CASTILLA
VISTA CON OJOS TROPICALES
*Esta reseña apareció en el sitio de pensamiento poético, Blog Verde Luna:
https://verdeluna2012.wordpress.com/2017/06/16/castilla-vista-con-ojos-tropicales-respuestas-de-la-tierra-de-ronald-campos/
Cuando
la poeta Montserrat Doucet le envió a un Miguel Delibes, ya enfermo y retirado
de la literatura, su poemario Paisajes
hacia lo hondo, el escritor vallisoletano le respondió con una carta en la
que afirmaba, con una sentencia no exenta de nostalgia, pero también con algo
de rabia: “Otro libro de Castilla. La arruinada Castilla madre de pueblos”.
En efecto, una Castilla desolada,
áspera y dura, tal y como habitualmente la han visto los poetas, desde Machado
a Juan Ramón Jiménez, pasando por Unamuno y Claudio Rodríguez. Y Delibes no era
ajeno a que en el poemario de Montserrat Doucet esta visión tensa, de una
tierra incómoda y cuarteada, continuaba con la tradición.
Ronald Campos, en su poemario Respuestas de la tierra, también se ha
ubicado sobre las tierras castellanas para mostrarnos su mirada poética. En ese
sentido, abraza toda la cosmovisión lírica anterior, pero, de repente, la
Castilla que aparece tras el tamiz de sus versos es una región bien distinta a
lo poetizado hasta ahora: porque Ronald Campos observa Castilla con ojos
tropicales.
La Castilla como región poética,
amasada por Ronald Campos en Respuestas
de la tierra, es una tierra repleta de sorpresas que se le revela como una
extraña amalgama de piedra y naturaleza desbocada. La hibridación entre el
trópico y la meseta queda establecida ya en uno de los primeros poemas del
libro, Castilla y León, en donde se
produce un primer e inmediato reconocimiento del poeta con el paisaje, gracias
a una lengua común (aquí el llamado “yo poético” pertenece al del autor, dado
que enfoca este poemario como un poemario de viajes y las vivencias desgajadas
de los mismos). Un lenguaje similar, el que se habla allá y acá, lenguaje
castellano que establece un puente de reconocimiento y, gracias a él, el poeta
puede definirse: “Tu lengua con que me mantengo//reptil//con antaños
presentimientos”. El poeta asume su cualidad tropical en la figura del reptil,
identificado con alguna de las 255 especies de reptiles que habitan Costa Rica
y que tienen su espejo en nuestras pizpiretas lagartijas que descansan sobre
las paredes rurales, empachadas del sol inclemente.
De esta forma, y tal y como
argumenta Montserrat Doucet en su espléndido prólogo al poemario, se produce
una invasión de animales tropicales que, invocados por la mirada poética,
poblarán el espacio castellano. Así, el acueducto segoviano se metamorfosea en
iguana de piedra: “Esta iguana de piedra//sacude sus escamas alborales//Empuja
a lengüetazos//coches a mis umbrales” (en Spleen
segoviano). Tal es la riqueza y originalidad de estas imágenes, que el
poeta puede sentirse transido en ocelote por la contemplación de la catedral de
Valladolid en el poema Catedral, sus
huesos se inflan “como boas” en El otoño,
salpicando las composiciones con lagartijas, cigüeñas, “panteras de viento”, un
“jabalí de frío”, el “águila-tigre de claridades” o una “videollamada con
búfalos en la garganta” (en De repente,
Valladolid).
Después, aparece el motivo de la
piedra. De esa piedra reptiliana sobre la que se calienta la iguana, esa piedra
que forma parte del paisaje castellano como el bosque lluvioso lo es de Costa
Rica. Para Ronald Campos la piedra está viva, ya sea formando parte de los
frontales y portones de las catedrales, ya sea en una conexión cósmica percibida
en el desfiladero de la Yecla, en Burgos, o en las torres del horizonte de
Monte El Viejo, en Palencia. La piedra transporta un código en su interior, un
mensaje que es como una carga de ADN; la piedra, los sillares, emanan una
sustancia en la que el poeta reconoce el paso del tiempo, la permanencia eterna
e inmóvil en ese devenir, y se proyecta en ellas como un viajero atemporal,
cuántico. Lo que ha sucedido delante de la piedra continúa ocurriendo, y
ocurrirá siempre.
Estas piedras castellanas conforman
una vegetación viva y característica de la región, como en Costa Rica lo es la
vegetación exuberante. Se produce una simbiosis entre la materia tropical del
poeta y el ecosistema castellano. Así, el otoño es “un quetzal de cuero
atrapado entre los árboles//¡Alpaca de lluvias trastabillando,//con náuseas de
planicies//sobre los campos de Castilla!//El otoño…”. El ave trepadora, el
camélido, colocados por ensalmo lírico en el corazón del otoño castellano.
Es Respuestas de la tierra un poemario ambiental, un ejercicio de
versificación que busca atrapar la luz, la quietud trágica y monumental de los
espacios castellanos: “Bordear la catedral//es entregarle devotamente un rostro
al mediodía”, afirma en Spleen segoviano,
para comprender que la presencia de lo sagrado en las piedras causa un impacto
en el alma que “es terminar por colocarle//a la tarde una silla,//y paralizarla
ahí, con un clavo oliendo a escaleras”.
El poemario, en su segunda parte,
amplía el viaje al resto de España —Valencia, Granada, Barcelona, Madrid,
Sevilla, Córdoba…—, para, en la tercera, expandirse con un recorrido por Europa
—Berlín, Ámsterdam, París, Venecia, Atenas, Budapest, Praga…—, ciudades y
experiencias poéticas siempre repletas de una espiritualidad que emana de la
fuente de la Historia, una Historia cosida a golpes de sangre y pasiones.
Ronald Campos busca en Respuestas de la tierra establecer un
diálogo con el tiempo y con la Historia, con esos códigos que se ocultan en los
materiales que conforman los monumentos y así, tal vez, poder desvelar algunos
de los misterios que guarda el espacio y el tiempo, porque “todo —guirnaldas,
gárgola, rosetón y agujas—//pretende —lo mismo que en la piedra en la
literatura—//vaciar el vacío y el terrible misterio de las cosas”.
Desvelar “el terrible misterio de
las cosas”… ¿Acaso no es esa la primigenia labor de la poesía?
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