viernes, 17 de noviembre de 2017

Escribir. Leer. Vivir. Goethe. Tolstói. Mann. Zweig y Kafka-Toni Montesinos



Esta crítica apareció en achtungmag.com:

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Escribir. Leer. Vivir. Toni Montesinos, cartógrafo literario de los cerezos en flor

No cabe duda de que el siglo XX, con todos sus conflictos bélicos es, en cuanto a masacres, genocidios y crímenes de masas, uno de los peores, si no el peor, de la historia de la humanidad. El escritor húngaro Imre Kertész, en su Kaddish por el Hijo no Nacido (El Acantilado) lo definió como un “pelotón de fusilamiento en servicio permanente”. Sin embargo, a pesar de tanta brutalidad y horror, siempre han existido reductos en donde podemos hacernos fuertes, en donde asterixzarnos para que todo sea más llevadero. Y la lectura ha demostrado ser un refugio mucho más poderoso que el búnker antibombas. Y los autores que hacen posible esa lectura, con sus obras, infinitamente más potentes que las armas de destrucción masiva.

Así se ha escrito la historia de un siglo XX en el que, evidentemente, el binomio comunismo/nazismo fue el protagonista. Como dice Todorov en un libro de urgente reedición (Memoria del mal, tentación del bienPenínsula—):

La historia del siglo XX, en Europa, es indisociable de la del totalitarismo. El estado totalitario inaugural, la Rusia soviética, nació durante la Primera Guerra Mundial y muestra su huella; la Alemania nazi siguió poco después. La Segunda Guerra Mundial se inició cuando los dos Estados totalitarios se habían aliado y prosiguió con una lucha sin cuartel entre ambos. La segunda mitad del siglo se desarrolló a la sombra de la guerra fría, que opuso Occidente al bando comunista. Los cien años que acaban de transcurrir estuvieron dominados por el combate del totalitarismo con la democracia o por el de ambas ramas totalitarias entre sí”.
Entonces, ¿qué puede hacer el individuo que se ve inmerso en esta batalla ideológica? Siguiendo con Todorov, podemos encontrar algunas claves:

¿Cómo será recordado, algún día, este siglo? ¿Se llamará el siglo de Stalin y Hitler? Eso sería conceder a los tiranos un honor que no merecen? (...) Por mi parte, preferiría que se recordaran, de este siglo sombrío, las luminosas figuras de los pocos individuos de dramático destino y lucidez implacable que siguieron creyendo, a pesar de todo, que el hombre merece seguir siendo el objetivo del hombre”.
A tal efecto, para recordar a esas figuras que lucieron como pocas en el transcurso de la oscuridad del siglo, y que hicieron de su escritura no sólo ya un acto de resistencia, sino toda una forma de vida, Toni Montesinos elige a tres escritores que se enfrentaron de variadas maneras a la barbarie, aunque siempre tuvieron muy claro que el hombre merecía seguir siendo objetivo del hombre: Thomas Mann, Stefan Zweig y Franz Kafka que, cada uno a su modo, dieron testimonio del mundo en llamas. Un mundo enfebrecido y furioso que, casi siempre, terminó por reproducir las propias llamaradas internas; los mismos fuegos que estos genios trataron de sofocar con su escritura.

Y a ellos tres se añaden, como unos patriarcas previos a una escuela humanística de pensamiento, las figuras de Goethe y Tolstói; en cierto modo, principio y fin mismo de toda escritura (con el permiso de Cervantes, claro).

De esta forma, se conforma el volumen Escribir. Leer. Vivir. Goethe. Tolstói. Mann. Zweig y Kafka (Ediciones del Subsuelo), en donde el autor realiza un análisis de los escritores enmarcándolos, precisamente, en esos parámetros: escritura, lectura y vida. Para todos ellos la escritura fue un cierto tipo de suplicio, y la lectura que realizamos de sus trabajos se convierte así en una carretera de dos vías —desde sus obras hasta nosotros, los lectores, y desde nosotros los lectores hasta los autores, para mediante el conocimiento de sus obras poder conformar las personalidades de los genios—. Es la vida compleja, tortuosa, que siempre acaba abriéndose camino por las complejidades de la página en blanco de la existencia.

Y su existencia fue tan descomunal, que podemos significar los siglos en los que vivieron como el siglo de Goethe, o el siglo de Tolstói, o el de Mann, Zweig o Kafka. Ahora bien, cuando Toni Montesinos hurga en el interior de los personajes, aparece un yo apocalíptico erizado de una tensión horrible e insostenible, siempre próxima a quebrarse.

1-Escribir: Goethe y Tolstói, padres fundadores del estudio de la conciencia humana

Primer acierto de Montesinos, retratar a Goethe mediante el reflejo proyectado en uno de sus mejores amigos intelectuales, porque sólo algo intelectual y profundamente complejo parece que podría ser del interés de Goethe: el, fundamentalmente dramaturgo, Friedrich Schiller.

Goethe, un ogro literario capaz de devorarlo todo, ya fuera narrativa, poesía, filosofía, o ciencias naturales. Capaz de escribir una novela con proyección de siglos, el Werther (Cátedra), una extraña obra teatral con vocación de arquetipo eterno, el Fausto (Cátedra), o un poema tan universal como hermoso, La elegía de Marienbad. Y entre medias, el pálpito de lo científico, que no era sino la forma de alimentar a su espíritu famélico de saber: un tratado de botánica o una teoría, ni más ni menos, que de los colores.

¿Cómo aproximarse a este titán del conocimiento? Mediante esa sombra luminosa que proyectó sobre Schiller, todo ello apoyado, en el segundo acierto de Montesinos, por el conocimiento de una profunda bibliografía sobre los tiempos y las vidas de estos autores, entre la que destacan los volúmenes de Rüdiger Safranski, titulado Goethe y Schiller, Historia de una amistad (Tusquets) y Goethe. La vida como obra de arte (Tusquets).

Bibliografía, y referencias, muchas referencias en cascada a otros escritores que, como el racimo de cerezas, aparecen en el libro de Montesinos, porque al tirar de un nombre aparece otro, y ese arrastra a otro más… ¿Estamos ante un ensayo para bibliófilos? Desde luego que sí, si tenemos ganas de profundizar en la complejidad que nos ofrece su autor. Pero, fundamentalmente, nos encontramos ante un trabajo sobre la escritura de la vida y de la vida como escritura. Y eso nos importa a todos porque, como ya he dicho tantas veces, la literatura, la única forma de literatura que puede existir, es la que estudia lo más profundo del ser humano. Por eso, Toni Montesinos, con este ensayo, hace literatura. La cocina con minuciosidad y una erudición deslumbrante, y nos la sirve en un platillo apetecible, jugoso, que excita nuestros sentidos y, gracias a la serenidad con la que nos lo presenta, nos aplaca el corazón.

Se trata de un manjar, evidentemente es un manjar exquisito, que alberga unas gotas de amargura. Porque si de Goethe nos llega la imagen de que sus 82 años fueron del todo insuficientes para que alimentara su genio —y La elegía de Marienbad es un claro ejemplo de ello, una de la cumbres de su belleza compuesta apenas nueve años antes de que el infarto lo hiciera inmortal—, de Tolstói se nos muestra un catálogo de tormentos mentales producto de una vida de batallas libradas entre lo que era y lo que quería ser, entre lo que había hecho y lo que debería haber realizado, entre el pánico a lo ultraterreno y el deseo de santidad.

Quizás aquello que dijo Stalin de que “el escritor es un ingeniero del alma humana”, despojando, obviamente, a la afirmación de todo el contenido de la basura del realismo socialista, puede que fuera la única frase con sentido que pronunciara en su vida, o al menos la menos manchada de sangre. Y si se trata de ingenieros del alma humana, como Tolstói ninguno.  Pero tenía un terrible problema: era ingeniero del alma humana de los demás, pero un peón chapucero con la suya.

Del retrato que Toni Montesinos hace del escritor se desprende un hombre en constante fisura, casi un bipolar de la existencia, un esquizofrénico de los sentimientos, un yonki de las pulsiones. Con resultados deslumbrantes, por supuesto, como La muerte de Iván Ilich (Alianza Editorial), producto de un más que cerval miedo a la muerte, o La sonata a Kreutzer (El Acantilado), junto a otros momentos completamente oscuros, producto de las tinieblas de su genio.

Los aciertos de Montesinos se suceden, y como aquellas cerezas a las que me refería, tirando del genio maniaco de Tolstói, nos quedamos con un glorioso racimo de frutos en la mano: aparecen Pushkin y Gógol, y después Dostoievski, claro, y como no, Chéjov y Gorki. ¿Se puede pedir más?
Las vertiginosas páginas de Montesinos atraviesan por el absurdo duelo que le costó la vida a Pushkin, por la quema de la continuación de Las almas muertas (Nórdica) por parte de Gógol poco antes de su fallecimiento de puro hartazgo de sí mismo, por el subterráneo, enfermizo, doliente e incontrolado Dostoievski, por el empático Chéjov y, al fin, por el tamiz de la amistad que sostuvieron, de una forma u otra, algunos de ellos con Gorki.

En estos enlaces encontrarás más información sobre el suicidio de Pushkin o la quema de esa posible segunda parte de Las almas muertas, temas de los que ya hemos tratado en Achtung!:



2. Leer: Thomas Mann y el síndrome de Petrarca

Toni Montesinos lo deja muy claro en el título que elige para el capítulo dedicado al escritor alemán: La fachada agrietada de Mann. Algo no parece, a la vista de esta sentencia, del todo claro en la figura del premio Nobel. El texto nos muestra a un Mann obsesionado con su figura, con su propio genio, tratando de controlar todo lo relacionado con su persona, convertido no en un ser humano que escribe, sino en un escritor que, para su desgracia, a ratos debe mostrarse humano; con sus contradicciones, faltas y recovecos. Y eso manchaba la figura imponente que Mann buscaba edificar de sí mismo. Un síndrome de Petrarca en toda regla.

Ya me he referido en otras ocasiones a este síndrome que he bautizado como de Petrarca y que consiste en convertir la propia vida en una obra de arte, en una especie de novela más de las que el autor ha escrito, siendo el hombre un personaje plegado entre sus propios papeles de ficción. Es la manía de convertirse en objeto literario, en literatura, en un libro que deberá pasar a la posteridad, difuminando al hombre bajo toneladas, generalmente, de artificio biográfico, poses, egolatría y mucho mal genio tomado como Genio con mayúsculas, en un error habitual de aquellos mortales que soportan la convivencia con el petrarquista.

Puedes saber más de este síndrome aquí:


Montesinos prosigue acertando con la bibliografía escogida para poner en pie sus pensamientos literarios (y sí, aunque sea pesado lo seguiré afirmando, para hablar de libros y escritores hay que proveerse de lecturas; punto fortísimo de este ensayo). La luz que se irá eclipsando sobre la figura de Mann proviene del libro de Hermann Kurzke, Thomas Mann. La vida como obra de arte. Una biografía (Galaxia Gutenberg) y de Thomas Mann y los suyos (Tusquets) de Marcel Reich-Ranicki. De estos libros se desprende la imagen de que Thomas Mann se tomaba muy en serio, quizás demasiado, y que si se trata de conformar tu propia vida como una obra de arte (literaria) ya tenemos a Oscar Wilde como modelo de un síndrome de Petrarca algo más amable.

Mann, como nos advierte Montesinos en el texto, y tomado de al parecer las propias palabras del autor, “no quería vivir sin representar”, “su ser entero aspiraba a la fama” y llevaba a cabo lo que denominaría como una “autoescenificación”.  La afirmación de Toni Montesinos es definitoria:
Thomas Mann se proyectó en un personaje que nunca bajaba de la tarima”.

Sólo un escritor afirmó con justicia pertenecer a ese estado de nirvana que Thomas Mann ansiaba. Y ese fue Kafka, cuando aseguro que todo él “estaba hecho de literatura”. Y tenía razón.

Y no es que el grandísimo autor de La montaña mágica salga mal parado de esta semblanza montesiniana. Pero al terminar de leer su capítulo tenemos la sensación de que estamos ante uno de esos autores que casi es mejor no conocer en su faceta privada, alejándolo del misterio hipnótico de sus obras, no sea que el viento lunar que esparce sobre ellas nos las afeen un tanto.

Y ya que me he referido a La montaña mágica, agradezco a Toni Montesinos que se detenga durante unas líneas para reconocer la excelsa traducción que Isabel García Adánez realizo para la edición de Edhasa en el año 2005. Isabel, además de competente traductora, fue mi profesora en una de las asignaturas más gloriosas que alguna vez se me hayan impartido, y que resumiré, despojándola de su farragoso nombre, como Literatura de Praga; a dúo con Alejandro Hermida de Blas, a cargo de la parte checa del asunto.

De nuevo aparecen esas cerezas, ahora con apellidos alemanes, que siguen en gloriosa procesión a Thomas Mann. El capítulo se enriquece con la presencia de Hugo Ball y Hermann Hesse, gran destructor de mujeres a causa de su carácter, que inculcó una máxima en sus amantes que ya nos suena del propio Mann y es que, en referencia al proceso intelectual de Hesse:

los problemas físicos y psíquicos son los que dan impulso a su creatividad, que su sufrimiento engendra su literatura”.
Pero basta ya. Ahora hablemos de Stefan Zweig.

3-Vivir: Stefan Zweig o la huida imposible

A Stefan Zweig los horrores del nazismo, la brutalidad de Alemania, lo dejaron sin patria. Como dice otro escritor alemán, W. G. Sebald en Camposanto (Anagrama), y reflexionando acerca del concepto de patria:

 “Destruir la patria es lo mismo que destruir a la persona (…). Y no hay una nueva patria (…) La patria es el país de la infancia y la juventud. Quién la ha perdido sigue estando perdido, aunque haya aprendido a no tambalearse en el extranjero como si estuviera borracho”.


Ese fue el mal de Zweig, su castigo, la carga de la que intentó huir y que nunca pudo superar. Y siguiendo con W. G. Sebald, pero ahora en el notabilísimo ensayo Pútrida Patria (Anagrama):

El concepto de patria es relativamente nuevo. Se acuñó precisamente en el momento en que la patria dejó de ser un sitio donde permanecer y en el que individuos y grupos sociales enteros se vieron obligados a darle la espalda y emigrar. Por ello, ese concepto, como no es raro que ocurra, está en relación mutua con aquello a lo que se refiere. Cuanto más se habla de la patria, menos existe ésta (…). La experiencia de la pérdida de la patria no puede repararse nunca”.

Exactamente eso le sucedió a Zweig, se vio obligado a darle la espalda y a enfermar, definitivamente, de patria. Porque Zweig abandonó su Austria, su Viena, su Salzburgo, ciudades no destruidas por un terremoto como la Lisboa de 1700, ni por un incendio como Londres, ni por una erupción volcánica al estilo de Pompeya y Herculano, ni tan siquiera por un bombardeo o raid devastador aliado, al estilo de lo que le ocurrió a Dresde; no, simplemente extravió su Viena, su Austria entera, porque le era imposible, ya, vivir en ellas.

Doble pérdida de identidad si tenemos en cuenta que, además de vienés, Zweig era judío, un judío con identidad nacional y condenado —como desde entonces tantos millones de judíos— a ser un judío sin identidad y sin destino. Estos dos problemas, la ausencia de una identidad y una patria usurpada de donde fue arrancado a la fuerza, lo condujeron al suicidio. Porque en un principio el escritor planteó su lucha ante las adversidades con un exilio dolorosísimo pero esperanzado que, al final, exiliado sin patria, y creyendo firmemente en la victoria del nazismo, se convirtió en un suicidio como una forma particular de resistencia.

Era tal el dolor de ver y constatar las atrocidades de su pueblo que fue incapaz de soportarlo; convivir con ellas en el futuro —en especial si como él creía Hitler ganaba y se perpetuaba tras la guerra— era un esfuerzo que colmaba más allá de sus fuerzas vitales. Era impensable que pudiera seguir adelante, en palabras de Sebald en Camposanto, con
la obscenidad de una sociedad psíquica y socialmente deformada y el escándalo de que la historia, como si no hubiera pasado nada, pudiera proseguir luego prácticamente imperturbada”.

Motivos, todos, que Carlos Soldevilla resume, en su estudio crítico a modo de introducción a la ya vetusta edición de las Obras Completas de Zweig en la Editorial Juventud, de la siguiente manera:

Y se comprende que un sensitivo como Zweig, personalmente a salvo, no tuviese fuerzas para soportar el tremendo impacto que produjo en su espíritu, no solamente la tragedia de su gente, sino el derrumbe de una concepción idealista del mundo y, especialmente, de esa Europa que tanto amó y de la que, en cierto modo, pudo considerarse como hijo mimado”.
No en vano, sus memorias, que hablan y no paran de la pérdida de ese estatus, de ese orden otrora ejemplar anterior a la guerra, se titulan El Mundo de Ayer, con el clarificador subtítulo de cómo se sentía, aún sin patria: Memorias de un Europeo (El Acantilado).

Y Toni Montesinos apunta que Zweig lo sabía. En efecto lo sabía, y utiliza una frase de Jean-Jacques Lafaye tan tremebunda como devastadora:

El humanismo no tiene recursos ante el mal”.

¿Qué se puede argumentar ante eso? El ser humano, para Zweig, era capaz de lo mejor y de lo peor. De hecho, que eligiera retratar a personajes en biografías como las de Erasmo y Fouché no es coincidencia. Ambos personajes supieron atravesar grandes tormentas —la Europa del siglo XVI con sus guerras de religión y la de finales del XVIII con la sacudida napoleónica— sin perder el rumbo y con mano firme, ejemplo de lo que deberían ser los dirigentes y pensadores de la época de Zweig, ya que tanto en uno como en el otro, en Fouché como en Erasmo, se nos ofrece el cuadro de inseguridad y de angustia de unos tiempos que prefiguraban los momentos que le estaban tocando vivir a Zweig.

Acertadamente, con una finísima intuición, Montesinos sublima estas intenciones de Zweig en su ensayo paradigmático de cómo poder oponerse a la barbarie y al criminal de su propio tiempo, Hitler, sin mencionarlo siquiera; se trata del ensayo Castellio contra Calvino. Conciencia contra violencia (El Acantilado).

Y por qué no, un augurio del propio final de Zweig lo encontramos en su retrato biográfico de Von Kleist, escritor que también se suicidó, derrotado en esa “lucha contra el demonio”. Aún tuvo tiempo de denunciar toda la brutalidad del nazismo en su Novela de Ajedrez (El Acantilado), pero lo que podría haber sido un fértil valladar intelectual contra la barbarie se detuvo ahí. Se quitó la vida en Petrópolis, junto a su esposa. En palabras de Carlos Soldevilla:

Al perder la fe en sus ideales humanísticos había perdido la voluntad de vivir. El aliento embriagador del trópico no había logrado curarle de la fina añoranza de su Salzburgo mozartiano”.
He querido utilizar las palabras de otros estudios diferentes al de Toni Montesinos sobre Zweig para ratificar, así, todas y cada una de las palabras, acertadísimas, que dedica a su análisis del escritor austriaco. Soy comparatista. Los que me siguen ya lo saben y me soportan.

Cerezas: todo lo que sigue a continuación en el ensayo de Montesinos sobre Zweig es delicioso. Aparecen algunos de los más grandes autores centroeuropeos, esos que cargados de austriahungrismo pasearon su tristeza por la Europa del fuego. Aparecen Joseph Roth, Ernst Toller —la noticia de su suicidio aceleró la muerte de Roth, que al enterarse se desplomó víctima de un colapso en el café en donde se encontraba—, Ernst Weiss, Soma Morgenstern y, como no, Sándor Márai, con el que Toni Montesinos establece un paralelismo muy oportuno con el propio Zweig.

4. Epílogo kafkiano

Kafka es una paradoja kafkiana en sí mismo. Parece que poco se puede decir ya de quién tanto se ha dicho, y por eso mismo, queda tantísimo por decir de él. Aquellos que me conocen, esos mismos que me soportan como comparatista, también saben de mi kafkismo militante, solo comparable a mi kadarismo de trincheras. Por eso, es de agradecer el esfuerzo del autor del ensayo al incluir un estudio sobre Kafka.

Quizás sólo la figura de Kafka puede evitar ser devorada al aparecer al final de un libro en el cual han abierto sus fauces semejantes bestias literarias como todas las que he mencionado en este largo artículo sobre la obra de arte ensayístico de Montesinos —largo y gozoso artículo, al menos para mí, y espero que aquellos estimados lectores acostumbrados a reseñas de solapilla y titular fácil sepan perdonarme, pero la independencia crítica y periodística, incluso literaria, tiene a veces estos tesoros—. Por eso, Kafka es el colofón perfecto. Porque de ir por delante de ellos, tal vez podría habérselos comido a todos. Enésimo acierto montesiniano.

Además, si coincidimos en que Kafka, como ya afirmé más arriba, está conformado de literatura, o tal y como se afirma en las páginas del ensayo fue “alguien que emigró de la vida a la literatura, sin retorno”, no podemos imaginar mejor remate para el texto. Eso, junto a las cerezas más jugosas de todo el libro, y que acompañan a los esfuerzos de Kafka por conciliar su mundo con la literatura: Jaroslav Haŝek, Hans Herbert Grimm y Rainer Maria Rilke.

Kafka es el mejor autor posible para poner el término a un ensayo que en su título aúna las palabras escribir, leer y vivir. Enfermo de escritura, buscó un paliativo en la lectura; al morir prematuramente consiguió vivir para siempre. Los aciertos del cartógrafo literario Toni Montesinos, abrazados a las magníficas referencias bibliográficas, configuran un mapa intelectual por el que cualquier lector necesita pasearse.

Por el que debe pasearse sin falta. Disfrutando del paisaje, admirando el panorama, degustando el aroma de esos cerezos en flor que brota con el paso de cada página.



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