sábado, 25 de junio de 2011

Continuidad de los parques -Julio Cortazar-.





EL HACEDOR EN SU CÍRCULO

Continuidad de los Parques es un relato de Cortazar que pertenece a su libro de narraciones breves Final de Juego, del año 1956. Este relato resume muy bien el espíritu narrativo de Cortazar, impregnado de cierto surrealismo y también de un potente realismo mágico, de esa realidad que interpreta de forma laberíntica y de la que el ser humano, condenado a existir en su interior, debería escapar. En este caso, la realidad no es ya laberíntica, sino que se inserta dentro de sí misma al estilo de las cajas chinas o las célebres Matrioskas, las muñecas rusas. Dentro de una realidad de ficción –el propio cuento en sí- aparece imbricada una segunda –la novela que lee el protagonista- y, dentro de ella, una tercera –el momento en que la ficción que lee el protagonista lo absorbe y él pasa a formar parte de la misma y de una nueva y tercera de la cual ya es un personaje también-. Son cajas que se van insertando unas dentro de otras para conformar este cuento en tres dimensiones.
Por eso, el título nos dice mucho de esas cajas que se encierran a si mismas, que se conectan. Los parques son continuos: por el parque de ficción es por donde corretea el amante dispuesto a asesinar al lector; se encuentra una continuidad de ese parque que enlaza con la vivienda de ese mismo lector, ahora ya convertido en el objetivo del asesinato. Toda la trama de la novela que lee el lector, encuentra una continuidad, trasciende a su vida a través del parque desde el cual se trasvasa la ficción de la novela hasta la realidad del asesino, asesino que ya abre la puerta de la habitación en donde se encuentra su víctima.
Ese final es, precisamente, otra de las características del Cortazar cuentista, los desenlaces sorprendentes con los que dota a sus relatos. El lector se queda atrapado en un ritmo que va creciendo a medida que avanza en la lectura, con un clímax que se encuentra en la descripción de la soledad que rodea al lector: “Los perros no debían ladrar, y no ladraron. El mayordomo no estaría a esa hora, y no estaba”. Y la descripción de las exactas circunstancias que la mujer le dijo a su amante que se encontraría en la casa hasta llegar a entreabrir la puerta de la habitación, en donde se halla el lector, arrellanado en su sillón, cerrándose así el círculo de la continuidad en los parques, en donde el punto de vista del narrador omnisciente no ha dejado un solo resquicio para permitirnos dudar –a nosotros, los asombrados lectores- de que lo narrado es cierto.
Además, lo que más inquieta del relato, es que el hombre, la víctima, al trascender a la ficción, se convierte en un personaje cuyo final ya esta escrito. En un guiño absolutamente existencial, procede a leer su final, con lo que se me ocurre que igual podría detener su inminente asesinato de la manera más simple posible: dejando de leer, siempre que eso estuviera escrito en la novela que sostiene entre las manos. Estamos entonces ante la idea de un Dios unamuniano al estilo de la novela Niebla, de un Hacedor de personajes y de vidas de personajes de ficción que no son conscientes de que lo sean, aunque el hombre-lector del cuento es posible que sí lo llegue a saber tras alcanzar con su lectura el final mismo del cuento y descubrir que, por esa inquietante puerta que acecha durante todo el relato, asoma la cabeza su asesino.
El mayor acierto del cuento se encuentra en esa fusión de ambos mundos paralelos, de la primera parte en donde se narra la actividad del lector, con la segunda, una vez inmerso en la novela que lee y de la cual se despega la ficción para levantarse y formar parte de la realidad: el lector es ahora un personaje más de esa ficción. Los dos mundos se han unido y nos importa bien poco en cual de ellos se mueva el drama, lo que importa es que, en la ficción o en la realidad, la continuidad se ha producido dejándonos con la duda y haciéndonos pensar si en nuestra vida todo lo que experimentamos es cierto o quizás, cierta parte o la gran parte, procede de una ficción manejada por un Hacedor.
En el relato de Cortazar, nosotros leemos un escrito que otro personaje lee y que, a su vez, se convierte en leído, pero… ¿no estaremos siendo nosotros, a la vez, los realmente (si el termino “realidad” se puede emplear aquí) leídos?

Innovador, circular, arriesgado, genial, autofagocitado, unamuniano, existencial, metaliterario, pero, por encima de todo, cuentista.

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