PARAFILIAS DE PLÁSTICO
Que nos encontramos, en el personaje de Horacio, ante un mirón, un voyeur incorregible, es algo que deja pocas dudas: experimenta gran placer contemplando las escenas que otros han compuesto para él con sus muñecas, le gusta leer las soluciones a las historias que imagina, e incluso apunta en un cuaderno las bromas que le gasta su esposa en un afán de espiarse a sí mismo, de contemplar su vida, y todo lo que discurre a su alrededor, como desde afuera. Transita por la novela contemplándolo todo de reojo: es un espectador de la ficción narrativa. También, es un hombre repleto de parafilias y de fobias, de manías: no soporta verse en los espejos, convive con una muñeca, forma parte de un trío en el que incluye a la propia muñeca y a su mujer, escucha unos ruidos de maquinaria en su cabeza, reparte órdenes disparatadas y, finalmente, su obsesión radica en conseguir una muñeca que, pareciéndose a una mujer lo máximo posible –incluso colocándole un sexo artificial- continúe siendo muñeca. Necesita que la ficción se parezca a la realidad, pero que nunca sea como la realidad, quizás para poder manejarla aunque, al final, la muñeca y su amor por ella, la esclavitud sexual en la que cae, se apoderan de sus actos por completo.
En las
desviaciones de Horacio, que evidentemente deben comportar un placer sexual, y
en la presunta carnalidad de las hortensias, Felisberto Hernández
construye un entramado de juegos eróticos enfermizos y una historia de amor de
un hombre por los sucedáneos: en este caso por los sucedáneos de las mujeres
hasta el punto de que, pudiendo disfrutar de una verdadera, siempre elige la
copia. Sin embargo, cuando la verdadera mujer se hace pasar por la muñeca,
Horacio sufre un choque tan fuerte que inicia un rápido proceso de muñequización.
Se puede amar a la
muñeca, y ella no pide nada a cambio, tan sólo mantener a la temperatura
adecuada el agua que calienta su cuerpo artificial. A la muñeca se la puede
llevar de picnic al río, acostarla en una cama, sacarla a pasear o desayunar
con ella sin que se enfade. La muñeca resulta ser la amante perfecta de Horacio
porque, además, es un ser creado para la
observación en su inanimación y, no lo olvidemos, Horacio es un voyeur
–circunstancia esta, la de contemplador erótico, exacerbada con los sucesos del
hotel y todo el trabajo que la mirada posee en esas escenas-. En este
sentido, Las hortensias se amparan en un erotismo sensorial, un festival
de los sentidos –sobre todo vista y tacto- que conducen al placer. La
importancia de lo que se ve, y de lo que se imagina cuando se ve, viene a
demostrar que el órgano sexual más potente es el cerebro, las maquinaciones que
intuye e inventa: en el escaparate en donde se exhiben las muñecas, tan sólo
algunas son Hortensias, pero el público pasea de un lado a otro
contemplándolas como de soslayo, intentando averiguar cuáles poseen sexo y
cuáles no. Es este juego de lo oculto, el misterio que se oculta en las cosas,
un misterio que se percibe por la vista, por el tacto, el juego erótico y
sexual que propone Felisberto Hernández.
Horacio reúne en
su persona un compendio de parafilias sexuales, como fetichismo –por los brazos
y las piernas, por ejemplo-, voyeurismo, una fascinación por la violación, o la
necrofilia. Es un personaje complejo e inestable que habita un universo propio
desquiciado, exacerbado en la parafilia literaria heredera de la tradición
clásica: el androidismo, Pigmalión enamorado de la estatua que había creado, su
Galatea. Es inevitable pensar en un Horacio que ejerce las veces de Pigmalión,
al fin y al cabo la idea de las mejoras sexuales de la muñeca son suyas, pero
se añade, irónicamente, una parafilia nueva al personaje: la mecafilia, o
atracción por las máquinas. Completamente desquiciado, Horacio corre en
dirección al ruido de las máquinas, que desde ahora serán su nueva
atracción.
Una nouvelle
que presenta un esquema narrativo dinámico y atractivo, un tema sorprendente y
algo inquietante, un texto con cabeza muñequil y brazos de maniquí, un texto plasticoso y con todo ese pavor que despiertan las figuras de cera.
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