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Negro corazón, del autor mexicano Mateo Miguel: entre la carne y el alma
En los originales marcapáginas de la editorial Nieve de Chamoy, en forma de cono de helado y que es el logo de la editorial, aparece una máxima: Literatura en-cono para gustos audaces. Con la lectura del libro Negro Corazón, del mexicano Mateo Miguel, he terminado de comprender el juego de palabras y le he dado sentido. Tuvo que ser mi amigo panameño, el escritor y cantautor Javier Medina Bernal, que me visitó la pasada semana, quien me explicó que la Nieve de Chamoy es un helado de sabores tradicionales frutales, pero también algo extremos si se elaboran con tequila o mezcal; además, lleva el chamoy, que es un condimento que incluye chile y fruta deshidratada para lograr un sabor entre dulce y ácido y, como no, picante. Este apunte culinario es muy importante a la hora de comprender y poder unir todas la claves para hablar, hoy, en este Odradek de Achtung!, de la novela Negro Corazón.
Porque la obra de Mateo Miguel publicada por Nieve de Chamoy en el año 2016, es la representación libresca de ese helado al que me refería antes. Es un libro picante, a la par ácido y por momentos dulce, con una prosa refrescante en donde su vitalidad radica en la pasión del autor por el buen escribir.
En efecto, Negro Corazón es el helado editorial de la editorial Nieve de Chamoy, un libro coronado de especias eróticas, de narraciones sexuales, pero que esconde una firme arquitectura narrativa y una historia desgarradoramente actual.
Me comentan que Mateo Miguel no es un escritor muy conocido en México. Es una pena, debería serlo, porque su escritura es magnífica. Estamos ante un estilista, capaz de meterse en dos voces muy distintas que articulan la historia. Y la historia es la narración de cómo empieza, se desarrolla y fracasa, una relación sentimental entre un hombre y una mujer. También, la historia psicológica, sexual y erótica, de una atracción enfermiza. Una relación tóxica que amarga todo el amor que ella siente: al final, la destrucción sentimental de Braulio e Ivonne.
Dos logos de la editorial en donde aparece el cono de helado de chamoy:
¿Qué elementos nos encontramos en esta historia chamoyesca, por lo picantito, por lo descarado, por lo prohibido, que la convierten en un libro tan atractivo? Mateo Miguel nos presenta su historia narrada a dos voces y, a su vez, dividida en dos partes. La parte inicial, Primero la carne, cede mayor protagonismo a las declaraciones masculinas que exponen su visión de la relación, es Braulio quien nos habla, fundamentalmente de dos asuntos esenciales: el deseo y los celos.
En la segunda mitad, El alma después, el discurso, mucho más fragmentado que su réplica masculina, le corresponde a la mujer. Ivonne se centra en la idea de lo que es el amor para ella, pero también aborda el asunto de los celos y, curiosamente, se refiere en multitud de ocasiones a la venganza.
De esta forma, Mateo Miguel ha compuesto un díptico de personalidades, un paso a dos masculino-femenino que, mediante su discurso, nos presenta un análisis psicológico y sexual de los protagonistas, en donde se ofrece, además, un estudio de las costumbres y procedimientos sexuales en México y en los Estados Unidos en estos primeros años del siglo XXI.
El discurso masculino es duro y directo, cargado de resquemor y con una ira contenida. Braulio es un ser meramente sexual, un prototipo de hombre machista que antepone su propio placer a cualquier otro asunto. Por ese motivo manifiesta que:
“las amantes son para el placer”.
Es egoísta, la mujer no le importa, o parece no importarle, en absoluto, pero fundamentalmente resulta un celoso enfermizo, además de un infiel, para convertirse la radiografía psicológica de su carácter en el retrato de un maltratador.
Ese es uno de los problemas principales de esta visión sexual y social del momento, que Ivonne vive siempre al filo, o inmersa de lleno en el maltrato, tanto físico como psicológico. La parte masculina del libro, Primero la carne, ya nos avisa de cuáles son los intereses primarios del discurso del hombre, así como esa segunda, El alma después, caracterizará a la mujer que despliega un mundo sentimental apoyado siempre en los recuerdos reprimidos que, al final, terminan brotando.
El autor ha tomado partido desde el principio por el personaje femenino, desde los mismos encabezamientos de cada una de las partes de la novela, y aunque el título general haga referencia a cómo ve Braulio el corazón de Ivonne, negro, resulta paradójico porque se nos muestra el corazón del hombre más oscuro y retorcido.
Frascos de la popular salsa de chamoy. |
Sin embargo, la venenosa historia de sexo, abusos, celos y venganzas, terminará también por corromper el corazón de la mujer, y ambos músculos acabarán ennegrecidos y perdidos en un callejón sin salida repleto de amargura y tristeza. Esta es una de las tesis del libro: una relación puede destrozarte tanto como para volverte un impotente sentimental para el resto de tu vida.
Estoy, ahora, hablando de patologías, y junto a la impotencia sentimental nos encontramos en la novela de Mateo Miguel con un hombre adicto al sexo, comido por los celos y la posesión única de la mujer que ama, un maltratador y un abusador psicológico, al que da su réplica una mujer hipersensible e hipersexuada.
Ivonne ha desarrollado una disociación que le hace capaz de aislarse o alejarse si mantiene una relación sexual forzada o no consentida. Estamos ante una muer traumatizada por los abusos sufridos de niña, en el seno de la familia —concretamente su tío Marcelo con el pretexto de unas clases de piano— y por el momento crítico en que perdió su sexualidad, que se nos presenta con cierto complejo de lolita, también, con un anhelo enfermizo por recuperar la infancia que perdió a golpe de iniquidades, que piensa en llevar a cabo su venganza de Braulio, que utiliza el sexo como un arma en contra de su ex amante y en contra de sí misma, para cuajar un cuadro mental de gran complejidad.
Si analizamos la historia de maduración, o de tránsito desde la infancia a la juventud, la pubertad de Ivonne y los ritos de paso necesarios que debería haber experimentado para conformar su personalidad, hallamos un extraordinario trabajo psicológico del autor que se apoya en los hechos que nos narra. A los abusos del tío pianista hay que sumar la figura de un padre obsesionado por la limpieza, pero que bebe sin control y se vuelve violento, que golpea a la madre y a las hijas, y cuyo carácter autoritario es insoportable.
El autor, Mateo Miguel, poco dado a prodigarse en redes. Esta foto es de su perfil público de Facebook. |
Después, llegarán las sesiones de Ivonne con un psiquiatra con el que experimenta un amor impulsivo jamás correspondido y el despertar al nuevo mundo como criatura sexual con la violación que de ella hace su novio Mariano, mayor que ella, casado y esperando un niño. Un Mariano que resultará ser un cobarde cuando, encañonado por la pistola del padre de Ivonne, niegue cualquier relación con ella.
La vida sexual de la mujer estará repleta de problemas y situaciones que son producto de los malos entendidos derivados de la visión que de ella se hacen los hombres. Experimentará otro abuso a manos de un enfermero, y su relación, la que podría salvarla, con Braulio, se pudrirá por los celos enfermizos.
Tras la ruptura, el camino sexual de Ivonne seguirá siendo terriblemente complejo y duro: aparecerá, ya en los Estados Unidos, un camionero llamado Willy, un malote tatuado que aguarda con un arma cargada el momento de encontrar a su mujer que le abandonó y al tipo que se la llevó, y que además pertenece a la Mara Salvatrucha. Entregada a él, Ivonne ejecutara su venganza sexual sobre Braulio en otra pésima decisión.
Este cuadro mental masculino/femenino tan completo y laberíntico, en donde cada palabra pronunciada por los personajes, cada matiz, encierra en lo más profundo un tragaluz que nos proporciona el acceso a los problemas que torturan sus mentes, se complementa con la multitud de referencias literarias que un comparatista puede extraer de la novela.
Independientemente de que su autor las haya leído o no, o las conozca en mayor o en menor medida, los ecos que resuenan en Negro corazón, la conversación que entabla con otras grandes obras literarias, le proporcionan un relieve especial. En el texto encontramos algo del más descarado y sexual Henry Miller (en especial el de la trilogía de La crucifixión rosada: Nexus, Sexus y Plexus —en Alfaguara os tres volúmenes—), así como del Marques de Sade en Justine —Cátedra— (Ivonne, a veces, me recuerda a este personaje paradigmático de la novela erótica, casi pornográfica) y en La filosofía en el tocador —Valdemar— (en lo relativo al despliegue sexual de las armas de seducción femeninas).
Henry Miller y el Marqués de Sade:
Por otro lado, el personaje femenino posee algunas características, especialmente percibidas por los hombres, de la Lolita de Nabokov —en Anagrama— , y en el asunto de las venganzas urdidas como hilo que continua entrelazando la relación una vez terminada, y en la corrupción del hombre para con la mujer, encuentro ecos de Las amistades peligrosas de Chorderlos de Laclos —en Cátedra— .
Nabokov y Chorderlos de Laclos:
Pero la cosa no termina aquí. Los celos, necesariamente, conversan con otras grandes obras de autores inmortales que los han abordado: Cervantes y Shakespeare, así como ciertas cuestiones y visiones del concepto de lo que es honroso y honorable en Braulio recuerdan, por momentos, a piezas de teatro del Siglo de Oro español, especialmente aquellos dramas calderonianos, en donde la cuestión del honor es el motor de la tragedia.
El personaje femenino aglutina algo de la Justine de Sade, como ya he dicho —especialmente en cuanto a que es una criatura sexual, o es vista así, exclusivamente así, por los hombres—, pero también de La Regenta de Clarín —en sus recuerdos de la infancia inconformista y peligrosa que, en principio, estaba destinada a ser modélica y se fue torciendo— y de la Lolita de Nabokov —por su aspecto y comportamientos algo infantiles, una inocencia que, sin duda, provoca todavía más a los hombres—.
Y en ese dialogo que mantiene Mateo Miguel con otras obras y escritores universales, no puedo pasar por alto la deconstrucción de algunos de los cuentos más populares, como el de Caperucita Roja, en donde Braulio se caracteriza como el lobo e Ivonne, obviamente, incluso en el aspecto externo y la forma de vestir, en la inocente (o quizás, después, no tan inocente Caperucita), en este caso Rosa.
Y una relación de comparación más. En muchas ocasiones el discurso de Ivonne me ha recordado a los discursos femeninos, cargados de reproches, pero también de amor y delicadeza, que Ovidio pone en boca de las mujeres de las Cartas de las heroínas (también conocidas como las Heroidas —en Alianza Editorial—) y que lanzan contra sus amantes, esos que siempre tuvieron algún otro motivo para abandonarlas. ¿Acaso no es Ivonne la gran heroína de esta novela?
Así, hemos repasado los mimbres psicológicos (excelentes mimbres) con los que el autor caracteriza la relación con los personajes. Mateo Miguel, como buen estilista, además, hace un esfuerzo brillante por dotar a cada uno de ellos de un discurso propio y claramente reconocible, apoyado en el léxico y en las variantes usadas en sus formas de hablar.
El discurso masculino resulta más técnico, propio de lo que sería un oficinista o un hombre de negocios, circular, siempre dando vueltas sobre el mismo asunto: los celos. Es un relato obsesivo, similar casi a la deposición ante un juez, con ciertos visos de letanía en frases que se repiten, como la que inicia la novela y que aparece varias veces más:
“Así era, así es, así será”.
Esta coletilla puede dar a entender la imposibilidad de que se puedan alterar ciertos acontecimientos o ciertos comportamientos, como si existiera una predestinación sobre lo que puede ocurrirnos; es decir, que cualquier relación amorosa está condenada al fracaso, fundamentalmente porque siempre hacen acto de presencia los celos.
Además, el discurso de Braulio se completa con algunos extractos de emails que son como un aporte de pruebas documentales ante un juez. En esta primera parte el lector de la novela de Mateo Miguel hace las veces de un jurado que escucha las pruebas acusadoras, mientras que en la segunda, la que corresponde al discurso femenino, el papel del lector es más el de un psicólogo.
Psicólogo, porque mientras el discurso masculino se apega a lo sexual y carnal, a la posesión y a la exclusividad, la parte femenina en donde Ivonne da rienda suelta a sus declaraciones se sustenta en un mundo mucho más idealizado, con muchos retazos de infantilismo, y apoyado por un léxico característico: más coloquial, con expresiones comunes, locales, y construcciones de adjetivos larguísimos e imposibles, salteados de palabras y frases en inglés.
La mujer nos habla de que su padre experimenta un enfado:
“archimegarrecontrasuperultrafuriosisisisísimo”.
Es un ejemplo de este tipo de súper adjetivos forzados que van nutriendo esa narración de Ivonne, que conforman su personalidad desbordante, pero también desbordada por todo lo que le ha tocado vivir. Al final, su historia es una historia de abusos, machismo, de cómo entiende el hombre que debe actuar una mujer: a su servicio. Por ello, tras las historias de celos y sexo, en el retrato psicológico se esconderá ese mal de nuestro siglo XXI que es la violencia de género. Y esa violencia nos proporciona una víctima: Ivonne.
No quiero olvidarme del extraordinario epílogo de la novela, en donde nos sumimos en lo que un narrador omnisciente denomina:
“Un tiempo fuera del tiempo —el tiempo de los amantes—”,
recurso que le permite al autor, de forma fraccionada, saltar adelante y atrás para poner un broche de relumbrón a su narración.
Negro corazón es una novela clave en el catálogo de Nieve de Chamoy, porque define perfectamente el espíritu de esa literatura en-cono para gustos audaces: es arriesgada, estimulante, novedosa y transgresora. Es el tipo de novelas que gustan a la editorial. Es el ideario de la editorial. Es puritita Nieve de Chamoy.
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