un pequeño bibelot poseído por sus propios títulos que lo animan, creando una constelación de bibelots que se replican a sí mismos para conformar el gran bibelot del poemario que a su vez proviene del bibelot-poeta, en un panorama de fractales que toma su dirección hacia la macro-cuántica.
Todo posee un significado que va más allá de lo simple, de lo visible, en la poesía de Heberto de Sysmo, eso es lo que la convierte en algo tan apasionante. El lenguaje se introduce en nosotros como su fuera un Caballo de Troya, consigue pegar fuego a nuestras defensas, y justo desde ese mismo instante comienza a gobernarnos. Sysmo, en su poesía, intenta apoderarse de las riendas de ese Caballo, de ese lenguaje, aunque tan solo sea por un momento y poder crear, así, belleza.
Y no debemos olvidar que el poemario se llevó el Premio Nacional Isabel Agüera Ciudad de Villa del Río, un mérito más de este texto, pero que a mí me interesa traerlo al final de mi análisis por un motivo: Heberto de Sysmo presentó este poemario al concurso bajo el pseudónimo de Scardanelli. Y este es el último guiño que nos hace el poeta, ya desde la concepción primigenia de su bibelot.
Bajo ese nombre de Scardanelli firmaba, hace más de siglo y medio, el enfermo, el poeta Hölderlin desde sus treinta y seis años de encierro en la torre de Tubinga cuando era víctima de la locura, de una esquizofrenia que lo atravesaba obligándolo a desencadenar una verborrea imparable. Hölderlin era, así, bibelot-Tourette ahíto de palabras que lo convulsionaban. Algo de Tourette hay en los poetas, siempre lo he mantenido, que se activan como un Golem cuando en su bibelot penetra el lenguaje y entonces solo son capaces de mencionar la belleza…, incluso extrayéndola de la negritud más horrible.
Heberto de Sysmo es una moderna versión de ese Scardanelli pleno de palabras, instalado en la pacífica locura de su bibelot que cuelga del árbol de lenguaje como una piñata que, al romperla, nos baña con la felicidad de sus poemas