*Esta crítica apareció en el sitio achtungmag.com:
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William Kotzwinkle: El nadador en
el mar secreto. Un libro de los que le gustaban a Kafka.
Con
El
nadador en el mar secreto, la editorial Navona se ha marcado una de las ediciones del año. Sin duda. La
breve, pero descomunal obra de William
Kotzwinkle, es una de las narraciones más extraordinarias que podemos
encontrarnos actualmente, la estrella en todas las mesas de novedades. ¿Por
qué? Porque se trata de un texto vorazmente triste, demoledor y desnudo. Y se
eleva impresionante con esas cualidades.
Hay
libros helados y libros que te hielan. Kafka
ya lo dijo en una de sus más célebres citas:
“Pienso que sólo debemos leer libros de los que muerden y pinchan. Si el libro que estamos leyendo no nos obliga a despertarnos como un puñetazo en la cara, ¿para qué molestarnos en leerlo? (…) Lo que necesitamos son libros que nos golpeen como una desgracia dolorosa, como la muerte de alguien a quien queríamos más que a nosotros mismos, libros que nos hagan sentirnos desterrados a los bosques más remotos, lejos de toda presencia humana, algo semejante al suicidio. Un libro debe ser el hacha que rompa el mar helado dentro de nosotros”.
Las
cualidades, todas y una a una, que Kafka
enumera en esta cita, se cumplen en El nadador en el mar secreto. Kotzwinkle nos muerde con una historia
insoportablemente dolorosa, y nos pincha con una percepción matizada de la
realidad, filtrada a través de la presencia de la muerte.
El drama que vive la pareja protagonista
del libro nos despierta como si nos atizaran un golpetazo en la cara; más que
despertarnos, nos espabila con una ducha de realidad. El dolor del mundo se
esconde tras cada árbol, en las esquinas de las calles, se esparce sobre las
laderas cubiertas de nieve, se cristaliza en los hospitales y se corporiza en las
salas de maternidad.
Este
libro es un destierro, es un instante de lucidez para el lector, una epifanía en la que descubre el verdadero
sentido de la vida, que radica en toparse con la muerte, y el relieve afilado y
amargo de la realidad: todo es dolor. Puede soportarse de una forma más o menos
atenuada, pero el dolor es inherente al ser humano, haga lo que haga. Y si
busca la felicidad, entonces tiene más posibilidades de sufrir una angustia
insoportable.
A
simple vista, todo parece bien sencillo, con esa simpleza que se deriva de
narrar ordenadamente una serie de hechos: el primer hijo del escritor de
novelas de género William Kotzwinkle
murió al nacer. William había
asistido a la desgracia durante el parto, consoló a la mujer durante los
siguientes días, recogió el cadáver después de la autopsia, le construyó un
ataúd y lo enterró en el bosque. Entonces, escribió de un tirón El
nadador en el mar secreto.
El
relato apareció en 1975 en una revista
literaria norteamericana. Después, un pesado silencio aterrizó sobre él. Fue el
novelista inglés Ian McEwan quien
revitalizó esta obra maestra, citándolo en una de sus novelas en el año 2012. Entonces, se desató el tsunami.
Y el libro se convirtió en un fenómeno de masas.
El
nadador en el mar secreto no se había publicado
jamás en el mercado español. La editorial Navona,
que desde que empezó viene realizando una labor excelente, tanto en la atención
a la recuperación de textos importantes, como en la publicación con una forma
cuidada que siempre ofrece un valor
añadido, sintió la responsabilidad de traernos este libro. Y menuda
responsabilidad. En 2014 lo publicó
por primera vez, dentro de su sello Ineludibles,
y ahora lo ha reeditado dentro de su colección Impactos.
Sin
duda, el valor añadido se encuentra
en la traducción de Enrique de Hériz, cuyo aspecto de
novelista tiene mucho que ver en la forma de sostener esta especie de asepsia,
de contención aterradora, que posee la prosa de Kotzwinkle. Es un libro escrito como un ejercicio de duelo, con
todo lo que de desgarrador posee un texto de semejantes características.
Confesaré
algo: el libro alcanza las 114 páginas;
breve y perfecto para leerlo de un tirón. Pues eso resulta prácticamente
imposible, tal es la dimensión de la tarea de demolición interior a la que nos
somete. A medida que avanzaba necesitaba ir deteniéndome, como para recuperar
algo de fuerzas, o de ánimo, hasta que me vi obligado a dejarlo para el día
siguiente después de uno de los momentos más estremecedores que he leído en
mucho tiempo.
Es
una especie de capítulo bisagra, un paréntesis
lirico que destroza el alma, cuando tras haberse superado la parte del
nacimiento y de la muerte del bebe, el protagonista encaja la verdadera
dimensión de lo ocurrido mientras conduce en solitario por una carretera
secundaria en mitad de la naturaleza.
Lo
que se enmarca entre las páginas que van de la 63 a la 65 sólo es posible en una obra maestra de las dimensiones de este libro. Es un instante de
luz, pero de una luz pura y verdadera, cegadora, en donde el protagonista, Laski, siente como el hijo recién
nacido y recién muerto todavía forma parte de él, que su espíritu aún no le ha
abandonado, pero está cercano a despedirse. Y decide marcharse de su lado
cuando el sol brilla más entre los árboles, y el viento frío le arrebata, para
siempre, todas las posibilidades de lo que podría haber sido la vida con su
hijo. Aquí tuve que interrumpir la lectura.
Hasta
el final, la historia discurre sumergida en esa oscura belleza que puede derivarse de un suceso como la muerte,
plena de momentos delicados, sin caer en sentimentalismos ni tropezar en burdas
reflexiones. El nadador en el mar secreto era el niño en su líquido amniótico,
cierto, pero también es el protagonista, ahogado en el mar de su dolor.
Y
aunque siempre he odiado identificar narradores y tramas con sucesos
biográficos del propio autor, en este caso es obligatorio hacerlo. En primer
lugar, y si atendemos a sus declaraciones, en donde Kotzwinkle deja muy claro que escribe sobre su propia experiencia
vital durante el terrible suceso. En segundo lugar, si comprendemos que, por
encima de la maldición del biografismo,
nos encontramos ante un texto que no es autoficción
ni autobiografía porque, sencillamente, el autor no podía incluirse en él
con nombre y apellidos. Por eso elige a Laski,
para tomar la distancia necesaria que necesitaba a la hora de contener la
respiración y reflejar el horror.
He
entregado el corazón en esta lectura. En efecto, es uno de los libros de Kafka, porque como un hachazo ha hecho
saltar en añicos ese mar congelado que llevamos en nuestro interior, elevando
la temperatura del agua hasta hacerla bullir y necesitamos creer que nuestras
lágrimas son un mero efecto físico producto de la condensación.
Pero
nos engañamos. Debemos tener el valor de aceptar que Kotzwinkle ha sabido destrozarnos y obligarnos a engullir literatura de la buena: la del puñetazo
en la cara, la de la desgracia dolorosa. La que le gustaba a Kafka.
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