Arthur
Koestler y el síndrome de Petrarca:
la vida como representación literaria
*Esta reseña apareció en el sitio web achtungmag.com:
http://www.achtungmag.com/arthur-koestler-sindrome-petrarca-la-vida-ficcion-literaria/
No
resulta sencillo escribir una biografía
sobre Arthur Koestler. Todo en su
vida fue vehemente, excesivo, y por momentos, inabarcable. A él debemos una
novela importantísima, El cero y el
infinito (ediciones Debolsillo), y la visión moderna de la figura del
esclavo rebelde Espartaco, gracias a
su novela La rebelión de los gladiadores (Edhasa).
Encontrar una clave para aproximarse a un personaje tan complejo es todo un
desafío para el escritor que desee ahondar en la personalidad de Koestler. Y Jorge Freire, con su libro Arthur
Koestler: Nuestro hombre en España (Alrevés), halla la manera de hacerlo no
sólo de una manera notable, sino que además nos regala un libro rabiosamente
entretenido y absorbente.
Francesco Petrarca,
el poeta laureado del siglo XIV, vivió por y para la literatura. Entendió que
la mejor obra literaria radicaba en convertir su propia vida en una obra de arte:
un precursor de Oscar Wilde a la
italiana, un modernista del medievo al
estilo de José Asunción Silva o Julio Herrera y Reissig, quienes
hicieron por cumplir con la máxima del poeta polaco Tetmajer y el grito de su canto Eviva l´arte! De esa forma, Petrarca
respiraba literatura, vivía literatura, dejaba a su paso, como un caracol
literario, un rastro de versos y palabras rimadas. Cada gesto, cada acción,
estaba pensada de antemano con la vista puesta en la inmortalidad poética.
Tanto
quiso perfeccionar esa vida consagrada a la construcción del arte que, Petrarca, aparte de copiar la idea de Dante y Beatriz con su amada Laura,
falleció justo cuando iba a cumplir los 70 años. Muchos somos de la opinión de
que esa muerte tuvo bastante de provocada, en aras de cerrar o cumplimentar un
ciclo de vida perfecto. Después, han sido muchos los autores que han intentado
trasvasar sus vidas a la ficción, haciendo de ellas una especie de novela con
la intención de ganarse la inmortalidad. Esto es lo que he denominado como el síndrome de Petrarca.
Cuando
un estudioso pretende abordar la biografía de un escritor notable, debe
ponerse, de inmediato, a desbrozar la tremenda hojarasca de mentiras y dobleces
que el autor suele crear a su alrededor. Es patológica la necesidad de los
escritores por sentirse como un personaje de sus obras, de intentar imitar a Petrarca esparciendo el humo de la
confusión para desdibujar algunos de los aspectos fundamentales de sus
biografías. En el caso de Arthur
Koestler, es un problema mayúsculo.
Toda
la vida de Arthur Koestler está
sometida a un prisma de impostura, que el propio autor se encargó de plasmar en
sus escritos autobiográficos. La naturaleza cambiante de sus ideales, capaz de
abrazar hasta las heces una ideología y, después, la contraria, y la convulsa
situación geopolítica que le tocó vivir, han hecho del trabajo de Jorge Freire para el libro Arthur Koestler: Nuestro hombre en España,
una tarea de Sherlock Holmes. Ha
tenido que recurrir a otras fuentes que no dependían de la palabra del propio
autor, para así poder aproximarse a la verdad de algunos de los hechos más
importantes. Y como muestra, la extensa y exacta bibliografía de referencia que
ofrece al final de sus páginas.
De
esa forma, y gracias a la tarea de investigación, Freire ha tenido el olfato del excelente periodista o del veterano
detective, y ha sabido localizar y ubicarse en el punto fundamental de la
biografía de Koestler. Se ha
depositado con delicadeza sobre el momento crucial de su vida, aquél en donde
todo virará, se escorará y dará un cambio. El instante de iluminación en mitad
de la mayor oscuridad humana, el punto sobre el cual se apoyará la posterior
producción literaria y personal del autor. Porque ya nada será lo mismo para Koestler tras su detención en Málaga y su encarcelamiento en el
franquista penal de Sevilla. Allí,
penderá sobre él la posibilidad de una condena a muerte, mientras contempla
cómo muchos presos republicanos son torturados y ejecutados: tres meses de cárcel
y la cercanía de la muerte, un drama humano que tiene los efectos de una epifanía; algo, por cierto, muy
literario.
El
mundo de la creación artística está repleto de obras de arte que se crearon a
partir de ese súbito fogonazo inspirador, de la visión de un segundo crucial en
la vida del escritor que lo cambiará todo. De entre todos ellos, dos son mis
favoritos: la estancia en una sucia pensión londinense de Johan Georg Hamman, el llamado Mago
del norte, que desde 1757, y hasta el verano de 1758, permanece encerrado y
angustiado en un cuartucho, fracasada su misión comercial —por llamarla de
alguna manera, aunque era un tejemaneje político— que debería culminar con la
venta al mejor postor de ese extraño territorio llamado Könisberg. De la experiencia, acicateada por la febril lectura de
la biblia, surge un hombre nuevo. La otra epifanía a la que me refiero es la de
un joven funcionario amargado de Praga,
que durante la noche del 22 al 23 de septiembre de 1912 escribe, en apenas ocho
horas, su relato La condena. Desde
entonces, y habiéndose demostrado así mismo que podía hacerlo, la vida de Franz Kafka ya no será la misma.
Acababa de nacer para la literatura.
Al
estilo de Hamman, de Kafka, y de tantos otros, Arthur Koestler experimenta una
profunda transformación durante su estancia en el penal de Sevilla. Desde ese instante revelador, ya no será el
mismo. Es el cimiento vital del Koestler
que más admiro, el autor de El cero y el
infinito. Pero mostrar de una forma aislada ese acontecimiento lo dejaría
desprovisto de gran parte de su sentido e importancia. Por ello, Jorge Freire alterna en su libro dos
planos temporales. Uno, que podríamos denominar de falso presente, en el que describe de forma bien documentada y con
unos magníficos tintes novelescos los momentos que abarcan desde la detención
de Koestler en Málaga —excelentes son las páginas que reflejan la llamada desbandá
del ejército republicano o de lo que quedaba de él, tristemente conocida,
también, como la masacre de la carretera
Malaga-Almería del 7 de febrero de
1937, y en la que fueron asesinados miles de civiles que huían de la caída
de Málaga en manos franquistas—
hasta su liberación del penal sevillano, pasando por los delicados primeros momentos
del ingreso en prisión con los temores y angustias del escritor a medida que
van pasando los días, a medida que contempla como las condenas a muerte y los paseillos se suceden con los presos que
se encuentran a su alrededor. En él va fraguando un carácter distinto a su
persistente optimismo: desde ahora contemplará las cosas con el prisma de la
amargura y con ciertos tintes de derrota.
El
segundo plano temporal que se combina con el falso presente del Koestler ubicado
en plena Guerra Civil, son los capítulos
biográficos y lineales de la vida del autor que abarcan desde su nacimiento,
incluso con noticia del noviazgo de sus padres, hasta el mismo momento de la
detención. Entonces, las dos líneas temporales ya convergen para convertirse en
una vía única. Este recurso de bicefalia narrativa, que alterna los espacios y
los tiempos, proporciona a la biografía de Freire
un aire novelesco y ágil que cristaliza en un trabajo vertiginoso y
enormemente entretenido. Y además, hace comprensibles ciertas actitudes y
comportamientos de Koestler, al
poderlos contemplar desde la visión global que nos ha proporcionado el conocer
su recorrido vital hasta el penal sevillano, a la par que leemos cómo está
siendo su estancia en dicha cárcel. Esta es la clave del emocionante disfrute
que nos ofrece este libro.
Después,
los acontecimientos tras ser puesto en libertad se suceden. Evidentemente,
había que dedicarle espacio y párrafos a El
cero y el infinito, pero sin duda, lo mollar de la biografía de Koestler, ya ha sucedido. Ahora, solo
nos queda por contemplar los bandazos ideológicos del autor, y yo creo que,
además, cierto sentimiento de desarraigo que germina en el espíritu de Koestler. Un desarraigo que será una
seña de identidad de la sociedad superviviente de las dos Guerras Mundiales,
amén de una marca literaria de la novela posterior a los años 50 del pasado siglo.
Finalmente,
porque no podía ser de otro modo en un hombre aquejado por el síndrome de Petrarca, Koestler se suicida asediado por una
terrible enfermedad. Y lo hace en compañía de su tercera esposa, Cynthia, 21 años menor que él. Al
parecer, fueron encontrados por una española, Amelia Marino, que acudió a la casa del escritor en Londres para hacer limpieza. La pareja
había consumido barbitúricos y alcohol, y Koestler
aún se encontraba con una copa en la mano. Sin duda, una puesta en escena
cargada de dandismo y, por qué no
decirlo, de petrarquismo.
Evidentemente,
el suicido de Koestler, fiel a lo
excesivo y turbulento de su vida, no podía asemejarse al de Cesare Pavese, por ejemplo, que murió
solo en una habitación de un hotel de Turín, tras atiborrarse con 16 envases de
somníferos. Resultaba mucho más literario el seguir los pasos de Heinrich Von Kleist, que se suicidó de
un disparo a orillas del lago Wansee junto
a su amada Adolfine, o el escenario
del propio Stefan Zweig en Petrópolis, inerte en la cama y
abrazado a su segunda esposa Lotte,
ambos víctimas del mordisco del veneno.
Jorge Freire
ha comprendido esto a la perfección y ha elaborado una biografía literaria de un personaje que exigía semejante
tratamiento. Nada menos que literatura, eso pone Freire en pie, un trabajo que se empapa y suda literatura. Es la
única manera de retratar a una de esas figuras que vivieron y sufrieron el
siglo XX hasta que se le tatuó a fuego en la piel. Y Arthur Koestler no se merecía menos de un libro como este.
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