VIOLETAS MARCHITAS
Decepcionado. Esa es la sensación que tengo al terminar la lectura de estas Violetas de marzo que tanto prometían y, quizás, la culpa no sea de la novela, sino mía, por esperar demasiadas cosas de una primera obra, del debut de un autor que me había fascinado con la que ya me parece, casi con toda seguridad, su novela maestra, Una investigación filosófica. En esa obra, Kerr se encuentra en estado de gracia, y por ello, tal vez, no sea demasiado justo a la hora de juzgar estas violetas, su ópera prima literaria.
A todo ello puede contribuir, también, que no
soy un fanático del género negro, que me gustan autores que hacen novela negra, pero como autores en sí,
no como género. Quiero decir que para mi Ellroy es un escritor mayúsculo que me
cautiva como creador de historias y personajes, no como autor de género, y me ocurre lo mismo con Kerr, en mi opinión su Investigación filosófica alcanza mucho
más allá de una mera novela negra, para convertirse en una obra independiente y
con mayúsculas, al estilo de la Trilogía
USA de Ellroy, por ejemplo. En ese género negro, del que –insisto- no soy
muy aficionado, reconozco las obras maestras, Cosecha roja de Hammett (curiosamente su debut) o la sorprendente El complot
mongol, de Rafael Bernal y que inaugura el género en México.
Sentadas estas bases de mis gustos, me
acerqué a las Violetas de marzo de
Philip Kerr con grandes expectativas, pero apenas reconocí algunos trazos del
inmenso autor de la Investigación
filosófica en la obra, y mi decepción aumentó todavía más en relación al
marco elegido para desarrollar la trama: el seno del Tercer Reich, del que, por
motivos literarios, fundamentalmente, he sido un estudioso durante buena parte
de mi vida literaria –yo también he enmarcado varias de mis obras en esa
época-.
Kerr abrirá todo un ciclo, el del detective
Bernie Gunther, con sus tres obras iniciales, las conocidas como Trilogía berlinesa, y que luego serán
prorrogadas con otras tres más y, dado el éxito, se culminarán todavía con otro
trío más. De esa forma, las novelas de Bernie Gunther dentro de la novelística
de Kerr, sumarán 9 obras, una parte fundamental de su línea creativa, de ahí
que me decidiera a aventurarme con la lectura de lo que considero parte maestra
y crucial del autor.
Encontramos en Violetas de marzo todos los males de una primera novela, personajes
estereotipados, una puesta en escena forzada y unos diálogos que pasan por ser
presuntamente frescos y chisposos y que son barrocos y en numerosas ocasiones
delirantes. Kerr elige el género negro
para su debut y cae en todas sus trampas. La ambientación es aquí una sobre ambientación
con numerosos paseos de los personajes por Berlín para que el autor pueda
nombrar y renombrar y ahogar con topónimos y nombres de calles al atónito
lector. Además, la puesta en escena en el Berlín de las Olimpiadas de 1936
resulta grandilocuente, como el capítulo en donde el protagonista ve correr a
Jesse Owens.
Da la sensación de que Kerr podría haber
ubicado la enmarañada y aburrida trama en cualquier otro momento histórico. La
ubicación se trata de un ejercicio de mera documentación: Gunther podría haber
pululado por la antigua Roma, la Italia renacentista o las barricadas de la
Gran Guerra, y hubiera dado igual. Enmarcar la trama en el Tercer Reich es una
cuestión ornamental, de un barroquismo que enmascara a golpes de erudición las
fallas del producto literario y sus procedimientos algo tramposos.
Como dije, los diálogos no funcionan,
aquejados del mismo mal que las reflexiones del protagonista y su oposición al
Reich, al sistema político, y es que las maneras de hablar son contemporáneas,
proyectadas desde la época presente al marco literario elegido, creando una
permanente sensación de anacronismo que baña todo la lectura de la obra y que,
o se soluciona con el aluvión de nombres y palabras en alemán como una forma de
dar el pego, o con algunos chistes de doble sentido sobre las situaciones de
entonces, que la mayoría de las veces, además, necesitarían de una nota
aclaratoria.
Dejo, para terminar, la forzada presencia de
un preboste del Reich: Hermann Göring, que aparece como personaje literario.
Era obvio que, tal y como se desarrolla el invento de Kerr, había que
decantarse por la aparición de un personaje de calado histórico, que para ello
se insertó la acción en un determinado espacio-tiempo. Podría haber sido el
propio Hitler, o Himmler, quizás demasiado para esta primera entrega (no
descarto que puedan aparecer en las siguientes, que no he leído todavía).
Göring interviene de una forma tan teatral, tan plagada de estereotipos y
ademanes manidos, con una carga de imaginería histórica que se nos transmite la
impresión cultural actual que de esa figura política poseemos, y en ningún caso
la verdadera percepción que del momento tendría el detective en su época. Este
es el problema que afea la novela, y que siempre aparece presente en el texto
arruinándolo por completo. Del desenlace final, delirante, en el campo de
Dachau, tras lo que he comentado, prefiero no decir nada.
Aún así, y por ser Kerr, todavía le daré una
oportunidad a su Berlin Noir y, en un
tiempo, espero poder leer la segunda entrega de las andanzas del detective
Gunther, con la esperanza de que haya encontrado mejor acomodo o de que el
monumental autor de Una investigación
filosófica vaya cuajando sus palabras a medida que perfecciona sus obras.
Un texto recargado y enmarañado, para una
novela que podría calificar de sobre escrita y estereotipada pero que,
por algunas gritas de su estructura consigue asomar, pocas veces, es cierto, la
genialidad de su autor.
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