LA MISOGINIA COMO ARTE NARRATIVO
Tras la lectura de los relatos de Arreola queda un inevitable regusto a misoginia en el lector, como si la concepción que el mexicano tiene de la mujer fuera acorde con el tradicional machismo que tanto se critica en su país: una visión, la mayoría de las veces, meramente utilitaria. En los cuentos de Arreola que se han incluido en Confabulario la imagen de la mujer como acompañante, que debe satisfacer al macho; aparece como personaje secundario e irrelevante que resulta, cuanto menos, llamativa, sobre todo si se contrapone a esa otra interpretación, destructiva y maligna para el hombre, que también aparece en estos textos.
Si
nos fijamos en La migala, Arreola
dibuja ese tipo de mujer insensible y capaz de sembrar el dolor en el corazón
del hombre, destruyéndolo, asemejándola a una araña, a un ser venenoso, a un
insecto: diríase que a una mantis
religiosa. Que esa mujer se llame Beatriz no es casualidad, y el mexicano
dinamita así uno de los mitos femeninos creados desde la perspectiva masculina
y eternizado por Dante y Petrarca: la donna
angelicata, puesto que resulta inconcebible que una Beatriz cause tal infierno en el interior del protagonista
y que lo lleve a comprarse una araña para que la angustia que desencadena su
amada se vea ahogada por la angustia de la amenaza del artrópodo.
Desmontada
la mujer curativa, la donna della salute
convertida en mujer venenosa, Arreola puede fijar su foco en otra
característica: la mujer como objeto, como algo meramente utilitario, incluso
como un ser indefenso y zarandeado por los avatares de una vida, vida de leyes
y rigores masculinos, que necesita del rescate por parte de un hombre generoso
y dispuesto a ello -en este sentido, son varias las mujeres que deambulan por
las creaciones de Arreola en el papel de viudas, de madres desamparadas con
hijos, de mujeres frágiles que necesitan, imperiosamente, del sexo fuerte para
enderezar sus destinos desnortados-.
Esas
mujeres objeto pueden ser las que aparecen en la “Parábola del trueque” o las de “Anuncio”, meros maniquíes al
estilo de las muñecas hinchables, o la fémina sumisa de "Una mujer amaestrada", y también las que son víctimas del adulterio
o lo cometen, manoseadas como mercancías sexuales, incluso ninguneadas como en
“El faro”, o disputadas como trozos de carne y estigmatizadas a la mirada
masculina en “Corrido”, o el estereotipo que se ofrece de las dos mujeres de
“El rinoceronte”: dos caras igual de maniqueas y machistas del papel que en el
matrimonio debería ocupar la mujer.
La
composición de los protagonistas en Arreola, en sus cuentos, deja muy pocos
resquicios a los personajes femeninos, generalmente meros comparsas de los
hombres, a quienes suelen iluminar chispazos de genialidad –o de genio, según
se mire-, mientras ellas languidecen allí, en las sombras de las esquinas de la
página, o entre las tapas del libro repleto de chascarrillos y lucecitas
inteligentes en los que trasuda la presunta originalidad del narrador que, no
podría ser de otro modo, es genuinamente masculina.
De
estas formas, tantas formas, Beatrices y Lauras se han convertido en espectros
dañinos que acechan al hombre para someterlo a un imperio de dolor con sus
males, o bien, son meros maniquíes, Hortensias
inofensivas que pueden remplazarse en el mercado… Pero cuidado, porque incluso
ellas, las muñecas, con un mal uso, pueden provocar la muerte.
En este grupo de cuentos todavía hay algunos que se
salvan, aunque las maneras chocarreras de su autor, y cierta tendencia a ser
cansino y moroso, acaban irritando al lector que agradece las gotas de talento que aparecen, aunque mal administradas o
enfocadas, en textos como “El prodigioso miligramo” o “Los alimentos terrestres”
donde, las buenas ideas narrativas degeneran alarmantemente en tostón... ¡pero,
ay, ese hambre secular del de Góngora y Argote, más allá de toda poesía!
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