jueves, 25 de mayo de 2017

Revista Crátera de crítica y poesía contemporánea-Varios Autores


PRESENTACIÓN DE LA REVISTA DE CRÍTICA Y POESÍA CONTEMPORÁNEA CRÁTERA: POESÍA PARA TIEMPOS DESHUMANIZADOS
            
                     *Esta reseña ha aparecido en el blog de pensamiento poético Verde Luna en: 
           
     https://verdeluna2012.wordpress.com/2017/05/25/presentacion-de-la-revista-de-critica-y-poesia-contemporanea-cratera-poesia-para-tiempos-deshumanizados/

             El pasado 21 de abril, envuelto en las celebraciones del día del libro, se celebró en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Alcalá de Henares algo que podría calificarse como un acto doblemente heroico: la presentación de Crátera, una nueva revista de poesía, y del libro de haikus La soledad encendida. Doblemente heroico, en efecto, porque en los tiempos que corren para las humanidades, la literatura, y no digamos ya para la poesía, demuestra un arrojo rayano con la inconciencia plantearse la publicación de una “Revista de crítica y poesía contemporánea”, tal y como se define la publicación. Y no digamos ya, además, hacerlo coincidir con un libro de coleccionista, una extraña joya artesanal y preñada de haikus, editada por Ultramarina Cartonera, un extraordinario trabajo al que dedicaremos una reseña, en esta misma bitácora, más adelante.

            Los autores del proyecto Crátera son tres poetas de largo recorrido: Heberto de Sysmo, sinónimo de José Antonio Olmedo López-Amor, Gregorio Muelas y Jorge Ortiz Robla. Estos poetas, radicados en Valencia, quieren prestarle atención, con una periodicidad trimestral, a los vericuetos de la poesía que se realiza actualmente, y no sólo en su Comunidad Autónoma, sino en cualquier lugar del mundo. Con esa vocación universalista nace la revista, y lo demuestra bien pronto: en este primer número se incluye un apartado de traducción que nos trae la voz de un poeta ruso, Robert Rozhdestvensky, en la traslación de Natalia Litvinova; de uno rumano, Mircea Petean, a cargo Elisabeta Botan; del premio Nobel italiano, Eugenio Montale, en un trabajo de Carlos Vitale, y de la alemana Hilde Domin, adaptada por Gema Estudillo.
            Una crátera es una vasija que, preferentemente, se utilizaba para almacenar una mezcla de agua y vino que se servía en las comidas de la antigüedad clásica. Con semejante naturaleza, no es de extrañar que esta revista-damajuana guarde en su interior una combinación poética de alta graduación en cuanto a la calidad de lo ofertado. En primer lugar, una pléyade de poetas nacionales de la talla de Siles, Guinda, Veyrat, Azaústre… que además se agrupan bajo un delicioso epígrafe: Inéditos, lo que hace aún más atractiva, si cabe, esta selección. Después, La mirada de Basho, un apartado que continúa la pasión de los directores de la revista por la forma del haiku y en el que Susana Benet, Ricardo Virtanen y Gorka Arellano exhiben buen hacer y músculo poético. Además, un llamativo apartado dedicado a la poesía experimental, con los artefactos visuales de Atilano Sevillano y Rafael Marín.

            Como la revista se define “de crítica”, no permanece ajena a la hora de realizar una serie de lecturas de poemarios en el apartado de Reseñas, que se complementan con otras valoraciones algo más breves en el apartado Leído por, y que todas en conjunto forman un corpus crítico que se culmina en la sección de Investigación con un trabajo de Justo Serna sobre los aforismos de Juan Ramón Jiménez. Después de este despliegue poético y crítico, la revista Crátera todavía ofrece más, en la forma de una entrevista a Marcus Versus, escritor y director de una editorial independiente de poesía. Sin olvidarnos del magnífico dibujo de la cubierta de la revista, una ilustración que el poeta y grabador Juan Carlos Mestre ha cedido especialmente para la ocasión.
            De igual manera, en la presentación de la revista también se nos ofreció más: intervino la traductora Elisabeta Botan, que hizo las veces de maestra de ceremonias, y se nos regaló un interludio musical que culminó este esfuerzo heroico de un grupo de poetas que pretende hablar y escribir sobre poesía, sobre humanidades en tiempos deshumanizados.

            Solo resta ya, servir el vino albergado en el corazón de esta crátera poética y que el aedo comience con el recital de sus páginas.

lunes, 15 de mayo de 2017

Mar de Chira-Montserrat Doucet




TRAVESÍA POR LOS MUNDOS POÉTICOS PARALELOS DE MONTSERRAT DOUCET

En el otoño de 2014 descubrí el poemario de Montserrat Doucet, Mar de Chira (Madrid, 2014), cuando recibí la generosa invitación por parte de su autora para presentar[1] el libro. Su lectura me abrió de inmediato un “horizonte poético cuántico” que se contiene en los poemas, y pude determinar que me encontraba ante un ejemplo de “poesía cuántica”.
En el Mar de Chira de Montserrat Doucet, donde el tratamiento del espacio y del tiempo obedece a los materiales de una narración implícita en los poemas, existe toda una historia bajo los versos que se abre en un abanico de diferentes planos temporales. A poco de empezar el libro, aparece uno de los poemas de mayor intención y voluntad cuántica, Saltando meridianos (Doucet, 2014: 24), que aglutina diferentes características de este tipo de estética y es toda una declaración de intenciones de los significados del texto. Ya en su título, se nos pone en relación directa con el salto temporal o salto cuántico mediante la metáfora de los meridianos, lo que inevitablemente llevará al yo poético a un desdoblamiento en sus diferentes existencias. Así lo reconoce en los versos iniciales del poema: “A VECES me gustaría vivir//mi cuerpo como lo que es: el celebrado instante y su ceniza”. Al referirse a esta existencia como “ceniza”, nos invita a pensar que en una de las líneas temporales puede estar muerta; es decir, que en un plano temporal el yo poético está vivo, mientras en otro no. Inmediatamente, cualquiera que esté mínimamente familiarizado con la física cuántica, recordará una de las paradojas más célebres de esta mecánica, la del gato de Schrödinger[2]. Todo ello hace concluir al poema con la certeza cuántica: “la temida, terrible certidumbre://no soy mi cuerpo”.
            Todo comienza con un deseo de Chira, un anhelo de Chira por parte de la voz que voy a denominar como “protagonista” del poemario. Evidentemente, ese anhelo, esa llamada inconsciente que llevará a la voz poética hasta el mar de Chira en busca de alguien, obedece a la memoria de otro tiempo y de otra vida, de otra cadena temporal, de una línea de existencia que, si bien pertenece al pasado, continua sucediendo; son los many worlds cuánticos que acontecen a la vez.
            De manera que la travesía hasta Chira[3], y su mar, el mar, que ejerce de catalizador, acerca los recuerdos de la otra u otras vidas hasta el plano actual de existencia. La llegada de la viajera bien podría ser a esa playa de la Ceyba, que da título al primer poema del libro[4] y que presenta un mar que se mueve entre dos instantes temporales: desde su origen primigenio tras los versos “Estaba el mar respirando en el comienzo de los días”, hasta el instante actual en donde la poeta es consciente de la función que el Pacífico tendrá en el poemario, la de resucitar a los muertos: “El mar siempre vomita//a sus ahogados”. De esa forma se va conformando el recuerdo de otro tiempo, y los actantes que lo protagonizan: la poeta, el muchacho, y su amor en ese otro tiempo[5], en una civilización precolombina. El muchacho fue ritualmente sacrificado y ella, la poeta, asesinada. El viaje se ha transformado, así, en una conversación entre dos orillas, entre el pasado y la actualidad, entre el amor del joven y el amor sustentado en la voz de la poeta que establece una correspondencia entre la vida y de la muerte, y que se empieza a concretar en el poema Tarde lluviosa en las ruinas de Copán (28), con el que se cierra la primera parte del poemario.

            La llegada de la poeta a Chira junto a la impresión del Pacífico[6], con el calor y la pesadez agobiante de su atmósfera,[7] despiertan la anterior vida en común con el muchacho. Al poetizar, la mujer está nombrado, y al nombrar, la poeta se convierte en hacedora de universos, en diosa; crea el mundo mediante un proceso de poiesis que se plasma en el poema Mar de Chira: “Chira, tu vienes de ese lugar//donde sólo se sale, se nace//si unos labios desnudos te nombran” (39). En el poema El silencioso (57) la voz poética se plantea las formas en las que puede convocar al muchacho: “PUEDO elegir pensarte (…) puedo elegir leerte (…) puedo elegir amarte//como lo que fuiste, lo que eres,//enorme letanía silenciosa//entre mi sangre”. Pensar, leer, amar… son formas de poiesis, de creación, mediante la pronunciación del nombre se trae hasta esta realidad al ser convocado.
            Así, invoca al muchacho, y lo recrea. La tercera parte del poemario, Lo que vi en el agua (43), transcurre en la isla, donde la poeta lleva a cabo esa alquimia cuántica. Para ello, utiliza materiales atávicos como el viento, la piedra y el agua, también la fruta[8], con los que moldea un vórtice generador de vida capaz de comunicar una línea temporal, una conexión de un mundo, con el otro, la unión de pasado y presente, creando la conjunción de tiempos cuántica. Es lo que Montserrat Doucet titula en uno de sus poemas como Rostro sin tiempo (2014: 38), otra forma de definir esta atemporalidad que aglutina toda la temporalidad.
El problema que se presenta en el poemario de Montserrat Doucet, en este Mar de Chira cuántico, radica en cómo unir las líneas temporales, cómo conectar en un mismo espacio dos cuerpos para que se amen cuando uno de ellos habita en el pasado, tal y como concluye el poema Cálidos guijarros: “Desea un cuerpo que no existe” (27). Pero, obviamente, en un poemario cuántico, el cuerpo, como el gato de Schrödinger, está vivo y no-vivo a la par.
            Así que, convocado el muchacho, el agua será el elemento aglutinador, el agujero de gusano que ponga en conexión ambas líneas temporales. En el poema Lo que vi en el agua (48) se completa esta equiparación de la superficie del mar a un espejo, clave para traer al momento temporal poético y presente de Chira al muchacho. Este poema se complementa con el siguiente, Espejo (49): EN el espejo,//los ojos y los labios//de los amantes”. De esta manera, el agua del mar puede recuperar al muchacho de otro tiempo porque el espejo es una conexión entre dos mundos pero, también, mediante la invocación poética, una conexión entre los amantes.
La corporización del amante, al producirse mediante el mar, experimenta una metamorfosis con la propia isla de Chira, con la que se identifica su anatomía en el poema Las máscaras no mienten: “Así se muestra//la perfilada geografía de tu piel de isla:// beso de niebla//que refulge en el océano al amanecer” (50). El muchacho no solo ocupa ahora la misma línea temporal de la poeta sino que por un momento se apodera de su espacio geográfico asimilándose a la isla en una materialización completa del espacio-tiempo con tintes que alcanzan mucho más allá de lo cuántico, llegando a lo místico, me atrevería a decir que a lo galáctico, si se me permite ese adjetivo, dado que la aparición del muchacho a través de los mares tiene mucho de ese Big Bang inicial que generó nuestro universo según algunas teorías, dado que lo ha ocupado todo con su presencia expansiva, ocupando con su anatomía, incluso, la geografía del propio espacio de la isla. El muchacho ha atravesado por un agujero de gusano, desde un plano temporal a otro, de una línea temporal a otra, y aparece en ese otro mundo con una explosión invasiva que recuerda a un Big Bang cósmico.
            Abierto, así, el espejo de la correspondencia por la poesía, se ha producido la conexión en el mismo plano de ambas vidas, y empieza la cuarta parte del poemario, de significativo título, Deshielo (53). ¿Hielo en el trópico? Es el hielo que cubre las cumbres de los volcanes: hielo y fuego, lava y nieve. Deshielo, porque al fin, ambos amantes han abandonado lo pétreo de sus líneas temporales por donde deambulaban, como si fueran como aquel mamut atrapado en el frío de siglos, encontrado en un bloque de hielo y traído de vuelta a la actualidad.
            Juntos, así, lograrán pasar una noche de amor[9]: la cuarta parte del libro se inicia con el poema Muchacho de piel de piedra (55), una clave poética para entender lo que significa vivir un amor anclado a una vida pasada, pero que se ha corporizado en esa explosión geográfica a la que la poeta ya puede amar; un poema que despliega todos los motivos temáticos y simbólicos que articulan el poemario. De esa forma, el muchacho presenta algunas características geológicas: “Amplio es su cuerpo//como un río pleno en su deshielo//y huele a río//y posee la humedad redonda//de los cantos rodados”. Sin embargo, la voz poética no puede olvidar que ambos murieron en la otra línea temporal, de forma trágica, y que esta noche de amor también pasará, encontrando el sabor de las tumbas en el fondo de los besos dados a esas piedras que caracterizan al muchacho de la civilización precolombina, caracterizado por ese elemento fundamental que eran sus pirámides escalonadas de piedra: “pero besar la piedra es a veces//justificar tu propia lápida”.
            La poeta sabe que el agujero de gusano cuántico se volverá a cerrar en breve, y que el muchacho de piel de piedra deberá retornar a su existencia temporal. A la explosión o Big Bang generativo le seguirá una implosión omega, ese Big Crunch o gran colapso sideral que algunos expertos en cosmología aseguran que acabará por producirse en algún momento en nuestro propio universo. En el universo poético de Mar de Chira, tras la noche de amor, el muchacho se retira, con su particular Big Crunch, y cierra el agujero de gusano, replegando así el universo poético que se había generado para, después, regresar a las tumbas. Ese retorno en la poeta, a una especie de muerte en vida, se explicita con el abandono de la isla[10], que no es sino un regreso al momento presente, pero vestido de un fuerte anhelo de reencarnación.

            En el otro plano temporal, a la par, se produce el derrumbe de la cultura precolombina a la que pertenecía el muchacho[11] en el poema Llamada de un dios sin pies. Que esta hecatombe cultural y milenaria se produzca inmediatamente después de que en el plano presente la mujer haya conseguido estar con el muchacho de la piedra hace pensar en el elemento corrompedor de la civilización moderna sobre las culturas tradicionales precolombinas. El contacto de la protagonista ha sido determinante y venenoso para que, en el otro plano cuántico, a modo de efecto mariposa, una civilización completa se desmorone. Se cierra así esta “historia de amor cuántica”, o quizás “meta-cuántica”. Ebria de mar y poesía[12], sola de nuevo, entonces, la protagonista se metamorfosea en la propia voz de la autora, ensaya cierta poesía de la autoficción, y puede ya escribir su texto sobre Chira ensayada como un juego metaliterario, otra característica más de la literatura cuántica, dirigiéndose hacia una nueva reencarnación[13] que no sabemos si será un nuevo poemario…buscando un lugar en el mundo actual sin el muchacho de piedra,[14] tal vez obedeciendo a un impulso que es, como puede leerse en el poema Príncipe extraviado (34): “inexplicable como el tiempo”.
            El poemario ha puesto en pie lo que se define en el penúltimo poema, Chira (77), como un “círculo de verdad inexplicable”, una espiral, una forma geométrica cósmica que entronca con esas complejas realidades de la cuántica, con esos tratamientos del espacio y del tiempo en donde se puede existir en varios planos a la vez, incluso se puede vivir y morir a la vez, sin que podamos comprender la extraña certeza que esconde esta realidad. Y es este “círculo de verdad inexplicable” algo relacionado con la muerte y con la esperanza en la reencarnación, con el vivir muchas vidas a la vez y con un poemario que no es sino el recuerdo de todas esas vidas pasadas y del mar, y que en su último poema[15], a modo de corolario, sentencia: “Chira, te dibujo el vacío,//sólo tú puedes entenderme//Sola tú estás//donde duerme la noche”.
                 





[1] Presentación llevada a cabo el 12 de noviembre de 2014, en la biblioteca del Centro Cultural Isabel de Farnesio, en Aranjuez.
[2] Este gato, quebradero de cabeza para muchos estudiosos de la física cuántica, plantea una de las paradojas más controvertidas: la mecánica cuántica permite que, en determinadas condiciones, en un mismo instante, el gato –encerrado en una caja con un veneno radiactivo– permanezca vivo y muerto a un tiempo. La propuesta fue formulada en 1935 por el físico Erwin Schrödinger. En el poemario de Doucet, Mar de Chira, la arquitectura –un recurso tradicional en su poética, véase el título, por ejemplo, de su poemario Arquitectura entre los campos y otros poemas (San José, 2008)–, los espacios, están doblemente ocupados por los vivos y por los muertos como afirma, por ejemplo, en el verso inicial de “Alas abiertas”: “Estas casas que habitaron los muertos”(26). Sobre este plano temporal de los vivos, los muertos continúan desarrollando su línea existencial, ocupando el mismo espacio. Esta forma de ocupar dos mundos a la par, por ejemplo, se explicita, en la forma en que se imbrica la infancia rural de la voz poética con su otra infancia precolombina, simbolizada en una infancia de piedras, que puede leerse en el poema Verano, isla sitiada (36). Manzanas siempre verdes.
[3] No en vano, la primera parte del poemario se titula Travesía (19) y contiene un poema del mismo nombre en la página 22.
[4] Playa de la Ceyba, (21).
[5] De la estirpe de los ángeles (25).
[6] En Océano Pacífico (33).
[7] “EL cuerpo del aire vive aquí”, para definir esa bofetada climatológica que recibe el viajero, un golpe sofocante y denso cuando pisa las playas, por ejemplo, de la Costa Rica en su zona del Pacífico, o más concretamente del cantón de Puntarenas, por ceñirnos al contexto geográfico del poemario.
[8] Tradicionalmente, en el imaginario de la poeta, la fruta ha venido significando la muerte. Con el mismo valor simbólico se desvela en Mar de Chira; al haber sido trágicamente sacrificado el muchacho, y asesinada la voz protagonista, en el otro tiempo, en la pócima simbólica y lirica que construye la resurrección del muchacho y conecta las dos líneas temporales, no puede faltar, junto al viento, la arena, el agua del mar y la piedra, el elemento fúnebre que recuerda la verdadera naturaleza y origen de ambos amantes, significados en la fruta por su valor en la poesía de Doucet. En este poemario, las referencias a la fruta aparecen en algunos títulos de poemas, Fruto prohibido (23), La fruta del corazón (41), y también en imágenes que se asemejan, generalmente, con el corazón, como una fruta que se arrancó del pecho del muchacho cuando fue sacrificado, o que en su color, rojizo como el de las cerezas, recuerdan a “la sangrienta cosecha”  (46) de uno de esos holocaustos llevados a cabo por los pueblos precolombinos  –poema Sin verme–. El sacrificio del muchacho mediante el descorazonamiento es poetizado en Corazón de piedra verde (60): “La piedra generalmente guarda un corazón,//un sustraído corazón.//Un corazón de piedra verde”. La autora entabla así un diálogo metaliterario con una obra narrativa, colocando en una lanzadera comparativa externa su poemario junto a la novela de Salvador de Madariaga de mismo título, El corazón de piedra verde (Buenos Aires, 1943), en donde la narración se detiene extensamente en desarrollar la historia secundaria de un joven que será elegido para ser sacrificado, siendo tratado y agasajado como un rey o un dios, durante todo el periodo de tiempo que transcurre antes del sacrificio, que la propia víctima considera como un gran honor. Para la poeta, el hueco que ocupaba el corazón, una vez extraído, muestra su ausencia de una forma cósmica en el poema Mármol imposible (Doucet, 2014: 61): “ES una enorme cavidad de fuego//donde otrora cegaba el corazón”. Siguiendo el eje temático, la piedra ha dado paso al mármol, y el corazón ha dejado un agujero de fuego al estilo de la explosión de una supernova o la irradiación de un sol, en consonancia con ese Big Bang al que me referiré más abajo. Metaliteratura como elemento cuántico, Sobrescritura de palimpsesto, estructura fractálica que remite a textos mayores.
[9] Esa noche de amor culmina en el poema del libro cuyo título coincide con el de la cuarta parte: Deshielo (Doucet, 2014: 62). La poeta elige aquí, además, un recurso consistente en asociar palabras referentes al campo semántico del frío y del hielo, de la congelación, para poner en pie una relación amorosa tropical y tórrida que debería ser asaz calurosa. Evidentemente, ese frío que el amor desatado consigue deshelar, como la última palabra del poema concluye, es el frío de la muerte del que no pueden desprenderse ambos personajes, que están juntos por encima del tiempo y de sus propias y trágicas muertes pasadas, de un amor que entonces no pudieron disfrutar, y del que ahora gozan siempre con la presencia de ese escalofrío de fondo que les recuerda la tragedia. En este sentido, la protagonista de Mar de Chira, la voz poética o yo poético, y el muchacho, me recuerdan, en lo que tiene de amor fantasmal, doloroso e imposible, a la historia de Francesca y Paolo que aparece en el Canto V del Infierno de la Comedia de Dante (versos 73-142).
[10] El poema del abandono de la isla, Chira sin mi (Doucet, 2014: 63), con los versos que muestran el alejamiento de la isla: “EL catamarán, cremallera//que va abriendo y cerrando//posibilidades sobre tus aguas”, sutura, cose así el agujero que se había abierto sobre la superficie de las aguas por las que había accedido el muchacho. Se cicatriza el acceso al otro mundo cuántico, bloqueándose la conexión.
[11] Probablemente perteneciente al grupo indígena de los huetares.
[12] No en vano, la quinta y última parte del poemario se titula La ebria de mar (67).
[13] En Solo el instante (71), donde “el instante” es “sólo la vida”. Toda una vida es un instante, en una reflexión “meta-cuántica”.
[14] Un lugar en el mundo que se define en el poema Desdibujada orilla (75): “antes de encontrar la desdibujada//orilla que me acoja”.
[15] Donde duerme la noche (77).