EN LA MENTE DE UN DIOS TENEBROSO
Uno de los aspectos fundamentales de la narrativa de Borges, de sus relatos, es que vienen definidos por el tratamiento que en ellos hace del espacio, casi indisociable del propio tiempo, produciéndose una espacialización y una temporalización del texto que muchas veces presenta un espacio-tiempo exclusivamente mentales. La cuestión del tiempo en los cuentos de Narraciones, presenta un doble aspecto: el tiempo como una cárcel relativa y el tiempo como un fluido mental. El tiempo, en cuanto a creación humana, aparece reflejado en Borges como una condena a la que el hombre no puede evadirse y, por ello, es espacial. El espacio en Borges va íntimamente unido a la concepción tangible del tiempo: en “La Biblioteca de Alejandría” el espacio infinito (que es la mente como universo laberíntico y por descubrir) se pierde en recovecos, celdillas, que recuerdan a los canales cerebrales. Este espacio mental es más denso y palpable que nunca en “Funes el memorioso”, y el relato plantea un claro problema de espacio asociado al recuerdo. Como Funes es capaz de recordarlo todo, absolutamente todo, se produce un problema espacial en su memoria, un problema de saturación puesto que recordar implica, instantáneamente, haber podido olvidar antes otras cosas, ubicarlas en un espacio diferente, alejadas del recuerdo para atraérlas con el ejercicio de la memoria que, así, es un espacio.
Según este
criterio de ordenación de Funes, el espacio en Borges es un espacio ordenado, y
cuando no lo es, se convierte en una aberración, un espacio de pesadilla, un
devenir laberíntico. En “Las ruinas circulares” se nos presenta un espacio
concéntrico, un espacio ordenado perfectamente en cuanto a que es un espacio
soñado, un espacio producto del fluido
mental y que, por ende, puede ser perfecto. En el mismo sentido se mueve la
interpretación espacial de la “Parábola
del Palacio” y la “Del rigor en la ciencia”. Será en este último cuento en
donde se ponga más de relieve esa capacidad aterradora y aplastante del espacio
como producto de una interpretación mental, hasta el punto de que la
reproducción abstracta de un terreno es tan idéntica a su original que coincide
con su original, convirtiéndose en una cárcel absurda y disparatada. Y, “Pierre
Menard, autor del Quijote”, es un problema de espacio temporalizado puesto que,
evidentemente, la lectura de El Quijote
en la actualidad resulta bien diferente a la que se realizaría en la época en
que se escribió; este problema del tiempo viene íntimamente unido a una
concepción terrible del espacio: Pierre Menard escribió esos capítulos
idénticos a los de Cervantes y ocupan el mismo espacio que los de Cervantes. El
problema de interpretación no es ya sólo temporal, sino que se ha convertido en
un problema espacial, ya que el espacio desde donde se realiza la lectura de El Quijote, y por tanto sus diferentes
comprensiones, no es el mismo en la actualidad que en el año 1600.
El espacio se
ordena en anaqueles, en bibliotecas, en círculos concéntricos, pero, de
repente, escapa al control mental y empieza a convertirse en pesadilla y, de
esa manera, en una pesadilla de la conciencia y en el reflejo de la desesperada
existencia del hombre sometido y abocado a ese espacio-tiempo indivisible ante
el cual nunca se podrá liberar. Y qué decir de “El Aleph”, conjunción perfecta
de esta doble interpretación del espacio como espacio-tiempo producto mental y
como cárcel que delimita los sentidos humanos: ese espacio abarca todos los
espacios (hasta el interior de unos cajones que almacenan crueles cartas) y
podría liberar la mente del hombre, pero se convierte en una miserable condena
apareciendo, epifánicamente, en los escalones de un miserable sotanillo. ¿Acaso
no querrá Borges, con toda esta retórica filosófica del espacio, advertirnos
que la mente humana es eso, un miserable sotanillo húmedo y escasamente
iluminado?
Absoluta, rotunda y demoledora obra maestra del espacio mental y
laberíntico, porque pocas colecciones de relatos resultan tan memorables –y el adjetivo es mucho más
que eso en este caso-; ribeteada del pánico y de la preocupación
existencial ante la cantidad de pavores que Borges hace aflorar a la superficie
de esa emanación que parece ser el indefenso e inculto de sí mismo: el hombre.
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