IMAGEN Y REPRESENTACIÓN
La obsesión por la muerte y por preservarnos de ella, por encontrar alguna forma de vencerla y de proyectarnos más allá de ese instante tan puramente humano, es un tema recurrente en la literatura universal, y muy especifico en las narraciones y relatos que podrían considerarse como de una literatura fantástica. Los intentos del hombre por vencer a la muerte pasan, desde la composición de un cadáver con retales de otros fallecidos, hasta las más aventuradas técnicas de criogenización e inmortalidad. En este sentido, en el de alcanzar la inmortalidad y perpetuarse a la muerte, se desarrolla gran parte de la tesis que encierra, en su complejidad, la obra de Bioy Casares. Y entendiendo que el hombre, actualmente, es incapaz de derrotar a la muerte, deberá plantearse otras maneras para perpetuarse en lo que, más que eternidad, será en Bioy una especie de sueño de eternidad.
La presencia del eterno retorno en la novela
es uno de sus temas fundamentales, y la manera de alcanzar esa eternidad,
o inmortalidad, si se prefiere, será
gracias a ese eterno retorno. Las acciones se repetirán, mecánicamente, una y
otra vez, hasta el infinito, alcanzada así la permanencia mucho más allá de la
muerte física de los cuerpos. Sin embargo, el texto va mucho más lejos de lo
que sería presentar el artilugio de proyecciones de imágenes, penetrando en un
juego metaliterario, tan fascinante, que concluye con que el propio libro es la
máquina de eternidad y de burla a la muerte, plasmada en una secuencia que
sería: maquina de Morel-Diario del huido-novela de Bioy-lector de la novela de
Bioy, con el lector del texto en el último eslabón y funcionando al estilo de
la marea que activa los proyectores, dándole vida a todo el proceso de nuevo,
activando así el eterno retorno. El lector es el primigenio deus ex machina, sin el cual no funciona
ninguno de los mecanismos, y la obra de Bioy discurre girando en círculos sobre
ese asunto también: planteándose quién es el dador de vida a todo el movimiento
de imágenes.
Quizás
sea –en un texto abierto a infinidad de reinterpretaciones complejas- el
propio Morel quién retorne a la isla, pero es un Morel que allí se topa con su doppelgänger o doble fantasmal,
encarnado en el Morel vestido de tenista. Es como un juego de espejos a través
del cual el Morel autor del diario recupera su identidad al enfrentarse a su
inverso: a través de ese Morel aprenderá a amar a Faustine, mujer que al final
lo llevará al recuerdo (en la última página del texto) de la mujer que de
verdad parecía amar en otra vida, Elisa. Ahora, gracias a que ama la imagen de
la mujer de la isla, el narrador es consciente de que amaba a una mujer más
real. Es una recuperación que se produce al ponerse en marcha la maquinaria, en
realidad todo es como una monumental resurrección que burla a la muerte y, para
que no queden dudas de que el propio Morel es el narrador, en un momento dado
hay un juego de puertas y habitaciones en el que se acaba encontrado inmerso
como imagen y, luego, como persona. Cuando un personaje se enfrenta a
este motivo tan literario, su doble maligno, acaba muriendo, como le ocurrirá
al narrador. Pero en ese juego de dobles, Morel recupera la identidad de Morel,
con la que paulatinamente se va identificando en la narración. Después, todo el
juego de dobles lo activa la marea del lector… ese "aparato más completo" que reanima personajes y
neutraliza a la muerte: el artefacto de la eternidad.
Rotunda y concéntrica, una obra
maestra de algo más que literatura fantástica o de ciencia ficción; una novela
filosófica, una reflexión existencial con el magistral golpe de efecto: nunca
como hasta ahora un lector había activado, con su lectura, tantísimos resortes
ni abierto innumerables puertas… para que, por ellas, desfilen los personajes
de la existencia.
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