domingo, 3 de noviembre de 2019

Diario de un poeta despechado-Javier Medina Bernal



*Esta crítica apareció en achtungmag.com:
https://www.achtungmag.com/diario-de-un-poeta-despechado-javier-medina-bernal-diario-de-funervivo/


Diario de un poeta despechado, Javier Medina Bernal: diario de funervivo

Hubo un escritor del romanticismo alemán que fabuló sobre un hombre que extravió su sombra. El escritor panameño Javier Medina Bernal ha narrado en Diario de un poeta despechado la historia de una sombra que ha perdido a su persona. El protagonista del libro es, tal y como lo podría definir Roberto Arlt, “una cáscara de hombre movida por el automatismo de la costumbre”. Estamos ante un personaje que solo tiene una certeza, que morirá. En lo demás, se encuentra en una permanente cancelación de necesidades inútiles, para irse despojando de lo que le rodea hasta encontrar el centro de su desesperación. Bernal refleja con luminosidad oscura la realidad social centroamericana y la personalidad de un escritor que no escribe, de un poeta que no hace poesía, de un vegetariano carnívoro, de un enamorado sin novia, de un muerto que todavía sigue viviendo.

Esta entradilla corresponde a la contraportada de la primera edición de Diario de un poeta despechado, y que he tenido el honor de firmar. La obra ha sido Premio de novela Ricardo Miró en 2018, prestigioso certamen panameño, decano de este tipo de concursos y que se viene celebrando desde 1942. El premio, que hace honor en su nombre al poeta y narrador modernista panameño Ricardo Miró, también se concede en otras modalidades como poesía, cuento, teatro y ensayo.
Javier Medina Bernal ya había conseguido el éxito en la convocatoria de relato de 2013 con No estar loco es la muerte, inscribiendo su nombre en el palmarés junto a prestigiosos autores como Enrique Jaramillo Levi o Giovanna Benedetti, y también en la modalidad de poesía del año 2011 con Hemos caminado siglos esta madrugada.
Enrique Jaramillo Levi y Giovanna Benedetti, ganadores también del Ricardo Miró:



El Diario de un poeta despechado (como las anteriores, publicado por el Instituto Nacional de Cultura de Panamá, el INAC), es su tercer premio nacional. Antes de obtenerlo, Bernal había publicado en la editorial mexicana Nieve de Chamoy la que hasta la fecha era su primera y única novela, Lagarto Rey, en donde hacía gala de una voz poderosísima y peculiar a la hora construir el personaje principal.
Esta novela, Lagarto Rey, la reseñamos aquí en Achtung!:
Y, además, también atendimos a uno de sus poemarios, Brujamadre (editado por el Duende gramático):
Con esto quiero decir que el Diario de un poeta despechado significa la, a veces, tan compleja segunda novela de un autor, en especial si en su debut se ha definido con una voz tan propia y particular. De ahí mis preguntas al abordar el texto: ¿Habrá sido capaz de cambiar de registros? ¿Podrá encontrar una voz distinta a la arrolladora de Lagarto Rey? ¿Saldrá del realismo sucio para adentrarse en otros territorios narrativos?


Ahora que conozco mejor a Javier Medina Bernal me doy cuenta de la enorme estupidez de mis preguntas. Obviamente, el autor se ha mostrado como un narrador extraordinariamente solvente, muy capaz del cambio de registros, en especial a la hora de alejarse de la voz de Lagarto Rey y suplirla por la de ese poeta despechado que nos habla desde su diario. Diario. Primera persona. Gran acierto narrativo de Bernal en esta su segunda novela.

El que haya elegido el formato de un diario no es ninguna tontería, y nos muestra la inteligencia del escritor. La novela en forma de diario, confesional o de anotaciones, establece con el lector una afinidad inmediata. Es muy raro que no se produzca una complicidad con el personaje que, en primera persona, nos cuenta sus desgracias, aventuras, o sinsabores.

Podríamos ubicar como el principio de esta relación entre el personaje confesional y el lector apasionado y cómplice la aparición del Werther (Cátedra) de Goethe. Aunque de forma epistolar en este caso, el éxito que alcanzará Goethe es el producto del acierto a la hora de plasmar los sufrimientos, las penas y las alegrías de su joven protagonista, conciliados con el estilo narrativo de moda en la literatura europea de su tiempo: la forma epistolar. Goethe no hace sino perfeccionar la senda marcada por Richardson y Rousseau.

El subjetivismo alcanza en Werther su grado máximo; la carta, ya de por sí un medio de comunicación de noticias, de sentimientos y de vivencias íntimas, ahora adquiere ese aire de misticismo, de vehículo de confidencias, es reveladora de secretos recónditos. Así, las vivencias y experiencias de Werther plasmadas y transmitidas a través de las cartas, que ejercen de intermediario familiar y eficaz a la vez, directo y humano, son como jirones, pedazos o retales de la vida del autor puestos a secar en las páginas de su obra como jugosas tiras de cecina vital que hacen al ávido lector participe de las intimidades.
Richardson y Rousseau, padres de la novela sentimental y epistolar:


Esta definición anterior casa perfectamente con la exposición de las vísceras sentimentales del protagonista en el Diario de un poeta despechado de Bernal, expuesto a la contemplación de los lectores como si de una rana de laboratorio, abierta por la mitad, se tratase.

El poeta modernista panameño Ricardo Miró.

La carta literaria permite analizar los sentimientos en el mismo momento en que éstos nacen y se desarrollan, a la vez que facilita la captación de infinitos matices, de estados contradictorios y conflictivos, de inmediatas intensidades emotivas, de igual forma que sucede con el diario. Ambos, cartas o diarios, responden, en definitiva, a la necesidad de autenticidad y de expresión de sí mismo que el ser humano en la época de Goethe, a las puertas de la edad moderna, buscaba; es el intento de establecer una nueva definición en un mundo sacudido por la crisis de los valores sentimentales.

Goethe, el genio alemán.
Con los diarios literarios del siglo XXI sucede algo parecido. A través de ellos podemos contemplar la debacle espiritual y anímica del protagonista aquejado de una enfermedad mucho peor que la de los hombres en la época de Goethe. Ahora, el protagonista que nos muestra sus entrañas en los diarios está afectado de un profundo solipsismo. Todo gira en derredor del protagonista, incapaz de contemplar otra realidad —yo diría que incluso existencia— que la suya propia.
No es, pues, una casualidad, que tras la carta, fórmula que adoptan los autores de la llamada novela sentimental, desde las Cartas de una Peruana, de Madame Graffigny, hasta las Cartas de Fanny Buttlerd, de Madame Riccoboni, la novela epistolar sufra una evolución que conduzca a su extinción: pasará de ser un intercambio de cartas a una larga serie de cartas de único remitente, sin respuestas, dejando de ser epistolar para convertirse en una suerte de diario. La metamorfosis se inicia con la Pamela (Cátedra) de Richardson, se afianza con el Werther y se generaliza con sus seguidores —como el Jacopo Ortis del italiano Ugo Foscolo por ejemplo (también en Cátedra)—.
Madame Graffigny y Madame Riccoboni según retratos de la época:



Los sentimientos, o tal vez la sensibilidad, se han configurado como un valor literario clave, alrededor del cual el yo literario se recompone buscando el sentido de sí mismo en el mundo de los deseos y de las sensaciones; en una palabra: de las pasiones.



Y para que el lector pueda sentir las pasiones de los personajes en lugar de tener que detenerse y entretenerse reflexionando sobre ellas (esto es, que de alguna forma sea capaz de sentir ese tiempo interior de los personajes por encima de cualquier otra circunstancia), se hace imprescindible que el narrador recurra a la primera persona y no a la tercera, ya que de este modo autor y personaje viven día a día un destino abierto cuyo final ignoran. Conocen su pasado, pero no lo que deparará el porvenir, al que se acercan vertiginosamente, de manera inexorable con cada página, párrafo, renglón, palabra escrita. El lector se ha convertido, así, en contemporáneo de la acción y la vive a la par que el autor la escribe y el personaje la sufre. De ahí la inteligencia de Javier Medina Bernal al elegir los diarios para construir su segunda novela.

El apasionado Ugo Foscolo, autor del Jacopo Ortis.
El Diario de un poeta despechado sigue la máxima del género epistolar, haciéndolo pasar, no como el producto de un novelista, sino como la irradiación de un personaje real que vive y escribe. El artificio conferirá verdad a los personajes ya que a ojos del lector el narrador resulta más real y cercano que la tercera persona.
Se trata por tanto de una ilusión de realidad instaurada por el autor, con el acuerdo tácito de sus lectores, en un mundo en donde —los teóricos de la literatura lo sabemos muy bien, pero los lectores no tanto— la cualidad de veracidad de un texto ya no determina su calidad, pero ayuda a esa identificación lector/autor que resulta imprescindible si estos no son capaces de entender los mecanismos del pacto ficcional.
Javier Medina Bernal, tres veces premio Ricardo Miró.

El protagonista del Diario de un poeta despechado tan solo puede estar seguro de una cosa: de su muerte, de que se morirá. Se nos presenta así un personaje descreído y desarraigado, capaz de conectar con cualquier tipo de lector.  Por ello, este personaje es un vegetariano carnívoro, enamorado sin novia, poeta que no hace poesía, inmerso en la impostura del mundo y del momento que le rodea.
En ese sentido, hay que añadir, además, el desplazamiento a otro país, en este caso hasta Costa Rica, para llevar a cabo una serie de lecturas de poesía tan desastrosas como aniquiladoras de cualquier retazo de orgullo, aprecio o dignidad literaria. La voz de Lagarto Rey ha quedado atrás; era un voz explosiva, sustituida ahora por una conciencia represada e implosiva que mina al protagonista desde el mismo centro de su ser.
Ese ser del siglo XXI que se encuentra en una tremenda lucha contra sí mismo y contra todo lo que lo ha venido caracterizando como ser humano. En la novela de Bernal el protagonista batalla contra todo y contra todos a golpe de cancelaciones: ha extraviado la familia, la literatura, la poesía, y se enfrenta a una existencia que es más bien una limpieza de su pasado, un pasado indeseable, desagradable de recordar, en donde sus padres han fallecido en un accidente de motocicleta, igual que su hermana lo hizo de un tumor cerebral. Todo ello le lleva a pensar que su sitio se encuentra en un túmulo que todavía aguarda vacío junto a ellos. Bernal convierte, así, a su protagonista en un muerto en vida o, en términos del escritor albanés Ismaíl Kadaré: en un funervivo.

Bernal nos muestra el proceso de desnudez del protagonista, que elimina todo lo superfluo para quedarse, únicamente, en voz. Una voz que se manifiesta mediante las palabras escritas en el diario que escribe con la esperanza, que parece ser su última esperanza, de que alguien lo lea alguna vez. En ese deseo de trascender, de cualquier forma que sea posible, aparece de fondo la figura del gran poeta costarricense Jorge Debravo.
Debravo, y este dato no deja de ser curioso, falleció a los 29 años de un accidente de motocicleta, como los padres del protagonista del Diario, al parecer fue arrollado por un conductor ebrio. A pesar de su juventud, tuvo tiempo de escribir y dejar un legado poético extenso, en gran parte póstumo, e incluso el día de su nacimiento se ha instaurado como el día nacional de la poesía en Costa Rica.
Estatua de Jorge Debravo.
Ahora bien, la pregunta es si Debravo ha trascendido porque ese accidente segó de cuajo las posibilidades del genio, elevándolo a la categoría de mito, o bien lo consiguió por la calidad de su poesía. El protagonista del Diario de un poeta despechado bien querría morir como Debravo para, de esa manera, asegurarse una porción de posteridad.
Sea como fuera, el retrato del protagonista del Diario de un poeta despechado es el de un hombre que busca su lugar en un mundo del que se sabe desplazado, con la certeza de que nunca lo encontrará y que tan solo, quizás, lo más adecuado sea construirse un final heroico, épico, arrojándose a un lago después de recordar a Rubén Darío.
Sin embargo, ese hipotético final me parece hasta demasiado activo, demasiado intenso para un hombre que solo se mueve a gusto en los trazos de sus proyectos incumplidos. El protagonista que nos ofrece el autor es un gran retrato, tan enorme como entristecedor, de la verdad repleta de actualidad y desengaños que nos espera oculta detrás de cada esquina cotidiana.
Javier Medina Bernal nos ha regalado, con su segunda novela, un ejercicio de desesperación, pero también un enorme letrero brillante que nos advierte del lugar a donde conducimos nuestras vidas. Y todo ello sin dejar de escribir excelente literatura.

sábado, 2 de noviembre de 2019

Diarios de Kolimá-Jacek Hugo Bader



*Esta crítica apareció en achtungmag.com:
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Jacek Hugo-Bader y Diarios de Kolimá: las profundidades del carácter ruso

Hasta no hace mucho, la mejor información literaria que uno podía encontrar sobre esa zona tristemente conocida como GULAG se encontraba, aparte de en el Archipiélago Gulag de Aleksandr Solzhenitsyn, o en alguna otra de sus obras como Un día en la vida de Iván Denísovich (ambas en Tusquets), en los Relatos de Kolimá escritos por el ruso Varlam Shalámov y publicados por la editorial Minúscula. Pero ahora, entre litros de vodka y diésel —tal y como ha comentado algún crítico literario—, el periodista polaco Jacek Hugo-Bader ha escrito unos excelentes Diarios de Kolimá que en España han sido publicados por La Caja Books. De forma amenísima y extensa, el libro nos habla de la ruta que el periodista realizó en auto-stop, atravesando el desolador paisaje siberiano, por el camino de la llamada Carretera de los huesos, la autopista M56. Un total de 2025 kilómetros de buena literatura y del mejor periodismo, salpicados con entrevistas a los personajes más pintorescos, desde supervivientes del comunismo y camioneros, pasando por buscadores de oro y mafiosos. Una lectura que hipnotiza, hiela la sangre, que se devora tal y como su protagonista engulle los kilómetros helados de uno de los lugares más tristes, desolados y castigados del planeta. Hoy, en este Odradek de los viernes de Achtung!, traemos osos polares, botellas de vodka y carreteras siberianas.

La Carretera de los huesos: su nombre obedece a que bajo el pavimento están enterrados los cadáveres del GULAG estalinista, y la carretera atraviesa toda la zona, desde Magadán a Yakutsk. Los algo más de 2000 kilómetros que afronta Jacek Hugo-Bader le van a permitir realizar un ejercicio de reporterismo al más fino estilo de uno de los grandes maestros del género, el también polaco Ryszard Kapuściński. De hecho, hay algunas partes de este fascinante recorrido que me han recordado (fundamentalmente por la atracción que me ha producido la lectura) a una de las obras maestras de KapuścińskiEl Imperio (Anagrama). Y eso es mucho decir.
¿Pero qué es eso del GULAG? La palabra es una abreviatura conformada por las iniciales en ruso de las palabras Dirección General de Campos de Trabajo Correccional y Colonias, organismo controlado por el NKVD, posteriormente más conocido como KGB, que se encargaba de la administración y del control de los campos en donde se internaban a los presos condenados a trabajos forzados en la época de la Unión soviética.
El Imperio, obra clave del polaco Ryszard Kapuściński:


El GULAG arrancó bajo el dominio zarista de Rusia, como forma de internamiento de delincuentes y de opositores al estado, y experimentó su momento álgido durante la época del poderío estalinista, en donde los enemigos de clase, los que se oponían al bolchevismo, junto a los traidores y malhechores, eran deportados a las remotas zonas de Siberia como castigo.

Los seis volúmenes de Relatos de Kolimá de Varlam Shalamov y publicados por Minúscula.
Los primeros GULAGS fueron los ubicados en el archipiélago de Solovkí, en el Mar Blanco, y cuyas tres islas principales —SolovkíAnzer y Bolshaya Muksalma— fueron las inspiradoras para el posterior sistema de encarcelamiento. Solovkí, bajo la dirección de Félix Dzerzhinski como director de la Cheka (futura NKVD), no fue la única zona punitiva que existía en la URSS, pero sí que resultó la primera en donde se pusieron en práctica todas las medidas y pautas organizativas que inspiraron a los posteriores GULAGS.

Félix Dzerzhinski.

De esta forma, los presos en Solovkí pasaron, entre 1923 y 1925, de ser unos cientos a 6.000. Un ejemplo de la vida, y de la forma en la que se podía acabar internado en esa zona, la encontramos en un libro que ya comentamos en Achtung!El meteorólogo, del francés Olivier Rolin (Libros del Asteroide), en donde se nos narra la caída en desgracia y el internamiento, hasta su posterior ejecución, de uno de los meteorólogos principales de la Unión SoviéticaAlekséi Feodósievich Vangengheim.


A continuación os dejo el enlace a la crítica:
Desde 1929, Stalin dio rienda suelta al sistema compuesto de miles de campos en toda la Unión Soviética, ese que ahora conocemos como GULAG, y que durante su mandato albergó, entre 1934 y 1953, a millones de presos, de los cuales murieron algo más de la mitad según los datos documentados, porque la verdadera realidad se desconoce. Este sistema conoció su fin político, por decreto, el 25 de enero de 1960, aunque en la práctica continuó funcionando de una forma u otra.
Aleksandr Solzhenitsyn y una de sus obras maestras, Un día en la vida de Iván Denísovich:



Entre las cifras que maneja Hugo-Bader en su libro, nos habla de que el total de prisioneros que pasaron por el GULAG fue de 28,7 millones, falleciendo 2.749.163, es decir, cerca del diez por ciento de los internos. Solo en Kolimá se establecieron 160 campos y en su primer invierno funcional, el de 1932-33, registró la muerte de uno de cada cinco presos. Esta crueldad obedecía a una máxima concreta:
“El NKVD intentaba aunar dos objetivos mutuamente excluyentes: extraer la máxima cantidad de oro posible y exterminar cuanto antes a las personas consideradas enemigos de los bolcheviques”.
Dentro de todo este horror, tratado de cerca pero sin que su presencia nos resulte abrumadora en los Diarios de Kolimá de Jacek Hugo-Bader, se encuentra la autopista de Kolimá o Carretera de los huesos, la M56 que conecta la zona de Magadán con la de Yakust, para un total de 2025 kilómetros construidos por los internos del GULAG bajo las más extremas y terroríficas condiciones de trabajo. Si uno de ellos fallecía se lo enterraba bajo la capa de asfalto de la pista, de ahí su nombre de Carretera de los huesos.
Imágenes de los trabajadores forzosos de la Carretera e los huesos:



El periodista polaco, moviéndose entre temperaturas extremas que alcanzan decenas bajo cero, se propone recorrer toda esta carretera haciendo auto-stop, y en ello radica la originalidad del libro, porque ese medio de viaje le proporcionará jugosas historias producto de la interacción con numerosos lugareños que lo recogerán en sus vehículos y que lo albergarán en sus casas para que pueda pasar la noche.

La M56 hoy.

Este contacto con la población local de una zona tan ruda y extrema llevará al autor a componer un retrato vívido y magnífico de todo un modo de vida, de eso que la Premio Nobel ucraniana Svetlana Aleksiévich ha denominado Homo Sovieticus y cuyo de cuya extinción nos habla en un reconocidísimo ensayo de éxito, El fin del “Homo Sovieticus” (editado por Acantilado).


Sin embargo, aunque decadente y enfermizo, exasperante y oxidado, recalcitrante e incomprensible, el Homo Sovieticus que aparece en los Diarios de Kolimá no está muy cercano a esa extinción, si acaso se encuentra próximo a una especie de cristalización que lo llevara a permanecer así, detenido en el tiempo y en el espacio de aquellos lugares remotos, por los siglos de los siglos.

Los tres volúmenes editados por Tusquets y que conforman Archipiélago Gulag de Aleksandr Solzhenitsyn.

El retrato del pueblo ruso que aparece en el libro es el de una serie de personas desconfiadas y algo retrógradas, podría decirse que primitivas, que sin embargo resultan cálidas y acogedoras una vez que el forastero consigue ganarse un pedazo de su confianza. Son grandes bebedores de vodka, son enormes supervivientes en un  lugar en el que hay que saber tomarse las cosas como vienen y soportarlo todo con aquello que se tenga más a mano.
Dos imágenes del polaco Jacek Hugo-Bader, autor de Diarios de Kolimá:



El libro se nutre, por tanto, de historias, de las historias que nos cuentan, que le cuentan a Hugo-Bader, todos estos personajes siempre al borde de la congelación, cercanos a la miseria, profundamente heridos y emborrachados de rusismo. Así, para el autor son:
gente excepcional: han visto el fondo de la vida”.
Por las páginas del libro van apareciendo todo tipo de personas, generalmente definidas por el desempeño de su trabajo: la mayoría son camioneros, buscadores de oro (como ya se ha mencionado antes, la región es rica en este mineral), algún médico, jubilados que arrastran su destino, cazadores (algunos de ellos españoles conducidos por unos guías y que van en busca de alces)…
El escritor Varlam Shalamov como preso de Kolimá y después, tras su liberación:




Las historias de las vidas de estas personas se mezclan con los relatos de prisioneros del GULAG y chekistas, de torturadores y torturados, de comisaros políticos, de políticos que se creyeron todopoderosos y que acabaron fusilados, como el letón Eduard Berzin —el director del Dalstroi, consorcio comunista de Kolimá para la obtención del oro por manos de los trabajadores forzados—, de maestras y catedráticos, de huérfanas y niños arrojados al bandidaje, en un retrato de las personalidades que fueron producto del inhumano sistema de supervivencia que el gobierno soviético instaló en aquellas zonas y que dejó a los rusos, como concluye Hugo–Bader:
enfermos de indiferencia”.
Porque ese pasado de los campos y del horror está ahí, pero a la población actual parece darle igual. No les importa lo más mínimo, ni siquiera se preocupan en preservarlo como una forma de recordar y respetar a las víctimas de aquella injusticia:
Deberían enseñarlo en los colegios, porque en Kolima no hay colegio que no esté al lado de un antiguo campo. Allí estuvieron presas y murieron personas inocentes, sus abuelos, y ahora justo detrás de esta tierra quemada del campo cultivan sus pequeños huertos”.
Estamos ante una región de excesos, que conoce el record de temperatura negativa con los 71, 2 bajo cero registrados en Oimiakon, que también posee el de mayor variación de grados entre un extremo y otros: 100, desde los 33 positivos a los 71 negativos; excesos como el de la localidad de Polevói, en donde en 2005 apareció la pepita de oro Adamovich, la más grande desde la extinción de la URSS, con 2 kilos y 976 gramos de peso, o el hallazgo en 1977, en Susumán, de un cachorro de mamut momificado y casi intacto por efecto de la congelación: una cría de más de cuarenta mil años de edad.
Eduard Berzin.

Por eso, porque hay oro, gran parte del libro gira entorno a los que se dedican a extraerlo y a quienes se han hecho millonarios con ello, es decir, un binomio compuesto por desarrapados y mafiosos. Unos se gastan los sueldos ganados de forma extenuante en las cantinas mientras los otros se regalan comilonas y controlan la política local como pequeños, pero también temibles, zares.
La Carretera de los Huesos, la ruta entre Magadán y Yakutsk que cubre Hugo-Bader en su libro:




Rusia es un país corrupto e intrigante, y eso se reproduce a menor escala en cualquiera de sus regiones, especialmente si albergan una riqueza natural como el oro de Kolimá:
en Rusia los negocios millonarios son sinónimo de espionaje, que solo a través de los servicios secretos se puede entrar en el club de los oligarcas”.
Entre los personajes que aparecen destaca la hija del mismísimo Yezhov, casi octogenaria; el periodista comparte una noche de charla repleta de confesiones e historias siempre presididas por la siniestra figura de su padre, ese Nikolái Yezhov que fue director del NKVD y que, como hombre de confianza de Stalin, desencadenó la conocida como Gran Purga de la década de los años 30 y que coloquialmente se llama ezhóvschina en memoria del personaje que la llevó a cabo, con cientos de miles de ejecutados y millones de deportados. Después, Yezhov dejo de ser el hombre de confianza de Stalin y fue fusilado.

Nikolái Yezhov.

Así es este viaje por Kolimá que, citando a Ryszard Kapuściński en su obra El Imperio, tal y como nos lo recuerda el propio Jacek Hugo-Bader en el libro:
el nombre de Kolymá (…) junto con los de Auschwitz, Treblinka, Hiroshima y Vorkutá, pasará a la historia como una de las mayores pesadillas del siglo XX”.
Este Diario de Kolimá que nos trae La Caja Books es la radiografía de una zona emaciada por el hambre, lacerada por los brutales golpes en el costillar, carcomida por el óxido, el frío, la miseria y la pobreza, devorada por la codicia, blanca por la nieve y el hielo, pero amarilleada con el oro que trabajan unos miserables alquimistas que lo convierten en vodka, que lo disfrutan unos nuevos ricos mafiosos del tres al cuarto que lo transforman en caviar y votos para servir a sus intrigas políticas.
Ubicación de los cientos de campos de trabajo soviéticos que formaban parte del GULAG.

Kolimá es un sitio apasionante en donde el objeto de estudio es el hombre. Por ello, es el lugar perfecto para llevar a cabo el mejor de los reportajes periodísticos, ese que difumina las fronteras entre la crónica, el diario y la mejor de las literaturas.

Secretos-Mara Mahía



*Esta crítica apareció en achtungmag.com:
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Secretos: Mara Mahía y el doloroso discurso que nutre a la Gran Literatura

Hace bien poco que Editorial Dieciséis ha publicado la primera novela de la escritora gallega Mara Mahía, titulada Secretos, una obra de gran mérito. Con el trasfondo de la Guerra Civil española, que ejerce de hilo conductor del libro, nos topamos con una emocionante narración repleta de virtudes: el ritmo y su pulso, que alterna diferentes discursos en el tiempo que se proyectan desde las edades de los personajes; así, el texto gana relieve con un dinamismo penetrante y se alimenta, además, de un atractivo mecanismo autoficcional que lo completa. Para mí, a estas alturas que andamos de 2019, es una de las mejores lecturas del año. Circunstancia que no me sorprende, por otra parte, porque desde que leí su novela compuesta a dúo con Oliver Besnier, Amenaza (Cuadernos Heimat) siempre supe que Mara Mahía poseía un gran talento. Ahora, ha sido capaz de hacer lo más complejo, lo que poca gente logra: demostrarlo con una novela inolvidable.

Lo primero que me ha sucedido con Secretos ha sido la ruptura de dos de mis grandes prejuicios literarios: la novela de la Guerra Civil es insoportable, un género del que huyo porque lo considero agotado tras el insufrible manoseo al que ha sido sometido por algunos de los popes más representativos de la aburrida literatura patria. Pues con Secretos me he emocionado.
Mi segundo prejuicio también ha saltado por los aires con el trabajo literario de Mara Mahía: una novela que abarque una saga familiar no tiene que ser un insufrible ir y venir de consultas hasta un arbolito genealógico en donde, al final, ya no sabes quién es quién. Esto ya lo demostró García Márquez en sus Cien años de soledad, pero hay que ser muy certero y poseer muy buena pluma para que el lector sea capaz de mantener los personajes y parentescos en la cabeza sin deshacerse los sesos.
Siempre he aborrecido las novelas que adjuntan ese mapa de nombres al final, que considero un claro síntoma de la vaguería del autor o de su escaso talento para caracterizar personajes de una forma inolvidable en la cabeza del lector. Claro, es más cómodo acudir al esquema y entender de quién nos está hablando.
Por eso no soporto las novelas de Agatha Christie, por mucho que fuera maestra de lo que fuera, siempre con su maldito dramatis personae al que uno debe peregrinar esforzándose por descubrir al tío segundo del marido de un personaje, esforzándonos nosotros porque la escritora se había ahorrado el trabajo de caracterizarlos de una forma ágil y que se fijara en nuestras mentes. Los fanáticos de esta autora me dirán, con gesto avinagrado, que Agatha Christie priorizaba el crimen, el misterio, la investigación, y otras zarandajas…

Así que llega a mis manos Secretos. Novela con un marcado trasfondo de la Guerra Civil. Con una adenda que incluye un árbol genealógico. Lo tiene todo, pero todo, para que la aborrezca. Pues de eso nada. Mara Mahía me demuestra que soy un borrico literario y me desarma con su narrativa. Me ofrece otra manera de aproximarse a la Guerra Civil y no necesito consultar la genealogía ni una sola vez en toda la lectura. Mara Mahía quebranta así mis prejuicios y firma una novela sobresaliente.
La Guerra Civil española ha encontrado muchas formas (incluso muchas más de las que se merece) de ser narrada en la literatura española. Salvo honrosas excepciones —tal vez algo de Delibes o de Ramón J. Sender, tal vez—, no perdono en mi donoso escrutinio a ningún libro publicado por los grandes autores actuales que se arriman al inagotable manantial del conflicto con la recurrencia de un peregrino obsesionado, a cual más aburrido y manido, repletos de tópicos, extraviando la emoción en unas prosas planas y carentes de oficio e imaginación.
Justamente todo lo contrario es lo que ha conseguido Mara Mahía. Y eso es mucho decir, porque en Secretos hay muchos resortes inteligentes que refrescan el asunto, llegando a renovarlo tanto que, al final, los lectores nos damos cuenta de que no solo hemos leído una novela sobre sobre la Guerra Civil, sino mucho más, muchísimo más. La Guerra Civil es un vehículo para mostrarnos el papel de las mujeres en esos momentos tan duros (porque las guerras, al final, SI tienen rostro de mujer). Y la importancia capital de la herencia oral que da lugar a historias que se metamorfosean en Gran Literatura.

El otro día, en la revista Vogue, recomendaban Secretos como una de las novelas de 19 escritoras elegidas para unirse al movimiento #LeoAutorasOct. Afirmaban que la obra de la gallega es:
Un ejercicio de memoria articulado a través de 23 relatos que componen un retrato de la condición de mujer en la guerra civil y la posguerra poco difundido. La importancia histórica de la transmisión oral para las mujeres queda subrayada en esta obra que vio la luz a finales de septiembre”.
En la lista, como siempre que se elabora una lista de libros, hay nombres y títulos espeluznantes, pavorosos, surgidos al calor de la novedad y de la maldita actualidad comercial, que cada uno la consulte y juzgue por sí mismo y según sus gustos. Pero lo que nos interesa es que se ha colado este magnífico libro, el mejor de todos los seleccionados, en una publicación de tanta difusión, junto a esa afirmación crucial de los 23 relatos.
En efecto, 23 relatos, no los he contado, la verdad es que me da igual que sean 23 o 50, lo importante radica en la palabra relatos. Es la constatación del alimento narrativo del texto, que se nutre de una serie de discursos magníficamente diferenciados, ya sean historias orales contadas por la madre de la protagonista, y que se nos muestran de forma indirecta o en retazos de su diario, o también en la voz de la narradora, que los concreta en una apasionante historia de autoficción.
Mara Mahía construye los discursos maternos de los diarios con un esfuerzo lingüístico apabullante, con ecos de Miguel Delibes (no en vano, la cita que encabeza el libro es de Cinco horas con Mario (Destino):
Si las palabras no se las dices a alguien no son nada”.
Evidentemente, el monólogo delibesco de Carmen dirigido a su fallecido marido Mario es un soliloquio que como receptor tiene a un muerto. Es el problema de muchas de las novelas sobre la Guerra Civil que se han escrito en España: van dirigidas a los muertos, no a los vivos, y de ese estigma quiere huir la escritora en SecretosMara Mahía se dirige a los vivos, a nosotros, ahora, utilizando las voces de quienes ya fallecieron.

Las palabras de la madre se articulan mediante una serie de expresiones familiares y propias de una época que le confieren una viveza como la de un pez recién sacado del agua, que boquea y colea desesperadamente. Las expresiones populares, las frases hechas, son recursos cuidados y oportunamente colocados en las voces, y no solo en la de la madre, que visten a los personajes de la novela con un frac léxico confeccionado a la medida.
Esta identificación, o identidad del personaje mediante el discurso, es una de las grandes virtudes del libro. Otro de los méritos radica en la capacidad que la escritura de Secretos posee para emocionarnos, para erizarnos, algo verdaderamente complejo de conseguir. Aquí radica una buena parte del nervio de escritora de Mara Mahía, que sabe tomar las propuestas orales y verterlas en papel sin que pierdan un ápice de emoción al transformarlas en literatura de quilates.
Un ejemplo de esto lo encontramos en la primera línea del texto:
La niña Leonor está enterrada en una fosa común”.
Punto de partida para un primer párrafo inolvidable que nos transmite la visión infantil de la desgracia, de los misterios angustiosos de los adultos, de todos esos secretos impronunciables que se albergan en el interior de un compartimiento sellado y que son imposibles de comunicar.
La niña Leonor, la forma en que ha sido enterrada, los motivos verdaderos de su muerte, la figura de un extraño trompetista circense o el misterio de la tía Leonor que se marchó a Estados Unidos con un crío en sus entrañas —fruto de una relación con el hijo de un militar franquista— para no volver jamás y desaparecer por completo, alimentan ciertas líneas paralelas de misterio que tratan de ser aclaradas desde ese presente en donde la narradora se mezcla con la autora gracias a los elementos autoficcionales.
Así, pasamos por el monumento dedicado a quienes arribaron hasta esa terrible puerta de entrada a los Estados UnidosEllis Island, y su terrorífico sistema de selección de aptos y no aptos. La búsqueda de la tía Leonor abarca desde el manifiesto de pasajeros del buque Esperanza hasta un calendario de pin-ups semidesnudas, pasando por búsquedas en Internet.
Vista actual de Ellis Island.
La autoficción moderna se apodera del relato clásico de la Guerra Civil y lo revitaliza. Las mentiras literarias se alían con las verdades de la escritura, con los secretos de la madre y con la visión del pasado familiar de la narradora, mientras al fondo, la autora, se confunde con ella en un juego de personajes duplicados.
Por otro lado, no podía ser de otra forma y en la mejor tradición de los escritores gallegos, Mara Mahía pone en pie ese realismo mágico a la gallega que encontramos en Álvaro Cunqueiro y Torrente Ballester. La menciñeira enana, una bruja de medio metro que vivía en una remota aldea de montaña, un lugar en donde nadie estuvo nunca, pero que todos saben que existe, es una buena muestra de ello, o los curiosos tres días de los funerales de la abuela, en donde incluso llega un autobús atestado de personas completamente desconocidas para la narradora.
Álvaro Cunqueiro y Gonzalo Torrente Ballester, dos autores con el realismo mágico a la gallega como marca literaria:


Esa visión mágica se exacerba con la evocación de la frase que se refiere al lugar de donde procedía la abuela: “del mundo del hambre y de la destrucción”. La autora aprovecha el tamiz infantil para construir ese terrible mundo pesadillesco a lomos de un cuadro de El Bosco, en uno de los mejores párrafos de la novela.
El panel derecho de El jardín de las delicias de El Bosco, que representa al Infierno, y el detalle que perturba a la narradora de Secretos: la monja-cerdo:


Secretos es la historia, pues, tal y como asegura la madre de la autora, de una familia “sembrada de desertores y difuntos” y que, tal vez, o seguramente, es casi como la historia de todas las familias, en donde los misterios del pasado se convierten en secretos y las historias se alteran a conveniencia de las generaciones posteriores.
De esta manera, la hagiografía parental se sustenta sobre los hombros de las mujeres de la casa, que van tejiendo con su imaginación alternativas menos dolorosas, quizás menos sangrantes, lindando con la literatura, porque se nos advierte:
Mi madre se inventaba mitos. Era una gran editora del pasado. Creó unas memorias fabulosas donde apenas hubo ningún mal. En los anales apócrifos de mamá, éramos una familia ejemplar”.
Una tarea que hereda la narradora de Secretos:
Irónicamente yo también me convertí en alguien que corregía el pasado, que lo reescribía, embelleciéndolo e inflándolo de héroes”.
Por eso surge Secretos, con un objetivo primordial: devolver el pasado al pasado, explicarlo como era, volverlo a colocar en su sitio, por mucho que duela. Pero en este ajuste de cuentas temporal, al final, tratándose de literatura, ¿qué es mentira y que es real?, ¿en dónde se ubica la línea que separa vida y ficción?
Mara Mahía, autora de la magnífica Secretos.
Tristemente, ese límite se encuentra en el dolor, en esa niña Leonor enterrada en una fosa común, en los adulterios, en los amores prohibidos, en la tía y a la vez hermana huida y nunca reencontrada, en la Isla de Ellis, en las cunetas de la Guerra Civil, en las muertes de los familiares más queridos, en las tumbas, en el maltrato machista, en el crimen, en una sociedad retrógrada en donde las mujeres reinventan la bilis de la realidad para convertirla en una miel desprendida de sus labios en forma de palabras que son mentiras a los hijos, todo por el bien de los hijos.
¿Y en el amor, en la alegría, en circunstancias agradables no se encuentra ese límite también? No, al menos no en el libro Secretos. Porque esta novela aborda el dolor, y casi siempre la Gran Literatura se alimenta de la desgracia, de los alfilerazos que descoyuntan el alma.
Mara Mahía con Oliver Besnier, coautores de Amenaza.
Antes de terminar, para que tengáis más información de Mara Mahía, os dejo enlace a la crítica que de Amenaza —novela coescrita con Oliver Besnier y que os he mencionado en la entradilla a este artículo— realicé para la revista berlinesa Desbandada:


Pero lo que hoy nos ocupa es Secretos, alumbrada por la Editorial Dieciséis. Y con SecretosMara Mahía ha compuesto una novela sobre la expiación de la culpa, de la culpa que significa vivir, y de la culpa que ha significado en este país ser una mujer (y que todavía lo sigue significando), y del drama familiar por antonomasia: la muerte de los seres queridos. Porque aunque solo se tratara de un muerto, tan solo de uno, ya serían demasiados muertos para una familia.