sábado, 28 de octubre de 2017

Variaciones sobre Budapest-Sergi Bellver



*Esta crítica apareció en achtungmag.com:

http://www.achtungmag.com/sergi-bellver-variaciones-budapest-escrituras-lecturas-la-ciudad-palimpsesto/


Sergi Bellver y sus Variaciones sobre Budapest: escrituras y lecturas de la ciudad palimpsesto

Hay ciudades literarias, y ciudades que están hechas de literatura, al estilo de aquella afirmación de Kafka acerca de la misteriosa materia que conformaba el interior de su anatomía. De esa forma, se puede afirmar que Budapest es una ciudad hecha de literatura o, al menos, eso se desprende de la lectura del libro Variaciones sobre Budapest (La línea del horizonte ediciones) que acaba de publicar el escritor Sergi Bellver. Un texto de viajes, pero de viajes que no sólo son desplazamientos físicos: se trata de un viaje intelectual a uno de los corazones del pretérito Imperio Austrohúngaro. Con todo lo que eso tiene de fascinante.

1. A la luz de los candelabros

Cuando en 1946 la editorial Destino decidió publicar una novela del autor húngaro Sándor Márai, lo hizo con el título A la luz de los candelabros, una traducción que parece más acertada que la archiconocida El último encuentro de su edición llevada a cabo por Salamandra en 2004. Sin embargo, no sólo se trataba de un acierto por la mayor fidelidad filológica, sino por lo que tenía de ajustado al estilo del autor.

En efecto, la prosa de Márai es un ejercicio de relojes en penumbra que arrullan la lectura con el tic-tac cadencioso de su sonido, de tiempo reposado que discurre con una copita de palinka sobre la mesa y el frufrú de las hojas del libro al ser vencidas por los dedos…, es una narración que necesariamente debe tomarse con calma. Y descubro, ahora, que Sergi Bellver también se ha imbuido de ese espíritu máraidiano y ha compuesto su libro sobre su estancia en Budapest con esa misma intención de tortuga literaria.

Su reflexión sobre la triple ciudad (Buda, Obuda y Pest) engarzada en una sola joya, Budapest, necesitaba de un ritmo así. Con lentitud, pero sin que la morosidad sea aburrida, todo lo contrario, con una parsimonia que se desprende del disfrute del autor en la ciudad y que transmite el regusto de las maderas crujientes del suelo, de los pasos en las escaleras, del sonido de la lluvia que partitura las calles, del pastel de niebla sobre el Danubio.

Era de esta manera, de esta forma, la única de aproximarse al instante urbano de una ciudad que es una barrica añejada de Tokaji. Este es ya el primer acierto del viajero-escritor-lector, que se presenta como varado en un tiempo austrohúngaro con ribetes arquitectónico-comunistas y ciertas volutas de modernidad.

Porque Budapest es una ciudad que encierra muchas Budapest en su interior, y el ritmo de la música de sus compositores y la pausa de los párrafos de sus escritores, hacen que la visión de Sergi Bellver —visión de rayos Imperiales— penetre en los palacios, en las casas, en los patios de vecindad, incluso radiografíe de nostalgia los suelos hastiados de Historia.

Así es la mirada de este viajero, capaz de fijarse en lo que otros no reparan, porque puede hacer una crónica de las aceras y pavimentos de Budapest, como también puede hacerlo de sus cúpulas, de sus portales o de los bancos de sus parques; y por supuesto, de sus cementerios. Pero siempre, bajo ese prisma de la luz que proyectan los velones medio derretidos en sus candelabros. Luces titilantes como un filtro de sosiego, donde el catador de imágenes y sensaciones alcanza a desentrañar los misterios escritos en las capas freáticas de la ciudad.

2. La ciudad palimpsesto

Fue el premio Nobel Orphan Pamuk quien, durante una charla que nos regaló hace ya muchos años en la Biblioteca Nacional de Madrid, se refirió a Estambul como una ciudad palimpsesto. Y al leer este texto de Sergi Bellver he vuelto a encontrarme con este hallazgo. La intuición de avezado Poirot ambulante del autor le lleva a entender Budapest como un lugar que superpone las escrituras de sus tiempos, de su Historia, unas sobre otras. Son mensajes codificados que deben leerse gracias a una magia especial, después de que el alquimista haya depurado con su vagabundeo la pócima necesaria: un bálsamo compuesto de lecturas, de música y del viento frío que azota sobre el Puente de las Cadenas.

Budapest es como un descomunal baklava. Remover las láminas de hojaldre que se superponen hasta encontrar su almíbar exige una écfrasis de la ciudad como objeto de arte. Es el lienzo de un cuadro sobre el que se ha pintado un mural austrohúngaro, para después superponer sobre él un pastiche comunista y, al final, ahogarlo todo en un maravilloso borrón que ensambla tiempos y culturas, “las tres capas arquitectónicas del suburbio: la original, la soviética y la capitalista”. Porque el autor percibe que la ciudad es como un tríptico:

Budapest la pagana, la cristiana, la siglo y medio musulmana, la atea durante décadas y, por supuesto, también la judía”.

Sólo hay que saber mirar, y viajar es la maestría de reposar la vista en el lugar propicio y de la forma adecuada:

Conviven tantas ciudades al mismo tiempo en Budapest como miradas en este nómada que la recorre”.

Para conseguirlo, para entender la profundidad de los mensajes que emite Budapest, el viajero necesita que las epifanías acudan en su ayuda. Unas veces es la luz, que a manera de un rompimiento de gloria penetra por una rendija e ilumina el hambre de Hungría del autor. Otras veces, la epifanía se desnuda en plena calle, o brota al presenciar una escena cotidiana, o el tráfago de una escalera de vecindad, o a los pasajeros en el interior de un tranvía:

Me sorprendió una maravillosa luz crepuscular que, como una epifanía y sin ninguna explicación, me hizo sentir de una vez todas las capas superpuestas de la Historia en Budapest, como si en los vidrios pintados de cada tragaluz de la cúpula otomana, en cada uno de los ladrillos en equilibrio de la posguerra y en cada calva desconchada de la pintura comunista hubiera una frase cantada por un coro de voces que, a través de aquella transparencia iluminada entre los hilos del vapor y los pétalos que caían de los árboles, me susurrara uno de los secretos de la verdadera naturaleza de esta ciudad”.

Estas revelaciones aproximan al autor a la comprensión de la ciudad palimpsesto, que consigue leer en los diferentes volúmenes que la conforman, y lo acercan, así, a una de las metas de todo viajero: la otredad. Pero la otredad como la experiencia que propone Octavio Paz en su libro El arco y la lira, que entiende la búsqueda del poeta como un itinerario de la condición humana que, en su destino, debería encontrarle un sentido a la existencia.

La otredad que persigue Sergi Bellver en su deambular por Budapest, y creo adivinar que en todos sus viajes, es el resultado de sentarse en los bancos de los parques, o subirse a los montes de la ciudad, y contemplar con los ojos de su escritura el panorama. Surge, así, un roce particular con una realidad diferente. En el poeta, siempre según Paz, es el reconocimiento de la otra voz. En el viajero, es la conversación que la ciudad entabla con él, producto del ansia de descubrimiento, de aventura y placer, de encontrar la calma en la comunión que se produce con el otro y saciar, así lo que califica como su “deseo de mudar de piel hasta la otredad”.

De esta manera, el viaje, la lectura de la ciudad, opera un cambio profundo en el escritor, que experimenta en la interacción con lo extranjero la composición de su mejor texto. La otredad alcanzada es la ruptura de una esclusa que precipita borbotones de la persona hacia el infinito.

Este es el objeto del viaje que se plasma en un libro como Variaciones sobre Budapest, y a la vez es una consecuencia reflejada en el propio texto, que muestra a un hombre que ha sido capaz de tocar la orilla de la otredad con los dedos, algo que cristaliza en la afirmación de que todo se conduce a un intento de “ser otro vecino más en la ciudad” y que trae una consecuencia:

Yo era otro antes de Budapest y seré uno distinto después de ella, y tampoco dejaré del todo la ciudad cuando me vaya, pues le habré hecho sitio en mí”.

Ha leído en la ciudad como en un libro. Y eso tiene los mismos efectos que se producen en nosotros, tsundokianos, cuando después de una buena lectura la vida nos ha cambiado, nos ha horadado un hueco en nuestro interior, un cálido nido que ocupan el autor y el texto, para ya no abandonarnos jamás.

Porque ya lo decía Kafka: “Escribir es revelarse a uno mismo”. Y mediante esta experiencia viajera, Bellver se descubre como otro en su escritura. Esa es la riqueza del viaje, y del libro. Y menudo tesoro.

3. El viejo repertorio Austrohúngaro

La literatura húngara es una de esas joyas continentales desconocidas en nuestro país, o casi desconocidas porque, gracias al intelectual Roberto Calasso, en España hemos experimentado durante los últimos años lo que he venido denominando en mis estudios como el “goulash boom”.

A principios de 1989, en unas oficinas de París, el editor y escritor italiano Roberto Calasso descubría, en el transcurso de una reunión editorial, un catálogo donde se ofrecían viejos volúmenes de literatura centroeuropea traducidos al francés entre el 1946 y el 1950. Con un instinto fuera de lo común, Calasso canceló la reunión y encargó con urgencia todos los títulos del catálogo que pertenecían a un desconocido novelista húngaro, y se dedicó a leerlos en su habitación de hotel: se trataba de Sándor Márai.

Meses después, en la Feria de Frankfurt, Calasso se reunió en una cena con seis colegas europeos y dedicó las dos horas siguientes a convencerlos de que se sumaran al proyecto que se proponía llevar a cabo desde la editorial Adelphi: reeditar la obra de Sándor Márai.  A la larga, El último encuentro —no olvidemos nuestro A la luz de los candelabros del año 1946, en Destino— sería ensalzado por la crítica y elegido como libro del año en Italia, Francia, España, Alemania, Inglaterra, Estados Unidos, Portugal y Brasil.

Se da la circunstancia de que Sigrid Kraus, la editora de Salamandra, no conocía a Márai cuando recibió el manuscrito de El último encuentro, en las navidades de 1999, diez años después de la aventura iniciada por el propio Calasso y que le recomendaba el libro. El mismo día de Reyes decidió incluirlo entre las novedades de la temporada, iniciando una cadena de éxitos editoriales descomunal, y arrastrando en un efecto dominó, a otros autores húngaros inéditos en nuestro país.

Pero el efecto Márai no fue solo cuestión del descubrimiento ese autor. Adam Kovacsics, uno de los más brillantes traductores de húngaro al español, señalaba en unas declaraciones a la revista Deriva en 2006 que:

Una serie de factores han ayudado a que este asombroso mundo literario salga de la oscuridad. Entre ellos, está la aparición de la obra de Sándor Márai que se hizo conocida de golpe en forma casi masiva. También hay que considerar la presencia de Hungría en Frankfurt a finales de los 90, cuando fue el país invitado a la Feria. Y, luego, un tercer factor, es el premio Nobel a Imre Kertész. Por otra parte está la labor concreta de traductores como Judit Xantus o como yo, que hemos estado detrás, años y años, hasta que fructificaron nuestros esfuerzos”.

Sergi Bellver, para llevar a cabo su interpretación literaria de Budapest, se sumerge en una marea de escritores húngaros. Por esas cosas que ahora tiene la comunicación digital, y gracias a que soy seguidor suyo en Instagram, he podido ir teniendo noticia de las lecturas que iba realizando, tanto antes de partir, como ya en el destino. Incluso me atreví a ponerle un par de mensajes recomendado algunas obras, junto a otras sugerencias de otros usuarios que demostraban, así, lo inconmensurable de la literatura húngara.

El rastro de esta literatura, de estos libros y escritores tan necesarios no ya para comprender el espíritu húngaro, sino una buena parte de la literatura Europea, y de la literatura en general, aparece en Variaciones sobre Budapest. Bellver no solo cita, sino que empatiza, con Antal Szerb, Imré Kertész, László Krasznahorkai, Ádám Bodor, Agota Kristof o Miklós Bánffy. Todos ellos han aportado líneas, párrafos y volúmenes decisivos para las letras europeas.

Sin embargo, y esto va en cuestión de gustos, o tal vez la ausencia sea propiciada por esa maldición que nos persigue a los lectores tsundokianos, que no podemos abarcar todo lo que se ha publicado en este mundo, echo en falta una mención a uno de los libros más maravillosos que he leído de un autor húngaro: Alondra (Ediciones B) de Dezsö Kosztolányi, un auténtico compendio de la vida burguesa austrohúngara de provincias, un libro delicioso.

Y puestos a pedir menudencias, porque esto es como buscarle algún mínimo defecto a la extraordinaria sopa de paprika con pedazos de lucioperca del lago Balatón que —durante una noche de enero de hace unos años ya— pude degustar junto a mi hermana en un restaurante de la mítica avenida Andrásssy, cerca de la Plaza de Vörösmarty, me hubiera gustado toparme con una referencia a Péter Esterházy en estas Variaciones sobre Budapest. Creo que este escritor húngaro ha compuesto un libro determinante para comprender, de forma tan compleja como divertida, el mundo comunista del Secretario del Partido, Mátyás Rákosi (su tumba en el cementerio de Falskasréti aparece en el texto de Bellver): se trata de la inclasificable Pequeña pornografía húngara (Alfaguara).

Si deseas conocer algo más de este libro de Esterházy puedes leer un análisis que realicé hace tiempo para un congreso de literatura en el siguiente enlace:


Además, creo que los límites insoportables de una tristeza kakánica y kafkiana que Esterházy alcanza en libros como Los verbos auxiliares del corazón o Una mujer —ambos en Alfaguara— casan muy bien con ciertas apreciaciones que Sergi Bellver realiza en el libro: “ser húngaro no es más que una forma agridulce de clarividencia”. Desde aquí, que Kosztolányi y Esterházy sean mi modesta recomendación de tsundokiano y perito en austriahungrías.


El carácter austrohúngaro y centroeuropeo del autor viajero coincide plenamente con el mío en casi todo lo demás, especialmente en nuestra mutua devoción por Joseph Roth, un autor ucraniano de formidable talento que escribía en alemán, pero que añoraba el Antiguo Régimen Imperial de los Habsburgo. Roth, en mitad de sus grandes melopeas, solía descender a la vienesa Cripta de los Capuchinos para llorar su tristeza etílica frente a la tumba del Emperador Francisco José.

Y me permito recomendar un libro sobre Roth, en lugar de cualquiera de sus magníficas novelas, dado que Sergi Bellver lo menciona indirectamente un par de veces en su texto: El santo bebedor (El acantilado), de Géza von Cziffra; un homenaje con tintes biográficos y luminosos.

Variaciones sobre Budapest es mucho más que un libro de viajes o un libro sobre viajes, incluso alcanza mucho más lejos de ser meramente un tratado sobre los regalos sensoriales de la ciudad. Sergi Bellver consigue algo determinante: después de su lectura, uno necesita empaparse de cultura húngara, siente la imperiosa llamada de las librerías, para correr en busca de los libros de algunos de los autores que planean sobre la narración.

De este modo, el autor corrige la sentencia de Sándor Márai, anotada en uno de sus diarios del exilio: “El mundo parece no tener necesidad ya de literatura húngara”.  La lectura de Variaciones sobre Budapest, esta sinfonía viajera, desencadena un hambre inmediata de lecturas, de Budapest y de Hungría.

Que es lo mismo que decir: una urgente necesidad de belleza.

Y como adenda, os dejo este sugerente e inspirador video de una canción del siempre excelente Thomas Dolby, titulada Budapest By Blimp:







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