COSTUMBRISMO CENTRO EUROPEO
Son estos cuentos de la Malá Strana un retrato de costumbres, un cuadro que muy bien podrían haber firmado algunos de los más rancios escritores costumbristas hispanos, incluso con sus olores a puchero y potaje de garbanzos. Quiero decir con ello que, si bien a Jan Neruda hay que reconocerle el inmenso mérito de que todo él aparece en autores posteriores de una talla descomunal como los Kafka, Werfel, Urzidil, Hrabal, Hirsch o Seifert, que todos ellos, en algún momento, reflejaron cuadros de costumbres de la Praga urbana o del campo checo, si bien Neruda influye en todos estos autores, sus cuentos, al menos los que aparecen en este volumen de la Malá Strana, son bastante desvaídos.
Quizás, a ello contribuyan los
posteriores autores que he mencionado, con sus nuevas miradas y un brillo
distinto, puesto que en las páginas de Seifert sobre Praga se encuentra una
belleza que ni de lejos alcanza Neruda a acariciar. En las crónicas
periodísticas-policiales de Hirsch subyace un atractivo misterioso y nocturno que
no está presente en los cuentos de la Malá Strana. Y qué decir de Werfell,
Kafka, Hrabal y, sobre todo, Urzidil, con miradas mucho más agudas atravesadas
de humor ácido e ironía en sus composiciones y que son verdaderos monumentos
literarios a la ciudad de Praga.
Por su parte, Neruda, pues hace lo
que puede. Anclado en un costumbrismo ciertamente oxidado y con unas raíces en
lo decimonónico, hace desfilar ante el lector unos personajillos que son como
los autómatas del reloj astronómico de la Plaza Mayor de Praga: sin vida, como
movidos por resortes, imbricados en lo que sería una crónica decadente del
Imperio Austro-húngaro salpicada de alguna humorada pasadísima de moda.
Demasiada naftalina, pues, entre las calles de la Malá Strana de estos cuentos,
que no resisten el paso del tiempo.
Caseros, vecinos, mendigos,
militares, funcionarios, pequeños comerciantes, una suerte de tipos retratados
con leve ironía, pero en absoluto de una forma magistral –tal y cómo se nos
intenta recuperar a Neruda actualmente- en narraciones desmayadas, a menudo
rematadas con dificultad o mal rematadas, cuando no excesivamente largas y
cansadas (como el relato que cierra el volumen, esos fragmentos de un idilio
encontrados entre los apuntes de un aspirante a la abogacía). Los personajes
que recorren las calles de Praga son pintorescos, desde luego, y en la ciudad,
en el corazón de la ciudad, no cabe duda de que se encuentra un jugoso material
literario que Neruda no consigue explotar. Pica en la veta, pero apenas
descubre un poco de ese mineral rico y luminoso, se detiene, como dejando
marcado el lugar en donde deberán horadar otros, más adelante. En ese sentido,
sí que hay que reconocerle, pues, su mérito al autor. Pero sólo en ese sentido.
Que luego un poeta tan terrible como Neftalí Reyes decidiera tomar su apellido
para perpetrar algunos de los peores versos de la historia de la poesía, eso,
ya no es culpa de Jan Neruda.
Unos textos que serán importantes por su
proyección en otros literatos posteriores, porque no sabemos que tendríamos de
Hrabal o de Klíma sin Jan Neruda. Asienta un género propio como lo
será el relato de Praga.
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