*Este texto apareció como parte de un artículo en achtungmag:
El
corazón de las tinieblas de Joseph Conrad, es un gran clásico de la
literatura. De eso no cabe duda. Y como tal lo ha editado Navona, dentro de su colección Ineludibles.
Porque, realmente, lo es: un texto imposible de eludir, de ignorar.
Para
superar el posible hartazgo con el que alguien pueda recibir la enésima
publicación de clásicos de esta magnitud, Navona
ha revitalizado el texto presentando una nueva
traducción junto con una edición sobria, funcional, agradable y cuidada. De
esta forma, Conrad se ha visto
redimensionado, y ahora podemos disfrutar de este textos, que es como un
venerable ancianito cargado de sabiduría, con un nervio y un pulso de
jovenzuelo.
Como
crítico y teórico de la literatura,
es bastante dificultoso ofrecerle a un lector veterano argumentos diferentes
para aproximarse a este libro. Sin embargo, y contando con que su nuevo
envasado editorial ya es de por sí una buena excusa, supongo que los lectores
curtidos sabrán excusarme si no soy capaz de añadir casi nada nuevo de reclamo.
Ahora bien, el número de personas que envidio profundamente, aquellas que aún
se mantienen virginalmente instaladas en el desconocimiento del goce que les
proporcionará semejante obra, quizás encuentren atractivas mis palabras a la
hora de decidirse por la edición de Navona,
huyendo de algunas otras traducciones alambicadas, o de aquellas ediciones de
saldillo que abundan de la novela.
Mi
historia con El corazón de las tinieblas de Conrad es una relación de amor y de odio…, que acaba de
solucionarse gracias a la edición de Navona
y, hay que decirlo, por la insistencia de mi amigo Ignacio Vacchiano en que le concediera nuevas oportunidades en
forma de lectura. Tenía razón.
A
la hora de leer a Kafka es difícil
sacudirse el asunto del insecto, el de la figura de un hombre entenebrecido por
la presencia del padre, o aquello de que decidió quemar toda su obra, como casi
imposible resulta abstraerse de las muchas interferencias
que pueden obstaculizar a El corazón de las tinieblas. En
primer lugar, que en cierto modo es un recorrido como el del descenso de Dante a los Infiernos, o las incansables comparaciones de la película Apocalypse
Now con el libro, del cual, evidentemente, toma gran parte de la trama.
Sin
embargo, una vez olvidado todo esto y alejando de nosotros la falsa afirmación
de que el texto es lento, como asfixiado por ese espíritu opresivo de la jungla
que Conrad pretende retratar, si
sabemos sobreponernos a la intromisión de algunas interpretaciones que solo
encuentran una denuncia del régimen criminal del rey belga Leopoldo II en el Congo,
podemos acceder a un trabajo literario de virtudes
planetarias (y pienso en la sonrisa de satisfacción de mi amigo Ignacio al leer esto).
Desde
luego, si no se ha leído nunca la novela de Conrad, la edición de Navona
es la indicada para hacerlo. Y lo es, por ejemplo, por la traducción de un gigante como el escritor colombiano Juan Gabriel Vásquez, que además es
biógrafo de Conrad y ha conseguido
algo muy peculiar y decisivo con El corazón de las tinieblas: dotarlo
de una luz especial.
En
El
corazón de las tinieblas vamos a toparnos con un tratado sobre la
angustia y la codicia, sobre la inmundicia
humana, desplegada en el seno de uno de los lugares más hostiles para el
hombre: la jungla pavorosa y asfixiante, que alberga un misterio de terror que
termina enloqueciendo a quienes se adentran en ella. En este aspecto, no puedo
dejar de poner en paralelo esta lectura con los Cuentos amor, locura y muerte
del uruguayo Horacio Quiroga, donde
la presencia de la selva y la muerte configuran un cronotopo muy parecido al de Conrad en El corazón de las tinieblas.
Leyendo
a Conrad, y también leyendo a Quiroga, extraemos una reflexión
inquietante: la profanación de la naturaleza, en este caso el saqueo de sus
recursos y el maltrato y la esclavitud de aquellos que la habitan, desencadena
consecuencias terribles. Fundamentalmente, la locura y la muerte.
Porque
El
corazón de las tinieblas es una novela sobre el mal, ya sea una perversidad albergada en el interior del hombre
o la perfidia mortal que despliega el entorno selvático que lo rodea —en defensa
propia ante los abusos que soporta, desde luego—; un mal que se desencadena
como una venganza, es la respuesta de la tierra a una violación, lo que quizás
podría vestir a la novela de Conrad
con un interesante carácter ecologista que dispararía otras interpretaciones.
El
mal está presente en la naturaleza como un castigo
al hombre por haberla alterado, pero también como recordatorio de que,
primigeniamente, pertenecemos a ese entorno y que debemos someternos a sus
leyes: el ser humano es frágil, como todos los elementos que conforman la
hostilidad de la jungla.
Mediante
el relato dentro del relato, la
historia que les cuenta Marlow a los
tripulantes de un barco que aguarda el cambio de marea en las orillas del Támesis, el narrador revive la opresión
que experimentó durante su estancia en el Congo.
Se produce así una interacción externa-interna de los paisajes: el tiempo
actual del relato junto al tiempo pasado de lo narrado por Marlow.
Y
las claves del descenso a este infierno
africano se encuentran en el cauce del río por el que ha navegado el
protagonista a la búsqueda de Kurtz.
La masa de agua se va convirtiendo en un curso sinuoso y terrorífico, hasta que
deja de transmitir la sensación de río y se convierte en algo aplastante.
Es
el entorno de una naturaleza inclemente, capaz de extraer toda la insoportable malignidad humana hacia el exterior.
El
hombre, oprimido por las fuerzas naturales, se convierte en un desecho nervioso
presto a saltar a la yugular de su semejante ante la menor irritación, y debe
morir para integrarse en la naturaleza que ha profanado, ya que la muerte es un
estado natural que arregla las cosas, que las devuelve a su sitio.
Cuatro
veces leí esta novela antes de toparme con la edición de Navona, que me ha permitido descubrir en ella gran parte de las
virtudes que la hacen ineludible.
Con esta nueva edición, Conrad, ese
venerable anciano que se aproximaba a pasitos lentos y cargados de sabiduría,
arroja al suelo su sombrero de hongo y se convierte en un joven vivaracho que
toma la tabla de su skateboard y
realiza las piruetas más arriesgadas con lo magistral de su literatura.
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