LA HERENCIA DE LOS MALDITOS
En Mooch, Dan Fante va mucho más allá de sus homenajes y reivindicaciones de Bukowski, cummings, Carver y de su propio padre, John Fante. Se ha liberado del peso que ha dejado vertido en las páginas de Chump Change y, ahora, puede desencadenar una trama propia que evoluciona efervescente e hipnótica. Evidentemente, sigue habiendo mucho en Dan Fante de los autores anteriormente enumerados, pero ahora su trabajo abandona ese estilo de patchwork literario, ya no es un Frankestein de referencias literarias, el monstruo ha encontrado una autonomía propia y arrancado a caminar con paso fuerte, gracias a la solidez de los personajes, y a mostrarnos que, esta vez y a diferencia de la novela anterior, el mundo que se expande más allá de la narración en primera persona, el mundo externo al protagonista es un mundo macizo y atractivo, con personajes complejos.
A pesar de cierta querencia por el rasgo
estereotipado, Dan Fante suple esa manía con una presentación atractiva de los
personajes y un reflejo vivo y con relieve de las situaciones. El mundo
reflejado es todo lo contrario al sueño
norteamericano, pero sí que muestra las dobleces terribles y ocultas del american way of life con un Los Ángeles
por donde pululan prostitutas, drogadictos, pervertidos, desarrapados y
desahuciados, ex alcohólicos, reincidentes y, los personajes estrella de la
novela: vendedores a comisión capaces de cualquier cosa por cerrar una venta.
En Mooch,
Dan Fante afina su universo narrativo atisbado en Chump Change centrándose en una oficina de ventas telefónicas a
comisión, que permite exponer todo un muestrario de seres humanos que hacen
gala de las más variadas miserias, en un despliegue de envidias, venganzas,
violencia, cinismo, traición y cobardía, que recuerda un poco a ese mundo de la
venta de inmuebles retratado en la película Glengarry
Glen Ross o que recientemente hemos podido ver en esas salas de ventas
telefónicas que aparecen en El lobo de
Wall Street.
Referencias cinematográficas aparte, sin duda,
este es el acierto del autor, insertar a su protagonista, Bruno Dante, en un
mundo real con el cual poder interactuar, desde cajeros en tiendas de comida
china o licorerías, hasta inquisitivos y competitivos jefes en la sala de
ventas. Algo que en Chump Change no
sucedía del todo, dando la impresión de que el mundo desfilaba por delante de
los ojos de Bruno Dante como si asistiera a una representación irreal de la que
siempre saldría indemne, como si la vida fuera el delirium tremens de una de
sus borracheras, al estilo de cuando el Chinaski de Bukowski se quedaba
hastiado de cervezas y whisky derrumbado en el sillón del apartamento y
entregado a ver el desfile de la vida que se paseaba por delante.
Ahora, en Mooch,
el protagonista interactúa con su entorno desde la sobriedad en unas ocasiones,
y desde la borrachera desmesurada, en otras, y la novela se multiplica así,
gana una realidad y una presencia demoledoras que la hacen atractiva, adictiva
y fascinante. Hay trama, hay personajes, hay historia, independientemente de
que haya homenaje (pero ya no servidumbre) a Bukowski y a John Fante, algo que
no siempre se podía decir que ocurría en Chump
Change.
Un texto plagado de fuerza y
furia, con ganas de contar y narrar, nervio y mala uva, literatura como
desagravio a los agravios de la vida, desde luego.
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