KAFKA APLATANADO
La peculiar característica del Virreinato del Río de la Plata, parece ser que con cierta provisionalidad y con unas fronteras movibles y no siempre bien definidas, como un apéndice extraño que le hubiera surgido al Imperio español cada vez más moribundo y errático, es uno de los principales motivos que se reflejan en el carácter de los personajes de la novela, que desfilan por ella como desganados, moviéndose entre las dos aguas de la indefinición, muy particularmente su protagonista, don Diego de Zama, burócrata kafkiano y pirandeliano al servicio de la Corona española. Estamos, entonces, ante un problema de identidad, derivado de la desconexión por la lejanía con la Corte, y producto de ese estatus complicado e indefinido: el de americano en territorio americano, en efecto, pero leal servidor -incluso de pasado glorioso- a la potencia conquistadora.
De esa manera,
Zama aúna los dos males de ambos mundos. De su relación con España obtiene ese
aire de hidalgo venido a menos, atravesado por la miseria secular que estas
castas soportaban en España, al estilo de los personajes que aparecen en El Buscón de Quevedo o en El Lazarillo, puras
apariencias, pero muertos de hambre (en el sentido literal que Arreola utiliza
en un extraño relato para demostrar las miserias de Góngora, permanentemente
obsesionado por los alimentos y su provisión de ellos). Será la fama decadente
y el porte de Zama un producto de otras épocas, como lo es ya el falso
esplendor del Imperio español que a esas alturas sólo puede sujetarse a
cuestiones de honor y que es pura fachada.
De esta situación,
se construye uno de los principales rasgos del personaje, la espera y la
inactividad, la inacción. Zama aguarda a que el enorme y monstruoso aparato
burocrático de la metrópoli mueva un dedo y decida trasladarlo a Buenos Aires
con su familia, pero la decisión administrativa depende de un sin fin de
movimientos políticos, de papeles, cartas, de un panorama más propio de El Proceso de Kafka. Depender de la corona provoca en Zama una espera lánguida y
mortecina que baña con su tedio toda la novela y caracteriza al personaje,
absolutamente dominado por esta circunstancia.
En segundo lugar,
el otro mal de Zama y que se suma a la espera, a la inacción y a depender de la
corona moribunda, ambos venidos a menos e intentado vivir por su honor y por
encima de sus posibles, será el mal del Nuevo Mundo: ser americano en
territorio americano. Zama piensa, a veces, que podrá recabar en España para
así aumentar su estatus, pero lo cierto es que, como criollo que recela de su
condición y se siente europeo, esa característica no hará sino atenazar su
personalidad paralizada por la espera y ahora angustiada por la cuestión de la
identidad indefinida o, incluso, extraviada. Zama vive como un hidalgo español
sin serlo, pero sufriendo todas sus miserias, y como un americano al servicio
de la corona española de la cual depende –y de unos jefes españoles también,
que son bien conscientes de su naturaleza criolla-: este doble aspecto nos hace
captar bien pronto la realidad de Zama, que jamás recibirá un traslado, que la
metrópoli no piensa acordarse nunca de él (en el paralelismo de la espera es
imposible no relacionar la idea con El coronel no tiene quien le escriba de García Márquez).
Esta es la dualidad en la cual se mueve Zama,
entre un mundo en decadencia y uno decadente, una circunstancia conformadora de
la identidad americana y que, curiosamente, se define como una a-identidad en
donde el protagonista se encuentra paralizado.
Con un arranque espectacular, diríase que memorable,
de diez, el texto decae bruscamente para dirigirse a un final disparatado,
apresurado, que estropea toda la novela y en donde el autor aparece un tanto
cansado; se le hizo la narración demasiado larga. Y a nosotros.
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