martes, 8 de enero de 2019

La cena equivocada-Ismaíl Kadaré



*Esta reseña apareció en Mi Nueva Edad:
https://www.minuevaedad.com/actualidad/2019/1/7/el-libro-del-mes-la-cena-equivocada-de-ismail-kadare/

Título: La cena equivocada
Autor: Ismaíl Kadaré
Editorial: Alianza Editorial
Número de páginas: 224
Año: 2011

Los mitos clásicos vienen a cenar esta noche

Acaban de pasar las Navidades, unas fechas pródigas en comidas y cenas abundantes. Por eso, el libro que os traemos para el mes de enero en Mi Nueva Edad trata también sobre una celebración en torno a una mesa, más bien una negociación realizada durante una cena que tal vez nunca debió ocurrir o que, es una posibilidad, jamás existió.
En cualquier caso, La cena equivocada que nos trae el escritor albanés Ismaíl Kadaré será una cena desdichada que acarreará la desgracia de sus comensales principales. El argumento inicial es bastante simple y atractivo: una columna blindada del Ejército alemán llega hasta Gjirokastër en su avance por Albania durante la Segunda Guerra Mundial. Estamos en 1942 y son recibidos de forma hostil por parte de los partisanos.
Los nazis deben responder al ataque: lo harán reuniendo a un grupo de rehenes a los que fusilarán en la Plaza de la localidad. Sin embargo, aquí aparece el primer elemento discordante, al mando de la columna se encuentra el coronel Fritz von Schwabe que resulta ser amigo de la época de estudios universitarios del principal médico del lugar: el doctor Gurameto el Grande.
Apelando a la amistad, el buen médico invita a una cena en su casa a los alemanes. Allí tratará de negociar para evitar los fusilamientos y, de paso, salvar al único judío local. Desde esta premisa, la novela se abisma en un cono de posibilidades, problemas, una espiral de conjeturas apasionante e hipnótica en donde nada es lo que parece y nadie quién dice ser.
Kadaré teje un brillante tapiz de motivos míticos encadenados en esta narración apasionante: desde el Don Juan y la conocida como Cena Cadavérica y la invitación del muerto a comer, pasando por el conocido Sueño de siglos del Abad Virila o la leyenda de Martin GuerreRip Van Winkle y el Comendador, o el monstruo de Frankenstein y el propio Golem, aparecen en el trasfondo de la historia, sin olvidar la obsesión por el juego de los dobles y los viejos cuentos y las baladas tradicionales albanesas.
La aparición de estos mitos, que son clásicos en el imaginario de Kadaré y que siempre maneja a la perfección, no oculta la brutalidad de una historia descarnada que, además, tiene lugar en la ciudad en donde nació el escritor, esa Gjirokastër tan bella como arisca, escenario perfecto para poner en marcha una ficción tan inquietante como la de La cena equivocada.
Durante la cena todos sospechan de todos, pero al final, la Gran Sospecha, se producirá tiempo después, con la llegada de la triunfal Albania comunista de Enver Hoxha. Esa cena será vista con una carga maligna: traición, colaboracionismo, espionaje…, y algunos otros giros sorprendentes que dejo ocultos para regocijo del lector, que me agradecerá la inmersión en una de las obras más recientes del albanés, ya pertenecientes a su narrativa del siglo XXI, más apegada al desarrollo de historias complejas y técnicas innovadoras.
Pero, no por ello, La cena equivocada puede resultarnos una novela difícil de abordar; al contrario. Su historia es apasionante, el desarrollo impecable, y sirve como ejemplo de la forma en que muchos héroes lucharon y se sacrificaron por los demás en momentos de suma delicadeza (cuando otros no hicieron nada) para, después, ser acusados y condenados con tanta injusticia como dureza.
Así fue la repleta historia del siglo XX, la de la batalla entre nazismo y comunismo, la de Hitler contra Stalin, y de eso tratan, precisamente, las páginas de La cena equivocada. Y por ello resultan tan amargas como imposibles de ignorar.

domingo, 6 de enero de 2019

El fantasma de la verdad-Toni Montesinos



*Esta crítica apareció en achtungmag.com:
http://www.achtungmag.com/toni-montesinos-y-el-fantasma-de-la-verdad-la-literatura-y-sus-monstruos/

Toni Montesinos y El fantasma de la verdad: la literatura y sus monstruos


Hace unos días pude leer El fantasma de la verdad, una novela de Toni Montesinos, editada por El desvelo. Tal vez sea Toni Montesinos uno de los autores más prolíficos de este 2018, o al menos de su último tramo, dado que he recibido en poco tiempo tres publicaciones suyas: dos ensayos bien interesantes —uno sobre poesía española y otro sobre el Gulag y el nazismo, y que espero poder reseñarlos en Achtung! pronto— y la novela que nos ocupa. Montesinos ha realizado en El fantasma de la verdad un ejercicio metaliterario muy interesante, ha rizado el rizo en algunos aspectos a la hora de reflexionar sobre la literatura y el hecho literario de la propia creación, resolviendo un texto a ratos inquietante, a veces agobiante, y siempre incómodo por el mensaje que nos traslada a quienes nos dedicamos a escribir. Por todo ello, merece hoy mi atención en este Odradek de los viernes.

Ahora podría escribir una reseña de esas que tanto abundan por ahí (especialmente en las redes sociales) en la que me entrego a narrar pormenorizadamente el argumento del libro y lo que les sucede a los personajes, pero ese no es mi estilo; bien lo saben aquellos que me siguen. Bastará decir que El fantasma de la verdad no va de lo que parece a primera vista.
Toni Montesinos ha creado una novela con una corriente subterránea que resulta la verdadera historia del libro. Por arriba flota lo lineal: basta y sobra decir que a un escritor en crisis se le presenta en casa un personaje de una novela suya que nunca ha conseguido publicar, para ayudarlo a solucionar la crisis en la que ha entrado su matrimonio.
Un momento, me estaréis diciendo muchos. Primero, ¿qué es eso de que la novela no trata de lo que trata? Y en segundo lugar… ¿Un personaje que visita a su autor? Y a la memoria acuden, de inmediato, Unamuno, su personaje protagonista de NieblaAugusto Pérez que acude ante su creador para suplicarle que no lo mate de una indigestión…, y la nivola, y claro, aquellos pirandellianos seis personajes que también buscaban autor.
En efecto, la historia lineal, aparente y sencilla en su complejidad, que Toni Montesinos nos quiere presentar, en absoluto es la verdadera historia de la novela: todo está escrito en una clave simbólica y metaliteraria que le permite, a un tipo de lector, quedarse con lo que puedo denominar la anécdota narrativa: esa Hildur mujer y personaje creada por el novelista, que aparece para salvar su vida a la deriva; sin embargo, realizando una cala bien profunda y vertical nos sumergirnos en el río subterráneo y helado que pone de relieve lo que significa la literatura, escribir, ser narrador, autor, creador, y que relación se establece con ese mundo de mentiras y personajes falsos.
Aunque en la novela Hildur se nos presenta como un personaje de una novela que el protagonista nunca pudo publicar, Montesinos lleva sus guiños mas lejos. En efecto: publicó una novela con ese título, Hildur, en la editorial Piel de zapa.
Así que bañémonos en esa corriente profunda y que se nos hiele el espinazo al reconocernos como autores en el espejo de la desesperación del protagonista de El fantasma de la verdadToni Montesinos ha escrito dos novelas en una: aquella que es para lectores y aquella que es para escritores. Las dos son buenas y funcionan perfectamente, pero la segunda versión, por motivos obvios (y también ciertamente demoledores) puede que nos resulte más interesante, no solo a los escritores, sino también a aquellos que gustan de saborear los resortes y las claves ocultas de la buena literatura.
Y para el que no quiera muchas complejidades ni romperse en exceso el magín, siempre le quedará la primera novela, una narración solvente, intrigante y bien armada con retazos de thriller emocional, sujeta por una estructura fundamentalmente dialogada, a veces casi teatral, tremendamente entretenida y cuyas breves 118 páginas se leen en un suspiro.
Entonces, ¿de qué nos quiere hablar Toni Montesinos en su texto? ¿De qué trata realmente? Como en UnamunoPirandello, o en La gaviota de Chéjov, se aborda el misterio de la creación, de la relación enfermiza que el escritor sostiene contra viento y marea con la literatura. Y si el autor no es un advenedizo, un epígono o una marca personal, si en realidad es un escritor, sabe que esa relación es destructiva; diríase que demoniaca y casi mortal.
Es así: escribir es el arte del fracaso, como diría Cansinos Assens, un divino fracaso, pero fracaso al fin y al cabo. Lo que busca el autor es una especie de redención a través de sus palabras, de su escritura, pero esa resurrección jamás se produce. Cada novela firmada es un nuevo fiasco porque es el resultado de un sacrificio desmesurado: a menudo el escritor renuncia a demasiadas cosas para poder realizar su vocación.
Tristes renuncias para una vocación que se traduce en una serie de páginas a menudo no publicadas, la mayoría de las veces acolchadas en el fondo de un cajón. ¿Y para eso se ha cerrado a la vida, a las amistades, a relacionarse, incluso al amor, a una estabilidad monetaria? Escribir es un gran acto de renuncia que consume y destruye tu mundo. De eso trata El fantasma de la verdad.
Poner este tipo de reflexiones en una novela no es algo que resulte sencillo. Montesinos lo entierra bajo un argumento chocante, que poco a poco va mostrando pedacitos de su tesis sobre aquello en lo que consiste en ser escritor, tal y como afirma su protagonista:
Escribo porque tengo que decirme muchas cosas que no comprendo. Escribo porque no sirvo, o no quiero servir, para lo que hacen los demás, para el resto de trabajos. Escribo porque, estando solo, luego puedo dar hojas escritas para compartir con los demás y así dejar de estar solo por dentro”.
Pese a esta declaración, añade más adelante:
Te aseguro que hay momentos en que escribir no ayuda, incluso te daña más, te hace poner en palabras, en frases coherentes lo que es un hecho abstracto. Es darse más cuenta del problema y sufrir más”.
Sin duda, esta es una de las condenas de ser escritor. Y la más terrible a la que se enfrenta el protagonista de la novela. Es como si la escritura fuera:
la muerte del tiempo, una forma de desperdiciar la vida volcado en una historia que solo le había importado a unos cuantos lectores amigos y bienintencionados”.
De esta forma se comprende que nos encontremos con esta declaración perturbadora:
Toda literatura era ya una amenaza (…) Toda mi dedicación al lenguaje era la entrada a la perdición. Todo libro, pues, era una agresión, un conjunto de engaños, un camino para apartarte de lo verdadero”.
Así que un personaje visita a su creador, o eso parece, lo que de inmediato, como ya dije, nos recordaría a Unamuno. Pero Montesinos se ha reservado un giro definitivo. El personaje visita a su autor, cierto, pero desde ese instante el autor será escrito por su personaje. Y esa es la clave más importante de esta meta reflexión compleja y algo demencial (por lo obsesivo y autodestructivo) que se contiene en la obra.
El personaje da un paso adelante y penetra en el mundo del autor, mientras el autor da un paso atrás y se ficcionaliza, ocupa el lugar de sus personajes. De esa forma, se confirma el desastre, la perdición absoluta y la imposibilidad de redención que podría llegar por parte de la literatura. Si alguna vez el escritor había contemplado la escritura como un vehículo de salvación, estaba equivocado. La literatura es un súcubo, como su personaje Hildur, que te devora por dentro hasta reducirte a cenizas. Y no eres, o no somos, un Ave Fénix, para reaparecer con ánimos renovados desde el interior del círculo del fuego; simplemente, los escritores no sabemos más que de finales, y muy poco o nada de comienzos.
El diálogo que Montesinos entabla con la literatura tiene un amigo, un referente emboscado en esa brecha en la frente que se ha producido por un golpe a oscuras contra el marco de una puerta. He aquí Juan Dahlmann, nuestro querido Dahlmann, personaje borgiano, adorado por el gremio de escritores a causa de su fracaso, de su muerte en vida tras golpearse la cabeza y hacerse una herida con un ventanuco. Dahlmann, ya muerto en su camilla, buscará, en todo un intento onírico de redención, el Sur, para encontrar allá una muerte digna como la de sus ancestros.
Como Dahlmann, el protagonista de El fantasma de la verdad, desde el mismo instante en que se abre la cabeza contra el marco de la puerta, iniciará una huida aferrado a su personaje nórdico, una femme fatale literaria que será su perdición, como los son todas las femmes fatales y como lo es ese indigno Sur para Dahlmann, el de la cabeza abierta.
La sangre de la herida de la frente del protagonista se abre y brota de forma recurrente en la novela. Este símbolo se imbrica con los vendavales y las tardes grises que también aparecen con asiduidad. Esa sangre es una marca como la de Caín, aquella con la que fue ungido para que ningún hombre lo tocase, pero para que también supieran de la infamia de su crimen, de que estaba maldito.
La marca sangrienta en la frente del protagonista lo empareja al muerto en vida que es Dahlmann, lo acusa de un terrible crimen —jugar a ser Dios creando y matando a sus personajes a su antojo— y lo señala con la maldición del escritor: es un contador de mentiras.
El proceso de ficcionalización del protagonista ha comenzado con esa herida en la cabeza y prosigue con la falacia patética que se produce al asociarse sus estados de ánimo con el clima que se percibe por la ventana. Esos vendavales y cielos plomizos son los estados interiores del personaje, porque el autor ya es un mero personaje que está siendo escrito por Hildur, asentada en el mundo de los vivos.
Dos de las últimas obras de Toni Montesinos, que esperamos poder reseñar pronto:

Los vientos virulentos y los estigmas en la cabeza también entroncan con la Divina Comedia dantiana, con la escena de Paolo y Francesca o con el instante en que Dante es marcado por un Ángel en la frente siete veces con la letra P —la letra de pecado— y que debe ir borrando a medida que se interna en el Purgatorio. Quizás, el protagonista de la novela de Montesinos esté atravesando por un purgatorio con su Hildur a modo de Virgilio particular, pero con la variante desgraciada de que, en lugar de alcanzar el Paraíso, acabarán en el Infierno.
Toni Montesinos nos lo ha dejado muy claro: el escritor está estigmatizado, ya sea como Caín o como Dante, con la herida de Dahlmann en la frente, esa llaga que lo convierte en un derrotado por la propia literatura y, que por mucho que lo intente, jamás podrá limpiar esas señales.
Toni Montesinos, autor de El fantasma de la verdad.
No caigamos en una lectura pesimista de todo esto, ni tan siquiera teniendo en cuenta el apocalíptico final de la novela (no, no pienso desvelarlo). Todo lo que he comentado anteriormente se apoya en el concepto de Cansinos Assens al que me referí: el divino fracaso.
Así es: escribir es fracasar, cierto, pero en eso radica el mayor, el enorme amor por la literatura. Un amor que tiene Toni Montesinos y quién esto os escribe. Un amor forjado por renuncias y tristezas, miniaturas de alegrías y una sola verdad absoluta que se enarbola como un pendón luminoso sobre el campo de quienes hacemos del contar mentiras nuestra vida completa: no sabemos hacer otra cosa; somos escritores y únicamente valemos para eso. Y amamos lo que hacemos.
Aquí os dejo un enlace a una crítica que hicimos de un magnífico ensayo sobre escritores que publicó Toni Montesinos con Ediciones del Subsuelo:

sábado, 5 de enero de 2019

Solenoide-Mircea Cӑrtӑrescu



*Esta crítica aparcio en achtungmag.com:
http://www.achtungmag.com/solenoide-de-mircea-c%D3%91rt%D3%91rescu-libro-del-ano-2018-para-achtung/

Solenoide de Mircea Cӑrtӑrescu: Libro del año 2018 para Achtung!

Cuando ya es muy significativa la polvareda literaria que ha levantado la publicación de la novela Cegador por parte de la editorial Impedimenta, en Achtung! hemos elegido Solenoide como libro del 2018. Es nuestro Rey de Reyes literario, que ocupa el puesto de Libro del Año, ese mismo que en 2017 otorgamos a Philippe Sands y su obra Calle Este/Oeste (Anagrama). Aunque hace tiempo que terminé la lectura de Solenoide, todavía me siento aturdido por el descubrimiento de un libro total, complejo, exigente y delicioso. Su autor, obviamente me refiero al escritor rumano Mircea Cӑrtӑrescu, en los últimos tiempos se ha visto aupado al éxito gracias a esta obra impactante. En Achtung! somos así, independientes, y hacemos lo que nos da la gana, está en nuestro ADN: cuando ya todo el mundo habla de su siguiente trabajo, Cegador, nosotros vamos a centrarnos en Solenoide porque, y aunque ni siquiera fue un libro originalmente publicado por Impedimenta en 2018, en España ha experimentado su boom durante este año que ahora se muere, además del éxito de lectores y de crítica, y nos ha traído la más que evidente consagración del autor. Vamos a intentar abarcar una parte del enorme caudal narrativo de esta novela que, sin ninguna duda, es uno de los libros más importantes que se hayan escrito a largo de estos 18 añitos que ya van cumplidos de siglo XXI.

Vaya por delante esto: Solenoide es una novela total. ¿Y qué es una novela total? Un texto que lo abarca todo, que se alimenta, voraz e insaciable, de nuestros más oscuros imaginarios, que destila un lirismo inteligente hasta a la hora de describir las mayores aberraciones y miserias, que abarca las inquietudes, los miedos y las esperanzas de las que se nutren las novelas que conforman la historia de la literatura y que alberga en su interior una verdad literaria dorada y reluciente como ese interior del maletín que aparecía en la película Pulp Fiction.
Todos los libros el libro
A la pregunta de qué es lo que podemos encontrarnos en las casi 800 páginas de Solenoide debo responder que todo. Absolutamente todo. Cӑrtӑrescu se toma su tiempo narrativo para desplegar un manto de literatura sobre los lectores, un capote que termina por cubrirnos por completo. Un baño pegajoso de un mundo onírico, pesadillesco, sentimental, una crónica de Bucarest interpretada en un realismo mágico de Muntenia.
Este imaginario valaco permite al escritor desplegar todo un repertorio de elementos y recursos narrativos que nos va enseñando como si los albergase en las pequeñas vitrinas de su propio gabinete entomológico; en frasquitos, en matraces que destilan fórmulas magistrales de capítulos en los que conviven en simbiosis gotas de serendipia, sueños, recuerdos, pánicos de infancia, decepciones adolescentes, crisis y anhelos de escritor, Doppelgängers inquietantes y elementos de ciencia ficción enfebrecida.
Cada muestra de este gabinete del doctor Cӑrtӑrescu es un libro en sí mismo: por eso todos los libros se contienen en este libro-carrusel. Atenderé a unos pocos que me parecen especialmente importantes a la hora de tratar de comprender este código Voynich literario: el libro de la Bucarest triste, el libro de los Gemelos Malignos, el libro de la Arquitectura del Dolor, el libro de los Insectos, el libro de los Sueños y el libro de la Cuántica. Solo son algunos de ellos, porque la lectura de Solenoide puede ser tan vertical y profunda como desee cada uno, primer signo de aquellas narraciones que han terminado siendo grandes obras literarias.
El libro de la Bucarest triste
Que Bucarest es una ciudad afligida en la literatura, depresiva y oscurecida, es una visión corriente en autores como Gregor Von Rezzori o Norman Manea. Es una ciudad de bajezas, decadente en su belleza herida, oprimida y opresiva, hambrienta y ratesca, polvorienta y herrumbrosa y, por todo ello, como si los vapores de la urbe emanaran de un gran caldero que cociera una poción hipnótica, es un lugar prodigioso y soñado. Y no puede ser de otro modo para Cӑrtӑrescu.
Cӑrtӑrescu ofrece una peculiar visión literaria de Bucarest en Solenoide.
La visión de Bucarest a los ojos de Cӑrtӑrescu es una visión que realmente proviene de los ojos de su corazón: es más que memoria de su infancia y recuerdo de una época, alcanza más allá del tiempo y de la historia y lo inunda todo con una oleada de amargura. Me resultaría muy sencillo afirmar que la verdadera protagonista de Solenoide es la ciudad de Bucarest, pero sería reducir la crítica a una verdad simplista.
Bucarest, en este libro, es una presencia, un ente tóxico que permanece inficionándolo todo, un páramo de arenas movedizas y herrumbre en las que el protagonista chapotea tratando de mantenerse a flote, y de cuyo abrazo mefítico puede soltarse gracias, quizás, al efecto liberador de los solenoides.
Bucarest es un estado de ánimo en la narrativa de Cӑrtӑrescu. Bucarest es la visión de un cuerpo destruido, arruinado, del cadáver de un gigante venido de otros mundos, de otros tiempos.
Bucarest también es el propio cuerpo del protagonista, de ese narrador que reconoce su decadencia física en los edificios ruinosos, lo abyecto de sus actos fisiológicos en las emanaciones de una ciudad que se embalsama con ladrillos desdentados, piedras mordisqueadas y edificios quebrados.
Bucarest es la ciudad más triste que se haya erigido jamás sobre la faz de la tierra”.
Es una afirmación contundente. Pero es que se trata de la Bucarest escrita, soñada, imaginada, moldeada en la cabeza del protagonista a golpes y derrotas.
El libro de los Gemelos Malignos
El protagonista de Solenoide es uno, pero también es otro, o al menos los restos de otro que se albergan en su cuerpo como los pedazos de un naufragio anatómico que aparecen en las orillas de su piel. Los restos de una cuerda en el interior de su ombligo, los trozos de recuerdos de un hermano del que no se sabe muy bien qué fue, el reflejo mental de una persona que se mueve, vive y actúa a las espaldas.
La vida de este personaje se expone en demenciales expositores y vitrinas, se refleja entre las maquinarias agonizantes de comunismo en una fábrica abandonada o en el fondo de las páginas de un diario que es tanto memoria de pesadillas como de insomnios.
La presencia absoluta de ese otro yo, en principio el hermano, es la permanente presencia de lo que pudieron ser los rumanos liberados del Régimen del tirano, el reflejo de aquella vida que habrían podido llevar, esa otra vida al margen de felicidades obligatorias y forzadas conmemoraciones revolucionarias.
Por eso, en Solenoide hay una corriente oculta, una vida oculta, una poética de lugares que están por ser descubiertos aunque lleven allí toda la vida; porque son descubiertos con una forma nueva, diferente o distinta, de mirar: entonces, y solo entonces, aparecen cementerios ocultos, puertas a otras dimensiones temporales, pasadizos espaciales a torreones condenados, habitaciones que nunca existieron y que siempre estuvieron ahí.
La otra vida, la vida que no es la vida del protagonista, es una especie de catálogo de sucesos automatizados. Las rutinas cuánticas de acudir al colegio a dar las clases, los comportamientos simétricos del claustro de profesores, el aburrimiento de aquellos que han confeccionado una existencia con intenciones bastardas.
Pero la verdadera bilocación del protagonista de la novela se produce en ese momento del pasado remoto en el cual decide leer su poema La caída ante un grupo selecto de intelectuales en la Facultad de Letras. Aquello debía ser el aldabonazo a su carrera como escritor, pero los doctos señores destruyen su poema de treinta páginas, lo reducen a cenizas, una política de tierra quemada literaria que convierte al autor en un paria sin patria y, automáticamente, lo desdobla en dos: el fracasado y el escritor que pudo ser y jamás fue. Y lo deja muy claro con la siguiente afirmación:
“De Hölderlin pasé a ser Scardanelli, encerrado durante treinta años en su torreón levantado sobre las estaciones del año”.
Crueldad de Cӑrtӑrescu con el fracaso literario: cuando el monumental poeta romántico alemán Hölderlin enloqueció fue recluido en una torre por 30 años, haciéndose llamar Scardanelli, renegando de su nombre original de poeta. Esta es una de las claves en las que podemos leer Solenoide, como las dos vidas del protagonista: una en la que triunfa como poeta, otra en la que como prisionero de Bucarest escribe sus sueños y diarios delirantes al estilo de un Scardanelli que mojase sus pies en el Dâmboviţa.
Este es el peor gemelo, el verdadero gemelo maligno que angustia al personaje protagonista. Cuando es Scardanelli todo él “apestaba a tinta como otros apestaban a tabaco”, era, como dijo una vez Kafka: “un ser hecho de literatura”.
Un ser que embarrancó, que fracasó en sus versos y dio lugar al personaje surrealista que nos narra con extrañeza las heridas cotidianas de Bucarest y las cicatrices que le van dejando en la piel.
El libro de la Arquitectura del Dolor
Este es un libro que se cimenta en la metaliteratura. En la metaliteratura como herida. En la escritura como destrucción:
Amo la literatura, la sigo amando, es un vicio del que no puedo escapar y que algún día me destruirá”.
De esta forma aparece el capítulo 6 del libro, un capitulo definitivo en cuanto a la reflexión metaliteraria, un capítulo que parece especialmente escrito para cada uno de nosotros. Y cuando un libro parece creado en exclusiva para quien lo lee, entonces, acaba de traspasar una dimensión y se convierte en trascendente, en obra maestra. El capítulo 6 reflexiona sobre las posibles respuestas a la pregunta de por qué uno se convierte en escritor, o que motivos le llevarán a no serlo, y son contestadas de una forma desgarradora:
La literatura es una máquina de crear, en primer lugar, beatitud, y luego decepción (…) Como escritor te irrealizas con cada libro que escribes. Siempre quieres escribir sobre tu vida y siempre solo escribes sobre literatura (…) Multiplicas mundos cuando tu propio mundo debería bastar para llenas millones de vidas (…) La escritura devora tu vida y tu cerebro como la heroína (…) La literatura es, demasiadas veces, un eclipse de la mente y del cuerpo del que escribe”.
Y en el capítulo 9 se nos advierte de que no estamos ante un libro, sino ante una especie de informe de anormalidades y anomalías, todos ellos:
fantasmagóricos y transparentes, pues así son los mundos en los que vivimos simultáneamente”.
La vida es un puzle al que necesariamente debemos dotar de otro sentido. Las estatuas demenciales y gigantescas se aferran a los mecanismos de la existencia y abandonan las salas capitulares. Esas estatuas han activado sus dispositivos vivenciales alimentados por el dolor de los demás, que es nuestro dolor.
El extraordinario dibujo de la rusa Anastasia Savinova que para la portada de Solenoide ha elegido la editorial Impedimenta.
El libro de los Insectos
Solenoide es un compendio de entomología. Ya desde su primera frase, “he cogido piojos otra vez”, nos queda bien patente que cualquier tipo de parásito, artrópodo, miriápodo o lepidóptero, aparecerá en la novela como pinchado a sus páginas como con un alfilercito.
Hay una obsesión con las polillas, como en Austerlitz de Sebald, por ejemplo, y es que este insecto ejemplifica la fugacidad de los anhelos, lo volátil de la vida, el absurdo de encontrar la verdad en la luz.
El insecto, las larvas, los caparazones, no son más que ejemplos de un mundo micro cuántico que nosotros reproducimos en nuestra irrealidad macro cuántica. También somos insectos, gigantescos, erráticos. Derrotados.
Luego, está la mantis. La mantis destructora y devoradora, que se precipita desde el abismo de los peores sueños para dar forma a las pesadillas. La mantis es el régimen de Ceauşescu, es el hombre vencido si entender los motivos de su derrota. La mantis es el escritor, también el no-escritor. La mantis es el hombre. La mantis somos todos nosotros.
El libro de los Sueños
Solenoide es un texto mental, un destilado cerebral de los mundos oníricos de su personaje principal. Nada es lo que parece, todo navega por las turbias aguas de un surrealismo deforme y aterrador. Es una parada de ideas e imágenes simbólicas que son como un desfile de freaks cuya poética podría resumirse en los espeluznantes capítulos 6 y 9.
Estamos ante un trampantojo de novela, un trampantojo de algo que ni siquiera sabemos lo que está imitando. Si la literatura es engaño, es falsedades y mentiras, Solenoide es la verdad absoluta. Es una de las pocas novelas en las que no necesitamos, ni maldita falta que nos hace, establecer pacto ficcional alguno. ¿Para qué?
No tenemos problemas en creer en los extraños visitantes, viajeros que llegan a los pies de la cama al caer el sueño; creeremos sin problemas en ciudades que levitan gracias a sus solenoides magnéticos y que arrancan barrios de cuajo; estamos tan seguros de todo ello que Solenoide ya ni tan siquiera es un artefacto herido de ficción. Simplemente es un mecanismo que toma el control de los lectores, se aferra a nuestro pecho, expande sus raíces y nos permite leer sin plantearnos nada. Solo por el placer de disfrutar del sueño de la realidad y de la realidad tridimensional de una literatura inolvidable.
El libro de la Cuántica
Evidentemente, el primer derrotero cuántico de Solenoide aparece en la escisión en dos personajes del protagonista, aquél que obtiene éxito con su poesía y el que no. Esto da lugar a una explosión, a un Big Bang de universos, de multiversos, en donde se multiplican las líneas de acciones distintas pero, a la vez, paralelas: “mil millones de yos posibles, probables, casuales y necesarios”, tal y como lo define Cӑrtӑrescu.
Solenoide es una novela que es muchas novelas y que palpita en un ejemplar que sostenemos en las manos y que es, a la par, muchos ejemplares. Solenoide es una abertura, un portal, el acceso al cerebro de su autor, también el acceso a los cerebros de sus lectores. Solenoide es la mirada de Cӑrtӑrescu sobre lo que nos rodea, sobre lo cotidiano, pero es, por encima de todo, nuestra mirada alucinada sobre la realidad que nos hemos construido.
Y al terminar la novela descubrimos la crueldad del escritor rumano en toda su dimensión. Ha creado una obra maestra que se mueve más allá del tiempo y del espacio para decirnos, simplemente, que nada de aquello a lo que nos aferramos nos permite creer en la seguridad. Que estamos flotando bajo los efectos de un solenoide, indefensos, varados siempre en el mismo lugar pavoroso.
Jugando con la tradición literaria, Cӑrtӑrescu juguetea con la repetición de la mítica imagen de Thomas Bernhard en el espejo:

Solenoide es el museo de los horrores de Cӑrtӑrescu y, por eso, es nuestro museo de los horrores. Un crítico, no recuerdo su nombre ahora mismo, ha dicho que con esta novela se inaugura el Siglo XXIliterario. Yo creo que lo empezó Sebald con Austerlitz, y después lo encaminó Kadaré con novelas como El accidenteRéquiem por Linda B. o La cena equivocada.
Ahora, Cӑrtӑrescu se ha incrustado en esta tradición de la nueva novela de este siglo, y es un poco Sebald, un poco Kadaré, bastante Pynchon y Foster Wallace… En eso consiste la genialidad, en reconocer la tradición y entender a sus maestros para, de repente, formar parte de ellos y explicarnos en un libro deslumbrante como:
las legiones de demonios habían parasitado (…) nuestra vida interior”.
¿Por qué todo esto nos resulta tan agrio, desabrido, inquietante, desagradable? Porque estamos, con Solenoide, abrazados a la literatura de verdad. Esa que abre nuestras heridas y después formula preguntas en nuestra alma que quizás no seremos capaces de responder. No podemos pedirle algo semejante a muchos otros libros, quizás a muy pocos. Es posible que únicamente a Solenoide.
Puedes leer aquí la crítica al libro Calle Este/Oeste, que elegimos como Libro del Año 2017 en Achtung!:

viernes, 4 de enero de 2019

La vida invisible-Lorenzo Amurri (2)



*Esta crítica apareció en achtungmag.com:
Lorenzo Amurri y su vida en apnea: La vida invisible y la escritura curativa

Este Odradek de viernes se nutre en esta ocasión de las reflexiones que me ha dejado la lectura de un libro que ha llegado hasta mi mesa por azar, que me ha impactado, que me ha obligado a pensar, y que me ha dejado un poco descabalado, incómodo. Se trata de La vida invisible, del italiano Lorenzo Amurri, editado por Ático de los libros. La trágica historia que encierra en sus páginas ha colisionado con la lectura en profundidad que esta semana he llevado a cabo de algunos relatos de Borges para mi Taller de Literatura Comparada, y el resultado son estas líneas que a continuación comparto con vosotros, antes de entrar en los dos viernes próximos, con los consabidos —pero no por ello menos atractivos— resúmenes del año, que culminarán el día 28 de diciembre con la elección del Libro del Año para Achtung.

Lo primero que me sorprende del libro de Amurri es la libre traducción del título, que no me parece de lo más acertada. No es que le haga un destrozo al texto, pero el título original de la obra del italiano es Apnea, y una vez leída la obra creo que resulta mucho más claro, acertado y preciso con el contenido y el mensaje que encierra. Mucho más que ese título manido e impersonal, casi plano, de La vida invisible.
En efecto, Apnea: por dos motivos fundamentales. Porque la situación que vive el protagonista del libro, en la que se mueve, evoluciona y nos narra, ocurre desde la apnea más angustiosa; porque la solución a gran parte de los problemas que plantea el texto, y que bullen en la cabeza del autor, se solucionan en una situación de epifanía que viene provocada por una apnea.
Si además le añadimos al libro un subtítulo informativo tal como Memorias de transformación, música y superación, quizás desenfoquemos el texto, salvo que editorialmente busquemos asemejarlo a ciertos libros exitosos que comparten el espíritu de estas confesiones de Amurri y a los que me referiré un poco más adelante.
Lorenzo Amurri compone en este libro un texto curativo, una obra vomitada, una escritura que, en efecto y más que en cualquier otro caso conocido de literaturas salvadoras, consigue mantenerlo con vida. El italiano no era escritor, a pesar de venir de una familia de artistas muy creativos: Antonio, su padre, fue un reputado escritor de radio y televisión, de Best Sellers, polifacético, y sus hermanos han hecho carrera en el cine, convirtiéndose en toda una saga de artistas italianos.
Lorenzo, quien nos ocupa, no había escrito antes. Lo suyo era la música, y actuaba como importante guitarrista junto a conocidos intérpretes italianos. Llevaba una vida descontrolada, donde privaban por encima de todo el placer y el entretenimiento. Una vida próxima a la archiconocida máxima de sexo, drogas y rock, y que tal vez debería haberse acomodado a esa otra que pertenece a una película de Nicholas Rayvive rápido, muere joven y deja un bonito cadáver. Pero Lorenzo cumplió solo a medias con esa idea.
Con 26 años sufrió un accidente mientras esquiaba (empotrado contra el poste de un telesilla). No más sexo, ni drogas (salvo en un gotero y administradas de forma intravenosa, o por sonda), ni rock (paralizado de cuello para abajo, imposibilitado para tocar la guitarra, tetrapléjico). Como en el título de una novela de Robert GravesAdiós a todo eso.
Y aquí empieza la verdadera vida de Lorenzo, porque hasta ese momento, esos 26 años, han sido 26 años en una burbuja que acaba de pulverizarse en el dolor y en la nieve. ¿Cómo puede soportar semejante desgracia? ¿Tiene sentido? Entonces, Amurri hace algo que nunca hizo: escribe. Escribe para salvarse.
No escribe desde el primer momento, claro. Esta aturdido y muy cabreado. Su enfado es descomunal: con la vida, con los demás, con todo lo que rodea, con él mismo en primer lugar. Odia y se odia.
En el sanatorio de Suiza al que lo trasladan aprende a moverse en una silla de ruedas. En una visita a un parquecillo exterior se aproxima a un estanque en donde nada una familia de patos. Una interesante conversación que sostiene con mama pato se convertirá en su primer texto, golpeado con dificultad sobre las teclas de un portátil. Este texto aparece como apéndice al final de la obra. Es la muestra del principio de la resurrección.
Antes de eso, ocurren muchas cosas, pero todas en la cabeza de Lorenzo, porque desde su imposibilidad de moverse solo puede relatarnos el mundo exterior que pivota activo a su alrededor y mostrarnos lo estático de sus pensamientos en el interior de ese cráneo dañado y operado, aprisionado por un halo médico.
Así comienzan las reflexiones, las confesiones, el relato de un día a día doloroso y extenuante que se convierte en el libro Apnea y que consigue ser finalista del más prestigioso premio de literatura italiano: el Strega que, desde 1946, lleva los apellidos de vencedores tan ilustres como PaveseMoraviaBassaniMoranteBuzzati, LampedusaGinzburgLeviEcoCitatiBufalino o Magris, entre otros muchos.
Apnea, finalista de un premio que ganaron Cinco historias de FerraraEl gatopardoLa llave estrellaEl nombre de la rosaLas mentiras de la noche o La soledad de los números primos, todas ellas novelas imprescindibles de la literatura italiana.
Amurri es finalista del Strega en el año 2013, cuando gana el veterano Walter Siti con Resistere non serve a niente, una novela que no me consta que esté traducida al español. Donde no se le niega el éxito a Lorenzo Amurri es en el Premio de Literatura de la Unión Europea y se encuentra entre los doce ganadores de 2015, apenas un año antes de su muerte.
Así es, después de su terrible accidente, Amurri sobrevive casi veinte años más. Y consigue hacerlo gracias a la literatura, a la escritura salvadora. Porque desde el primer momento, ese en el que es consciente de la tetraplejia, en su cabeza solo hay lugar para una idea: el suicidio. Un suicidio que acaba detenido gracias, en parte, al descubrimiento de los beneficios de la escritura terapéutica.

Eso se nos ofrece en Apnea, en esta La vida invisible, si preferimos titularlo así, a la española: un monumental ejercicio de supervivencia, de confesión que acaba por convertirse en la forma de asumir la nueva realidad, tan terrible, tan dura. Amurri lo hace estructurando el texto en pequeños capítulos ilustrativos compuestos de las fases y estados que va pasando desde que es rescatado a pie de pista, junto al poste del telesilla, mientras sufre en la UVI, en los hospitales y en el sanatorio de recuperación, en el traslado a su casa en Roma, y en el reinicio de su vida, esa que había quedado suspendida en la sangre derramada en la nieve, y que ahora le parece una pesadilla.

El libro se compone en derredor de los horarios del hospital, de la tomas, de las curas, de las sesiones de rehabilitación, demostrando esa idea que vengo barajando desde hace tiempo de que existe un tiempo hospitalario literario común a este tipo de obras (desde la Montaña Mágica de Mann hasta la fallida Pabellón de reposo de Cela, en Pabellón de cáncer de Solzhenitsyn o en Alguien voló sobre el nido del cuco de Kesey).
La novela de sanatorio se rige así por su propio tiempo, es una novela de enfermos que perciben el tiempo de otra manera, y es un tiempo que viene marcado por el ritmo de sus recuerdos, tal y como le sucede a Funes el memorioso, el protagonista del relato de Borges, enfermo de insomnio, encerrado a oscuras en un cuartucho, incapaz de gestionar el don de la infinita memoria que posee y que no es más que su dolorosa enfermedad.
Es la cárcel del pensamiento, en el caso de Ireneo Funes, en el caso de otros protagonistas de relatos de Borges que son inútiles para negociar la realidad inexplicable que les ha tocado soportar: el soñador de Las ruinas circularesJaromir Hladík en El milagro secreto Dahlmann en El sur. Son prisioneros del mundo que se ha desbocado en sus cabezas, mientras la realidad se detiene o, simplemente, obedece a otras reglas ajenas a ellos.
La cárcel de Lorenzo Amurri es la cárcel de su cuerpo inmóvil y de su cabeza que niega, primero, la nueva realidad, para después, al asumirla, tratar de suprimirla. Desde el momento del accidente y hasta que retorna con su familia y amigos, Amurri se ubica en un lugar oscuro y claustrofóbico —como la habitación de Funes, por ejemplo—, donde la única salida, que es una tortura aún mayor, será su pensamiento.
Canalizar la potencia de la mente a través de la escritura lo llevará a la salvación. Por eso aquello de Memorias de transformación, música y superación: de acuerdo, el subtítulo editorial se refiere a todo este proceso, pero con un ojito guiñado nos quiere colocar, de forma innecesaria, creo, el libro a la altura de los volúmenes de James Rhodes (ese Instrumental de subtítulo Memorias de música, medicina y locura, o ese otro, Fugas o la ansiedad de sentirse vivo). Rodhes y su escritura-terapia. Rodhes y su escritura-vómito. Rodhes y su escritura de salvación: Rodhes máquina de hacer dinero, ergo… ¿por qué no Amurri?
Pues porque en Amurri hay literatura. Su discurso no se compone únicamente de terapia. Por eso.
Así que no caigamos en la pequeña trampita comercial. No estamos ante un Rodhes a la italiana por mucho subtítulo epigónico, ni mucho menos. Aquí hay un autor que se muestra entre las letras que componen frases de furia, de ira y desesperación. Un autor que nos toca el corazón y nos destroza el cerebro. Porque es un autor incómodo que cuenta las cosas de forma incómoda y nos obliga a pensar. Eso ocurre con la buena literatura, me parece.
Llegamos a la apnea. Amurri consigue concretar el acto suicida lanzándose de noche a una piscina. Mientras se ahoga, en esa apnea mortal, experimenta la epifanía. Ha pasado toda su vida desde el accidente instalado en una monumental falta de oxígeno, aguantando la respiración, sobrepasado por la desgracia, a horcajadas de la desgracia. Ahora, esta nueva privación de aire, física, le hace comprender. Apena sobre apnea para abandonar su vida en apnea, salir a la superficie y, al fin, respirar.
Amurri ha resucitado en el momento definitivo, que es el momento en que vale resucitar, en el que se debe resucitar, y el aire que libremente inunda sus pulmones dibuja con leve optimismo la forma de asumir la desgracia. Y la mejor manera será ponerlo todo por escrito.


A nosotros nos alegra que Amurri no se rinda. Pero nos desazona. ¿Qué haríamos nosotros en su lugar? ¿Hasta dónde estamos dispuestos a soportar? ¿Nos comportaríamos como él? Y lo que puede ser infinitamente peor: quizás hemos tenido ya la oportunidad de resucitar, de una u otra forma, y hemos sido incapaces de comprender las señales de la epifanía. ¿Cuánto tiempo llevamos viviendo en apnea?

Por aquello de completar este Odradek, aquí os dejo enlace a otra crítica que he realizado del libro de Amurri para el portal Mi Nueva Edad, lectura recomendada del mes de diciembre para ese sitio: