lunes, 12 de agosto de 2019

La noche se me fue de las manos-Max Ehrsam



*Esta crítica apareció en achtungmag.com:
http://www.achtungmag.com/la-noche-se-me-fue-de-las-manos-la-escritura-peligrosa-de-max-ehrsam/

La noche se me fue de las manos: La escritura peligrosa de Max Ehrsam

El escritor mexicano Max Ehrsam ha debutado con La noche se me fue de las manos, publicada por Alfaguara, una novela que me parece muy especial. Desde el primer momento me interesé por este libro, gracias a esas redes sociales que me están permitiendo el contacto con autores panameños, costarricenses, mexicanos, y de otros lugares que jamás habría imaginado. Después, me topé con un texto articulado en tres piezas que me fue emocionando mientras lo leía. Mucho más que la mera historia de una relación amorosa, todo un clásico literario, un tema sobre el que parece difícil que se pueda argumentar algo nuevo y que, sin embargo, Ehrsam lo consigue. De la forma en cómo lo consigue, y de alguna cosa más, os hablaré hoy en este Odradek de los viernes de Achtung!

Me he referido a mi interés por el libro antes de que se presentara, y a la importancia que han tenido las redes sociales a la hora de que, afortunadamente, pudiera conocerlo. Max Ehrsam era una de las muchas amistades virtuales (espero que ahora ya haya abandonado esa categoría), de esas que se tienen en Facebook y que, tras añadirlas y cruzar un breve saludo (si es que llega a producirse), uno se limita a ver las publicaciones esporádicas que van apareciendo en el muro y poco más.
Si se posee un Facebook orientado hacia la actividad profesional, como es en mi caso, lo normal es compartir contactos afines al trabajo, por eso lo tengo repleto de escritores. Así que, en algún momento, por ese efecto dominó de la teoría de los seis grados de separación, apareció en mi página un comentario de Mónica Braun —la editora de la mejicana Nieve de Chamoy, que hace un sensacional trabajo con los autores debutantes y de cuyos libros hemos realizado ya varias críticas en Achtung!—.
Mónica Braun se refería a la novela de Max Ehrsam y anunciaba que sería la encargada de presentarla. Si Mónica Braun elogia una novela yo no tengo la menor duda de que va a ser buena, y como muestra os dejo aquí los enlaces a las críticas que hemos realizado de algunas obras publicadas en el catálogo de Nieve de Chamoy:
Las referencias eran buenísimas, y rápidamente me entró un interés súbito por el libro de Max Ehrsam, publicado, además, por el sello de Alfaguara México, lo que ya es todo un debut sonado. Miré en mi Facebook y, ¡bingo!, mantenía amistad con el autor. Le mandé un mensaje por Messenger y mostró mucho interés en mi petición. Así que gracias a su generosidad y diligencia, en breve pude tener el libro en mis manos.
Cuando empecé a leerlo me di cuenta de que no me había equivocado: Mónica Braun tiene muy buen criterio. La noche se me fue de las manos es una novela que nos narra una relación amorosa entre dos hombres, una historia de amor, ya lo he dicho antes, el clásico literario más universal. Pero, Max Ehrsam sabe cómo presentarla y desarrollarla desde un punto de vista distinto. Esa es una de sus grandes virtudes.
¿Qué posee de especial la primera novela de Max Ehrsam? Como ya afirmé en un reciente video que realicé sobre esta obra en mi cuenta de Instagram, @literatura_instantaneaEhrsam pone en marcha su propia versión de la escritura peligrosa de Tom Spanbauer. Independientemente de que conozca esos métodos o no, coincide con algunos de ellos. Spanbauer, en su famosísimo taller literario impartido en Portland —ya sabéis, con alumnos de la talla de Chuck Palahniuk— acuñó este término de escritura peligrosa, que se afirma sobre una premisa fundamental, según sus propias palabras:
Escribir peligrosamente es ir a ese lugar secreto y oculto en nuestro interior. Hay algo allí triste y doloroso, pero es preciso ir, investigarlo y escribir sobre ello”.
Por eso Ehrsam practica una escritura peligrosa, porque relata desde las entrañas unas páginas cargadas de sinceridad, también de tristeza y dolor, con mano firme, con mucho saber hacer y con una sólida mirada crítica sobre la comunidad gay de San Francisco.
Tom Spanbauer, creador del concepto de escritura peligrosa.
Siguiendo la idea spanbaueriana de que si escribes sobre ti mismo, y a través de ti, podrás escribir sobre todo lo demás, La noche se me fue de las manos funciona como una confesión del protagonista; no en vano, salvo en unos pasajes muy determinados, está escrita en primera persona, y funciona como un vehículo de la desesperanza, circunstancia que suele caracterizar a la mejor literatura.
Lo siento, no he podido resistirme. El autor de esta columna de El Odradek con Chuck Palahniuk, alumno aventajado del taller de Spanbauer.
Además, Ehrsam cumple otra de las premisas técnicas de Spanbauer, lo que se denomina meterse en el cuerpo, táctica consistente en plasmar la historia desde la percepción sensorial del protagonista. Y de esto hay mucho —sobre todo de olores y sabores— en La noche se me fue de las manos. Para Spanbauer una buena narración debe aportar una concatenación de estímulos sensitivos (vista, olfato, oído, gusto y tacto). La novela de Ehrsam está muy apegada a lo físico (y a todo lo físico que, en especial, entra por la vista), también a lo táctil, a lo gustativo y a lo olfativo.
Enmarcada en estas pautas, la historia que nos cuenta el autor es de esas que dejan huella por el rastro de derrota que, inmediatamente, nos obliga reconocernos en ella porque a nosotros también nos ha ocurrido y nos abre, de nuevo, las heridas de una cicatrices quizás no tan cerradas como creíamos.
Esta narración se compone de tres piezas que se ajustan entre ellas. La primera, es la historia del narrador y de Nate, a la que asistimos desde el primer estallido furibundo y vamos contemplando como se apaga, porque los dos hombres son incompatibles, nada podrá, nunca, funcionar entre ellos. Es lo que el propio autor denominó en una entrevista al canal Televisa como:
una historia en presente de indicativo”.
Un término muy acertado, porque el libro arranca con la historia amorosa en la explosión inicial conducida por el deseo sexual, que a medida que avanza se va corrompiendo por las interferencias del pasado. Aunque la pareja quiera vivir en el presente de indicativo, en el aquí y en el ahora, al dilatarse la relación en el tiempo, el pasado acabará irrumpiendo con sus cargas, sus culpas, sus porquerías, para arruinar cualquier presente de indicativo y convertirlo en un pasado retorcido, diríase que en un pretérito pluscuamperfecto o, todavía mucho más odiado, en un pretérito imperfecto de subjuntivo; ese sí que hace daño.
Estas alusiones verbales no son una cuestión para despacharla a la ligera. El protagonista de la narración es editor de libros para la enseñanza del español, y se nos muestra la evolución de la relación amorosa mediante el avance de los figurantes que aparecen hablando en esos manuales didácticos. Al principio, solo pueden expresarse en presente de indicativo, y al final, las lecciones nos los muestran verbalizando ideas de pasado y de futuro. Este original aspecto lingüístico, derivado de la actividad laboral del protagonista, es la segunda pieza narrativa.
Max Ehrsam , el autor de La noche se me fue de las manos.
Una segunda pieza de la novela que se adhiere al costado de la historia amorosa. El protagonista y Nate—un Nathaniel que nada tiene que ver con el puritanismo del escritor norteamericano Nathaniel Hawthorne— son en principio como esos personajes de los libros de español, incapaces de expresarse y moverse en otro tiempo que no sea el del presente indicativo, y tampoco parece que eso les moleste mucho cuando arrancan una relación movida por la mutua satisfacción. El protagonista así lo entiende al afirmar en el arranque de la historia:
Vivimos en un mundo sin consecuencias”.
Los figurantes de los manuales son descerebrados que hablan del aquí y del ahora, y la pareja protagonista de Max Ehrsam disfruta de un vehemente tiempo presente en donde el sexo, las drogas y el amor, anulan por completo el pasado y el futuro.
Si embargo, como les ocurre a los del manual, poco a poco irá apareciendo en la relación una angustia por el futuro preocupante, y sufrirán una invasión del pasado aniquilador. La relación que se nos presenta es, así, una historia lingüística, en donde la felicidad se mantiene mientras pueda preservarse alejada de otros tiempos verbales.
El futuro empieza a destruir a los dos hombres en el momento mismo en el que comienzan a elaborar planes para la convivencia: aparte de que hay que buscar una casa nueva, Nate se muda de Chicago a San Francisco para estar con el protagonista, y eso ocasionará que pierda el trabajo de consejero psicológico para una ONG —una movilización algo radical, de un extremo a otro de los Estados Unidos—.
De manera que el gesto romántico ha puesto en peligro el futuro. Nate necesita trabajar, pero sobre todo lo que necesita es dinero. La relación amorosa que explotó en un Starbucks de Chicago en donde el protagonista se topó accidentalmente con Nate mientras estaba de visita en la ciudad, y que se concretó con una nueva coincidencia en una discoteca por la noche, se verá amenazada por esos fantasmas del futuro —no te asustes del futro, ese monstruo no vendrá, cantaban Nacha Pop en su tema Nadie puede parar—.
Pero ese monstruo, el futuro, empieza a aterrar a la pareja que, de inmediato, evoluciona como los figurantes del libro de español, y comienza a hablar también del pasado que los interfiere. El pasado ha llegado de la mano del futuro: Nate no tiene trabajo, así que hace algo que antes le proporcionaba un dinero extra en Chicago, se prostituye. El Leviatán de los tiempos verbales se aproxima con las dentelladas de sus fauces para reducir la relación a papilla.
Los huevos que deposita ese Leviatán del pasado son tóxicos: las relaciones familiares tortuosas de ambos irrumpen en sus vidas, así como la corte amigos que vampiriza a los dos hombres. Los amigos y la familia representan lo peor del pasado, los trapos sucios, las humillaciones, las vergüenzas, los errores, todo aquello que siempre deseamos enterrar bien hondo. Eso que necesitamos que la otra persona nunca sepa, conozca, que ni tan siquiera lo imagine. En esa línea se expresa el protagonista:
Todos mis recuerdos terminan invariablemente por avergonzarme”.
Con la enorme carga del pasado y el terrible futuro, que conduce a un cierre desolador de la novela, la relación que comenzó disfrutando del presente de indicativo se ha ido desmoronando a medida que transcurrían las páginas, y nadie, ni autor, narrador, ni protagonista, ni Nate, ni los amigos, ni siquiera el lector, pese a presentir la desgracia, pueden hacer nada por evitarlo. La noche se me fue de las manos alcanza un puerto abierto tras los dos años de relación de la pareja, porque no concluye de una forma determinante, y se intuyen demasiados naufragios de los protagonistas en el inmediato futuro.
Y eso que Nate siempre había sostenido la relación en el principio de la causalidad, y también en el de la casualidad: que ambos estaban destinados a conocerse y a permanecer juntos de forma inevitable. Incluso insiste en que:
Tú y yo hemos coincidido en otras vidas”.
Y más adelante se reafirma:
Ojalá pudiera explicarte lo que siento por ti (…) Hemos estado juntos en otras vidas; nos toca de nuevo estar juntos en esta. Te busqué durante años. Claro, si vivimos en distintos países durante tanto tiempo, cómo íbamos a encontrarnos. Quién hubiera pensado que iría a dar contigo en un Starbucks (…) Ahora dime, ¿cómo le hago para convencerte? ¿Qué puedo hacer? Dime”.
El protagonista, ante este tipo de explicaciones de su amante, afirma:
Nunca nadie se había sentido vinculado a mí por la inevitabilidad”.
El protagonista no puede convencerse de la contingencia, afortunadamente, porque en estos instantes podría llegar a parecer que la novela va a derivar a hacia ese género tan paulausteriano que es la novela de la contingencia, pero el autor sabe refrenarse y, gracias al escepticismo de su personaje, más apegado a lo real, puede conducir la situación por los laberintos verbales del pasado y del futuro, que resultan mucho más nutritivos e interesantes que la sarta de casualidades encontradas a la vuelta de la esquina (aunque esas casualidades disparatadas te puedan significar un Príncipe de Asturias de las Letras).
El autor en una foto promocional de la novela.
Y nos falta la tercera pieza de la novela, que aparece de vez en cuando, narrada en tercera persona, y que actúa como una especie de vacuna de realidad y desesperanza, una carga de amargura que todo lo convierte en tristeza. Me refiero a las apariciones de breves cuadros que presentan a muchachos y muchachas en diferentes situaciones de humillación, discriminación, sufriendo vejaciones, insultos, maltratos, segregadas por una vida que es demasiado cruel para acostumbrarse a ella.
Entre la historia del protagonista y Nate, se abre paso de forma atronadora el breve relato de Rodrigo, un muchacho que se identifica con el rol femenino de sus hermanas, hasta en el deseo de hacer ballet. El padre, viril, jamás lo permitirá: primera anatomía destrozada en apenas una página, que roza la historia de refilón dejándonos la perspectiva del futuro frustrado de Rodrigo, ese que han reprimido entre todos porque creen que eso significará lo mejor para él.
Bastantes páginas más allá aparece una niña negra, Zoe, que será segregada por su raza entre los compañeros del colegio nuevo, que la reciben como a un bicho raro. Además, los profesores la discriminan, y termina sola y aislada. Y después, aparecerá la historia de Ana, una alumna con un tic en el ojo izquierdo que, por causa del acoso y la ansiedad, se le dispara de forma incontrolable. Sus compañeros se reirán de ella y Ana, en un ejercicio de superación y aparente normalidad, se reirá con ellos. Pero con el paso de los años nadie permanecerá a su lado. Ya no resultará graciosa, y el tic ahora, de grandes dimensiones, le deformará media cara.
Alfredo es un matón de patio de colegio, violento y caprichoso, encastillado en su condición de repetidor de curso que lo ha convertido en el mayor de la case y, por ello, en el amo y señor. Pero eso no fue así en el curso anterior, donde se vio discriminado por su tono de piel moreno, demasiado hispano supongo, cuando nadie acudió a su fiesta de cumpleaños a pesar de haber invitado a todo el mundo. Así que, ahora, le toca pasar factura, aunque eso continuará haciéndolo impopular y solitario.
Y luego, por último, tenemos a Eva: a Eva le vendrá la regla en la clase de Ciencias Naturales, y desde ese momento los chicos la tildarán de puta, y las chicas, lejos de defenderla, alentarán esa idea. Tanto, que la propia Eva acabará por sucumbir a la presión y creérselo también. Su sexualidad desbordada será sobada por los hombres, sometida a la procacidad, y quedará embarazada a los 14 años.
Todos estos niños han conformado la tercera pieza narrativa de la novela. Han cruzado por el libro con sus historias terribles de humillación, segregación, bullying, racismo, inadaptación y crueldad, en principio ajenas a la historia principal (¿son ajenas realmente?), dejando la tierra literaria quemada, el sentimiento de los lectores acongojado, conectando con la indefensión de los personajes. Con estas ráfagas, el autor ha buscado la oscuridad de los pasados, de nuestros pasados, de cómo siempre se almacenan en algún lugar para después inundar de asco todo el futuro.
En esos niños frustrados, especialmente incomprendidos, incomprendidos por encima de todo, radica el germen de la novela y su tesis primordial: quienes soportaron (o soportamos un pasado así) solo podemos disfrutar del fogonazo del presente si viene anestesiado. En cuanto miramos al futuro, la vida se nos desmorona como un castillo de naipes, o la noche termina, irremediablemente, por írsenos de las manos con todas sus consecuencias.

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