sábado, 29 de diciembre de 2018

La vida invisible-Lorenzo Amurri (1)


*Esta crítica apareció en Mi Nueva Edad:
https://www.minuevaedad.com/actualidad/2018/12/5/el-libro-del-mes-la-vida-invisible-lorenzo-amurri/

La escritura como salvación

No me atrevo a calificar de novela el libro que hoy recomendamos en Mi Nueva Edad, una incómoda novedad editorial que nos trae Ático de los libros. Y no me atrevo porque la obra del italiano Lorenzo Amurri es compleja, y va más allá de poder ser catalogada en un género determinado.
El subtítulo que le ha colocado la editorial española, ese Memorias de transformación, música y superación, ayuda a que comprendamos la dificultad a la hora de englobar el trabajo de Amurri en un género literario determinado.
Podemos empezar por el asunto de que Amurri no era escritor. Digo era, porque, lamentablemente, falleció en 2016. Este libro nace de una necesidad, de la obligación por aferrarse a la escritura después de un drama tremendo, de escribir como una forma de sobrevivir. Es una escritura confesional, un vómito duro y existencial, una obra curativa y terapéutica que, por el camino, además de servirle de gran ayuda a su autor, hace pensar, y mucho, al lector, gracias a una visión clara, directa y contundente de la realidad.
Amurri era un joven algo descerebrado que con 26 años vivía al límite el lema de sexo, drogas y rock`n roll, hasta que un brutal accidente de esquí —el impacto contra el poste de un telesilla— lo dejó tetrapléjico. Adiós a la vida que conocía, adiós a tocar la guitarra y a los conciertos, adiós, realmente, a casi todo. O a todo.
Empieza así un relato de supervivencia en donde el protagonista nos va detallando los estados por los que va pasando desde que sufre el accidente. Del ingreso en la UVI y las operaciones, hasta la durísima rehabilitación; desde los tratamientos, las inyecciones y las sondas, hasta la silla de ruedas. Es una historia que no solo trata de la descomposición personal, sino de la desintegración familiar y social. Porque cuando uno enferma de ese modo, todo lo que le rodea enferma de la misma manera.
La batalla de Lorenzo Amurri no se reduce a encarar el día a día con los tremendos problemas de movilidad, la pesadilla de ir al baño, el afeitarse, comer…, no poder valerse por sí mismo. También es una lucha contra la incomprensión: en primer lugar contra su propia incredulidad, que no acepta que le esté ocurriendo semejante desgracia, y en segundo lugar contra la barrera que la sociedad levanta para aislar a estos enfermos.
Todo ello aparece reflejado en una prosa rápida y eficaz, sin apenas concesiones ni florituras, directa, que te golpea con fuerza al mostrarte lo más descarnado del sufrimiento humano con palabras sencillas y sin victimismos. Las reflexiones de Lorenzo ante la soledad, la incomunicación, el miedo al futuro, el deseo de suicidarse o la complejidad en la que se ha tornado su relación de pareja, llegan hasta nosotros en un fluir natural que nos presenta la realidad de su desgracia de una forma natural y sin circunloquios.
Por todo ello, el libro de Lorenzo Amurri deja una huella en el lector cuando lo termina. Invita a reflexionar, dado que todo él es una meditación en primera persona, que muy bien podría servirnos como un gran acicate para plantearnos qué es la vida y qué cosas hacen que merezca la pena vivirla.

miércoles, 26 de diciembre de 2018

Factor limitante-Yolanda Vega



*Esta crónica apareció en achtungmag.com:


Factor limitante: respuestas para preguntas que no nos atrevemos a hacer

El pasado miércoles tuve la ocasión y la fortuna de ver una de esas obras de teatro que te remueven algo por dentro. Se trata de Factor limitante, un texto de Yolanda Vega que, además, lo dirige. La obra está muy bien interpretada por tan solo cuatro actores: José Ramón Arredondo, Chema Abellón, Eliana Santander y Vanessa Morr. Todo ello, además, en una sala muy propicia e íntima, pequeñita e independiente, que permite sacarle todo el jugo a una obra, y a las evoluciones de los actores: Intemperie Teatro. Así que lo habéis adivinado, Achtungers!, esta columna de hoy de El Odradek va sobre teatro.

Muchas cosas, y todas buenas, sorprenden de Factor limitante. Cuando accedes a la sala para acomodarte, ya están los cuatro actores sobre el escenario, quietos como estatuas, lo que inmediatamente consigue la plena identificación y la fusión del espectador con la obra que se va a llevar a cabo. Antes de comenzar ya te han implicado en ella.
Y esto es un detalle muy importante, puesto que los materiales de los que se nutre la obra son asuntos que nos tocan muy dentro y de una forma muy directa. Al fin y al cabo, todos los hombres somos el hombre que interpreta Chema Abellón, y todas las mujeres son la mujer que encarna Vanessa Morr. Y todos estamos inmersos y fastidiados por las reglas y convenciones que dicta esa Sociedad que representa Eliana Santander.
La obra aborda una descarnada versión de la realidad, de esa realidad sometida por los roles que obligatoriamente pretende hacernos adoptar la Sociedad desde el mismo momento en el que nacemos. Así, la pieza arranca con el nacimiento de dos homúnculos, que de inmediato, al comprobarse que uno es hombre y el otro es una mujer, ocupan su lugar en el mundo sin comprender el motivo.
La Sociedad los impulsa, a empujones, a colocarse en sus sitios: el hombre en lo alto de una silla, desde una posición preponderante en la que podrá contemplar a la mujer muy por debajo. A lo largo de la obra ella intentará acceder a ese puesto, colocarse a su lado, incluso junto al hombre, pero la Sociedad se encargará de frustrar todos y cada uno de los anhelos de ella, y la intención de querer ocupar el puesto junto al hombre será la primera.
La historia, así contada, ya posee una gran carga efectista, nos impacta, pero una serie de recursos teatrales hacen de la puesta en escena un ejercicio implacable de acoso incómodo sobre el espectador, que asiste al bombardeo de amarguras obligado a tomar partido.
Chema Abellón es el Hombre.
Uno de los efectos importantes que consigue que lo que se nos cuenta nos aturda es la ruptura de la cuarta pared en varios momentos. Uno, determinante, en el que con las luces pagadas se va enfocando a los espectadores con unas linternas mientras se lee un texto que denuncia los lados más oscuros que todos albergamos en nuestro interior.
Hay de todo y para todos, desde maltratadores hasta extorsionadores, desde infieles y chantajistas hasta maniacos sexuales, desde parejas que, como un mantra, “reciclan plástico y vidrio” —como si aquello fuera una garantía de ser buenas personas y pudiera sofocar otras iniquidades que cometen— hasta personas que suben en el escalafón laboral o de la vida gracias a mezquindades.
Este momento demuestra que la Sociedad nos obliga a jugar con unas cartas establecidas de antemano, y que muchos, cuando tratan de buscarse un resquicio para no aceptar las normas, moldearlas a su antojo o, simplemente, ignorarlas, revelan su otro yo más infame y sucio. Porque no atenerse al juego parece que conduce, en todos los casos, a la degradación.
Vanessa Morr es la Mujer. A la izquierda Eliana Santander: la Sociedad.
Por eso, la frase que se repite una y otra vez de “ellos reciclan plástico y vidrio”, significa mucho: Aceptando una de las normas sociales que nos hace creernos buenos, útiles empáticos, ecológicos (y que viene dictada por el sistema biempensante, que la ha elegido por nosotros) ya nos creemos con la conciencia limpia, aunque en la mayoría de los aspectos seamos unos miserables. Pero reciclamos “plástico y vidrio”. Por tanto, no podemos ser malvados.
En otro de los pasajes más lacerantes, se reparten unas fotos al público mientras se narran las historias que esas instantáneas sugieren: desde problemas de identidad sexual aplastados por la maza de lo establecido, hasta la explotación infantil, los malos tratos y la violencia doméstica. Esas fotos, como las linternas sobre el público, son continuas preguntas que nos hace la autora, Yolanda Vega: ¿Cómo somos capaces, no ya de asistir impertérritos a este mundo, sino cómo podemos permitirlo sin hacer nada? Bueno, algunos reciclan plástico y vidrio para intentar mejorarlo…
Yolanda Vega es la fundadora del Madrid Meisner Studio, y esto tiene una importancia capital en la obra Factor limitante. La técnica que preconiza es la conocida como técnica Meisner, creada por el actor y profesor estadounidense Sandford Meisner a mediados del siglo XX, y que fue adoptada por renombrados artistas, como Steve McQueen o Naomi Watts, entre muchos otros.
El método Meisner se basa, entre otras cosas, en las repeticiones de frases o palabras que conducen la interpretación a otro nivel dado que, aunque ambos actores pronuncien la misma frase, en cada uno de ellos la afirmación se ha cargado de unas connotaciones bien distintas en función de sus reacciones. Una misma frase trabaja de diferentes maneras en función de quién la pronuncie. Eso significa que el texto de la obra no caracteriza al actor, sino la manera en que lo decodifica.
De esta manera, y en Factor limitante eso sucede con brillantez, el conflicto o agón que pone en marcha toda escena teatral no se produce por una confrontación negativa entre lo que dice un actor y lo que sostiene el otro, que busca lo contrario, sino en la repetición de las mismas afirmaciones que, sin embargo, y en boca de cada uno, suenan antagónicas y dotan de una tensión exacerbada el instante.
Si os interesa ahondar más en este asunto os dejo enlace a la página del Madrid Meisner Studio:
De esta forma avanza la obra, rica en recursos interesantes. No puedo dejar de lado la intervención del cuarto actor, José Ramon Arredondo, que además de hombre orquesta (canta, baila, toca la guitarra, incluso con un arco de violín), hace las veces de una especie de Maestro de Ceremonias y se encarga de aportar algunos efectos sonoros producto de la ejecución de algunas prácticas bien simples: con un capacho de arena y un silbido imita los ruidos del tren, con una botella y una pajita los borboteos del agua hirviendo.
Arredondo comparte escenario, sentado a un lado, para formar parte de la propia obra. A veces toca el cajón, otras se pone en pie y recita, se pasea, interpela al público, se sienta a su lado, y saca la obra de su dimensión para realzarla y entregarla al público.
José Ramón Arredondo en una de sus arengas al público.
Factor limitante hurga en la posición preponderante de hombre y en la poca capacidad de maniobra que la sociedad, entendida como tradicional, permite a la mujer. Todo es simbólico, pero de un simbolismo hiriente, con momentos acertadísimos, como el que antes mencionaba del tren.
El hombre en lo alto de su silla se ha transformado en el conductor de un convoy al que debe subirse la mujer. Cada tren que deja pasar es una oportunidad que se le escapa en la vida. Muchas de esas oportunidades se pierden por no querer jugar al juego social establecido. Solo hay dos líneas de transporte, una que lleva a lo trillado y a lo ya previamente establecido, y otra en la que viajan aquellos seres miserables que han querido burlar a las normas y se han convertido en solitarios y marginados.
El discurso de la Sociedad, y el de los actores, insiste una y otra vez en aquello que han aprendido, que este mundo es así y no se puede cambiar, que hay que aceptar los roles y no apartarse de ellos si se pretende ocupar un lugar, un sitio como una pieza de un puzle anodino y miserable que te llevará a soportar una vida de frustraciones, amarguras y fracasos.
Dos frases que la autora filtra en el texto definen muy a las claras lo que la Sociedad espera y demanda del hombre y de la mujer: “no has matado lo suficiente”, le reprocha al hombre, que debe mostrar una y otra vez su crueldad y su capacidad de extinción dañando a los demás para alcanzar su valía, y “no has muerto lo suficiente”, le restriega una y otra vez a la mujer. Esas muertes son sacrificios, la aniquilación de sus esperanzas, de sus sueños, de los anhelos, de la independencia y de la personalidad propia.
Es una gran definición de lo que tradicionalmente aguarda la Sociedad de nosotros: si somos hombres debemos tomar decisiones que nos hagan progresar, “matando” como una forma de avanzar y elevarnos de estatus, siendo machos alfa, lideres, ejecutivos agresivos y tiburones, mostrándonos implacables y manejando las riendas de nuestras vidas como esos CEOS que se comen por los pies a los Consejos de Administración.
El hombre debe poner en marcha para realizarse una política de triunfos sobre tierra quemada. Por su parte, la mujer debe aceptar sus muchas muertes, propias, reflexivas, sacrificándose y subyugándose al papel del hombre, que permanece sentado en lo alto de su silla. La mujer también debe llevar a cabo una política de tierra quemada, pero interior, donde cada renuncia la afirmará más en su papel de súbdita.
Yolanda Vega insiste en cierto determinismo de estas situaciones, dado que en la obra la Sociedad obliga a la mujer a elegir el color que debe asignar al futuro niño que está por nacer: azul o rosa. Y si la madre no accede a elegir alguno de los dos queda seriamente advertida: la Sociedad no podrá proteger al futuro bebe, que será como algo indefinido, un freak indeseable.
Así, el contenido de reivindicación feminista también se enriquece con una mirada sobre la libertad de la sexualidad, tan constreñida por la intolerancia de lo que está establecido desde hace siglos. Los tatarabuelos, bisabuelos, abuelos y padres del hombre siempre han intentado inculcarle el mismo mensaje de inmutabilidad de las cosas socialmente aceptadas. Igual le sucede a la mujer con su tatarabuela, bisabuela, abuela y madre: solo hay un camino para formar parte y ese camino está marcado desde siempre.
Pero, ¿formar parte de qué? Y la gran pregunta que nadie nos hace nunca y que debemos formularnos nosotros mismos: ¿Queremos formar parte? ¿Queremos cambiarlo? ¿Hacemos algo para cambiar?
Es así como Factor limitante, y este es uno de sus grandes aciertos, comienza dentro de nosotros cuando la función ha terminado. Nos llevamos la obra en el interior, la maduramos, la cocemos, la reflexionamos y nos vuelve, una y otra vez, el regusto amargo de lo que hemos presenciado. Esto es buen teatro. El que nos provoca la catarsis en el salón de casa, o a la hora de irnos a dormir, cuando retorna como un fogonazo a nuestras cabezas y nos obliga a formularnos esas interrogantes.
La obra se ha prorrogado para todos los miércoles de noviembre. Aquí os dejo enlace a la web de Intemperie Teatro:
Motivos de interés para ir a verla no le faltan. Ahora bien, ¿queremos abandonar nuestro rincón de confort no comprometido o preferimos repetirnos que nada de todo esto va con nosotros? Siempre podemos seguir reciclando plástico y vidrio con la conciencia tranquila, al menos hasta que un día alguien venga a pasarnos factura por todo aquello que, pudiendo hacerlo, no hicimos.
Creemos que ese momento, mientras reciclamos plástico y vidrio, no llegará jamás. Puede que sea nuestro hijo, mucho antes de lo que pensamos, el que nos formule preguntas que no podamos responder sin sentirnos unos miserables.

sábado, 15 de diciembre de 2018

Ficciones-Jorge Luis Borges



*Esta reseña apareció en Mi Nuev Edad:
https://www.minuevaedad.com/actualidad/2018/11/5/el-libro-del-mes-narraciones-de-borges/

Una aproximación al genio del laberinto

El libro que recomendamos este mes en Mi Nueva Edad es una recopilación de los mejores relatos de un maestro del género: Jorge Luis Borges. En el volumen que nos ofrece la editorial Cátedra, dentro de su colección Letras Hispánicas, se han elegido textos que originalmente aparecen en Historia Universal de la infamia (1935), Ficciones (1944), El Aleph (1949), El informe de Brodie (1970) y El libro de arena (1975).
Se trata, por tanto, de una selección de los más granado y sobresaliente dentro de la ya de por si excelsa producción cuentística de Borges. En efecto, parece una tarea casi imposible diferenciar unos relatos de otros en función de su calidad u originalidad. Sin embargo, la selección de Marcos Ricardo Barnatán, a cargo de esta edición de Cátedra, nos presenta algunos de los textos más inquietantes del genio argentino.
Inquietante, desde luego, porque los relatos de Borges siempre contienen la semilla de algo que, una vez leídos, nos obliga a reflexionar, tal vez algo aturdidos. Vaya por delante que, la mayoría de las veces, no son textos sencillos, vienen plagados de culturalismo, de referencias bibliográficas verdaderas que muchas veces resultan casi imposibles de separar de las inventadas, de metatextualidad y metaliteratura —con toda la complejidad que albergan ambos términos—.
Borges tiene sus obsesiones, manías, tics, sus gustos, que en los relatos se hacen casi autorreferenciales: la presencia constante de los laberintos, de las estructuras circulares, de universos que se contienen dentro de otros universos, construcciones de cajas chinas o matrioskas, senderos y jardines que son puertas a otra dimensión, quiebras temporales y espaciales, reflexiones sobre el sueño y la realidad… Resumiendo, elementos que configuran gran parte de lo que ahora conocemos como literatura cuántica.
De entre un discurso de tanta riqueza resulta difícil quedarse solo con algo. Como ya dije antes, todo resulta sobresaliente, llamativo, su lectura alimenta nuestra perplejidad, nos quedamos atónitos al asomarnos a este mundo onírico, quebradizo, engañoso, que parece burlarse de nosotros con cada lectura.
Atención especial merecen algunos de los clásicos que aparecen en este volumen. La reflexión metatextual y literaria en Pierre Menard, autor del Quijote, es uno de los relatos fundamentales de Borges. Al igual que La biblioteca de Babel, una biblioteca que ordena el Universo, o Funes el memorioso, la historia de un hombre que lo recuerda absolutamente todo.
Cuentos con aureola de legendarios son Enma Zunz —para muchos considerado como un cuento perfecto— y Deutsches Requiem, así como El Aleph, el texto fundamental para comprender el pensamiento de Borges y, quizás, uno de los mejores principios que se hayan escrito para un relato.
La lectura de Borges exige ser revisitada. Con una sola vez, no basta, y a medida que releemos sus relatos extraemos más y más conclusiones, nos inundamos de una riqueza, de un saber casi enciclopédico, un saber que busca darnos a entender cómo se estructura el Mundo, el Universo y el propio Hombre inmerso en el colapso del tiempo y del espacio.
Borges nos ofrece una reflexión metafísica, filosófica y existencial en estos cuentos, producto de cierta condición sincrética de la Creación y del concepto de Dios como Gran Arquitecto, como Hacedor de estructuras y Soñador de los hombres.
No son asuntos sencillos de comprender, y los planteamientos de los relatos vienen, además, cargados de simbolismos y guiños extraños, pero esa es una de las principales características de Borges: el entendimiento de la literatura como un juego. A veces, incluso un juego sin reglas al que se nos invita desde la fascinación de las palabras. Juguemos.