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La acusación, cuentos prohibidos de Corea del Norte o la lupa de la escritura sobre el pavor cotidiano
Nuevamente
aparecen esas imágenes en el telediario de la tarde: Corea del Norte acaba de lanzar otro misil como prueba de su
poderío balístico. En una plaza, formado frente a una descomunal pantalla de
televisión, el pueblo asiste al evento y ovaciona a su Líder. Toda la escena
recuerda a los Dos Minutos de Odio
orwellianos de la novela 1984 (Destino). Porque es necesario preguntárselo: ¿Toda esta gente sabe
que existe otra realidad posible, otra vida posible? Por fuerza, en el seno de
esa masa controlada y, evidentemente, atemorizada, deben existir voces —y
cabezas pensantes— que no puedan aceptar tanta ignominia. Así es: Bandi, un escritor que ha sido
publicado por Impedimenta, me lo ha
demostrado con su conjunto de relatos titulado La acusación.
1. La literatura como resistencia
Corría
el año 1936 cuando en los astilleros
Blohm und Voss de Hamburgo se botó el buque de la marina
alemana Horst Wessel, con la
presencia de Adolf Hitler. La
multitud, presa del furor colectivo, celebró el nuevo éxito de la ingeniería
naval con el saludo nazi. Y una fotografía captó el acontecimiento. Un mar de
manos, de brazos en alto…, pero un momento, allí, arriba a la derecha de la
imagen, un hombre cruza, temerariamente, sus brazos. Es August Landmesser, reconocido por casualidad por una de sus hijas
en el año 1991. Es August Landmesser, que se opone a Hitler, que va contra el pensamiento
único, contra la masa; tiene muy claro que él piensa resistir. Es un Bandi contra el nazismo.
No
tiene nombre. No sabemos cómo se llama esa persona que un 5 de junio de 1989 detuvo el tiempo y también nuestra respiración
al colocarse enfrente de una columna de tanques en la Plaza de Tiananmén. Simplemente, hizo lo que creía que era su
derecho: reclamar un espacio para la humanidad en aquella Avenida de la Paz Eterna. Era un Bandi chino.
Estos
ejemplos demuestran que por muy extremo que sea un régimen totalitario, siempre
existen posibilidades de oponerse a él. Desde luego, los riesgos son enormes, y
hay que tener la inmensa valentía de hacerlo porque la muerte suele ser la
respuesta del sistema represivo. Seguramente, Bandi llevará una vida de terror en Corea del Norte, incluso puede que se congregue delante del
pantallón para aplaudir los misiles priápicos del Líder. Nunca se expondrá frente
a los tanques, ni dejará de hacer un saludo, pero habrá elegido otra forma de
resistirse. Y es igual de heroica: la literatura.
Poco
nos importa la forma en que estos textos hayan alcanzado nuestro mundo, este
lado del mundo; sobre las peripecias del manuscrito hay suficiente información
en los apéndices del libro. Lo que realmente me resulta admirable es la
elección de la literatura como una
forma de resistencia.
He
dedicado algunos de mis trabajos a investigar la producción de la literatura
como oposición al crimen totalitario. En Biografías del Terror: Laureano Albán y el
deber del llanto, atiendo a esta función reparadora de la literatura
que, mediante la convocación de los sucesos, consigue un desagravio de las
víctimas. Sobre este asunto he reflexionado también al hilo de mi estudio
crítico del último libro del escritor albanés Bashkim Shehu, Angelus Novus (Siruela), y que se puede consultar en este enlace:
Sin
embargo, fue en La novela como resistencia al totalitarismo. Tres ejemplos: Norman
Manea, Ivan Klíma e Ismaíl Kadaré, en donde abundé en la capacidad de
la literatura como elemento desestabilizador de un régimen dictatorial, así
como una manera de subsistencia por parte de aquellos que tienen algo que
decir, que necesitan algo que afirmar, y sólo encuentran alivio en las
palabras.
Evidentemente,
en el seno del terror de semejantes sistemas políticos, esa práctica entraña un
riesgo mortal. A lo largo de los numerosos regímenes criminales, diferentes
escritores nunca han cejado en su empeño de escribir como una forma de
alimentar su individualidad en el seno de un mundo que trataba de aplastarlos.
La literatura se mostró, así, como un vehículo para alcanzar lo que el Estado totalitario negaba sistemáticamente
a sus ciudadanos. No en vano, el albanés Ismaíl
Kadaré ha manifestado en diferentes ocasiones que él no llegó a la
literatura desde la libertad, sino al contrario, a la libertad desde la
literatura. Tal es el poder de la escritura.
Pero,
¿cómo se han conducido estas personas que sentían que tenían algo que decir,
rebelarse, actuar en contra de las situaciones de injusticia? Sus reacciones
son similares: escriben, en efecto.
Pero también son bien diferentes, aunque en sus textos persigan el mismo
objetivo (atacar al Régimen,
demostrar lo descarnado de su existencia), porque son muy distintos en sus
métodos literarios para conseguir el objetivo final.
Por
ejemplo, para el rumano Norman Manea,
se tratará de un complejo entramado literario que jugará con la autoficción; para el checo Ivan Klíma, una especie de sinfonía
lírica; para el húngaro Kertész,
unas memorias desgarradas en busca de una identidad desgajada…
Por
su parte, el albanés Ismaíl Kadaré,
unas veces pondrá en pie una novela presuntamente histórica que bajo su disfraz
esconderá el germen de Franz Kafka,
de Robert Musil y de Jorge Luis Borges, y otras veces se camuflará en una narración
de la vida cotidiana de los ciudadanos; también recreará un mito clásico, adoptando
la denuncia en destellos, en reflejos literarios del totalitarismo que se
ocultan bajo caparazones y disfraces que puedan engañar, burlar, al censor y vigilante
Régimen de Enver Hoxha, o tal vez
abrazando la meta cuántica, con un tratamiento del tiempo y del espacio de una
forma delirante, con la estructura laberíntica y de fractales, imbricando sus
tramas con la novela negra.
En
otras ocasiones, fueron las copias manuscritas de las novelas, esa cripto
literatura de samizdat, como en el
caso de El maestro y margarita (Debolsillo)
de Bulgakov o El doctor Zhivago (Anagrama) de Pasternak, para burlar al estalinismo, o el más reciente caso de Los
versos satánicos (Mondadori)
de Salman Rushdie, distribuido en
copias escritas a mano en el Irán de
la fatwa.
Son
todas ellas aproximaciones válidas a un mismo tema: la denuncia del Estado totalitario, realizadas por
testigos que han decidido convertir al hombre, bajo esa desgracia, en su objeto
de estudio, a menudo lidiando con la censura, con la represión y las
represalias, bajo el peligro de la condena, poniendo en riesgo su integridad —con
amenazas de cárcel o incluso de muerte—
en el empeño de conseguir escribir unas páginas.
Porque,
tal y como afirma el checo Ivan Klíma:
“Una verdadera obra literaria nace como el grito de protesta de su creador contra el olvido que lo acecha, a él, a sus predecesores y a sus contemporáneos, a su época y a la lengua que habla. Una obra literaria es algo que desafía a la muerte”.
Un
desafío que se sublima si se lleva a cabo en el seno del régimen totalitario, dado que se produce una gran paradoja: la
actividad de la escritura, que les insufla de vida a los autores, es un acto de
imprudencia descabellada que puede conducirlos a la muerte. Ya nos lo advierte Bandi en su libro:
“Nunca se es lo suficientemente precavido, y esa es la regla para sobrevivir en Pyongyang”.
2. Bandi o los horrores cotidianos
En
efecto, le ha llegado el turno a Bandi.
Bajo ese seudónimo de Luciérnaga —el
autor brilla con la luz de la verdad literaria para alumbrar las tinieblas
totalitarias—, escribe en el seno de uno de los peores regímenes totalitarios
de la historia, una ignominia para el mundo. Y sus relatos, bajo el título común
de La
acusación, muestran una doble cara. En primer lugar, en los cuentos hay
una condena que recae sobre alguna
persona, incluso sobre familias enteras. Condena que ha sido el producto de una
acusación. Sin embargo, en retruécano cruel, la acusación a la que se refiere
el título es la denuncia que ese
conjunto de relatos hacen del propio Régimen norcoreano.
Aquí
radica el asunto, Bandi acusa al Régimen
con sus cuentos, y lo hace glosando escenas de la vida común de sus paisanos.
Atendiendo al día a día del régimen, ampliando el foco, la lupa sobre lo
cotidiano del horror. Se trata de la mejor manera de exponer la forma en la que
los mecanismos represivos tratan de aniquilar al individuo.
Un
ejemplo descomunal de esta práctica lo podemos encontrar en la novela del
albanés Kadaré, El gran invierno (VOSA), que en alguna ocasión he
denominado como una especie de Capilla
Sixtina del comunismo, precisamente por esa atención a los minúsculos
detalles cotidianos. Puedes consultar un estudio más en profundidad de esta
novela aquí:
Los
recursos como narrador de Bandi
pueden parecer algo limitados, pero son tremendamente efectivos. Repite una
estructura similar en los siete relatos,
ubicándose en un momento determinado de la acción y realizando un largo flash back que desembocará de nuevo en
el presente para, desde allí, desencadenar el final.
Al
abrigo de la reiteración de esta estructura se nos cuenta la insensibilidad del sistema, que impide
a un hombre el viaje hasta su aldea para asistir a su madre que agoniza, o la
historia de un niño que se asusta y llora cuando ve un cuadro de Marx o del Líder, porque piensa que se tratan de las imágenes de un demonio.
Bandi
presta atención a los horrores
cotidianos. A la hambruna crónica, al trabajo a destajo, a la
deshumanización absoluta. Entre los relatos destaca La capital del Infierno, en donde una mujer del pueblo coincide con
el Gran Líder Kim Il-sung, incluso viaja en su coche oficial, y es tratada con
una extraña e inquietante humanidad que pone al descubierto toda la hipocresía
descarnada del Régimen.
Un
Régimen que no duda en ejecutar como un traidor
a quién arruina una mínima parte de una cosecha de arroz porque no consigue que
arraigue, o porque ha manchado de excrementos unas manzanas destinadas a la URSS. Un Régimen que prolonga las abominaciones cometidas por los abuelos
—nimiedades aumentadas millones de veces por el implacable espíritu crítico de
la ideología Juche— culpando a los
padres y a los hijos de estos.
El
castigo del Régimen se prolonga
generación tras generación, para alimentar de pavor a una sociedad apelmazada
por el miedo porque, en la concepción
eugenésica del enemigo que ha puesto en pie el Estado, igual que la constitución física, también se transmiten las
ideas por la genética. Pertenecer a una familia de traidores también es algo
que se hereda. Porque para sobrevivir en Pyongyang,
afirma Bandi en uno de los párrafos,
uno debe aprender a sentir miedo
cuanto antes.
Nos
encontramos ante un lugar en donde no merece la pena vivir, o al menos traer
una vida nueva a este mundo de pesadilla presenta un dilema ético, tal y como se lo plantea uno de los personajes del
libro:
“Cuando una madre trae una vida al mundo lo hace con la esperanza de que su hijo sea feliz. Pero qué madre puede dar a luz si sabe que el niño no podrá hacer nada excepto avanzar a través de un campo de zarzas. ¡Una madre que quisiese dar a luz en tales circunstancias será la criminal más cruel de entre todos los criminales!”
Al
Líder de Corea del Norte, ya fuera
en su momento Kim Il-sung o Kim Jong-il,
que abarcan la época a la que hacen referencia los textos de La
acusación, o al actual Kim
Jong-un, no debe de hacerle mucha gracia que sea la literatura uno de los
elementos utilizados para denunciar al Régimen. Y esto es porque los tiranos
siempre han tenido una especial propensión a escribir grandes mamotretos que
alberguen sus obras completas, perorando sobre lo divino y lo humano: un tirano, si algo ambiciona por encima
de todo, es ser escritor.
Ahí
están los ejemplos de las obras monumentales, repletas de tomos, de Stalin (aproximadamente 15 volúmenes) o de Ceauşescu (unos 14 volúmenes).
Pero claro, también en esto, se lleva la palma Kim Jon-il, que parecía ser capaz, no solo de opinar sobre
literatura o teatro, haciendo extensiva su obra a regular y decidir cómo
deberían ser, desde su perspectiva de la doctrina Juche, actividades tan dispares como la agricultura, la
arquitectura o el cine. Dejó, aproximadamente, 50 volúmenes. Junto a ellos, parece mucho más modesto el legado
literario de Benito Mussolini y, ya
no digamos, el único libro de Hitler.
Por
supuesto, esta exhibición de verborrea literaria no brotó de la pluma del
tirano norcoreano. Todo un sequito de escritores (¿o más bien debería
calificarlos como escribanos o amanuenses?) se dedicó en cuerpo y alma a
producir las obras del Líder. Estamos
ante un caso parecido al del dictador albanés Enver Hoxha, cuya obra se calcula en unas 48.000 páginas, y sus llamadas “obras
escogidas” constan de 76 volúmenes,
que afortunadamente quedaron incompletas, cuando ya se había alcanzado la
recolección de todos los escritos hasta 1979.
El historiador francés Gabriel Jandot plantea
la posibilidad, más que certera, de que un grupo de diez personas escribieran una gran parte de esta ingente obra en
nombre de Hoxha, una obra que en los
desfiles del Primero de Mayo
aparecía expuesta sobre un carromato ambulante.
Todo
esto, además, se agrava porque en las obras de los tiranos no aparecen más que
memeces y tonterías, mientras la fuente de la cultura y la literatura se agosta
en sus países, bien sea bajo el dictado de las reglas del realismo socialista o por culpa de las novelas de la sangre y de la tierra arias (novelas Blut und Boden nazis). Por eso, el caso
de Bandi, portavoz de un país de 25 millones de personas, resulta más
llamativo. El gran instrumento aleccionador del aparataje comunista, la
escritura, ahora se ha vuelto en contra de los sátrapas.
3. Bandi y la literatura antisolar
Y
la literatura puede decir muchas cosas, incluso sin decirlas aparentemente.
Encuentro en los relatos de Bandi un
rastro de algo que he bautizado como literatura
antisolar, a raíz de mi estudio de la denuncia del régimen totalitario de Enver Hoxha en la obra de Ismaíl Kadaré. El albanés presenta un tipo de resistencia
climática en donde las narraciones aparecen trufadas de frío, nieve y viento, para mostrar un clima de helada que se corresponde con
la congelación interna que experimentan los ciudadanos. Y además, se contrapone
al inmenso esfuerzo del Estado por ofrecer una imagen de personas sonrientes
hasta el paroxismo bajo el luminoso sol comunista.
Al
igual que hace Kadaré, la prosa de Bandi nos habla de clima frío y tempestades de nieve, de lluvias torrenciales y tiritonas.
Es la literatura antisolar de Kadaré trasvasada al régimen de Corea del Norte, en donde:
“Hace frío. Una tempestad de nieve llena el mundo con sus copos”.
El
pavor de los hombres sumidos en el sistema represivo se nos revela en una
interesante frase antisolar:
“No es la oficina la que da calor a los hombres, sino los hombres los que calientan la oficina”.
Evidentemente,
nos encontramos ante una máxima demoledora. El Estado se proyecta en esa oficina. Por tanto, la caldera del Sistema criminal se alimenta del
esfuerzo de sus súbditos, en ningún caso es el Estado quien vela por arroparlos. Toda la parafernalia calorífica del Partido,
las máximas de bienestar, han quedado subvertidas con la frase climatológica de
Bandi, que continúa:
“Con la puesta del sol, el frío, en una especie de competición consigo mismo, se intensifica”.
El
frío atmosférico compite con el frío político, sumándose así helada
sobre helada, la escarcha natural sobre la escarcha en el pecho y en los
corazones de los norcoreanos. Será la escarcha la gran imagen antisolar de denuncia, en un párrafo
cargado de significados:
“Pero no es solo el suelo lo que está frío. La pared que hay tras los únicos muebles de la habitación, un armario y un gran televisor de un modelo mu antiguo, está cubierta por una capa de escarcha”.
Bandi
nos habla de una casa que, por trasposición, puede ser todo el país. Una casa
helada por la escarcha, un país congelado por el crimen. El frío es el mal. Un
hallazgo que empleó en su día Kadaré
en su novela El ocaso de los dioses de la estepa (Alianza) cuando aseguraba que en la Unión Soviética hacía frío:
“Hace frío en Rusia, hermano. Hace infamia”.
El
clima desolado que refleja Bandi, por
tanto, se refiere a algo más, a mucho más: los nublados, las nieves y los
fríos, permanecerán en el interior, en las tripas de sus personajes. Se trata
del binomio, trabajado por Kadaré,
del frío-totalitarismo: el frío como
símbolo de una existencia que se mueve en el umbral de lo ultraterreno, entre
la muerte y el pequeño hálito de vida. De una vida miserable y casi medieval en
donde está prohibida la tristeza, es
decir, y en palabras del título de un libro de relatos del rumano Norman Manea, se vive bajo una Felicidad
obligatoria (Tusquets).
En
el relato Tan cerca, tan lejos, Bandi nos lo explica:
“En este país incluso llorar está considerado un acto de sedición y podría suponer una condena a muerte. La ley exige que la gente sonría pese a sus sufrimientos y cada uno debe tragarse solo su amargura”.
La
malignidad del sistema político es
capaz de obrar extrañas alquimias
con los sentimientos colectivos de la gente:
“Solo una fuerza mágica y cruel podía convertir los alaridos del tormento en aquella sonrisa de la felicidad (…) Toda la población de aquel país, que se hallaba bajo el hechizo del brujo, vivía en una ficción ajena a la realidad”.
Una
felicidad obligatoria que tan sólo se
tornará en tristeza por decreto a la
hora de llorar la muerte del Amado Líder.
Entonces, mucho cuidado con no mostrar el suficiente dolor desgarrador porque
los agentes de la policía secreta y la seguridad del Estado están vigilantes.
4. La decepción como deus ex
machina
Muchos
de los personajes de Bandi
experimentan una profunda decepción al descubrir que el sistema por el cual lo
han dado todo es, en realidad, un Régimen inhumano. En ese momento, en el del
desengaño, se desencadena la acción. Es como si, educados desde pequeños en el juchismo, necesitaran de una epifanía desmoralizadora, una toma de
conciencia de la realidad, para que se activen los resortes internos de
resistencia ante el régimen opresor:
“Nada en el mundo es comparable a la decepción y al remordimiento que supone tomar conciencia de que todas las esperanzas y convicciones (…) no son nada más que un espejismo”.
Son
vidas que se han desarrollado en el engaño, y en un momento determinado han
despertado. En cierto modo, tamaños desencantos me recuerdan a la obra del
escritor eslovaco Ladislav Mnacko,
aunque en su Invierno en Praga (Noguer)
me resulta algo más insincero con su desilusión al respecto del comunismo, que
se queda en una mera autocrítica.
Puedes consultar una reseña que hice
de este libro hace tiempo:
En
cualquier caso, estas decepciones que movilizan las historias de Bandi, no dejan de ser una especie de autocrítica pero a lo bestia. La
autocrítica, la desgastada palabra que sustenta cualquier régimen comunista,
hasta empastarlo en la mentira. “Un
clamor de autocrítica”, llega a denominar Bandi la gran decepción que experimenta uno de sus personajes.
Está
repleto de símbolos anti totalitarios este libro de Cuentos prohibidos de Corea del Norte, tal y como reza el subtítulo que le ha colocado la
editorial. Desde un olmo que representa la creencia en la política del Partido, pasando por unas setas
venenosas cuyo color rojizo se asemeja con el edificio de las oficinas del Partido, o entendiendo los engranajes
del Estado como una bestia que
cuando te atrapa te descuartiza.
Son
imágenes, todas ellas, de la naturaleza, como si el Régimen de Corea del Norte, para Bandi, tuviera un componente venenoso y feroz que solo puede darse
en las fieras salvajes. Y de hecho, los ciudadanos viven domados y en jaulas, como
una forma de completar esta analogía.
Sumisos,
aguantándose las ganas de llorar, sólo les queda esbozar una sonrisa desmayada
y continuar mirando hacia adelante. Bueno, no es la única solución. También,
como ha hecho Bandi, uno puede
elegir ser un héroe y empezar a resistir con su literatura.
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