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Sergi Bellver y sus Variaciones
sobre Budapest: escrituras y lecturas de la ciudad palimpsesto
Hay
ciudades literarias, y ciudades que están hechas de literatura, al estilo de
aquella afirmación de Kafka acerca
de la misteriosa materia que conformaba el interior de su anatomía. De esa
forma, se puede afirmar que Budapest es
una ciudad hecha de literatura o, al
menos, eso se desprende de la lectura del libro Variaciones sobre Budapest
(La línea del horizonte ediciones)
que acaba de publicar el escritor Sergi
Bellver. Un texto de viajes,
pero de viajes que no sólo son desplazamientos físicos: se trata de un viaje intelectual a uno de los
corazones del pretérito Imperio
Austrohúngaro. Con todo lo que eso tiene de fascinante.
1. A la luz de los candelabros
Cuando
en 1946 la editorial Destino decidió publicar una novela del
autor húngaro Sándor Márai, lo hizo
con el título A la luz de los candelabros, una traducción que parece más
acertada que la archiconocida El último encuentro de su edición
llevada a cabo por Salamandra en 2004. Sin embargo, no sólo se trataba
de un acierto por la mayor fidelidad filológica, sino por lo que tenía de
ajustado al estilo del autor.
En
efecto, la prosa de Márai es un
ejercicio de relojes en penumbra que arrullan la lectura con el tic-tac
cadencioso de su sonido, de tiempo reposado que discurre con una copita de palinka sobre la mesa y el frufrú de
las hojas del libro al ser vencidas por los dedos…, es una narración que necesariamente
debe tomarse con calma. Y descubro, ahora, que Sergi Bellver también se ha imbuido de ese espíritu máraidiano y ha compuesto su libro
sobre su estancia en Budapest con
esa misma intención de tortuga literaria.
Su
reflexión sobre la triple ciudad (Buda,
Obuda y Pest) engarzada en una sola joya, Budapest, necesitaba de un ritmo así. Con lentitud, pero sin que la
morosidad sea aburrida, todo lo contrario, con una parsimonia que se desprende
del disfrute del autor en la ciudad y que transmite el regusto de las maderas
crujientes del suelo, de los pasos en las escaleras, del sonido de la lluvia que
partitura las calles, del pastel de niebla sobre el Danubio.
Era
de esta manera, de esta forma, la única de aproximarse al instante urbano de una
ciudad que es una barrica añejada de
Tokaji. Este es ya el primer acierto del viajero-escritor-lector, que se
presenta como varado en un tiempo austrohúngaro
con ribetes arquitectónico-comunistas y ciertas volutas de modernidad.
Porque
Budapest es una ciudad que encierra
muchas Budapest en su interior, y el
ritmo de la música de sus compositores y la pausa de los párrafos de sus
escritores, hacen que la visión de Sergi
Bellver —visión de rayos Imperiales— penetre en los palacios, en las casas,
en los patios de vecindad, incluso radiografíe de nostalgia los suelos
hastiados de Historia.
Así
es la mirada de este viajero, capaz de fijarse en lo que otros no reparan,
porque puede hacer una crónica de las aceras y pavimentos de Budapest, como también puede hacerlo de
sus cúpulas, de sus portales o de los bancos de sus parques; y por supuesto, de
sus cementerios. Pero siempre, bajo ese prisma de la luz que proyectan los
velones medio derretidos en sus candelabros. Luces titilantes como un filtro de
sosiego, donde el catador de imágenes y sensaciones alcanza a desentrañar los
misterios escritos en las capas freáticas de la ciudad.
2. La ciudad palimpsesto
Fue
el premio Nobel Orphan Pamuk quien, durante una charla que nos regaló hace ya
muchos años en la Biblioteca Nacional de
Madrid, se refirió a Estambul
como una ciudad palimpsesto. Y al
leer este texto de Sergi Bellver he
vuelto a encontrarme con este hallazgo. La intuición de avezado Poirot ambulante del autor le lleva a
entender Budapest como un lugar que
superpone las escrituras de sus tiempos, de su Historia, unas sobre otras. Son mensajes codificados que deben
leerse gracias a una magia especial, después de que el alquimista haya depurado
con su vagabundeo la pócima necesaria: un bálsamo compuesto de lecturas, de música
y del viento frío que azota sobre el Puente
de las Cadenas.
Budapest es
como un descomunal baklava. Remover las láminas de hojaldre que se superponen
hasta encontrar su almíbar exige una écfrasis
de la ciudad como objeto de arte. Es el lienzo de un cuadro sobre el que se ha
pintado un mural austrohúngaro, para
después superponer sobre él un pastiche
comunista y, al final, ahogarlo todo en un maravilloso borrón que ensambla
tiempos y culturas, “las tres capas
arquitectónicas del suburbio: la original, la soviética y la capitalista”.
Porque el autor percibe que la ciudad es como un tríptico:
“Budapest la pagana, la cristiana, la siglo y medio musulmana, la atea durante décadas y, por supuesto, también la judía”.
Sólo
hay que saber mirar, y viajar es la maestría de reposar la vista en el lugar
propicio y de la forma adecuada:
“Conviven tantas ciudades al mismo tiempo en Budapest como miradas en este nómada que la recorre”.
Para
conseguirlo, para entender la profundidad de los mensajes que emite Budapest, el viajero necesita que las epifanías acudan en su ayuda. Unas
veces es la luz, que a manera de un rompimiento de gloria penetra por una
rendija e ilumina el hambre de Hungría del
autor. Otras veces, la epifanía se
desnuda en plena calle, o brota al presenciar una escena cotidiana, o el
tráfago de una escalera de vecindad, o a los pasajeros en el interior de un
tranvía:
“Me sorprendió una maravillosa luz crepuscular que, como una epifanía y sin ninguna explicación, me hizo sentir de una vez todas las capas superpuestas de la Historia en Budapest, como si en los vidrios pintados de cada tragaluz de la cúpula otomana, en cada uno de los ladrillos en equilibrio de la posguerra y en cada calva desconchada de la pintura comunista hubiera una frase cantada por un coro de voces que, a través de aquella transparencia iluminada entre los hilos del vapor y los pétalos que caían de los árboles, me susurrara uno de los secretos de la verdadera naturaleza de esta ciudad”.
Estas
revelaciones aproximan al autor a la
comprensión de la ciudad palimpsesto,
que consigue leer en los diferentes volúmenes que la conforman, y lo acercan,
así, a una de las metas de todo viajero: la otredad. Pero la otredad
como la experiencia que propone Octavio
Paz en su libro El arco y la lira, que entiende la búsqueda del poeta como un
itinerario de la condición humana que, en su destino, debería encontrarle un
sentido a la existencia.
La
otredad que persigue Sergi Bellver en su deambular por Budapest, y creo adivinar que en todos
sus viajes, es el resultado de sentarse en los bancos de los parques, o subirse
a los montes de la ciudad, y contemplar con los ojos de su escritura el
panorama. Surge, así, un roce particular con una realidad diferente. En el
poeta, siempre según Paz, es el
reconocimiento de la otra voz. En el viajero, es la conversación que la ciudad
entabla con él, producto del ansia de descubrimiento, de aventura y placer, de
encontrar la calma en la comunión que se produce con el otro y saciar, así lo
que califica como su “deseo de mudar de
piel hasta la otredad”.
De
esta manera, el viaje, la lectura de la ciudad, opera un cambio profundo en el
escritor, que experimenta en la interacción con lo extranjero la composición de
su mejor texto. La otredad alcanzada
es la ruptura de una esclusa que precipita borbotones de la persona hacia el
infinito.
Este
es el objeto del viaje que se plasma en un libro como Variaciones sobre Budapest,
y a la vez es una consecuencia reflejada en el propio texto, que muestra a un hombre
que ha sido capaz de tocar la orilla de la
otredad con los dedos, algo que cristaliza en la afirmación de que todo se
conduce a un intento de “ser otro vecino
más en la ciudad” y que trae una consecuencia:
“Yo era otro antes de Budapest y seré uno distinto después de ella, y tampoco dejaré del todo la ciudad cuando me vaya, pues le habré hecho sitio en mí”.
Ha
leído en la ciudad como en un libro. Y eso tiene los mismos efectos que se
producen en nosotros, tsundokianos,
cuando después de una buena lectura la vida nos ha cambiado, nos ha horadado un
hueco en nuestro interior, un cálido nido que ocupan el autor y el texto, para
ya no abandonarnos jamás.
Porque
ya lo decía Kafka: “Escribir es revelarse a uno mismo”. Y
mediante esta experiencia viajera, Bellver
se descubre como otro en su escritura. Esa es la riqueza del viaje, y del
libro. Y menudo tesoro.
3. El viejo repertorio
Austrohúngaro
La
literatura húngara es una de esas joyas continentales desconocidas en nuestro
país, o casi desconocidas porque, gracias al intelectual Roberto Calasso, en España
hemos experimentado durante los últimos años lo que he venido denominando en
mis estudios como el “goulash boom”.
A
principios de 1989, en unas oficinas
de París, el editor y escritor
italiano Roberto Calasso descubría,
en el transcurso de una reunión editorial, un catálogo donde se ofrecían viejos
volúmenes de literatura centroeuropea traducidos al francés entre el 1946 y el 1950. Con un instinto fuera de lo común, Calasso canceló la reunión y encargó con urgencia todos los
títulos del catálogo que pertenecían a un desconocido novelista húngaro, y se
dedicó a leerlos en su habitación de hotel: se trataba de Sándor Márai.
Meses
después, en la Feria de Frankfurt, Calasso se reunió en una cena con seis
colegas europeos y dedicó las dos horas siguientes a convencerlos de que se
sumaran al proyecto que se proponía llevar a cabo desde la editorial Adelphi: reeditar la obra de Sándor Márai. A la larga, El último encuentro —no
olvidemos nuestro A la luz de los candelabros del año 1946, en Destino— sería
ensalzado por la crítica y elegido como libro del año en Italia, Francia, España, Alemania, Inglaterra, Estados Unidos, Portugal y Brasil.
Se
da la circunstancia de que Sigrid Kraus,
la editora de Salamandra, no conocía
a Márai cuando recibió el manuscrito
de El
último encuentro, en las navidades de 1999, diez años después de la aventura iniciada por el propio Calasso y que le recomendaba el libro.
El mismo día de Reyes decidió incluirlo
entre las novedades de la temporada, iniciando una cadena de éxitos editoriales
descomunal, y arrastrando en un efecto dominó, a otros autores húngaros
inéditos en nuestro país.
Pero
el efecto Márai no fue solo cuestión
del descubrimiento ese autor. Adam Kovacsics,
uno de los más brillantes traductores de húngaro al español, señalaba en unas
declaraciones a la revista Deriva en
2006 que:
“Una serie de factores han ayudado a que este asombroso mundo literario salga de la oscuridad. Entre ellos, está la aparición de la obra de Sándor Márai que se hizo conocida de golpe en forma casi masiva. También hay que considerar la presencia de Hungría en Frankfurt a finales de los 90, cuando fue el país invitado a la Feria. Y, luego, un tercer factor, es el premio Nobel a Imre Kertész. Por otra parte está la labor concreta de traductores como Judit Xantus o como yo, que hemos estado detrás, años y años, hasta que fructificaron nuestros esfuerzos”.
Sergi Bellver,
para llevar a cabo su interpretación literaria de Budapest, se sumerge en una marea de escritores húngaros. Por esas
cosas que ahora tiene la comunicación digital, y gracias a que soy seguidor
suyo en Instagram, he podido ir
teniendo noticia de las lecturas que iba realizando, tanto antes de partir,
como ya en el destino. Incluso me atreví a ponerle un par de mensajes
recomendado algunas obras, junto a otras sugerencias de otros usuarios que
demostraban, así, lo inconmensurable de la literatura húngara.
El
rastro de esta literatura, de estos libros y escritores tan necesarios no ya
para comprender el espíritu húngaro, sino una buena parte de la literatura
Europea, y de la literatura en general, aparece en Variaciones sobre Budapest.
Bellver no solo cita, sino que
empatiza, con Antal Szerb, Imré Kertész, László Krasznahorkai, Ádám Bodor,
Agota Kristof o Miklós Bánffy. Todos ellos han aportado líneas,
párrafos y volúmenes decisivos para las letras europeas.
Sin embargo, y esto
va en cuestión de gustos, o tal vez la ausencia sea propiciada por esa
maldición que nos persigue a los lectores tsundokianos, que no podemos
abarcar todo lo que se ha publicado en este mundo, echo en falta una mención a
uno de los libros más maravillosos que he leído de un autor húngaro: Alondra (Ediciones B) de Dezsö
Kosztolányi, un auténtico compendio de la vida burguesa austrohúngara
de provincias, un libro delicioso.
Y puestos a pedir
menudencias, porque esto es como buscarle algún mínimo defecto a la
extraordinaria sopa de paprika con pedazos de lucioperca del lago Balatón
que —durante una noche de enero de hace unos años ya— pude degustar junto a mi
hermana en un restaurante de la mítica avenida Andrásssy, cerca de la
Plaza de Vörösmarty, me hubiera gustado toparme con una referencia a Péter
Esterházy en estas Variaciones
sobre Budapest. Creo que este escritor húngaro ha compuesto un libro
determinante para comprender, de forma tan compleja como divertida, el mundo
comunista del Secretario del Partido, Mátyás Rákosi (su tumba en
el cementerio de Falskasréti aparece en el texto de Bellver): se
trata de la inclasificable Pequeña
pornografía húngara (Alfaguara).
Si deseas conocer
algo más de este libro de Esterházy puedes leer un análisis que realicé
hace tiempo para un congreso de literatura en el siguiente enlace:
Además, creo que los
límites insoportables de una tristeza kakánica y kafkiana que Esterházy
alcanza en libros como Los verbos
auxiliares del corazón o Una
mujer —ambos en Alfaguara— casan muy bien con ciertas
apreciaciones que Sergi Bellver realiza en el libro: “ser
húngaro no es más que una forma agridulce de clarividencia”.
Desde
aquí, que Kosztolányi y Esterházy sean mi modesta recomendación
de tsundokiano y perito en austriahungrías.
El carácter austrohúngaro
y centroeuropeo del autor viajero coincide plenamente con el mío en casi
todo lo demás, especialmente en nuestra mutua devoción por Joseph Roth,
un autor ucraniano de formidable talento que escribía en alemán, pero que
añoraba el Antiguo Régimen Imperial de los Habsburgo. Roth,
en mitad de sus grandes melopeas, solía descender a la vienesa Cripta
de los Capuchinos para llorar su tristeza etílica frente a la tumba del Emperador
Francisco José.
Y me permito
recomendar un libro sobre Roth, en lugar de cualquiera de sus magníficas
novelas, dado que Sergi Bellver lo menciona indirectamente un par de
veces en su texto: El santo bebedor
(El acantilado), de Géza von Cziffra; un homenaje con tintes
biográficos y luminosos.
Variaciones
sobre Budapest es mucho más que un libro de viajes o un libro
sobre viajes, incluso alcanza mucho más lejos de ser meramente un tratado sobre
los regalos sensoriales de la ciudad. Sergi Bellver consigue algo
determinante: después de su lectura, uno necesita empaparse de cultura húngara,
siente la imperiosa llamada de las librerías, para correr en busca de los
libros de algunos de los autores que planean sobre la narración.
De
este modo, el autor corrige la sentencia de Sándor Márai, anotada en uno de sus diarios del exilio: “El mundo parece no tener necesidad ya de
literatura húngara”. La lectura de Variaciones sobre Budapest, esta
sinfonía viajera, desencadena un hambre inmediata de lecturas, de Budapest y de Hungría.
Que
es lo mismo que decir: una urgente necesidad de belleza.
Y
como adenda, os dejo este sugerente e inspirador video de una canción del
siempre excelente Thomas Dolby,
titulada Budapest By Blimp:
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