miércoles, 30 de octubre de 2019

Todo es Borges-Álvaro Valderas



*Esta crítica apareció en achtungmag.com:
https://www.achtungmag.com/todo-es-borges-de-alvaro-valderas-todo-es-literatura-y-palimpsesto/

Todo es Borges de Álvaro Valderas: Todo es literatura y palimpsesto

Hay un tipo de literatura que habla de literatura, que es literatura sobre literatura, cuyo corazón se compone de la propia creación literaria, dejando de lado argumentos novelísticos, personajes y peripecias para, simplemente, convertirse en sí misma de forma autorreferencial. Esto es la metaliteratura. Y en Todo es Borges, del leonés, pero afincado en Panamá, Álvaro Valderas, el ejercicio metaliterario se convierte en un complejo y fascinante juego. Su título ya lo dice todo: Borges como padre de lo metaliterario, del juego metatextual, alguien que es como un lugar omnipresente a donde, cualquier retruécano narrativo, sintáctico o léxico, nos acaba llevando, por muchas vueltas que demos.

En efecto, el libro de Valderas es un libro de juego literario, que coloca al lector ante un complejo puzle textual. En ese sentido, tiene algo de literatura ergódica, y apasiona —en su profunda complejidad— la forma simple y clara con que está montado. Pero como ya he dicho que Todo es Borges, antes debo relatar la manera, preñada de casualidad y causalidad, en que este libro-palimpsesto alcanzó un lugar entre mis plúteos.
Como si fuera una puesta en abismo entre escritores, y una puesta en abismo entre ciudades, países y continentes, la literatura se abrió paso. El autor panameño Javier Medina Bernal, afincado en Viena, me envió dos libros del escritor de La Bañeza que vive en Panamá. Uno es Tumbamuerto y otros relatos criminales caribeños (Ediciones del Serbal): Valderas, como buen borgiano, también ama la narrativa del género negro.

El otro libro era este Todo es Borges, que de inmediato atrajo mi curiosidad. Para un poco más adelante he dejado la lectura y la crítica de Tumbamuerto (que prometo aparecerá aquí en Achtung!), dado que he sucumbido a la fascinación de este cubo de Rubik literario, pócima narrativa de brujo, sopa de letras y palimpsestos, borgiana declaración de intenciones y de heterónimos. En efecto, juego de heterónimos, también, ¿puede haber mayor despiste literario que los heterónimos?
Tengo mucho que aclarar, lo sé. Empezaré por lo curioso de su casa editorial: ninguna. Simplemente, una Independently Published, es decir, editado de forma personal tras su paso por un formato de ebook en Amazon que, creo, le restaría mucha gracia al libro. Porque se trata de un libro sobre libros, de textos sobre textos, de autores (ficticios) que especulan sobre autores reales. Demasiado como para no resistirse a publicarlo en papel.
Luego, nos encontramos ante el misterio de su fortuna y recepción, es decir, de sus lectores. Al parecer lo hemos leído, según el cálculo optimista de su autor, dos personas. Entiendo que el propio Javier Medina Bernal que me lo envió, y recomendó, y yo mismo. En fin, deseo que algún lector más haya podido disfrutar ya de esta Caja de Pandora de las palabras; está a la venta en Amazon, y además en papel. ¿A qué esperáis?
El escritor panameño Javier Medina Bernal, que me hizo llegar el fascinante Todo es Borges de Álvaro Valderas.
Lo de los heterónimos: ahora voy con ellos. Álvaro Valderas es escritor, y como tal, es un mentirosillo. Nos lo demuestra ya en el prólogo del libro, al que subtitula como Prólogo que es mentira. Así que ya empezamos descubriendo las cartas desde el principio. Y también ocultándolas. El juego borgiano está en marcha, ese juego que activará el lector de la misma forma en que se encendían aquellos enormes condensadores que proyectaban imágenes fabulosas en la isla de Morel, movidos por la marea oceánica, también por la marea de la lectura, en la ingeniosa novela de Bioy Casares (por otro lado, el gran amigo de Borges, su otro yo literario, un Doctor Jekyll para el furioso mixtificador Mr Borges/Hyde).

Nos encontramos ante la invención de Valderas, un artefacto que se pone en marcha con la lectura, que activará el lector como esos rayos de tormenta restauraban la vida eléctrica en el corpachón de remiendos de Frankenstein. Valderas ha creado un monstruo realmente complicado: es la isla literaria moreliana, es un mapa textual a base de cosidos y cicatrices de párrafos y palabras.

¿No has leído La invención de Morel (Austral)? En este enlace te explico los motivos por los cuales deberías leerla, pero, ojo, contiene eso en lo que yo no creo cuando hablo de literatura, pero que a muchos les disgusta tanto: spoilers. Y los spoilers o adelantos de lo que ocurre, pueden matar esta novela tan peculiar. Leedla primero, sin acceso a estudios preliminares, y después mirad este link:
Valderas es el tercero, el tercero en concordia, que trastea en el laboratorio de esos Jekyll Hyde, de esos Bioy y Borges, y experimenta con este brebaje compuesto de las esencias de las narraciones, capaz de convertir un libro en una combinación de combinaciones cabalísticas, en laberinto de voces y mentiras, en mensajes indescifrables que nos traen a sus heterónimos que se mueven como homúnculos, como pequeños golems de la palabra que han cobrado vida precisamente gracias a ese misterio de la creación: las palabras.
Borges y Bioy Casares alimentan este Todo es Borges:


Las palabras convertidas en frases, las frases en párrafos, los párrafos en páginas, las páginas en historias, las historias en libros…, pero a los heterónimos de Valderas no les importan esas historias, sino lo que se esconde debajo de ellas. Por eso, todo gira en torno a la literatura palimpsesto.
No hay nada más misteriosamente gozoso que un palimpsesto. Un texto que, debajo, oculta otro texto: quizás diga lo mismo, o algo totalmente diferente. O guarde en su secreto soterrado mensajes verdaderamente revolucionarios, satánicos, impenetrables, pero que afloran a la vista gracias a la sabiduría del investigador que ha conseguido desentrañarlos, es decir, que ha llevado el palimpsesto hasta la luz, que es capaz de arrancarlo de la oscuridad de su entierro.
Un ejemplo de palimpsesto. Puede verse el texto debajo, escrito en otro sentido.
Vayamos a la idea principal del asunto, que Valderas nos explica así en ese prólogo que es mentira:
todos los libros componen un solo Libro de arena cuyas frases se funden cuando cerramos las tapas, se reordenan y nunca podremos volver a leer las mismas, porque nadie puede bañarse dos veces en el mismo libro. Y también es cierto que todas las bibliotecas del mundo son, en el fondo, un solo y gigante libro, un texto de arena en que se pueden (…) mezclar las obras”.
El concepto se ha tomado del relato El Libro de arena (Alianza Editorial) publicado por Borges en un volumen homónimo en 1975. Según el autor, esta es su obra maestra, y en el cuento aparece un libro que, una vez leída una de sus páginas, es imposible volver a encontrarla, porque se está reescribiendo continuamente.

Ese continuo está tomado de la idea de que es imposible bañarse dos veces en el agua del mismo río, según manifestó Heráclito. Así, podemos entender que nunca leemos dos veces el mismo texto, porque siempre nos encontramos ante un libro que, aunque parezca el mismo, es diferente.
Heráclito, en un cuadro de Rubens.
Dejando a un lado componentes mágicos y malignos o demoniacos —con los que Borges tizna su relato de El Libro de arena—, la idea del libro como río en el que sumergirse, y que siempre será diferente, entronca con mi interpretación de la literatura que desde años he guiado mi forma de trabajo como comparatista. Los que me conocen lo han oído ya muchas veces, pero lo repetiré una vez más porque nunca es tarde para cosechar nuevos cómplices.
Un libro no es un libro, sino un compendio de todos los libros que se han escrito, que entra en conversación con todos los autores y obras anteriormente escritas, y con las que se redactarán en el futuro. Esta conversación entre obras y autores de presente y futuro es continua (de nuevo encontramos esta idea de continuo, como el río de Heráclito) porque los libros son como galaxias conectadas entre sí por agujeros de gusano que interrelacionan unos textos con otros, saltando en el tiempo, de atrás hacia adelante y viceversa, pudiendo un autor del siglo XXI influir en un autor de siglo XVII.
Cuando leemos una de estas galaxias literarias incorporamos su texto a nuestro muro interior de lecturas y, desde allí, entra en conexión con otros libros que hemos leído, conversa con ellos, y teje toda una red de relaciones que se alimentan unas a otras. Así, una lectura anterior ilumina a una reciente, y una lectura nueva arroja luz sobre algo que leímos hace años y que ahora, súbitamente, toma sentido. Este es, pues, el verdadero Libro de arena: nuestro propio libro interior, nuestra galaxia privada de lecturas.
Álvaro Valderas, autor de Todo es Borges.
Ya reivindiqué esta forma de leer, consistente en algunos aspectos más, en este artículo que publiqué hace un tiempo aquí, en Achtung!:
Y antes, párrafos más arriba, me referí a la literatura ergódica. Aquí puedes saber algo más:
De forma que, el ejercicio de Valderas, alcanza el punto culminante de la formulación basándose en el mecanismo del Libro de arena borgiano. El juego se haría de la siguiente manera:
Compondríamos nuestros propios textos con palabras, frases o letras de otros anteriores”.
Dicho y hecho, un grupo de autores se reúne para llevar este asunto a blanco sobre negro. Y estos escritores que ejecutarán piruetas textuales y nos presentarán sus trabajos e investigaciones son: Mateo Domínguez, Miguel Pedrera, Justo Arias, Rogelio Salvador, Rafael del Río, Manuel Iglesias y Antonio Valbuena. Pues bien, aquí están los heterónimos, porque igual que Todo es Borges, ahora, todos son Álvaro Valderas. De hecho, en un momento dado, Mateo Domínguez afirma (con bastante desfachatez) que:
Adelantándome, por orden de edición, a mi querido amigo Miguel Pedrera, al que considero parte de mí mismo…”.
Antes de entrar en los trabajos de estos heterónimos (hay uno que se apellida Río y otro luce un Valbuena asaz sospechoso por su parecido con Valderas), aún se nos regala un segundo prólogo en donde se nos insiste en el método de la recombinación de palabras. Se trata de una maniobra de deturpación del texto, que partiendo de su stemma original se va descomponiendo en diferentes versiones hasta alcanzar una configuración que no se parece en nada a su origen. El experimento, llevado a cabo con un fragmento de Macbeth, arroja un diálogo final completamente alejado de su intención inicial.
Después, para insistir en el método, se desmenuzará un poema de Alberti, dejándolo en sus letras mondas y lirondas como las raspas de una sardina. De esta manera, el autor demuestra en su segundo prólogo que:
Cualquier letra, cualquier palabra, probablemente todas las frases de todos los idiomas, ya han sido infinitamente repetidas antes de que las pronunciemos nosotros con afán de innovadores. En este libro solo hemos pretendido divertirnos a costa de ese hecho universalmente conocido, fabricando puzles que hagan trabajar al lector vago, especie muy común en nuestras bibliotecas”.
Esta afirmación es una joya por dos motivos: primero, por la importancia que tiene para aleccionar al escritor primerizo que se presenta en talleres literarios sin haber leído un libro, pero que aspira a ser escritor brillante y original de talento desbordante, y pretende, también, haber creado una obra excepcionalísima con imágenes como el mar embravecido, el colérico viento o los dientes como perlas… A este sujeto hay que recordarle que ya todo está escrito, que no sea vago, que para escribir necesita invertir la mitad de su tiempo en leer.
Descomposición en letras del poema de Alberti.
En segundo lugar, el libro intenta hacer que trabaje el lector vago, es un libro para esforzados: es, ejemplarmente, un espécimen de literatura ergódica.
De forma que todo ha cobrado sentido, es decir, lo ha perdido en función del desorden de las palabras. Y se nos advierte:
Este permiso no podrá ser reproducido sin el libro, previo escrito del editor, no total ni parcialmente. Este escrito previo no total del editor, el libro, ni parcialmente ni sin permiso, podrá ser reproducido. Ni este escrito previo, no total, del editor ni el libro, podrá ser reproducido parcialmente sin permiso. O como sea”.
Creo que está muy claro. Así que ya podemos pasar al trabajo que presenta Mateo Domínguez sobre el libro bíblico del Génesis (no se podría comenzar más que por el principio, obviamente). Mateo, como un evangelista de lo alfanumérico, se sumerge en combinaciones de ceros y unos que sustituyen las palabras santas:

Y después, otorgando valores a cada letra, conforma un curioso discurso bíblico:

A continuación, Miguel Pedrera nos presenta un método de reconstrucción reordenación, busca mensajes ocultos en las citas iniciales y en las dedicatorias que incluyen los escritores al principio de sus obras, así como en las primeras frases de sus textos. Vargas Llosa, al principio de Pantaléon y las visitadoras (Santillana), reproduce una cita en francés de Flaubert, que sometida al filtro revela un mensaje angustioso del autor:
No puedo iniciar esta novela sin ayuda; me aterra no poseer ya el don”.

 Una llamada de auxilio tan terrible como premonitoria, porque ahora podemos afirmar que ya no posee el don, quizás desde hace tiempo. Este método de trabajo entronca directamente con el escritor Antonio Orejudo que, en su novela Ventajas de viajar en tren (Tusquets) presenta un personaje, Montoro, que sostiene ante la editora Helga Pato que los autores clásicos españoles forman parte de una red de difusión de mensajes subliminales, la que sería la logia de los anagramáticos a la que pertenece Garcilaso (que diseminó anagramáticamente la palabra TOLEDO, con el oscuro objeto de persuadir al Emperador para que volviera a España). Y no sólo Garcilaso, sino muchos otros autores:
desde los tiempos de la primitiva poesía heroica ciertos poetas habían aprendido a diseminar en sus textos con fines variados palabras o sonidos diversos, los anagramas (…) Garcilaso de la Vega había salido de Toledo contra su voluntad, para acompañar a Carlos V por Italia y Francia. Durante este período había escrito los versos en los que Montoro detectó anagramas antes de saber que se llamaban así y antes de saber que existía una técnica para componerlos. Garcilaso diseminó total o parcialmente, anagramáticamente, la palabra TOLEDO: aquí TO, allí LE, allá DO o TLE o ELT, o íntegramente, TO-LE-DO, para persuadir al Emperador de que volviera, para que no se olvidara de aquella ciudad (…) Helga lo oyó hablar de un grupo de poetas y escritores que desde hacía muchos siglos hasta hoy formaban una logia conocedora de sofisticadas técnicas hipnóticas, que utilizaban para sugestionar a los lectores, capaz de anular el juicio y de hacer creer a quién leyese sus escritos lo que a ellos pudiera o lo que les encargaba el patrón de turno”.
Como resulta que Todo es BorgesOrejudo publica tras Ventajas de viajar en tren una novela titulada Reconstrucción (Tusquets), en una curiosa coincidencia con este método que ha puesto en marcha Miguel Pedrera, y en donde afirma que:
Es que el verbo no es la única carne. Lo que Pfister cuenta no es lo que sucedió, sino el relato de lo que sucedió (…) Aquellos hechos que conserva en la memoria son semillas que han germinado con el tiempo gracias a la imaginación. Son sucesos que se enriquecen solo por el hecho de contarlos, de someterlos al juicio de otra persona (…) Esta reconstrucción es solamente un orden de palabras. La morfosintaxis es la única herramienta que Pfister tiene a su alcance para explicarse precariamente el mundo, para orientarse en el caos y para tratar de ser en él medianamente justo”.
Casi resultan aterradoras tantas coincidencias: Esta reconstrucción es solamente un orden de palabras… ¿Acaso esto no demuestra que, evidentemente, Todo es Borges?
Garcilaso, el gran anagramático (según Orejudo).
En estos enlaces os hablo un poco más de las dos obras de Orejudo que os he citado:


Y así, el resto de los heterónimos continúan con sus trabajos desde otros puntos de vista. Dentro del esfuerzo deductivo de Justo Arias, que reelabora un texto de Sherwood Anderson, se nos descubre una frase que puede resumir el motivo que busca Álvaro Valderas con Todo es Borges:
“Las historias que contaba no empezaban en ninguna parte ni conducían a ninguna parte”.
Quizás, esta sea la función final de la literatura: entretener sin una finalidad, la pureza de la narrativa elevada a su máxima esencia. Después, Rogelio Salvador que trabaja con el Drácula de Stoker, nos recuerda que:
todo cuanto leemos, según la situación, pudo querer decir otra cosa”.
Y por eso, ejecuta con el texto de Stoker una serie de variantes que nos recuerdan a los Ejercicios de estilo (Cátedra) de Raymond Queneau, uno de los principales miembros del OuLiPo.
¿No has leído Drácula? ¿En tu cabeza solo campan los colmillos de Christopher Lee o el juego de sombras chinescas de Coppola? En este enlace te cuento lo que te estás perdiendo:

Por supuesto, hay más heterónimos empeñados en descifrar mensajes y afirmaciones, en reelaborar y recombinar para atrapar el palimpsesto que se oculta bajo las obras de autores inmortales. Pero ya basta, eso lo dejo para quienes se hagan con un ejemplar de Todo es Borges y lo lean teniendo en cuenta que, tal y como se afirma al final de la obra:
un verdadero libro nunca puede considerarse terminado”.
Por eso, mantengo que los libros son un universo en expansión. Por eso y, como se afirma en este desconcertante envoltorio metatextual que es Todo es Borges:
El mundo, que acaba con nosotros, puede recomenzar con un verso hallado en cualquier cajón”.
Recomencemos, por tanto, otra vez. Leamos otro libro…

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