viernes, 6 de julio de 2012

Cuentos de la Malá Strana -Jan Neruda-.


COSTUMBRISMO CENTRO EUROPEO

Son estos cuentos de la Malá Strana un retrato de costumbres, un cuadro que muy bien podrían haber firmado algunos de los más rancios escritores costumbristas hispanos, incluso con sus olores a puchero y potaje de garbanzos. Quiero decir con ello que, si bien a Jan Neruda hay que reconocerle el inmenso mérito de que todo él aparece en autores posteriores de una talla descomunal como los Kafka, Werfel, Urzidil, Hrabal, Hirsch o Seifert, que todos ellos, en algún momento, reflejaron cuadros de costumbres de la Praga urbana o del campo checo, si bien Neruda influye en todos estos autores, sus cuentos, al menos los que aparecen en este volumen de la Malá Strana, son bastante desvaídos.

Quizás, a ello contribuyan los posteriores autores que he mencionado, con sus nuevas miradas y un brillo distinto, puesto que en las páginas de Seifert sobre Praga se encuentra una belleza que ni de lejos alcanza Neruda a acariciar. En las crónicas periodísticas-policiales de Hirsch subyace un atractivo misterioso y nocturno que no está presente en los cuentos de la Malá Strana. Y qué decir de Werfell, Kafka, Hrabal y, sobre todo, Urzidil, con miradas mucho más agudas atravesadas de humor ácido e ironía en sus composiciones y que son verdaderos monumentos literarios a la ciudad de Praga.

Por su parte, Neruda, pues hace lo que puede. Anclado en un costumbrismo ciertamente oxidado y con unas raíces en lo decimonónico, hace desfilar ante el lector unos personajillos que son como los autómatas del reloj astronómico de la Plaza Mayor de Praga: sin vida, como movidos por resortes, imbricados en lo que sería una crónica decadente del Imperio Austro-húngaro salpicada de alguna humorada pasadísima de moda. Demasiada naftalina, pues, entre las calles de la Malá Strana de estos cuentos, que no resisten el paso del tiempo.

Caseros, vecinos, mendigos, militares, funcionarios, pequeños comerciantes, una suerte de tipos retratados con leve ironía, pero en absoluto de una forma magistral –tal y cómo se nos intenta recuperar a Neruda actualmente- en narraciones desmayadas, a menudo rematadas con dificultad o mal rematadas, cuando no excesivamente largas y cansadas (como el relato que cierra el volumen, esos fragmentos de un idilio encontrados entre los apuntes de un aspirante a la abogacía). Los personajes que recorren las calles de Praga son pintorescos, desde luego, y en la ciudad, en el corazón de la ciudad, no cabe duda de que se encuentra un jugoso material literario que Neruda no consigue explotar. Pica en la veta, pero apenas descubre un poco de ese mineral rico y luminoso, se detiene, como dejando marcado el lugar en donde deberán horadar otros, más adelante. En ese sentido, sí que hay que reconocerle, pues, su mérito al autor. Pero sólo en ese sentido. Que luego un poeta tan terrible como Neftalí Reyes decidiera tomar su apellido para perpetrar algunos de los peores versos de la historia de la poesía, eso, ya no es culpa de Jan Neruda.

Unos textos que serán importantes por su proyección en otros literatos posteriores, porque no sabemos que tendríamos de Hrabal o de Klíma sin Jan Neruda. Asienta un género propio como lo será el relato de Praga.
           

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