martes, 4 de enero de 2011

Novela de Ajedrez -Stefan Zweig-.




NEGRAS JUEGAN Y PIERDEN

A Stefan Zweig los horrores del nazismo, la brutalidad de Alemania durante la Segunda Guerra Mundial, lo dejaron sin patria. Como dice Sebald, en Campo Santo, reflexionando acerca del concepto de patria: “Destruir la patria es lo mismo que destruir a la persona (…). Y no hay una nueva patria.(…). La patria es el país de la infancia y la juventud. Quién la ha perdido sigue estando perdido, aunque haya aprendido a no tambalearse en el extranjero como si estuviera borracho”. Ese fue su mal, su castigo, la carga de la que intentó huir y la que nunca pudo superar.
Hasta la época de Stefan Zweig, hasta los malditos años de la Segunda Guerra Mundial, la humanidad nunca jamás había descendido a semejante cotas de inhumanidad. Bien es cierto que antes hubo una Gran Guerra con su cuota de masacres y carnicerías, antes, incluso, una Revolución Francesa que trajo de la mano la guillotina y el Terror, pero nunca antes la civilización moderna fue consciente, como en tiempos del nazismo, de encontrarse a tan escasos pasos de desaparecer al estilo de la Antigua Roma, la Gracia Clásica o el Egipto Faraónico. En esos momentos, le tocó a un intelectual, a Zweig, soportar esa carga, darse cuenta de cómo se comportaba el ser humano y, por ende, todo un país, una patria, metida de lleno en las matanzas.
Zweig nació en Viena en el año 1881, una ciudad que representaría muy bien el desmoronamiento del periclitado régimen de los Habsburgo, empezando con el Pacto de Versalles, ese desmembramiento de la nación y esa agonía del concepto de patria para el escritor. Para Sebald, ahora en su ensayo Pútrida Patria, “el concepto de patria es relativamente nuevo. Se acuñó precisamente en el momento en que la patria dejó de ser un sitio donde permanecer y en el que individuos y grupos sociales enteros se vieron obligados a darle la espalda y emigrar. Por ello, ese concepto, como no es raro que ocurra, está en relación mutua con aquello a lo que se refiere. Cuanto más se habla de la patria, menos existe ésta (…). La experiencia de la pérdida de la patria no puede repararse nunca”. Exactamente eso le sucedió a Zweig, se vio obligado a darle la espalda y a enfermar, definitivamente, de patria.
Porque Zweig se vio obligado a abandonar su Austria, su Viena, su Salzburgo, ciudades no destruidas por un terremoto como la Lisboa de 1700, ni por un incendio como Londres, ni por una erupción volcánica al estilo de Pompeya y Herculano, ni tan siquiera por un bombardeo o raid devastador aliado, al estilo de lo que le ocurrió a Berlín; no, simplemente extravió su Viena, su Austria entera, porque le era imposible, ya, vivir en ellas. Y eso lo refleja ampliamente en sus obras, a través de la decadencia y descomposición de la sociedad de la época.
Doble pérdida de identidad si tenemos en cuenta que, además de vienés, Zweig era judío, un judío con identidad nacional condenado, como desde entonces tantos millones de judíos, a ser un judío sin identidad y sin destino. Estos dos problemas, la ausencia de una identidad y una patria usurpada de donde fue arrancado a la fuerza, lo condujeron al suicidio. Porque en un principio el escritor planteó su resistencia y su lucha ante las adversidades con un exilio dolorosísimo pero esperanzado que, al final, exiliado sin patria, creyendo firmemente en la victoria del nazismo, se convirtió en un suicidio como forma particular de resistencia.
Era tal el dolor de ver y constatar las atrocidades de su pueblo que fue incapaz de soportarlo. Como sostiene Peter Weiss en La Estética de la Resistencia: “Mantener el equilibrio entre los vivos con todos los muertos que llevamos dentro, con nuestro lamento por los muertos y con nuestra propia muerte, que tenemos ante los ojos”, es circunstancia que a Zweig se le hizo imposible. Las atrocidades eran tales y de tal magnitud que convivir con ellas en el futuro para Zweig –en especial si como el creía Hitler ganaba y se perpetuaba tras la guerra- era un esfuerzo que colmaba más allá de sus fuerzas vitales. Para Sebald, de nuevo en su obra Campo Santo, era impensable que Zweig pudiera convivir con “la obscenidad de una sociedad psíquica y socialmente deformada y el escándalo de que la historia, como si no hubiera pasado nada, pudiera proseguir luego prácticamente imperturbada.
Motivos, todos, que Carlos Soldevilla resume, en su estudio crítico a modo de introducción a las Obras Completas de Zweig en la Editorial Juventud, de la siguiente manera: “Y se comprende que un sensitivo como Zweig, personalmente a salvo, no tuviese fuerzas para soportar el tremendo impacto que produjo en su espíritu, no solamente la tragedia de su gente, sino el derrumbe de una concepción idealista del mundo y, especialmente, de esa Europa que tanto amo y de la que, en cierto modo, pudo considerarse como hijo mimado”. No en vano, sus memorias, que hablan y no paran de la pérdida de ese estatus, de ese orden otrora ejemplar anterior a la guerra, se titulan El Mundo de Ayer, con el clarificador subtítulo de cómo se sentía aún sin patria: Memorias de un Europeo.
El ser humano, para Zweig, era capaz de lo mejor y de lo peor, en sus novelas siempre los personajes sucumben a la llamada del abismo y, bajo la idea de un hombre de naturaleza responsable, aparecen otros hombres, más primitivos. Sus novelas de Blut und Geist –Sangre y Espíritu-, no fueron sino un preludio de la propia y personal suerte que correría el autor. De hecho, que eligiera retratar a personajes en biografías como las de Erasmo y Fouché no es coincidencia. Ambos personajes supieron atravesar grandes tormentas –la Europa del siglo XVI con sus guerras de religión y la de finales del XVIII con la sacudida napoleónica- sin perder el rumbo y con mano firme, ejemplo de lo que deberían ser los dirigentes y pensadores de la época actual ya que tanto uno como otro, Fouché como Erasmo, ofrecen un cuadro de inseguridad y de angustia de unos tiempos que prefiguraban la época que le tocó vivir a Zweig. Y por qué no, un augurio del propio final de Zweig lo encontramos en su retrato de Von Kleist, en la obra En Combate contra el Demonio –Holderlin, Kleist, Nietzsche-, escritor que también se suicidó.
Zweig se encontraba en 1939 pasando una temporada en Londres. Días antes del estallido de la guerra pudo viajar, tal vez azuzado por un sentimiento premonitorio, a su Austria por entonces ya anexionada al Reich hitleriano tras el Anschluss. En Viena se despidió de su ciudad y de su madre para regresar a Londres y, desde allí y con los hechos bélicos ya consumados, trasladarse con su segunda mujer al Brasil. Con sus obras prohibidas en el Gran Reich –por tanto en Austria también-, como ciudadano británico, tuvo una maldita visión: vio a Hitler vencedor de la guerra. Y se avergonzó del futuro y también del presente. Tuvo tiempo de denunciar toda la brutalidad del nazismo en su Novela de Ajedrez pero lo que podría haber sido un fértil valladar contra la barbarie se detuvo ahí. Se quitó la vida en Petrópolis, junto a su esposa. En palabras de Carlos Soldevilla: “Al perder la fe en sus ideales humanísticos había perdido la voluntad de vivir. El aliento embriagador del trópico no había logrado curarle de la fina añoranza de su Salzburgo mozartiano”.
¿Para qué voy a hablar de Novela de Ajedrez después todo esto?. Simplemente, creo, que esta es su mejor critica: recordar al firme y fino intelectual que la escribió. Después, lo que resta es maravillarnos con ella y leerla una y otra vez.

Un texto opresivo, mentalista, derrotado, embrutecido por las botrancas y los abrigos de cuero del Reich Milenario, resistente, lúcido y valiente.

2 comentarios:

  1. Zweig decidió jugar con las negras en el tablero de su propia vida. La muerte, como en Bergman -no soy ajeno a tu desidia cinematográfica- le ganó la partida a escasos meses de la derrota final del III Reich. Antes, nos dejó obras inmortales como ésta, de la que me gustaría haber conocido tu análisis concreto. Saludos.

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    1. Gracias por tu comentario: en efecto, debo analizar Novela de Ajedrez... esa era mi intención, pero me pudo la reflexión general sobre personaje y obra. Lo prometo para una próxima entrada. Lo de la desidia cinematográfica también prometo mejorarlo, estoy en ello. Un gran saludo!

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