martes, 2 de julio de 2013

Narraciones-Jorge Luis Borges



EN LA MENTE DE UN DIOS TENEBROSO

Uno de los aspectos fundamentales de la narrativa de Borges, de sus relatos, es que vienen definidos por el tratamiento que en ellos hace del espacio, casi indisociable del propio tiempo, produciéndose una espacialización y una temporalización del texto que muchas veces presenta un espacio-tiempo exclusivamente mentales. La cuestión del tiempo en los cuentos de Narraciones, presenta un doble aspecto: el tiempo como una cárcel relativa y el tiempo como un fluido mental. El tiempo, en cuanto a creación humana, aparece reflejado en Borges como una condena a la que el hombre no puede evadirse y, por ello, es espacial. El espacio en Borges va íntimamente unido a la concepción tangible del tiempo: en “La Biblioteca de Alejandría” el espacio infinito (que es la mente como universo laberíntico y por descubrir) se pierde en recovecos, celdillas, que recuerdan a los canales cerebrales. Este espacio mental es más denso y palpable que nunca en “Funes el memorioso”, y el relato plantea un claro problema de espacio asociado al recuerdo. Como Funes es capaz de recordarlo todo, absolutamente todo, se produce un problema espacial en su memoria, un problema de saturación puesto que recordar implica, instantáneamente, haber podido olvidar antes otras cosas, ubicarlas en un espacio diferente, alejadas del recuerdo para atraérlas con el ejercicio de la memoria que, así, es un espacio.

Según este criterio de ordenación de Funes, el espacio en Borges es un espacio ordenado, y cuando no lo es, se convierte en una aberración, un espacio de pesadilla, un devenir laberíntico. En “Las ruinas circulares” se nos presenta un espacio concéntrico, un espacio ordenado perfectamente en cuanto a que es un espacio soñado, un espacio producto del fluido mental y que, por ende, puede ser perfecto. En el mismo sentido se mueve la interpretación espacial de la  “Parábola del Palacio” y la “Del rigor en la ciencia”. Será en este último cuento en donde se ponga más de relieve esa capacidad aterradora y aplastante del espacio como producto de una interpretación mental, hasta el punto de que la reproducción abstracta de un terreno es tan idéntica a su original que coincide con su original, convirtiéndose en una cárcel absurda y disparatada. Y, “Pierre Menard, autor del Quijote”, es un problema de espacio temporalizado puesto que, evidentemente, la lectura de El Quijote en la actualidad resulta bien diferente a la que se realizaría en la época en que se escribió; este problema del tiempo viene íntimamente unido a una concepción terrible del espacio: Pierre Menard escribió esos capítulos idénticos a los de Cervantes y ocupan el mismo espacio que los de Cervantes. El problema de interpretación no es ya sólo temporal, sino que se ha convertido en un problema espacial, ya que el espacio desde donde se realiza la lectura de El Quijote, y por tanto sus diferentes comprensiones, no es el mismo en la actualidad que en el año 1600.

El espacio se ordena en anaqueles, en bibliotecas, en círculos concéntricos, pero, de repente, escapa al control mental y empieza a convertirse en pesadilla y, de esa manera, en una pesadilla de la conciencia y en el reflejo de la desesperada existencia del hombre sometido y abocado a ese espacio-tiempo indivisible ante el cual nunca se podrá liberar. Y qué decir de “El Aleph”, conjunción perfecta de esta doble interpretación del espacio como espacio-tiempo producto mental y como cárcel que delimita los sentidos humanos: ese espacio abarca todos los espacios (hasta el interior de unos cajones que almacenan crueles cartas) y podría liberar la mente del hombre, pero se convierte en una miserable condena apareciendo, epifánicamente, en los escalones de un miserable sotanillo. ¿Acaso no querrá Borges, con toda esta retórica filosófica del espacio, advertirnos que la mente humana es eso, un miserable sotanillo húmedo y escasamente iluminado?

Absoluta, rotunda y demoledora obra maestra del espacio mental y laberíntico, porque pocas colecciones de relatos resultan tan memorables –y el adjetivo es mucho más que eso en este caso-; ribeteada del pánico y de la preocupación existencial ante la cantidad de pavores que Borges hace aflorar a la superficie de esa emanación que parece ser el indefenso e inculto de sí mismo: el hombre.




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