lunes, 10 de marzo de 2014

Hijo de Satanás-Charles Bukowski



SUMATORIO DE DERROTAS

Charles Bukowski es un poeta duro y un novelista desagradable. Si ambas cualidades se unen en la concentración de un relato breve, el resultado es un mazazo desolador para el lector. Es el caso del volumen de narraciones Hijo de Satanás –en su título original Septuagenarian stew–, publicado en España allá por 1993 y con un buen puñado de reediciones, el mejor ejemplo de esto. De toda la literatura que he leído de Charles Bukowski, esta es la colección de relatos más negra, desoladora y deprimente de su autor, que aúna algunas de sus obras maestras en una modalidad tan compleja como el corto recorrido narrativo.

Hijo de Satanás no contiene, fundamentalmente, nada distinto al resto de trabajos de su autor, fundamentado en una recopilación de textos sobre fracaso y derrota, quizás esta vez más centrado en boxeadores, trabajadores manuales, pordioseros y vagabundos, ludópatas de hipódromo, jockeys, cómicos sin gracia y escritores venidos a menos o vendidos al sistema… la fauna habitual que desfila por las páginas de Bukowski. Sin embargo, el volumen encierra un aspecto que resulta estremecedor. Muchos de estos textos están escritos presentando a unos personajes que “aparentemente” han triunfado en el american way of life, pero solo “aparentemente” para, finalmente, demostrar con todo el peso de su caída el fracaso más absoluto. Si la desgracia, la hipocresía, la miseria, eran temas afines y típicos, por no decir tópicos, en las obras de Bukowski, este Hijo de Satanás se escribe y concibe centralmente desde un único tema: la derrota o, si lo ampliamos o le ponemos huesos y carnes, podría asegurar que es un trabajo sobre la figura del perdedor.

Desde el estremecedor y violento cuento que da título e inicia el libro, pasando por el demoledor Un día y el mordaz Los escritores, los relatos levantan con una escritura sucia las costras de las heridas más infames del sistema, y dejan algo así como una sensación de diente con el nervio al aire que en algunas ocasiones se hace muy difícil de tragar.

Un ejemplo lo encontramos en el relato Mala noche: “tenía 47 años, toda su vida había ido de un trabajo estúpido a otro trabajo estúpido. Nunca había tenido una ocupación decente (…) Nada en la tele. Monty se sirvió un whisky. Había estado casado dos veces. En las dos ocasiones el comienzo había sido prometedor. Había habido risas y comprensión, y el sexo no había estado mal con ninguna de las dos mujeres. Pero gradualmente los matrimonios se convertían en empleos. Carecían de variedad. En seguida esos dos matrimonios se habían vuelto un concurso, un concurso de quién podía agotar al otro. Se habían vuelto un juego del odio. Monty tuvo que abandonar las dos veces (…) ¿Cuántas vidas había como la suya? ¿Cuánta gente que simplemente continuaba de modo insensato?” (traducción de Cecilia Ceriani y Txaro Santoro).

Evidentemente, Charles Bukowski no es solo un autor de sexo y borracheras (algo que cada vez me parece ver más claro en Henry Miller, en un proceso a la inversa que he experimentado con este autor). Bukowski me habla del corazón humano, lo examina y lo procesa, para concluir con una completa y nada compleja derrota. Y aquí radica el acierto, lo que hace de Hijo de Satanás la recopilación más abrumadora de su autor, que esas derrotas (la del boxeador que se imagina triunfante, la del jockey o el entrenador de beisbol drogadictos y borrachos, la del matrimonio con hijos que se ahogan en ginebra), todas y cada una de las derrotas aquí narradas, se producen en el seno de un país, Estados Unidos, en el cual, como dice Bukowski en su relato El ganador: “era un buen sitio donde estar cuando se era ganador”.

Estados Unidos y cualquier sitio, obviamente, son los mejores sitios del mundo para el triunfo. Pero vivimos instalados en un sistemático maltrato de los derrotados, de ahí lo terrible de esta suma de derrotas narradas con tanto vigor como lucidez por Charles Bukowski.

En efecto, este no es un mundo para perdedores.

Unos textos aterradores y aplastantes, tal vez demasiado concretos en figuras típicas norteamericanas del universo Chinaski como el jugador de hipódromo o el jockey, con las que podría encontrarme menos familiarizado, pero con la composición de algunos personajes inolvidables: el obrero manual aginebrado, el cómico envodkado, los escritores envidiosos, el chef malhumorado, el niño matoncillo de barrio deprimido o el boxeador sentenciado, bien se merecen rozar lo excelente.

miércoles, 12 de febrero de 2014

Mooch-Dan Fante



LA HERENCIA DE LOS MALDITOS

En Mooch, Dan Fante va mucho más allá de sus homenajes y reivindicaciones de Bukowski, cummings, Carver y de su propio padre, John Fante. Se ha liberado del peso que ha dejado vertido en las páginas de Chump Change y, ahora, puede desencadenar una trama propia que evoluciona efervescente e hipnótica. Evidentemente, sigue habiendo mucho en Dan Fante de los autores anteriormente enumerados, pero ahora su trabajo abandona ese estilo de patchwork literario, ya no es un Frankestein de referencias literarias, el monstruo ha encontrado una autonomía propia y arrancado a caminar con paso fuerte, gracias a la solidez de los personajes, y a mostrarnos que, esta vez y a diferencia de la novela anterior, el mundo que se expande más allá de la narración en primera persona, el mundo externo al protagonista es un mundo macizo y atractivo, con personajes complejos.

A pesar de cierta querencia por el rasgo estereotipado, Dan Fante suple esa manía con una presentación atractiva de los personajes y un reflejo vivo y con relieve de las situaciones. El mundo reflejado es todo lo contrario al sueño norteamericano, pero sí que muestra las dobleces terribles y ocultas del american way of life con un Los Ángeles por donde pululan prostitutas, drogadictos, pervertidos, desarrapados y desahuciados, ex alcohólicos, reincidentes y, los personajes estrella de la novela: vendedores a comisión capaces de cualquier cosa por cerrar una venta.

En Mooch, Dan Fante afina su universo narrativo atisbado en Chump Change centrándose en una oficina de ventas telefónicas a comisión, que permite exponer todo un muestrario de seres humanos que hacen gala de las más variadas miserias, en un despliegue de envidias, venganzas, violencia, cinismo, traición y cobardía, que recuerda un poco a ese mundo de la venta de inmuebles retratado en la película Glengarry Glen Ross o que recientemente hemos podido ver en esas salas de ventas telefónicas que aparecen en El lobo de Wall Street.

Referencias cinematográficas aparte, sin duda, este es el acierto del autor, insertar a su protagonista, Bruno Dante, en un mundo real con el cual poder interactuar, desde cajeros en tiendas de comida china o licorerías, hasta inquisitivos y competitivos jefes en la sala de ventas. Algo que en Chump Change no sucedía del todo, dando la impresión de que el mundo desfilaba por delante de los ojos de Bruno Dante como si asistiera a una representación irreal de la que siempre saldría indemne, como si la vida fuera el delirium tremens de una de sus borracheras, al estilo de cuando el Chinaski de Bukowski se quedaba hastiado de cervezas y whisky derrumbado en el sillón del apartamento y entregado a ver el desfile de la vida que se paseaba por delante.

Ahora, en Mooch, el protagonista interactúa con su entorno desde la sobriedad en unas ocasiones, y desde la borrachera desmesurada, en otras, y la novela se multiplica así, gana una realidad y una presencia demoledoras que la hacen atractiva, adictiva y fascinante. Hay trama, hay personajes, hay historia, independientemente de que haya homenaje (pero ya no servidumbre) a Bukowski y a John Fante, algo que no siempre se podía decir que ocurría en Chump Change.

Un texto plagado de fuerza y furia, con ganas de contar y narrar, nervio y mala uva, literatura como desagravio a los agravios de la vida, desde luego.



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viernes, 17 de enero de 2014

Violetas de marzo-Philip Kerr



VIOLETAS MARCHITAS

Decepcionado. Esa es la sensación que tengo al terminar la lectura de estas Violetas de marzo que tanto prometían y, quizás, la culpa no sea de la novela, sino mía, por esperar demasiadas cosas de una primera obra, del debut de un autor que me había fascinado con la que ya me parece, casi con toda seguridad, su novela maestra, Una investigación filosófica. En esa obra, Kerr se encuentra en estado de gracia, y por ello, tal vez, no sea demasiado justo a la hora de juzgar estas violetas, su ópera prima literaria.

A todo ello puede contribuir, también, que no soy un fanático del género negro, que me gustan autores que hacen novela negra, pero como autores en sí, no como género. Quiero decir que para mi Ellroy es un escritor mayúsculo que me cautiva como creador de historias y personajes, no como autor de género, y me ocurre lo mismo con Kerr, en mi opinión su Investigación filosófica alcanza mucho más allá de una mera novela negra, para convertirse en una obra independiente y con mayúsculas, al estilo de la Trilogía USA de Ellroy, por ejemplo. En ese género negro, del que –insisto- no soy muy aficionado, reconozco las obras maestras, Cosecha roja de Hammett (curiosamente su debut) o la sorprendente El complot mongol, de Rafael Bernal y que inaugura el género en México.

Sentadas estas bases de mis gustos, me acerqué a las Violetas de marzo de Philip Kerr con grandes expectativas, pero apenas reconocí algunos trazos del inmenso autor de la Investigación filosófica en la obra, y mi decepción aumentó todavía más en relación al marco elegido para desarrollar la trama: el seno del Tercer Reich, del que, por motivos literarios, fundamentalmente, he sido un estudioso durante buena parte de mi vida literaria –yo también he enmarcado varias de mis obras en esa época-.

Kerr abrirá todo un ciclo, el del detective Bernie Gunther, con sus tres obras iniciales, las conocidas como Trilogía berlinesa, y que luego serán prorrogadas con otras tres más y, dado el éxito, se culminarán todavía con otro trío más. De esa forma, las novelas de Bernie Gunther dentro de la novelística de Kerr, sumarán 9 obras, una parte fundamental de su línea creativa, de ahí que me decidiera a aventurarme con la lectura de lo que considero parte maestra y crucial del autor.

Encontramos en Violetas de marzo todos los males de una primera novela, personajes estereotipados, una puesta en escena forzada y unos diálogos que pasan por ser presuntamente frescos y chisposos y que son barrocos y en numerosas ocasiones delirantes. Kerr elige el género negro para su debut y cae en todas sus trampas. La ambientación es aquí una sobre ambientación con numerosos paseos de los personajes por Berlín para que el autor pueda nombrar y renombrar y ahogar con topónimos y nombres de calles al atónito lector. Además, la puesta en escena en el Berlín de las Olimpiadas de 1936 resulta grandilocuente, como el capítulo en donde el protagonista ve correr a Jesse Owens.

Da la sensación de que Kerr podría haber ubicado la enmarañada y aburrida trama en cualquier otro momento histórico. La ubicación se trata de un ejercicio de mera documentación: Gunther podría haber pululado por la antigua Roma, la Italia renacentista o las barricadas de la Gran Guerra, y hubiera dado igual. Enmarcar la trama en el Tercer Reich es una cuestión ornamental, de un barroquismo que enmascara a golpes de erudición las fallas del producto literario y sus procedimientos algo tramposos.

Como dije, los diálogos no funcionan, aquejados del mismo mal que las reflexiones del protagonista y su oposición al Reich, al sistema político, y es que las maneras de hablar son contemporáneas, proyectadas desde la época presente al marco literario elegido, creando una permanente sensación de anacronismo que baña todo la lectura de la obra y que, o se soluciona con el aluvión de nombres y palabras en alemán como una forma de dar el pego, o con algunos chistes de doble sentido sobre las situaciones de entonces, que la mayoría de las veces, además, necesitarían de una nota aclaratoria.

Dejo, para terminar, la forzada presencia de un preboste del Reich: Hermann Göring, que aparece como personaje literario. Era obvio que, tal y como se desarrolla el invento de Kerr, había que decantarse por la aparición de un personaje de calado histórico, que para ello se insertó la acción en un determinado espacio-tiempo. Podría haber sido el propio Hitler, o Himmler, quizás demasiado para esta primera entrega (no descarto que puedan aparecer en las siguientes, que no he leído todavía). Göring interviene de una forma tan teatral, tan plagada de estereotipos y ademanes manidos, con una carga de imaginería histórica que se nos transmite la impresión cultural actual que de esa figura política poseemos, y en ningún caso la verdadera percepción que del momento tendría el detective en su época. Este es el problema que afea la novela, y que siempre aparece presente en el texto arruinándolo por completo. Del desenlace final, delirante, en el campo de Dachau, tras lo que he comentado, prefiero no decir nada.

Aún así, y por ser Kerr, todavía le daré una oportunidad a su Berlin Noir y, en un tiempo, espero poder leer la segunda entrega de las andanzas del detective Gunther, con la esperanza de que haya encontrado mejor acomodo o de que el monumental autor de Una investigación filosófica vaya cuajando sus palabras a medida que perfecciona sus obras.

Un texto recargado y enmarañado, para una novela que podría calificar de sobre escrita y estereotipada pero que, por algunas gritas de su estructura consigue asomar, pocas veces, es cierto, la genialidad de su autor.

jueves, 9 de enero de 2014

Chump Change-Dan Fante



POR LA SENDA DEL PERDEDOR

Pues sí, Dan Fante: se trata del hijo del brillante novelista John Fante, un escritor ya reivindicado por Bukowski y que durante los últimos años ha sido discretamente recuperado por el mundillo editorial en España, en especial desde que obtuvo un relativo éxito la adaptación cinematográfica de una de sus novelas, Pregúntale al polvo, de la mano del tirón taquillero de la mexicana Salma Hayek.

Decir Dan Fante significa decir muchas cosas: una pléyade de influencias que se apelotonan en su novela, que borbotean en su escritura. Y decir Fante significa hablar de su padre. No me queda duda de que si la película de Pregúntale al polvo no hubiera repuntado modestamente la figura de John Fante, una meritoria -pero humilde editorial- jamás se habría interesado, ni puesto sus ojos sobre la obra del hijo. Y vaya por delante que soy un absoluto rendido a la obra de John Fante, cuyas reseñas pendientes son una de las grandes deudas que mantengo con este blog.

Siguiendo esa inercia, Chump Change es la primera novela que se publica de Dan Fante en español, después ha llegado la publicación de una segunda, Mooch, y confirmando lo anteriormente expuesto, una biografía del padre firmada por el hijo. Con semejante background, ¿qué podemos encontrar en Dan Fante?

En Dan Fante tenemos a un buen novelista, desde luego, pero también hallamos claras influencias que el autor en absoluto trata de ocultar, al revés, se enorgullece de ellas, de los pilares fundamentales sobre los que se cimenta aquello que viene denominándose realismo sucio norteamericano: un persistente homenaje reivindicativo a su padre John, el rastro profundo y repetitivo –a veces, incluso, rozando con la mímesis camaleónica- de los textos narrativos de Bukowski, la presencia poética de e.e.cummings, retales de Carver y un estilo compuesto de otros muchos estilos, de todos estos autores que Dan Fante amalgama, que podría definirlo como un estilo de patchwork de realismo sucio. Por separado, no me cabe duda de que será mejor leer a estos escritores que a Dan Fante, pero todo junto, y agitado, acaba resultando atractivo y atrayente, con páginas llenas de brutalidad, fuerza y desesperación, tramas con garra, discursos sanguíneos y cierto espíritu disolvente y muy divertido.

En Fante nos encontramos con una suerte de Frankestein literario confeccionado con la cabeza de Arturo Bandini, el corazón de Hank Chinaski, el hígado de Charles Bukowski, la furia contenida del propio John Fante, el lirismo complejo de e.e. cummings y el realismo descarnado y frío de Carver. La monstruosidad, la aberración, que podría resultar un monigote de guiñol, funciona bien, y proporciona en Chump Change una novela dura y directa sacudida y atravesada por el continuo recuerdo y homenaje al padre (la trama se ubica durante la agonía y muerte de John Fante). Una vez sacudido este lastre, Dan Fante avanza, y mucho, en su escritura, como se demostrará en la meritoria y superior Mooch, que pronto espero reseñar en esta bitácora.

Son aventuras de seres desesperados, de borrachos, de Bukowskis de segunda, de Chinaskis de carnaval, atravesadas de sexo, violencia, alcohol y palabras gruesas, en efecto, pero sobre ellas se extiende una pátina de dolor que te agarra las entrañas, y te zarandea el estómago y te hace sentir náuseas, que eleva la prosa descarnada de Dan Fante por encima de los peajes de sus influencias y del lastre del apellido, para encontrar su propia autonomía y brillo, al final, en todo ello.

Dipsomaníaco y borrachuzo, adictivo y letárgico, entre el delirum tremens y la literatura escrita con las tripas, un texto sucio y manchado por ciertas notas crepusculares.