martes, 24 de julio de 2012

Metrópolis-Ferenc Karinthy




PAVOR E INCOMUNICACIÓN


Budai, políglota, filólogo, eminente estudioso y conocedor de multitud de lenguas, acude a un congreso lingüístico en Helsinki y, sin saberse muy bien el motivo, termina en un país desconocido en donde le es imposible descifrar el lenguaje, iniciándose así una fábula sobre la soledad y la incomunicación y sobre la extraña y paradójica “visión del otro” que obtiene de las cosas y sucesos cuando no los comprende. Ecos de Kafka, Dante, Zamiátin y Orwell atraviesan esta novela que, desde su arranque, trata de sustentarse en el monólogo del personaje que con nadie puede hablar, relatándonos el narrador omnisciente en tercera absolutamente todo lo que elucubra Budai: sus procesos deductivos, sus miedos, y cómo el pavor. a medida que la incomprensión se acentúa, va creciendo en su interior.

La pregunta es si se puede sostener una novela sin diálogos, a base de reproducir reflexiones interiores y monótonos procesos deductivos: desde luego, Ferenc Karinthy tiene cierta maestría en ello, y confecciona un texto que, si bien no se derrumba desde una perspectiva tan delicada, a veces cae en el aburrimiento: al libro le sobrarían cien páginas, el final es excesivamente largo, pero estos defectos que son producto precisamente del arriesgado planteamiento narrativo de filtrar por el omnisciente todos los procesos mentales del protagonista, con el cansancio que eso produce, estos problemas, no ensombrecen un buen libro, la mayoría de las veces lúcido, ágil y que refleja toda una tradición literaria que bebe de diferentes fuentes.

Es innegable que el rastro de Kafka es evidente en Metrópolis. Un Kafka más de El Proceso que de La Transformación, ya desde esa primera línea la novela se hermana con la de Kafka: “volviendo a pensar en ello, lo que debió de suceder es que Budai se equivocó de salida...”, de esta manera, al igual que ocurre en Kafka, no se tiene una certeza del motivo por el cual suceden las cosas que conducen al protagonista a sufrir semejantes castigos. Sin embargo, y dado que las situaciones a las que somete el húngaro a su personaje Budai son de una incomunicación interactiva, de la relación del hombre con los demás, en eso se distancia de Kafka, ya que el checo anda obsesionado con la incomunicación interior y con el proceso de aislamiento interno. Todo lo que es introspección en Josef K, se convierte en una lucha de relacionarse con el exterior en Budai, sin ningún tipo de aislamiento psicológico y mental, salvo que Metrópolis fuera una monumental metáfora de dobleces cuyo sentido se me escapen: y no lo es. Budai representa al individuo aislado en las ciudades deshumanizadas, la incapacidad de comunicarse, la soledad en mitad de la masa, pero en ningún caso ataca problemas existenciales, ni religiosos, ni filosóficos al estilo de los que atormentan a Josef K. El libro de Karinthy ataca el aislamiento del hombre moderno, los de Kafka se ensañan con el pensamiento del hombre moderno.

Además de Dante, puesto que el viaje de Budai es un descenso a los infiernos con repetidas visitas al metro, que por el subsuelo parece trasladarlo de círculo en círculo, hasta alcanzar la indigencia y la enfermedad, también hay un espacio por el que surgirá algo de la novela Nosotros de Zamiátin, en la visión abigarrada y masificada del comportamiento automatizado de la población de la ciudad, que parece sacada de la película Metrópolis de Fritz Lang. No, no se trata de un plagio del título en Karinthy, ni del homenaje velado, porque el título en húngaro es Épépé, trascripción de cómo se pronuncia el nombre de la ascensorista que, durante una buena parte del texto, es la única esperanza de Budai, la de redimirse por amor, como Dante con su Beatriz, por ejemplo.

Sin embargo, el autor alcanza las últimas páginas del texto visiblemente cansado, y se apresura: sumerge a Budai en un teatro de sucesos apocalípticos que, de repente, resuelve algo peregrinamente y de forma disparatada, para dejar al pasmado lector con los ojos como platos, preguntándose si le ha servido de algo la lectura de las trescientas y pico páginas de Metrópolis.

Quizás en eso radique su principal encanto, su acierto.

Ejercicio alienado, incomunicado, paradójico, no exento de unas pizcas de humor. La siempre desconocida literatura húngara, siempre de calidad... Un gran esfuerzo narrativo de arriesgada de la puesta en escena que resuelve  el buen hacer de Karinthy en esta fábula post industrial o postmoderna de principios de los setenta que tal vez critique muchas más cosas de las que se ven simplemente: porque muchos somos Budai, por mucho que nos obstinemos en negarlo, o en no reconocerlo.



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