jueves, 31 de octubre de 2019

Negro corazón-Mateo Miguel



*Esta crítica aapreció en achtungmag.com:
https://www.achtungmag.com/negro-corazon-del-autor-mexicano-mateo-miguel-entre-la-carne-y-el-alma/

Negro corazón, del autor mexicano Mateo Miguel: entre la carne y el alma


En los originales marcapáginas de la editorial Nieve de Chamoy, en forma de cono de helado y que es el logo de la editorial, aparece una máxima: Literatura en-cono para gustos audaces. Con la lectura del libro Negro Corazón, del mexicano Mateo Miguel, he terminado de comprender el juego de palabras y le he dado sentido. Tuvo que ser mi amigo panameño, el escritor y cantautor Javier Medina Bernal, que me visitó la pasada semana, quien me explicó que la Nieve de Chamoy es un helado de sabores tradicionales frutales, pero también algo extremos si se elaboran con tequila o mezcal; además, lleva el chamoy, que es un condimento que incluye chile y fruta deshidratada para lograr un sabor entre dulce y ácido y, como no, picante. Este apunte culinario es muy importante a la hora de comprender y poder unir todas la claves para hablar, hoy, en este Odradek de Achtung!, de la novela Negro Corazón.

Porque la obra de Mateo Miguel publicada por Nieve de Chamoy en el año 2016, es la representación libresca de ese helado al que me refería antes. Es un libro picante, a la par ácido y por momentos dulce, con una prosa refrescante en donde su vitalidad radica en la pasión del autor por el buen escribir.
En efecto, Negro Corazón es el helado editorial de la editorial Nieve de Chamoy, un libro coronado de especias eróticas, de narraciones sexuales, pero que esconde una firme arquitectura narrativa y una historia desgarradoramente actual.
Me comentan que Mateo Miguel no es un escritor muy conocido en México. Es una pena, debería serlo, porque su escritura es magnífica. Estamos ante un estilista, capaz de meterse en dos voces muy distintas que articulan la historia. Y la historia es la narración de cómo empieza, se desarrolla y fracasa, una relación sentimental entre un hombre y una mujer. También, la historia psicológica, sexual y erótica, de una atracción enfermiza. Una relación tóxica que amarga todo el amor que ella siente: al final, la destrucción sentimental de Braulio e Ivonne.
Dos logos de la editorial en donde aparece el cono de helado de chamoy:


¿Qué elementos nos encontramos en esta historia chamoyesca, por lo picantito, por lo descarado, por lo prohibido, que la convierten en un libro tan atractivo? Mateo Miguel nos presenta su historia narrada a dos voces y, a su vez, dividida en dos partes. La parte inicial, Primero la carne, cede mayor protagonismo a las declaraciones masculinas que exponen su visión de la relación, es Braulio quien nos habla, fundamentalmente de dos asuntos esenciales: el deseo y los celos.
En la segunda mitad, El alma después, el discurso, mucho más fragmentado que su réplica masculina, le corresponde a la mujer. Ivonne se centra en la idea de lo que es el amor para ella, pero también aborda el asunto de los celos y, curiosamente, se refiere en multitud de ocasiones a la venganza.
De esta forma, Mateo Miguel ha compuesto un díptico de personalidades, un paso a dos masculino-femenino que, mediante su discurso, nos presenta un análisis psicológico y sexual de los protagonistas, en donde se ofrece, además, un estudio de las costumbres y procedimientos sexuales en México y en los Estados Unidos en estos primeros años del siglo XXI.
El discurso masculino es duro y directo, cargado de resquemor y con una ira contenida. Braulio es un ser meramente sexual, un prototipo de hombre machista que antepone su propio placer a cualquier otro asunto. Por ese motivo manifiesta que:
las amantes son para el placer”.
Es egoísta, la mujer no le importa, o parece no importarle, en absoluto, pero fundamentalmente resulta un celoso enfermizo, además de un infiel, para convertirse la radiografía psicológica de su carácter en el retrato de un maltratador.

Ese es uno de los problemas principales de esta visión sexual y social del momento, que Ivonne vive siempre al filo, o inmersa de lleno en el maltrato, tanto físico como psicológico. La parte masculina del libro, Primero la carne, ya nos avisa de cuáles son los intereses primarios del discurso del hombre, así como esa segunda, El alma después, caracterizará a la mujer que despliega un mundo sentimental apoyado siempre en los recuerdos reprimidos que, al final, terminan brotando.
El autor ha tomado partido desde el principio por el personaje femenino, desde los mismos encabezamientos de cada una de las partes de la novela, y aunque el título general haga referencia a cómo ve Braulio el corazón de Ivonne, negro, resulta paradójico porque se nos muestra el corazón del hombre más oscuro y retorcido.
Frascos de la popular salsa de chamoy.
Sin embargo, la venenosa historia de sexo, abusos, celos y venganzas, terminará también por corromper el corazón de la mujer, y ambos músculos acabarán ennegrecidos y perdidos en un callejón sin salida repleto de amargura y tristeza. Esta es una de las tesis del libro: una relación puede destrozarte tanto como para volverte un impotente sentimental para el resto de tu vida.
Estoy, ahora, hablando de patologías, y junto a la impotencia sentimental nos encontramos en la novela de Mateo Miguel con un hombre adicto al sexo, comido por los celos y la posesión única de la mujer que ama, un maltratador y un abusador psicológico, al que da su réplica una mujer hipersensible e hipersexuada.
Ivonne ha desarrollado una disociación que le hace capaz de aislarse o alejarse si mantiene una relación sexual forzada o no consentida. Estamos ante una muer traumatizada por los abusos sufridos de niña, en el seno de la familia —concretamente su tío Marcelo con el pretexto de unas clases de piano— y por el momento crítico en que perdió su sexualidad, que se nos presenta con cierto complejo de lolita, también, con un anhelo enfermizo por recuperar la infancia que perdió a golpe de iniquidades, que piensa en llevar a cabo su venganza de Braulio, que utiliza el sexo como un arma en contra de su ex amante y en contra de sí misma, para cuajar un cuadro mental de gran complejidad.
Si analizamos la historia de maduración, o de tránsito desde la infancia a la juventud, la pubertad de Ivonne y los ritos de paso necesarios que debería haber experimentado para conformar su personalidad, hallamos un extraordinario trabajo psicológico del autor que se apoya en los hechos que nos narra. A los abusos del tío pianista hay que sumar la figura de un padre obsesionado por la limpieza, pero que bebe sin control y se vuelve violento, que golpea a la madre y a las hijas, y cuyo carácter autoritario es insoportable.
El autor, Mateo Miguel, poco dado a prodigarse en redes. Esta foto es de su perfil público de Facebook.
Después, llegarán las sesiones de Ivonne con un psiquiatra con el que experimenta un amor impulsivo jamás correspondido y el despertar al nuevo mundo como criatura sexual con la violación que de ella hace su novio Mariano, mayor que ella, casado y esperando un niño. Un Mariano que resultará ser un cobarde cuando, encañonado por la pistola del padre de Ivonne, niegue cualquier relación con ella.
La vida sexual de la mujer estará repleta de problemas y situaciones que son producto de los malos entendidos derivados de la visión que de ella se hacen los hombres. Experimentará otro abuso a  manos de un enfermero, y su relación, la que podría salvarla, con Braulio, se pudrirá por los celos enfermizos.
Tras la ruptura, el camino sexual de Ivonne seguirá siendo terriblemente complejo y duro: aparecerá, ya en los Estados Unidos, un camionero llamado Willy, un malote tatuado que aguarda con un arma cargada el momento de encontrar a su mujer que le abandonó y al tipo que se la llevó, y que además pertenece a la Mara Salvatrucha. Entregada a él, Ivonne ejecutara su venganza sexual sobre Braulio en otra pésima decisión.
Este cuadro mental masculino/femenino tan completo y laberíntico, en donde cada palabra pronunciada por los personajes, cada matiz, encierra en lo más profundo un tragaluz que nos proporciona el acceso a los problemas que torturan sus mentes, se complementa con la multitud de referencias literarias que un comparatista puede extraer de la novela.
Independientemente de que su autor las haya leído o no, o las conozca en mayor o en menor medida, los ecos que resuenan en Negro corazón, la conversación que entabla con otras grandes obras literarias, le proporcionan un relieve especial. En el texto encontramos algo del más descarado y sexual Henry Miller (en especial el de la trilogía de La crucifixión rosadaNexusSexus y Plexus —en Alfaguara os tres volúmenes—), así como del Marques de Sade en Justine Cátedra— (Ivonne, a veces, me recuerda a este personaje paradigmático de la novela erótica, casi pornográfica) y en La filosofía en el tocador —Valdemar—  (en lo relativo al despliegue sexual de las armas de seducción femeninas).
Henry Miller y el Marqués de Sade:


Por otro lado, el personaje femenino posee algunas características, especialmente percibidas por los hombres, de la Lolita de Nabokov —en Anagrama— , y en el asunto de las venganzas urdidas como hilo que continua entrelazando la relación una vez terminada, y en la corrupción del hombre para con la mujer, encuentro ecos de Las amistades peligrosas de Chorderlos de Laclos —en Cátedra— .
Nabokov y Chorderlos de Laclos:


Pero la cosa no termina aquí. Los celos, necesariamente, conversan con otras grandes obras de autores inmortales que los han abordado: Cervantes y Shakespeare, así como ciertas cuestiones y visiones del concepto de lo que es honroso y honorable en Braulio recuerdan, por momentos, a piezas de teatro del Siglo de Oro español, especialmente aquellos dramas calderonianos, en donde la cuestión del honor es el motor de la tragedia.


El personaje femenino aglutina algo de la Justine de Sade, como ya he dicho —especialmente en cuanto a que es una criatura sexual, o es vista así, exclusivamente así, por los hombres—, pero también de La Regenta de Clarín —en sus recuerdos de la infancia inconformista y peligrosa que, en principio, estaba destinada a ser modélica y se fue torciendo— y de la Lolita de Nabokov —por su aspecto y comportamientos algo infantiles, una inocencia que, sin duda, provoca todavía más a los hombres—.



Y en ese dialogo que mantiene Mateo Miguel con otras obras y escritores universales, no puedo pasar por alto la deconstrucción de algunos de los cuentos más populares, como el de Caperucita Roja, en donde Braulio se caracteriza como el lobo e Ivonne, obviamente, incluso en el aspecto externo y la forma de vestir, en la inocente (o quizás, después, no tan inocente Caperucita), en este caso Rosa.
Y una relación de comparación más. En muchas ocasiones el discurso de Ivonne me ha recordado a los discursos femeninos, cargados de reproches, pero también de amor y delicadeza, que Ovidio pone en boca de las mujeres de las Cartas de las heroínas (también conocidas como las Heroidas —en Alianza Editorial) y que lanzan contra sus amantes, esos que siempre tuvieron algún otro motivo para abandonarlas. ¿Acaso no es Ivonne la gran heroína de esta novela?

Así, hemos repasado los mimbres psicológicos (excelentes mimbres) con los que el autor caracteriza la relación con los personajes. Mateo Miguel, como buen estilista, además, hace un esfuerzo brillante por dotar a cada uno de ellos de un discurso propio y claramente reconocible, apoyado en el léxico y en las variantes usadas en sus formas de hablar.


El discurso masculino resulta más técnico, propio de lo que sería un oficinista o un hombre de negocios, circular, siempre dando vueltas sobre el mismo asunto: los celos. Es un relato obsesivo, similar casi a la deposición ante un juez, con ciertos visos de letanía en frases que se repiten, como la que inicia la novela y que aparece varias veces más:
Así era, así es, así será”.
Esta coletilla puede dar a entender la imposibilidad de que se puedan alterar ciertos acontecimientos o ciertos comportamientos, como si existiera una predestinación sobre lo que puede ocurrirnos; es decir, que cualquier relación amorosa está condenada al fracaso, fundamentalmente porque siempre hacen acto de presencia los celos.
Además, el discurso de Braulio se completa con algunos extractos de emails que son como un aporte de pruebas documentales ante un juez. En esta primera parte el lector de la novela de Mateo Miguel hace las veces de un jurado que escucha las pruebas acusadoras, mientras que en la segunda, la que corresponde al discurso femenino, el papel del lector es más el de un psicólogo.
Psicólogo, porque mientras el discurso masculino se apega a lo sexual y carnal, a la posesión y a la exclusividad, la parte femenina en donde Ivonne da rienda suelta a sus declaraciones se sustenta en un mundo mucho más idealizado, con muchos retazos de infantilismo, y apoyado por un léxico característico: más coloquial, con expresiones comunes, locales, y construcciones de adjetivos larguísimos e imposibles, salteados de palabras y frases en inglés.
La  mujer nos habla de que su padre experimenta un enfado:
archimegarrecontrasuperultrafuriosisisisísimo”.
Es un ejemplo de este tipo de súper adjetivos forzados que van nutriendo esa narración de Ivonne, que conforman su personalidad desbordante, pero también desbordada por todo lo que le ha tocado vivir. Al final, su historia es una historia de abusos, machismo, de cómo entiende el hombre que debe actuar una mujer: a su servicio. Por ello, tras las historias de celos y sexo, en el retrato psicológico se esconderá ese mal de nuestro siglo XXI que es la violencia de género. Y esa violencia nos proporciona una víctima: Ivonne.
No quiero olvidarme del extraordinario epílogo de la novela, en donde nos sumimos en lo que un narrador omnisciente denomina:
Un tiempo fuera del tiempo —el tiempo de los amantes—”,
recurso que le permite al autor, de forma fraccionada, saltar adelante y atrás para poner un broche de relumbrón a su narración.
Negro corazón es una novela clave en el catálogo de Nieve de Chamoy, porque define perfectamente el espíritu de esa literatura en-cono para gustos audaces: es arriesgada, estimulante, novedosa y transgresora. Es el tipo de novelas que gustan a la editorial. Es el ideario de la editorial. Es puritita Nieve de Chamoy.

Mastodonte-Jaime Reyes



*Esta crítica apareció en achtungmag.com:

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Mastodonte de Jaime Reyes: jirones de violencia y pedazos de literatura

De entre los libros que he podido leer del catálogo de la editorial mexicana Nieve de Chamoy, tal vez Mastodonte, la novela de Jaime Reyes editada en el año 2015, sea uno de sus libros más peculiares. ¿Es una novela? Por supuesto que sí, pero es, también, algunas otras cosas más, gracias a un arquitectura fragmentaria y a la interacción que el autor propone con el lector en su versión digital (algo más atenuada en la edición en papel) que la acerca al concepto de narrativa hipertextual. Además, Jaime Reyes nos propone una fusión, o una transversalidad del texto (un texto, por otra parte, de gran violencia) con la música, para conformar algo más, por tanto, que una novela. Yo diría que Mastodonte es un artefacto narrativo del que os hablo hoy en esta columna de El Odradek de Achtung!

Obviamente, el libro se puede leer como una novela, de forma lineal, pero en su carácter fragmentario encontramos la primera de las peculiaridades que lo hacen tremendamente atractivo. El autor muy bien podría habernos proporcionado, al estilo cortazariano, un tablero de dirección para ir saltando de fragmento en fragmento, pero no es necesario.
La reconstrucción de las historias mediante le intervención del lector permite hacernos una idea clara de las narrativas que contiene la obra, que por otro lado se ha fragmentado con tal acierto que se puede empezar a leer por cualquier lugar, ir saltando, y siempre se nos rearma en la cabeza para resultarnos comprensible.
Esta novela, cuya historia renace una y otra vez de sus pedazos, y esa es una de sus grandes virtudes, sin embargo aborda los despojos (sí, también se trata de una cuestión de fragmentos) de los dos personajes protagonistas; o quizás de un único personaje protagonista, Mastodonte, y de una enigmática mujer (¿o tal vez no tan enigmática?), VB, proyectada por la mente enferma de Mastodonte, que la ha idealizado (ni tan siquiera los lectores podemos contemplarla a través de los propios ojos de Mastodonte, sino a través de sus recuerdos, memorias, pensamientos alucinados).
De esta forma, aunque quebrada y revuelta, lo que Jaime Reyes pone en pie es una novela de género negro, con todos sus componentes muy bien definidos. Tenemos a un matón, Mastodonte, que proviene de un mundo sórdido —el de las luchas de las artes marciales mixtas, eso que ahora está muy de moda y que también denominan UFC, por Ultimate Fight Championship—, un universo que cumple la misma función que el boxeo en las antiguas novelas de gánsteres, o en algunas de las de James Ellroy.
La lucha, o el boxeo, siempre quebrantaron al protagonista de las historias, para sumergirlo así en un mundo insano, ilegal y peligroso. Siguiendo esta premisa, Jaime Reyes maquina un Mastodonte que lucha con furia y, como todos esos personajes de novela negra, cuando golpea en el ring lo que realmente está haciendo es batallar contra su destino, su pasado o sus traumas.
El mexicano Jaime Reyes, autor de Mastodonte.
En el caso de Mastodonte, su brutalidad viene desencadenada por el suicidio de su hermano Matías, inexplicable para él, y que busca entender —o quizás quiera hacer pagar por ello a los demás— reduciendo a pulpa los rostros de sus contrincantes. La construcción psicológica del héroe que en realidad es un antihéroe, idea clásica de la novela negra, está así conseguida. Mastodonte golpea contra el suicidio de su hermano, sin piedad, y eso le da un motivo para frustrase y acumular más ira.
Lamentablemente, este asunto del suicidio del hermano está tomado de la propia experiencia personal del autor. En unas declaraciones a Excelsior.com, afirmaba:
Mastodonte nace de mi propia experiencia de superar el dolor de una pérdida, de los procesos por los que pasa cualquier persona normal que un día se encuentra extraviada en su vida mental, pero sobre todo nace de mi toma de conciencia de que la ira es la emoción que marca hoy, como lo ha hecho ya en otras épocas (o tal vez en todas), la vida del hombre (…) Y lo que yo quise con Mastodonte es, sí, también retratar a ese tipo de hombre, la forma en la que su mente transfiere la ira a su cuerpo, pero sobre todo la manera en la que busca salir una y otra vez del círculo vicioso de sus ideas depresivas”.
Por tanto, si Mastodonte trata de superar el suicidio de su hermano con la violencia del combate, no es demasiado arriesgado afirmar que Jaime Reyes intenta ahuyentar los fantasmas de ese suceso tan terrible de su vida entablando una lucha con la literatura, de ahí su marcado carácter violento y brutal, además de fragmentado. Prosigue el autor con este asunto en la mencionada entrevista:
“Creo que parte de Mastodonte, en lo que tiene que ver conmigo como autor/lector del libro, es aceptar sin grandes culpas mi naturaleza violenta, no tenerle miedo a mi expresividad intensa, muchas veces visceral y agresiva. Y no estoy encabronado, así es mi carácter. Mastodonte, entonces, es brutal porque yo vivo las cosas de esa manera. Y la muerte de mi hermano necesitaba, para mí, un enfrentamiento brutal, intenso, sin muchos rodeos y al tiempo sin la necesidad de develar nada innecesario que me desviara del objetivo central de Mastodonte, que es meditar sobre la ira y la violencia del hombre sobre sí mismo. (…) Mastodonte, como comentaba al inicio, nace de mi propia experiencia de superar el suicidio de mi hermano, que me dejó lleno de odio y de una ira irracional y sin fundamentos claros, es decir, extraviado en un mundo emocional sin sentido”.
En segundo lugar, debemos atender a los personajes secundarios que pasan de forma muy fugaz por la novela, pero que completan esa estructura de noir. Por supuesto, el mafioso, el todopoderoso que decide poner a Mastodonte a su servicio, con su cuadrilla de guardaespaldas. Cuando Mastodonte entra al servicio de este hombre, para asesinar por encargo a otros matones, consuma su caída en los infiernos de los que intentaba salir a golpes (una muy mala decisión la de intentar escapar a puñetazos de un drama personal).

Y dentro de este esquema de novela negra no podía faltar la femme fatale, que es la mujer de las siglas, VB, orbitando permanentemente en la cabeza de Mastodonte, con la que parece compartir un pasado y hasta un lugar ideal: Shanghai. Como toda mujer fatal, al principio ha significado una liberación para el protagonista, pero con su abandono, después, se ha convertido en un sufrimiento, una obsesión. De esta forma, Mastodonte intenta recoger los pedazos de su vida mediante los recuerdos, sin darse cuenta de que lo pulverizan todavía más.
Tal y como nos explica Jaime Reyes en la entrevista de Excelsior.com:
Mastodonte es así, describe pedazos de vida de un hombre enfurecido que lo único que sabe hacer para no sentir dolor es golpear, golpear hasta matar, como el más grande, famoso, adinerado, amado y admirado de los peleadores de artes marciales mixtas, nuestro deporte favorito en el siglo 21. La chica complementa o explica, de alguna manera, este retrato. Es una mujer onírica, enferma del síndrome de Cótard, hipersexual, violenta, pero con la suficiente materia emocional e intelectual para abrazar y abrasar al Mastodonte. VB es muy atractiva, al menos para mí”.
La función de Shangai y de VB en la novela son las de un lugar imaginario e idealizado en donde poder encontrar descanso. Una retirada utópica de la realidad, porque Mastodonte jamás encontrará descanso. Pero ese imaginario que le resulta sedante, con la mujer como protagonista, se sostiene sobre un pasado de sexo y drogas, violento y turbio, que termina de apuntalar esta novela de género deconstruida que nos propone el autor.
La estructura quebrada y siempre cambiante le permite a Jaime Reyes saltar de un tema a otro sin que la narrativa se resienta. De esa manera, aprovecha para insertarnos fragmentos técnicos sobre lucha (en concreto la manera de pegar un puñetazo) y cierta aproximación a la literatura médica.
La medicina, al igual que el elemento musical, que trataré después, resulta de una importancia crucial. Mastodonte se ha destrozado la espalda en un extraño accidente automovilístico teñido de intento de suicidio, y VB sufre de un más que curioso síndrome, lo que justifica su desaparición, y que es otro de los grandes aciertos de la novela: el síndrome de Cótard.
Esta enfermedad puede que a algunos os suene de haberla oído en series tan célebres como House o, en la más reciente, New Amsterdam. Enfermedad mental, consiste en que el paciente se cree muerto, un cadáver, delira sobre cómo se pudren sus órganos e, incluso, llega a creer que ya no existe.
Foto de la ficha policial de Richard Chase, el Vampiro de Sacramento, aquejado del síndrome de Cótard.

Cabe destacar que Richard Chase, un asesino en serie no demasiado conocido y bautizado como el Vampiro de Sacramento, sufría esta enfermedad. Es innecesario que hable aquí de sus espeluznantes crímenes. Os dejo este enlace por si queréis saber más bajo vuestra propia responsabilidad:
Volviendo a Mastodonte, debo repetir que me parece un golpe de absoluta genialidad por parte de Jaime Reyes que la novia del asesino padezca una enfermedad que le haga creerse muerta. La novela, de esa manera, se asienta sobre la personalidad de dos personajes que en realidad son como despojos de carne putrefacta —no debemos olvidar que, tras el accidente de coche, la espalda de Mastodonte experimenta una especie de necrosis lumbar—.
Los términos médicos, junto con los de lucha, unidos a la música que mantiene una presencia abrumadora en la novela, son los elementos hipertextuales que el autor ha montado, sobre todo, para que Mastodonte se lea en dispositivos móviles. La idea de Reyes es muy clara:
Los que gustan de música heavy saben que en realidad no hay gran truco en el título, e incluso en la musicalidad literaria de Mastodonte. Existe una banda estadunidense de metal progresivo que se llama así, Mastodon, y sus temas, si bien no son fragmentados como los parágrafos de Mastodonte, tienden a ser mantras que logran su tesitura ideal a través de la progresión simétrica y asimétrica de muchas de sus armonías. La música heavy ha estado en mi vida desde que nací y es lo que más disfruto. Más o menos sé de las bandas que hay y más o menos conozco sus discos, por eso el playlist de Mastodonte, en realidad, llevaba años construyéndose en mi memoria, estuvo ahí a priori Mastodonte como libro”.
La novela negra se nos presenta guiada por referencias continuas al heavy metal, que el lector del formato en e-book puede escuchar a través de los hipervínculos que le ofrece el libro. Por supuesto, en otros hipervínculos aparecen las referencias médicas y las técnicas de lucha.
Aquí os dejo un enlace a Clandestiny, un vídeo de la canción de Mastodon, la banda norteamericana de Sludge Metal:
Y aquí os pongo la playlist confeccionada por el autor, que se encuentra en Spotify y acompaña la lectura de la novela:
Podría parecer que la versión en papel extravíe algunas de estas intenciones metatextuales, y ese es un temor que alimenta el propio autor al creer que al realizar una versión tradicional de la obra sería:
complicado que lograra transmitir fácilmente la idea de la experiencia hipertextual o multimediática”.
Sin embargo, eso no sucede. La novela está formidablemente montada, y en ningún caso se resiente por despojarla, en su edición en papel, de parte del hipertexto. El objetivo de su autor de
crear un mantra narrativo que fluya, por supuesto, en la literalidad de las palabras, pero también entre los significados que puedan tener los parágrafos del libro en conjunto y los momentos de los que está construido”,
funciona a la perfección. Y funciona porque la naturaleza del personaje, un ser destruido que vive en permanente grado de alucinación, en una narcolepsia que dificulta separar la realidad del ensueño, de la evocación, o del delirio psicótico, se trasvasa a la propia estructura. Mastodonte es un ser roto, y el libro también se nos muestra destruido.
Algunos de los magníficos libros publicados por Nieve de Chamoy. Podéis encontrar reseñas sobre ellos aquí en Achtung!
Mastodonte necesita reconstruir los pedazos de su vida y el lector debe reconstruir los jirones de la novela. En este momento, Jaime Reyes ha creado el perfil de su público: un lector-Mastodonte.
 El autor no se propuso una arquitectura narrativa que tuviera que ser exclusivamente electrónica, y los excelentes resultados como novela en un soporte convencional demuestran que nos encontramos ante una gran novela, aunque la despojemos de los hipervínculos. Al final, siempre queda, cuando esta existe, la buena literatura.
Las voces de la historia, la mezcla de tramas y de diferentes tiempos y lugares, hacen de Mastodonte un ejercicio por momentos delirante y dotan a la novela de una personalidad propia con un relieve monstruoso y atractivo. Monstruoso por la brutalidad de los personajes, atractivo por la lección de difícil literatura puesta en papel, o en el universo digital, con firmeza y solidez.
La espléndida portada de la novela Mastodonte, editada por la mexicana Nieve de Chamoy.

miércoles, 30 de octubre de 2019

Todo es Borges-Álvaro Valderas



*Esta crítica apareció en achtungmag.com:
https://www.achtungmag.com/todo-es-borges-de-alvaro-valderas-todo-es-literatura-y-palimpsesto/

Todo es Borges de Álvaro Valderas: Todo es literatura y palimpsesto

Hay un tipo de literatura que habla de literatura, que es literatura sobre literatura, cuyo corazón se compone de la propia creación literaria, dejando de lado argumentos novelísticos, personajes y peripecias para, simplemente, convertirse en sí misma de forma autorreferencial. Esto es la metaliteratura. Y en Todo es Borges, del leonés, pero afincado en Panamá, Álvaro Valderas, el ejercicio metaliterario se convierte en un complejo y fascinante juego. Su título ya lo dice todo: Borges como padre de lo metaliterario, del juego metatextual, alguien que es como un lugar omnipresente a donde, cualquier retruécano narrativo, sintáctico o léxico, nos acaba llevando, por muchas vueltas que demos.

En efecto, el libro de Valderas es un libro de juego literario, que coloca al lector ante un complejo puzle textual. En ese sentido, tiene algo de literatura ergódica, y apasiona —en su profunda complejidad— la forma simple y clara con que está montado. Pero como ya he dicho que Todo es Borges, antes debo relatar la manera, preñada de casualidad y causalidad, en que este libro-palimpsesto alcanzó un lugar entre mis plúteos.
Como si fuera una puesta en abismo entre escritores, y una puesta en abismo entre ciudades, países y continentes, la literatura se abrió paso. El autor panameño Javier Medina Bernal, afincado en Viena, me envió dos libros del escritor de La Bañeza que vive en Panamá. Uno es Tumbamuerto y otros relatos criminales caribeños (Ediciones del Serbal): Valderas, como buen borgiano, también ama la narrativa del género negro.

El otro libro era este Todo es Borges, que de inmediato atrajo mi curiosidad. Para un poco más adelante he dejado la lectura y la crítica de Tumbamuerto (que prometo aparecerá aquí en Achtung!), dado que he sucumbido a la fascinación de este cubo de Rubik literario, pócima narrativa de brujo, sopa de letras y palimpsestos, borgiana declaración de intenciones y de heterónimos. En efecto, juego de heterónimos, también, ¿puede haber mayor despiste literario que los heterónimos?
Tengo mucho que aclarar, lo sé. Empezaré por lo curioso de su casa editorial: ninguna. Simplemente, una Independently Published, es decir, editado de forma personal tras su paso por un formato de ebook en Amazon que, creo, le restaría mucha gracia al libro. Porque se trata de un libro sobre libros, de textos sobre textos, de autores (ficticios) que especulan sobre autores reales. Demasiado como para no resistirse a publicarlo en papel.
Luego, nos encontramos ante el misterio de su fortuna y recepción, es decir, de sus lectores. Al parecer lo hemos leído, según el cálculo optimista de su autor, dos personas. Entiendo que el propio Javier Medina Bernal que me lo envió, y recomendó, y yo mismo. En fin, deseo que algún lector más haya podido disfrutar ya de esta Caja de Pandora de las palabras; está a la venta en Amazon, y además en papel. ¿A qué esperáis?
El escritor panameño Javier Medina Bernal, que me hizo llegar el fascinante Todo es Borges de Álvaro Valderas.
Lo de los heterónimos: ahora voy con ellos. Álvaro Valderas es escritor, y como tal, es un mentirosillo. Nos lo demuestra ya en el prólogo del libro, al que subtitula como Prólogo que es mentira. Así que ya empezamos descubriendo las cartas desde el principio. Y también ocultándolas. El juego borgiano está en marcha, ese juego que activará el lector de la misma forma en que se encendían aquellos enormes condensadores que proyectaban imágenes fabulosas en la isla de Morel, movidos por la marea oceánica, también por la marea de la lectura, en la ingeniosa novela de Bioy Casares (por otro lado, el gran amigo de Borges, su otro yo literario, un Doctor Jekyll para el furioso mixtificador Mr Borges/Hyde).

Nos encontramos ante la invención de Valderas, un artefacto que se pone en marcha con la lectura, que activará el lector como esos rayos de tormenta restauraban la vida eléctrica en el corpachón de remiendos de Frankenstein. Valderas ha creado un monstruo realmente complicado: es la isla literaria moreliana, es un mapa textual a base de cosidos y cicatrices de párrafos y palabras.

¿No has leído La invención de Morel (Austral)? En este enlace te explico los motivos por los cuales deberías leerla, pero, ojo, contiene eso en lo que yo no creo cuando hablo de literatura, pero que a muchos les disgusta tanto: spoilers. Y los spoilers o adelantos de lo que ocurre, pueden matar esta novela tan peculiar. Leedla primero, sin acceso a estudios preliminares, y después mirad este link:
Valderas es el tercero, el tercero en concordia, que trastea en el laboratorio de esos Jekyll Hyde, de esos Bioy y Borges, y experimenta con este brebaje compuesto de las esencias de las narraciones, capaz de convertir un libro en una combinación de combinaciones cabalísticas, en laberinto de voces y mentiras, en mensajes indescifrables que nos traen a sus heterónimos que se mueven como homúnculos, como pequeños golems de la palabra que han cobrado vida precisamente gracias a ese misterio de la creación: las palabras.
Borges y Bioy Casares alimentan este Todo es Borges:


Las palabras convertidas en frases, las frases en párrafos, los párrafos en páginas, las páginas en historias, las historias en libros…, pero a los heterónimos de Valderas no les importan esas historias, sino lo que se esconde debajo de ellas. Por eso, todo gira en torno a la literatura palimpsesto.
No hay nada más misteriosamente gozoso que un palimpsesto. Un texto que, debajo, oculta otro texto: quizás diga lo mismo, o algo totalmente diferente. O guarde en su secreto soterrado mensajes verdaderamente revolucionarios, satánicos, impenetrables, pero que afloran a la vista gracias a la sabiduría del investigador que ha conseguido desentrañarlos, es decir, que ha llevado el palimpsesto hasta la luz, que es capaz de arrancarlo de la oscuridad de su entierro.
Un ejemplo de palimpsesto. Puede verse el texto debajo, escrito en otro sentido.
Vayamos a la idea principal del asunto, que Valderas nos explica así en ese prólogo que es mentira:
todos los libros componen un solo Libro de arena cuyas frases se funden cuando cerramos las tapas, se reordenan y nunca podremos volver a leer las mismas, porque nadie puede bañarse dos veces en el mismo libro. Y también es cierto que todas las bibliotecas del mundo son, en el fondo, un solo y gigante libro, un texto de arena en que se pueden (…) mezclar las obras”.
El concepto se ha tomado del relato El Libro de arena (Alianza Editorial) publicado por Borges en un volumen homónimo en 1975. Según el autor, esta es su obra maestra, y en el cuento aparece un libro que, una vez leída una de sus páginas, es imposible volver a encontrarla, porque se está reescribiendo continuamente.

Ese continuo está tomado de la idea de que es imposible bañarse dos veces en el agua del mismo río, según manifestó Heráclito. Así, podemos entender que nunca leemos dos veces el mismo texto, porque siempre nos encontramos ante un libro que, aunque parezca el mismo, es diferente.
Heráclito, en un cuadro de Rubens.
Dejando a un lado componentes mágicos y malignos o demoniacos —con los que Borges tizna su relato de El Libro de arena—, la idea del libro como río en el que sumergirse, y que siempre será diferente, entronca con mi interpretación de la literatura que desde años he guiado mi forma de trabajo como comparatista. Los que me conocen lo han oído ya muchas veces, pero lo repetiré una vez más porque nunca es tarde para cosechar nuevos cómplices.
Un libro no es un libro, sino un compendio de todos los libros que se han escrito, que entra en conversación con todos los autores y obras anteriormente escritas, y con las que se redactarán en el futuro. Esta conversación entre obras y autores de presente y futuro es continua (de nuevo encontramos esta idea de continuo, como el río de Heráclito) porque los libros son como galaxias conectadas entre sí por agujeros de gusano que interrelacionan unos textos con otros, saltando en el tiempo, de atrás hacia adelante y viceversa, pudiendo un autor del siglo XXI influir en un autor de siglo XVII.
Cuando leemos una de estas galaxias literarias incorporamos su texto a nuestro muro interior de lecturas y, desde allí, entra en conexión con otros libros que hemos leído, conversa con ellos, y teje toda una red de relaciones que se alimentan unas a otras. Así, una lectura anterior ilumina a una reciente, y una lectura nueva arroja luz sobre algo que leímos hace años y que ahora, súbitamente, toma sentido. Este es, pues, el verdadero Libro de arena: nuestro propio libro interior, nuestra galaxia privada de lecturas.
Álvaro Valderas, autor de Todo es Borges.
Ya reivindiqué esta forma de leer, consistente en algunos aspectos más, en este artículo que publiqué hace un tiempo aquí, en Achtung!:
Y antes, párrafos más arriba, me referí a la literatura ergódica. Aquí puedes saber algo más:
De forma que, el ejercicio de Valderas, alcanza el punto culminante de la formulación basándose en el mecanismo del Libro de arena borgiano. El juego se haría de la siguiente manera:
Compondríamos nuestros propios textos con palabras, frases o letras de otros anteriores”.
Dicho y hecho, un grupo de autores se reúne para llevar este asunto a blanco sobre negro. Y estos escritores que ejecutarán piruetas textuales y nos presentarán sus trabajos e investigaciones son: Mateo Domínguez, Miguel Pedrera, Justo Arias, Rogelio Salvador, Rafael del Río, Manuel Iglesias y Antonio Valbuena. Pues bien, aquí están los heterónimos, porque igual que Todo es Borges, ahora, todos son Álvaro Valderas. De hecho, en un momento dado, Mateo Domínguez afirma (con bastante desfachatez) que:
Adelantándome, por orden de edición, a mi querido amigo Miguel Pedrera, al que considero parte de mí mismo…”.
Antes de entrar en los trabajos de estos heterónimos (hay uno que se apellida Río y otro luce un Valbuena asaz sospechoso por su parecido con Valderas), aún se nos regala un segundo prólogo en donde se nos insiste en el método de la recombinación de palabras. Se trata de una maniobra de deturpación del texto, que partiendo de su stemma original se va descomponiendo en diferentes versiones hasta alcanzar una configuración que no se parece en nada a su origen. El experimento, llevado a cabo con un fragmento de Macbeth, arroja un diálogo final completamente alejado de su intención inicial.
Después, para insistir en el método, se desmenuzará un poema de Alberti, dejándolo en sus letras mondas y lirondas como las raspas de una sardina. De esta manera, el autor demuestra en su segundo prólogo que:
Cualquier letra, cualquier palabra, probablemente todas las frases de todos los idiomas, ya han sido infinitamente repetidas antes de que las pronunciemos nosotros con afán de innovadores. En este libro solo hemos pretendido divertirnos a costa de ese hecho universalmente conocido, fabricando puzles que hagan trabajar al lector vago, especie muy común en nuestras bibliotecas”.
Esta afirmación es una joya por dos motivos: primero, por la importancia que tiene para aleccionar al escritor primerizo que se presenta en talleres literarios sin haber leído un libro, pero que aspira a ser escritor brillante y original de talento desbordante, y pretende, también, haber creado una obra excepcionalísima con imágenes como el mar embravecido, el colérico viento o los dientes como perlas… A este sujeto hay que recordarle que ya todo está escrito, que no sea vago, que para escribir necesita invertir la mitad de su tiempo en leer.
Descomposición en letras del poema de Alberti.
En segundo lugar, el libro intenta hacer que trabaje el lector vago, es un libro para esforzados: es, ejemplarmente, un espécimen de literatura ergódica.
De forma que todo ha cobrado sentido, es decir, lo ha perdido en función del desorden de las palabras. Y se nos advierte:
Este permiso no podrá ser reproducido sin el libro, previo escrito del editor, no total ni parcialmente. Este escrito previo no total del editor, el libro, ni parcialmente ni sin permiso, podrá ser reproducido. Ni este escrito previo, no total, del editor ni el libro, podrá ser reproducido parcialmente sin permiso. O como sea”.
Creo que está muy claro. Así que ya podemos pasar al trabajo que presenta Mateo Domínguez sobre el libro bíblico del Génesis (no se podría comenzar más que por el principio, obviamente). Mateo, como un evangelista de lo alfanumérico, se sumerge en combinaciones de ceros y unos que sustituyen las palabras santas:

Y después, otorgando valores a cada letra, conforma un curioso discurso bíblico:

A continuación, Miguel Pedrera nos presenta un método de reconstrucción reordenación, busca mensajes ocultos en las citas iniciales y en las dedicatorias que incluyen los escritores al principio de sus obras, así como en las primeras frases de sus textos. Vargas Llosa, al principio de Pantaléon y las visitadoras (Santillana), reproduce una cita en francés de Flaubert, que sometida al filtro revela un mensaje angustioso del autor:
No puedo iniciar esta novela sin ayuda; me aterra no poseer ya el don”.

 Una llamada de auxilio tan terrible como premonitoria, porque ahora podemos afirmar que ya no posee el don, quizás desde hace tiempo. Este método de trabajo entronca directamente con el escritor Antonio Orejudo que, en su novela Ventajas de viajar en tren (Tusquets) presenta un personaje, Montoro, que sostiene ante la editora Helga Pato que los autores clásicos españoles forman parte de una red de difusión de mensajes subliminales, la que sería la logia de los anagramáticos a la que pertenece Garcilaso (que diseminó anagramáticamente la palabra TOLEDO, con el oscuro objeto de persuadir al Emperador para que volviera a España). Y no sólo Garcilaso, sino muchos otros autores:
desde los tiempos de la primitiva poesía heroica ciertos poetas habían aprendido a diseminar en sus textos con fines variados palabras o sonidos diversos, los anagramas (…) Garcilaso de la Vega había salido de Toledo contra su voluntad, para acompañar a Carlos V por Italia y Francia. Durante este período había escrito los versos en los que Montoro detectó anagramas antes de saber que se llamaban así y antes de saber que existía una técnica para componerlos. Garcilaso diseminó total o parcialmente, anagramáticamente, la palabra TOLEDO: aquí TO, allí LE, allá DO o TLE o ELT, o íntegramente, TO-LE-DO, para persuadir al Emperador de que volviera, para que no se olvidara de aquella ciudad (…) Helga lo oyó hablar de un grupo de poetas y escritores que desde hacía muchos siglos hasta hoy formaban una logia conocedora de sofisticadas técnicas hipnóticas, que utilizaban para sugestionar a los lectores, capaz de anular el juicio y de hacer creer a quién leyese sus escritos lo que a ellos pudiera o lo que les encargaba el patrón de turno”.
Como resulta que Todo es BorgesOrejudo publica tras Ventajas de viajar en tren una novela titulada Reconstrucción (Tusquets), en una curiosa coincidencia con este método que ha puesto en marcha Miguel Pedrera, y en donde afirma que:
Es que el verbo no es la única carne. Lo que Pfister cuenta no es lo que sucedió, sino el relato de lo que sucedió (…) Aquellos hechos que conserva en la memoria son semillas que han germinado con el tiempo gracias a la imaginación. Son sucesos que se enriquecen solo por el hecho de contarlos, de someterlos al juicio de otra persona (…) Esta reconstrucción es solamente un orden de palabras. La morfosintaxis es la única herramienta que Pfister tiene a su alcance para explicarse precariamente el mundo, para orientarse en el caos y para tratar de ser en él medianamente justo”.
Casi resultan aterradoras tantas coincidencias: Esta reconstrucción es solamente un orden de palabras… ¿Acaso esto no demuestra que, evidentemente, Todo es Borges?
Garcilaso, el gran anagramático (según Orejudo).
En estos enlaces os hablo un poco más de las dos obras de Orejudo que os he citado:


Y así, el resto de los heterónimos continúan con sus trabajos desde otros puntos de vista. Dentro del esfuerzo deductivo de Justo Arias, que reelabora un texto de Sherwood Anderson, se nos descubre una frase que puede resumir el motivo que busca Álvaro Valderas con Todo es Borges:
“Las historias que contaba no empezaban en ninguna parte ni conducían a ninguna parte”.
Quizás, esta sea la función final de la literatura: entretener sin una finalidad, la pureza de la narrativa elevada a su máxima esencia. Después, Rogelio Salvador que trabaja con el Drácula de Stoker, nos recuerda que:
todo cuanto leemos, según la situación, pudo querer decir otra cosa”.
Y por eso, ejecuta con el texto de Stoker una serie de variantes que nos recuerdan a los Ejercicios de estilo (Cátedra) de Raymond Queneau, uno de los principales miembros del OuLiPo.
¿No has leído Drácula? ¿En tu cabeza solo campan los colmillos de Christopher Lee o el juego de sombras chinescas de Coppola? En este enlace te cuento lo que te estás perdiendo:

Por supuesto, hay más heterónimos empeñados en descifrar mensajes y afirmaciones, en reelaborar y recombinar para atrapar el palimpsesto que se oculta bajo las obras de autores inmortales. Pero ya basta, eso lo dejo para quienes se hagan con un ejemplar de Todo es Borges y lo lean teniendo en cuenta que, tal y como se afirma al final de la obra:
un verdadero libro nunca puede considerarse terminado”.
Por eso, mantengo que los libros son un universo en expansión. Por eso y, como se afirma en este desconcertante envoltorio metatextual que es Todo es Borges:
El mundo, que acaba con nosotros, puede recomenzar con un verso hallado en cualquier cajón”.
Recomencemos, por tanto, otra vez. Leamos otro libro…