TRAVESÍA POR LOS MUNDOS POÉTICOS
PARALELOS DE MONTSERRAT DOUCET
En el otoño de 2014 descubrí el poemario de Montserrat Doucet, Mar
de Chira (Madrid, 2014), cuando recibí la generosa invitación por parte de
su autora para presentar[1]
el libro. Su lectura me abrió de inmediato un “horizonte poético cuántico” que
se contiene en los poemas, y pude determinar que me encontraba ante un ejemplo
de “poesía cuántica”.
En el Mar de Chira de Montserrat Doucet, donde el
tratamiento del espacio y del tiempo obedece a los materiales de una narración
implícita en los poemas, existe toda una historia bajo los versos que se abre
en un abanico de diferentes planos temporales. A poco de empezar el libro,
aparece uno de los poemas de mayor intención y voluntad cuántica, Saltando
meridianos (Doucet, 2014: 24), que aglutina diferentes características de
este tipo de estética y es toda una declaración de intenciones de los
significados del texto. Ya en su título, se nos pone en relación directa con el
salto temporal o salto cuántico mediante la metáfora de los
meridianos, lo que inevitablemente llevará al yo poético a un desdoblamiento en
sus diferentes existencias. Así lo reconoce en los versos iniciales del poema: “A
VECES me gustaría vivir//mi cuerpo como lo que es: el celebrado instante y su
ceniza”. Al referirse a esta existencia como “ceniza”, nos invita a pensar
que en una de las líneas temporales puede estar muerta; es decir, que en un
plano temporal el yo poético está vivo, mientras en otro no. Inmediatamente,
cualquiera que esté mínimamente familiarizado con la física cuántica, recordará
una de las paradojas más célebres de esta mecánica, la del gato de Schrödinger[2]. Todo ello hace concluir al
poema con la certeza cuántica: “la temida, terrible certidumbre://no soy mi
cuerpo”.
Todo comienza con un deseo de Chira, un anhelo de Chira por parte
de la voz que voy a denominar como “protagonista” del poemario. Evidentemente,
ese anhelo, esa llamada inconsciente que llevará a la voz poética hasta el mar
de Chira en busca de alguien, obedece a la memoria de otro tiempo y de otra
vida, de otra cadena temporal, de una línea de existencia que, si bien
pertenece al pasado, continua sucediendo; son los many worlds cuánticos
que acontecen a la vez.
De manera que la
travesía hasta Chira[3],
y su mar, el mar, que ejerce de catalizador, acerca los recuerdos de la otra u
otras vidas hasta el plano actual de existencia. La llegada de la viajera bien
podría ser a esa playa de la Ceyba, que da título al primer poema del libro[4]
y que presenta un mar que se mueve entre dos instantes temporales: desde su
origen primigenio tras los versos “Estaba el mar respirando en el comienzo
de los días”, hasta el instante actual en donde la poeta es consciente de
la función que el Pacífico tendrá en el poemario, la de resucitar a los
muertos: “El mar siempre vomita//a sus ahogados”. De esa forma se va
conformando el recuerdo de otro tiempo, y los actantes que lo protagonizan: la
poeta, el muchacho, y su amor en ese otro tiempo[5],
en una civilización precolombina. El muchacho fue ritualmente sacrificado y
ella, la poeta, asesinada. El viaje se ha transformado, así, en una
conversación entre dos orillas, entre el pasado y la actualidad, entre el amor
del joven y el amor sustentado en la voz de la poeta que establece una
correspondencia entre la vida y de la muerte, y que se empieza a concretar en
el poema Tarde lluviosa en las ruinas de Copán (28), con el que se
cierra la primera parte del poemario.
La llegada de la
poeta a Chira junto a la impresión del Pacífico[6],
con el calor y la pesadez agobiante de su atmósfera,[7]
despiertan la anterior vida en común con el muchacho. Al poetizar, la mujer
está nombrado, y al nombrar, la poeta se convierte en hacedora de universos, en
diosa; crea el mundo mediante un proceso de poiesis que se plasma en el
poema Mar de Chira: “Chira, tu vienes de ese lugar//donde sólo se sale, se
nace//si unos labios desnudos te nombran” (39). En el poema El
silencioso (57) la voz poética se plantea las formas en las que puede
convocar al muchacho: “PUEDO elegir pensarte (…) puedo elegir leerte (…)
puedo elegir amarte//como lo que fuiste, lo que eres,//enorme letanía
silenciosa//entre mi sangre”. Pensar, leer, amar… son formas de poiesis,
de creación, mediante la pronunciación del nombre se trae hasta esta
realidad al ser convocado.
Así, invoca al
muchacho, y lo recrea. La tercera parte del poemario, Lo que vi en el agua (43),
transcurre en la isla, donde la poeta lleva a cabo esa alquimia cuántica. Para
ello, utiliza materiales atávicos como el viento, la piedra y el agua, también
la fruta[8],
con los que moldea un vórtice generador de vida capaz de comunicar una línea
temporal, una conexión de un mundo, con el otro, la unión de pasado y presente,
creando la conjunción de tiempos cuántica. Es lo que Montserrat Doucet titula en uno de
sus poemas como Rostro sin tiempo (2014: 38), otra forma de definir esta
atemporalidad que aglutina toda la temporalidad.
El problema que se presenta en el poemario de
Montserrat Doucet, en este Mar de Chira
cuántico, radica en cómo unir las líneas temporales, cómo conectar en un mismo
espacio dos cuerpos para que se amen cuando uno de ellos habita en el pasado,
tal y como concluye el poema Cálidos guijarros: “Desea un cuerpo que no
existe” (27). Pero, obviamente, en un poemario cuántico, el cuerpo, como el gato de Schrödinger, está vivo y
no-vivo a la par.
Así que, convocado el
muchacho, el agua será el elemento aglutinador, el agujero de gusano que
ponga en conexión ambas líneas temporales. En el poema Lo que vi en el agua (48)
se completa esta equiparación de la superficie del mar a un espejo, clave para
traer al momento temporal poético y presente de Chira al muchacho. Este poema
se complementa con el siguiente, Espejo (49): EN el espejo,//los ojos
y los labios//de los amantes”. De esta manera, el agua del mar puede
recuperar al muchacho de otro tiempo porque el espejo es una conexión entre dos
mundos pero, también, mediante la invocación poética, una conexión entre los
amantes.
La corporización del amante, al producirse
mediante el mar, experimenta una metamorfosis con la propia isla de Chira, con
la que se identifica su anatomía en el poema Las máscaras no mienten: “Así
se muestra//la perfilada geografía de tu piel de isla:// beso de niebla//que
refulge en el océano al amanecer” (50). El muchacho no solo ocupa ahora la
misma línea temporal de la poeta sino que por un momento se apodera de su
espacio geográfico asimilándose a la isla en una materialización completa del
espacio-tiempo con tintes que alcanzan mucho más allá de lo cuántico, llegando
a lo místico, me atrevería a decir que a lo galáctico, si se me permite ese
adjetivo, dado que la aparición del muchacho a través de los mares tiene mucho
de ese Big Bang inicial que generó nuestro universo según algunas
teorías, dado que lo ha ocupado todo con su presencia expansiva, ocupando con
su anatomía, incluso, la geografía del propio espacio de la isla. El muchacho
ha atravesado por un agujero de gusano, desde un plano temporal a otro,
de una línea temporal a otra, y aparece en ese otro mundo con una explosión
invasiva que recuerda a un Big Bang cósmico.
Abierto, así, el espejo de
la correspondencia por la poesía, se ha producido la conexión en el mismo plano
de ambas vidas, y empieza la cuarta parte del poemario, de significativo
título, Deshielo (53). ¿Hielo en el trópico? Es el hielo que cubre las
cumbres de los volcanes: hielo y fuego, lava y nieve. Deshielo, porque al fin,
ambos amantes han abandonado lo pétreo de sus líneas temporales por donde
deambulaban, como si fueran como aquel mamut atrapado en el frío de siglos,
encontrado en un bloque de hielo y traído de vuelta a la actualidad.
Juntos, así, lograrán
pasar una noche de amor[9]:
la cuarta parte del libro se inicia con el poema Muchacho de piel de piedra (55),
una clave poética para entender lo que significa vivir un amor anclado a una
vida pasada, pero que se ha corporizado en esa explosión geográfica a la que la
poeta ya puede amar; un poema que despliega todos los motivos temáticos y
simbólicos que articulan el poemario. De esa forma, el muchacho presenta
algunas características geológicas: “Amplio es su cuerpo//como un río pleno
en su deshielo//y huele a río//y posee la humedad redonda//de los cantos
rodados”. Sin embargo, la voz poética no puede olvidar que ambos murieron
en la otra línea temporal, de forma trágica, y que esta noche de amor también
pasará, encontrando el sabor de las tumbas en el fondo de los besos dados a
esas piedras que caracterizan al muchacho de la civilización precolombina,
caracterizado por ese elemento fundamental que eran sus pirámides escalonadas
de piedra: “pero besar la piedra es a veces//justificar tu propia lápida”.
La poeta sabe que el agujero
de gusano cuántico se volverá a cerrar en breve, y que el muchacho de
piel de piedra deberá retornar a su existencia temporal. A la explosión o Big
Bang generativo le seguirá una implosión omega, ese Big Crunch o gran colapso sideral que algunos
expertos en cosmología aseguran que acabará por producirse en algún momento en
nuestro propio universo. En el universo poético de Mar de Chira, tras la
noche de amor, el muchacho se retira, con su particular Big Crunch, y
cierra el agujero de gusano, replegando así el universo poético que se
había generado para, después, regresar a las tumbas. Ese retorno en la poeta, a
una especie de muerte en vida, se explicita con el abandono de la isla[10],
que no es sino un regreso al momento presente, pero vestido de un fuerte anhelo
de reencarnación.
En el otro plano
temporal, a la par, se produce el derrumbe de la cultura precolombina a la que
pertenecía el muchacho[11]
en el poema Llamada de un dios sin pies. Que esta hecatombe cultural y
milenaria se produzca inmediatamente después de que en el plano presente la
mujer haya conseguido estar con el muchacho de la piedra hace pensar en
el elemento corrompedor de la civilización moderna sobre las culturas tradicionales
precolombinas. El contacto de la protagonista ha sido determinante y venenoso
para que, en el otro plano cuántico, a modo de efecto mariposa, una
civilización completa se desmorone. Se cierra así esta “historia de amor
cuántica”, o quizás “meta-cuántica”. Ebria de mar y poesía[12],
sola de nuevo, entonces, la protagonista se metamorfosea en la propia voz de la
autora, ensaya cierta poesía de la autoficción, y puede ya escribir su
texto sobre Chira ensayada como un juego metaliterario, otra característica más
de la literatura cuántica, dirigiéndose hacia una nueva reencarnación[13]
que no sabemos si será un nuevo poemario…buscando un lugar en el mundo actual
sin el muchacho de piedra,[14]
tal vez obedeciendo a un impulso que es, como puede leerse en el poema Príncipe
extraviado (34): “inexplicable como el tiempo”.
El poemario ha
puesto en pie lo que se define en el penúltimo poema, Chira (77), como
un “círculo de verdad inexplicable”, una espiral, una forma geométrica
cósmica que entronca con esas complejas realidades de la cuántica, con esos
tratamientos del espacio y del tiempo en donde se puede existir en varios
planos a la vez, incluso se puede vivir y morir a la vez, sin que podamos
comprender la extraña certeza que esconde esta realidad. Y es este “círculo
de verdad inexplicable” algo relacionado con la muerte y con la esperanza
en la reencarnación, con el vivir muchas vidas a la vez y con un poemario que
no es sino el recuerdo de todas esas vidas pasadas y del mar, y que en su
último poema[15],
a modo de corolario, sentencia: “Chira, te dibujo el vacío,//sólo tú puedes
entenderme//Sola tú estás//donde duerme la noche”.
[1] Presentación
llevada a cabo el 12 de noviembre de 2014, en la biblioteca del Centro Cultural
Isabel de Farnesio, en Aranjuez.
[2] Este gato,
quebradero de cabeza para muchos estudiosos de la física cuántica, plantea una
de las paradojas más controvertidas: la mecánica cuántica permite que, en
determinadas condiciones, en un mismo instante, el gato –encerrado en una caja
con un veneno radiactivo– permanezca vivo y muerto a un tiempo. La propuesta
fue formulada en 1935 por el físico Erwin Schrödinger. En el poemario de
Doucet, Mar de Chira, la arquitectura –un recurso tradicional en su
poética, véase el título, por ejemplo, de su poemario Arquitectura entre los
campos y otros poemas (San José, 2008)–, los espacios, están doblemente
ocupados por los vivos y por los muertos como afirma, por ejemplo, en el verso
inicial de “Alas abiertas”: “Estas casas que habitaron los muertos”(26).
Sobre este plano temporal de los vivos, los muertos continúan desarrollando
su línea existencial, ocupando el mismo espacio. Esta forma de ocupar dos
mundos a la par, por ejemplo, se explicita, en la forma en que se imbrica la
infancia rural de la voz poética con su otra infancia precolombina, simbolizada
en una infancia de piedras, que puede leerse en el poema Verano, isla
sitiada (36). Manzanas siempre verdes.
[3] No en vano, la
primera parte del poemario se titula Travesía (19) y contiene un poema
del mismo nombre en la página 22.
[4] Playa de la
Ceyba, (21).
[5] De la
estirpe de los ángeles (25).
[6] En Océano
Pacífico (33).
[7] “EL cuerpo
del aire vive aquí”, para definir esa bofetada climatológica que recibe el
viajero, un golpe sofocante y denso cuando pisa las playas, por ejemplo, de la
Costa Rica en su zona del Pacífico, o más concretamente del cantón de
Puntarenas, por ceñirnos al contexto geográfico del poemario.
[8] Tradicionalmente,
en el imaginario de la poeta, la fruta ha venido significando la muerte. Con el
mismo valor simbólico se desvela en Mar de Chira; al haber sido
trágicamente sacrificado el muchacho, y asesinada la voz protagonista, en el
otro tiempo, en la pócima simbólica y lirica que construye la resurrección del
muchacho y conecta las dos líneas temporales, no puede faltar, junto al viento,
la arena, el agua del mar y la piedra, el elemento fúnebre que recuerda la
verdadera naturaleza y origen de ambos amantes, significados en la fruta por su
valor en la poesía de Doucet. En este poemario, las referencias a la fruta
aparecen en algunos títulos de poemas, Fruto prohibido (23), La fruta
del corazón (41), y también en imágenes que se asemejan, generalmente, con
el corazón, como una fruta que se arrancó del pecho del muchacho cuando fue
sacrificado, o que en su color, rojizo como el de las cerezas, recuerdan a “la
sangrienta cosecha” (46) de uno de
esos holocaustos llevados a cabo por los pueblos precolombinos –poema Sin verme–. El sacrificio del
muchacho mediante el descorazonamiento es poetizado en Corazón de piedra
verde (60): “La piedra generalmente guarda un corazón,//un sustraído
corazón.//Un corazón de piedra verde”. La autora entabla así un diálogo
metaliterario con una obra narrativa, colocando en una lanzadera comparativa
externa su poemario junto a la novela de Salvador de Madariaga de mismo
título, El corazón de piedra verde (Buenos Aires, 1943), en donde la
narración se detiene extensamente en desarrollar la historia secundaria de un
joven que será elegido para ser sacrificado, siendo tratado y agasajado como un
rey o un dios, durante todo el periodo de tiempo que transcurre antes del
sacrificio, que la propia víctima considera como un gran honor. Para la poeta,
el hueco que ocupaba el corazón, una vez extraído, muestra su ausencia de una
forma cósmica en el poema Mármol imposible (Doucet, 2014: 61): “ES
una enorme cavidad de fuego//donde otrora cegaba el corazón”. Siguiendo el
eje temático, la piedra ha dado paso al mármol, y el corazón ha dejado un
agujero de fuego al estilo de la explosión de una supernova o la irradiación de
un sol, en consonancia con ese Big Bang al que me referiré más abajo.
Metaliteratura como elemento cuántico, Sobrescritura de palimpsesto, estructura
fractálica que remite a textos mayores.
[9] Esa noche de
amor culmina en el poema del libro cuyo título coincide con el de la cuarta
parte: Deshielo (Doucet, 2014: 62). La poeta elige aquí, además, un
recurso consistente en asociar palabras referentes al campo semántico del frío
y del hielo, de la congelación, para poner en pie una relación amorosa tropical
y tórrida que debería ser asaz calurosa. Evidentemente, ese frío que el amor
desatado consigue deshelar, como la última palabra del poema concluye, es el
frío de la muerte del que no pueden desprenderse ambos personajes, que están
juntos por encima del tiempo y de sus propias y trágicas muertes pasadas, de un
amor que entonces no pudieron disfrutar, y del que ahora gozan siempre con la
presencia de ese escalofrío de fondo que les recuerda la tragedia. En este
sentido, la protagonista de Mar de Chira, la voz poética o yo poético, y
el muchacho, me recuerdan, en lo que tiene de amor fantasmal, doloroso e
imposible, a la historia de Francesca y Paolo que aparece en el Canto V del
Infierno de la Comedia de Dante (versos 73-142).
[10] El poema del
abandono de la isla, Chira sin mi (Doucet, 2014: 63), con los versos que
muestran el alejamiento de la isla: “EL catamarán, cremallera//que va
abriendo y cerrando//posibilidades sobre tus aguas”, sutura, cose así el
agujero que se había abierto sobre la superficie de las aguas por las que había
accedido el muchacho. Se cicatriza el acceso al otro mundo cuántico,
bloqueándose la conexión.
[11] Probablemente
perteneciente al grupo indígena de los huetares.
[12] No en vano, la
quinta y última parte del poemario se titula La ebria de mar (67).
[13] En Solo el
instante (71), donde “el instante” es “sólo la vida”. Toda
una vida es un instante, en una reflexión “meta-cuántica”.
[14] Un lugar en el
mundo que se define en el poema Desdibujada orilla (75): “antes de
encontrar la desdibujada//orilla que me acoja”.
[15] Donde
duerme la noche (77).
Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.
ResponderEliminar