*Esta crítica apareció en achtungmag.com:
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Correo literario de Nórdica libros: Wisława Szymborska contra el mundo
En el rincón de color blanquirrojo (y no es porque esta mujer sea del Atlético, sino porque esos son los colores de la bandera de Polonia), tenemos a la Premio Nobel de literatura del año 1996 y extraordinaria poeta, Wisława Szymborska. En el otro rincón del ring, de color oscuro plagio, de color negro epígono, de color ceniza diletante, tenemos a los aprendices a literatos. Puede comenzar el combate. Arbitra el Odradek de los viernes. Y el combate se llama Correo literario, publicado por Nórdica Libros.
En efecto, la poeta Wisława Szymborska llevó una especie de consultorio de escritores (mejor dicho, de aspirantes a serlo) en la revista Vida literaria —Życie literackie— que apareció en Polonia, concretamente en Cracovia, el 4 de febrero de 1951. Dice mucho del interés de los polacos por la literatura que ya en 1951, y después de los horrores que habían pasado durante la Segunda Guerra Mundial, tuvieran tanta pasión por las letras, sobre todo ante el previsible futuro de horrores comunistas que se avecinaban… Aunque entiendo que es un mecanismo inherente al ser humano ese “vivir para contarlo”, en palabras del inmortal Gabo y, creo que también de otro polaco no menos inmortal: Ryszard Kapuściński.
Fue en 1953 cuando Szymborska entró a formar parte del consejo de redacción de la revista (del que ya no se apearía hasta 1981), pero hubo de esperar al 27 de noviembre de 1963 para estrenar la sección Correo literario, como una forma de comunicación, mediante respuesta crítica, con los autores que habían enviado sus textos a la revista. La sección, coordinada por dos personas, tenía a la poeta como una de ellas. La otra fue el bielorruso Włodzimierz Maciąg, filólogo, historiador, crítico literario y también profesor.
El consultorio funcionó durante 21 años, y otra polaca, Teresa Walas (doctora, crítica literaria, y profesora en la Universidad Jagellónica de la asignatura de Antropología de la Literatura) decidió reunir 236 de estas respuestas y publicarlas en el año 2000 bajo el título de Correo literario o cómo llegar a ser (o no llegar a ser) escritor.
Teresa Walas lo tenía muy claro, se había percatado, de ahí ese paréntesis en el título de la publicación, de que Szymborska había estado luchando desde el consultorio contra la falta de talento, los epígonos, la terrible diletancia, y otros males que suelen dinamitar la base de la buena literatura.
Dos imágenes de Szymborska recogiendo el Premio Nobel de Literatura:
Szymborska trata de disuadir a quienes, con evidente falta de talento y voluntad de copia, han iniciado un camino pervertido en la literatura. Lo hace con un humor ácido y disolvente a veces, en otras ocasiones de forma más o menos irónica, pero no suele mostrarse excesivamente sensible con los sentimientos de los escritores en ciernes, esa es la verdad. Le gusta llamar a las cosas por su nombre.
El principal objetivo de Szymborska era que la gente que enviaba sus manuscritos:
“Entendieran cosas elementales, les animaba a que reflexionaran sobre el texto recién escrito, a que fueran mínimamente críticos consigo mismos. Y, lo más importante, los animaba a leer libros”.
Szymborska toca aquí los dos caballos de batalla primordiales de todo aquél que imparte un taller literario de escritura creativa o se encuentra comprometido con la valoración de textos, de relatos o poemas de escritores que comienzan: el completo blindaje y la no aceptación de la crítica (que es tomada como una ofensa personal), además de la necedad (porque es una necedad, para qué vamos a darle más vueltas) de personas que, queriendo escribir, no han leído un libro en su vida.
Puedo comprender, en un ejercicio de tolerancia, que las críticas se encajen mal, al fin y al cabo a nadie le gusta que le digan cosas negativas, en especial si son sobre un trabajo intelectual que se considera sublime. Pero lo de no leer y querer ser escritor es algo que jamás he podido comprender.
Dos sellos polacos con Szymborska como portagonista:
Y es un problema que genera textos repletos de lugares comunes aburridísimos, porque quienes no han leído nada consideran construcciones como “el cielo azul”, “el mar embravecido” o “las perlas de tus dientes”, hallazgos poéticos de primera magnitud. Un poco de Homero o de Rubén Darío les haría comprender lo desgastadas y aburridas que están ya estas palabras. No hay anda nuevo bajo el sol, ser original es tremendamente complejo, pero si además no has leído nunca, entonces, ignoras todo aquello que se ha dicho, el cómo se dijo y el quién lo dijo, y demuestras tener muy poca afición a esa escritura que arrastras por el lodo de tu ignorancia. Volvamos con Szymborska.
La polaca embiste en sus respuestas contra algo sobre lo que también nos advierte Charles Bukowski en algunos de sus escritos: que los conocidos jaleen la falta de talento del amigo, hijo, novio o vecino (consígnese en femenino también, por supuesto), porque de esa forma le están infligiendo un daño irreparable. Afirma Szymborska:
“El problema empieza cuando el autor de una de esas rimas ocasionales, correctas, oye que sus conocidos le dicen: ˂˂Es muy bueno, tío, tienes que publicarlo en algún sitio˃˃. Como consecuencia, lo que puede ser agradable y adecuado en un cierto contexto y que ha gustado a la muchacha elegida, de ojos grandes, azules, cae en manos de un redactor injusto que no comparte esa admiración”.
Jalear este tipo de escaso talento por motivos de amistad, parentesco o vecindario lleva a que los aprendices se crean escritores profesionales, con los consecuentes problemas que semejante ilusión acarrea: “a mi vecino le gusta, a mi madre, a mi novio o novia les parece un texto de talento incomparable”, se dice sorprendido el autor, al toparse de frente con el muro de la crítica y con el añadido, ahora, de estos tiempo que corren, “lo he colgado en redes y he tenido 500 likes”, una mamarrachada contra la que Szymborska no se vio en la tesitura de tener que combatir. Pero amigo escritor en ciernes (por no llamarte otra cosa), ¿te has preguntado si esos elogios son sinceros, te has preguntado por el tipo de gusto crítico y conocimiento literario de quienes se ocultan tras los likes?
En una de las respuestas del Correo literario, Szymborska presenta el siguiente argumento sobre alguien que ha leído un poemita en una reunión social y ha sido recibido con vítores:
“Alguien le comenta al autor: ˂˂Tendría usted que mandarlo a algún sitio para que lo publiquen, sería una pena que no quedara ninguna huella˃˃ (…) No es un buen consejo (…) Cuando sí que se va a echar a perder, es cuando acabe sobre el escritorio de alguna redacción y empiecen a analizarlo con criterios literarios. Y al final digan que eso no es poesía, con lo que causaran al autor un enorme disgusto. Disgusto que se podría haber evitado”.
Cámbiese la lectura del poemilla en una reunión social por Instagram, y nos encontramos ante una candente situación actual sobre lo que tiene éxito en redes, pero los críticos no consideran o consideramos como poesía, aunque se nos intente hacer pasar como tal. ¿Os suena esta polémica? Qué de-Sastre.
Szymborska lo tiene muy claro en cuestiones relativas al talento literario, y no puedo estar más de acuerdo con ella cuando afirma:
“El talento… Algunos lo tienen, y otros no lo tendrán nunca. Y que conste que eso no significa que esos otros no tengan nada que hacer. Pueden llegar a ser excelentes bioquímicos o descubrir, por ejemplo, el polo norte”.
Aunque pueda sonar duro, soy de la misma opinión. Un escritor nace con ese talento, no se hace. ¡Un momento caballero!, me dirá algún lector, ¡Oiga usted!, casi indignado: ¿Usted que se dedica a impartir talleres de escritura me está queriendo decir que no merecen la pena porque sin talento no se puede aprender a escribir?
Es una gran pregunta. El taller, la escuela de letras, cumple varias funciones: la primera y primordial, proporcionarle unos ingresos a quienes lo imparten, ingresos que les permiten pagar algunas facturas, echar gasolina como todo hijo de vecino e, incluso, y esto es lo más importante, poder hacer la compra para conseguir la heroicidad de comer cada día.
La versión polaca del Correo literario. |
Después, además y como quién no quiere la cosa, ayuda a refinar el talento bruto de algún alumno que verdaderamente lo tenga y sirve de criba para conseguir que abandonen un montón de pésimos escritores y personajes pesados que acuden a este tipo de talleres creyendo que cumplen una función social de entretenimiento y tertulia, como si fueran a un salón de té o asistieran a un ameno curso de patchwork. Es decir: a pasar el rato y si se tercia, hasta puede que lleguen a conocer gente.
Por último, el taller literario puede limar y pulir un poco a quienes se dejen pulir y limar (que esa es otra) y que suelen ser aquellos seres generosos que han dejado la soberbia y el ego en la puerta antes de empezar. Así que la rimbombante escuela de letras, en lo estrictamente literario, ayuda al que apunta maneras, desespera al que carece de talento, y da un empujoncito leve al modesto. Pero no crea escritores de la nada, ni tampoco desde la ignorancia de los alumnos. Eso, el talento para ser escritor, ya se trae puesto de casa. Aportemos aquí otra recomendación de Szymborska en respuesta a una persona de Nowograd:
“Las facultades de filología polaca forman sobre todo a profesores, pero no enseñan a escribir buenos poemas. Ninguna clase magistral (…) puede ayudar a crear talento”.
Y no digamos nada de las facultades de filología españolas…
En fin, que esto del talento y su posibilidad (o no) de aprenderlo, o tal vez aprehenderlo, nos queda clarísimo tras esta contestación a U.T. de Cracovia:
“¿Qué se supone que debería aprender un escritor yendo a una escuela? (…) la literatura no tiene ningún misterio técnico; en todo caso, ningún misterio que no pueda descifrar un profano con algo de talento (…) Es el oficio menos profesional de todas las actividades artísticas (…) El camino al Parnaso está abierto para todo el mundo. En apariencia, claro está, porque, a fin de cuentas, lo que decide es la genética”.
La genética de tener talento, obviamente, ese que se lleva de serie como unos ojos azules o, como es mi caso, como unos grandes pies planos. No poseer ese talento no significa ser un borrico. Acaba de decírnoslo Szymborska en la cita anterior. Uno, seguramente, vale para otras cosas, generalmente mucho más útiles que la literatura. Realmente los escritores no valemos para nada, o casi para nada. Somos buenos en asustarnos, preocuparnos, mirar embobados, estar mano sobre mano, aburrirnos y quejarnos y, a veces, pero muy raramente, podemos ser buenos en escribir. Sí, eso creo, que los escritores también somos capaces de escribir. Y añade Szymborska:
“El talento literario es uno entre muchos talentos. Se pueden tener otros”.
Así que a todos aquellos, por cientos o miles, que se creen escritores talentosos, jaleados por amistades, familiares, Szymborska no tiene problemas en recalcarles una de las mejores frases de este Correo literario:
“El talento literario no es un fenómeno de masas”.
Y más adelante responde a una pregunta llegada desde Łubin:
“¿Cómo llegar a ser escritor? La pregunta que nos hace usted es muy delicada (…) Pues bien, hay que tener algo de talento”.
Y si pese a todo esto, el aspirante persiste en su empecinamiento, quizás otra reflexión interesante de Szymborska puede que le saque de dudas:
“Persiste todavía la romántica idea de que ser poeta es el mayor de los honores y un gran prestigio. En realidad, el mayor honor y el mayor prestigio es hacer de forma intachable o que uno sabe hacer”.
Es el Correo literario un libro que, quizás, contenga menos humor del que se nos ha querido vender, incluso menos ironía de lo que pueda parecer. Por momentos me parece arisco, pero repleto de sentido común y amor por la literatura.
En la redacción de la revista se recibían manuscritos que presentaban los mismos problemas a los que nos solemos enfrentar en nuestros talleres de escritura creativa. Uno de ellos es la infame presentación de un texto que se supone debemos leer para valorarlo. Es algo que jamás he podido comprender, y Szymborska tampoco:
“¿Por qué tendría que apetecernos leer eso, si todo parece indicar que al autor ni siquiera le apeteció pasarlo a limpio?”.
Este mundo de la literatura que tanto amamos, visto desde nuestra perspectiva, se divide entre quienes leen y quienes escriben. Por eso, si Szymborska encontraba suficientes motivos en un manuscrito para hacerle entender a su autor que como escritor no tenía ningún futuro, no dudaba en intentar reconducirlo al otro lado, el de la lectura. Así, le recomienda a un remitente de la localidad de Chorzów:
“Le espera a usted una vida fantástica, una vida de lector, y de lector de los mejores, de lector desinteresado; la vida de un amante de la literatura, un amante que será siempre el miembro más fuerte de la pareja, es decir, no el que tiene que conquistar, sino el que es conquistado. Leerá usted las cosas más diversas por el puro placer de leer. No tendrá usted que estar pendiente de ˂˂recursos˃˃, ni ponerse a pensar si se podría escribir mejor o igual de bien, pero de otra manera (…) Dante será para usted Dante (…) De noche, no le torturará la duda de por qué Fulanito, que no rima, ha sido publicado y yo, que lo he rimado todo y he contado las sílabas con los dedos, ni siquiera he tenido unas palabras de respuesta”.
Este Correo literario está repleto de estas y otras respuestas y consideraciones sobre la literatura, conformando una especie de manual de primer uso para primerizos que siempre cometen los mismos errores, o de recordatorio para aquellos que llevamos escribiendo, impartiendo clases, y podemos caer en algunos errores de bulto por pereza o desidia. Szymborska, como una guardiana incansable, está ahí, vigilante.
De esa forma, aborda cuestiones relativas a la necesidad de poseer un instinto innato para dedicarse a ser escritor —y volvemos a lo de antes, un instinto innato, es decir, que no se puede aprender después—, un instinto literario —que igualmente se trae ya puesto de fábrica—, nos habla sobre asuntos relativos a la poesía —por cierto, “el poeta nace con oído”, nos confiesa Szymborska, que de poesía sabe un rato—, de la inspiración y de la importancia de trabajar los textos, de los lugares comunes y las imágenes manidas, de la percepción y sensibilidad especiales que necesita el escritor, de si se tiene algo que decir o no, de cómo la literatura debe tratar de emocionar, de los temas y de la construcción de los personajes…
En fin, que este Correo literario es todo un tratado urgente de literatura para las trincheras en las que muchos se mueven, pero también para quienes combatimos en primera línea y sufrimos más de la cuenta, o más de lo que sería recomendable para nuestra salud mental, a epígonos, diletantes, aficionados, pero, sobre todo, ególatras, maleducados y caraduras.
Si tuviera presupuesto, regalaría un ejemplar de Correo literario a cada uno de estos personajes. Sería la mejor forma de cerrarles la boca porque Wisława Szymborska es irónica, y graciosa a veces, pero por encima de todo hace gala de una espectacular e impagable mala leche que se agradece mucho en estos tiempos que corren de buenismos literarios y tibiezas críticas.
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