*Esta reseña se publicó originalmente en el sitio achtungmag.com:
http://www.achtungmag.com/alejandro-feito-la-caricia-del-verdugo-fino-arte-la-novela-apnea/
Alejandro Feito y La caricia del verdugo: el fino arte de
la novela en apnea
La
historia de la literatura siempre ha
desplegado una mística particular alrededor de las primeras novelas de sus autores. Hay quienes han conseguido un
éxito rotundo y abrumador, tanto que jamás han superado la calidad de su debut,
y otros que, arrollados por la magnitud de su novela primeriza, se han retirado
o escondido, sin volver a escribir una línea nunca más. Por todo ello, la crítica
se aproxima con precaución a estas obras, con una mezcla de miedo y
escepticismo, porque son tan fáciles de apalear como sencillo resulta no
reconocer el talento que en ellas se esconde. Pero lo normal es que una primera novela, en este país nuestro de
muerte literaria, pase sin pena ni
gloria, totalmente ignorada. Alejandro
Feito, con La caricia del verdugo (Universo
de Letras), ha firmado un primer libro muy especial que no merece ese trato.
El
propio autor define su obra en un video
promocional como una novela criminal.
En efecto, lo es. Y lo es porque en ella aparecen mafiosos, contrabandistas,
asesinos a sueldo, tiroteos, prostitución, corrupción, drogas y muerte.
Cualquiera pensará, entonces, que nos encontramos ante otra novela negra más, y es ahí en donde se
equivoca. La caricia del verdugo es literatura
de género, de acuerdo, pero dentro del género
negro es gran literatura. Y
muchas de las novelas negras no
alcanzan a ser ni tan siquiera literatura,
presas de la rutina, los personajes planos, las escenas convencionales y los
tics que las adormecen.
Primera bala: El asesinato como una
de las Bellas Artes
La
principal originalidad de la novela
de Feito radica en su binomio protagonista. Son dos
personajes tan jugosos, redondos, plenos y complejos, que absorben toda la
narración en derredor de ellos mismos. Los personajes nunca están supeditados a
la acción que los zarandea como unos peleles, mal endémico de muchas novelas gangsteriles, sino que en el
universo literario de La caricia del verdugo son los
personajes quienes controlan el tiempo de la narración, que se mueve al ritmo
que ellos marcan. La novela de Feito
es un santuario para personajes que
tienen algo que decir.
Ambos
protagonistas son asesinos a sueldo,
y son bien distintos, pero se complementan. Uno es Santiago Matesanz, un complejo
collage de personalidades, con un pie en España y otro en Francia,
o con un ojo puesto en Barcelona y
el otro en Marsella. La réplica se
la da Radu Dumukrat, rumano, pero criminal del mundo, porque sus
asesinatos no conocen fronteras. Son tan ricos los dos personajes que llenan
por si solos la novela. Y su riqueza radica en el profundo, minucioso,
concienzudo y tenaz ejercicio de retrato
psicológico que el autor lleva a cabo con ellos. No en vano, Alejandro Feito es de Oviedo, y la heroica ciudad de Vetusta
alumbró uno de los mejores manuales de introspección psicológica para
escritores: La Regenta de Leopoldo
Alas, Clarín.
Matesanz
es un perdedor, cansado y desengañado, agotado, que sale de la cárcel y, pese a
no querer regresar a su antigua vida, se ve obligado a ello. En este sentido,
me recuerda al Franz Biberkopf de Berlín
Alexanderplatz, la novela de Alfred
Döblin. Matesanz no quiere
convertirse en un hombre nuevo a toda costa, como es el caso del alemán, dado
que el peso de sus crímenes pasados es enorme. Pero sí desea, al menos, aparcar
su mundo de violencia. Como Biberkopf,
se ve abocado a repetir la vida de la que huía.
Por
su parte, Radu Dumukrat es el
asesino forsythiano por excelencia.
Tiene ciertas pinceladas chacalescas
—no en vano, Frederick Forsyth y El
día del chacal son dos de las más grandes influencias de Alejandro Feito—, pero va muchísimo más
allá. El rumano se rodea de un
misticismo tan extraño como inquietante, preñado del saber de antiguas
sectas asesinas gitanas, supersticiones, ungüentos sanadores y una fiereza en
la forma de actuar que lo emparenta con las bestias más sigilosas. Es un
felino, una pantera letal.
Ambos
protagonistas han elevado la muerte
a la categoría de arte —cada uno en
su estilo—, y se rodean de un círculo de personajes secundarios tan jugosos
como llamativos, entregados a tratar de conformar la personalidad de los
asesinos actuando como un espejo:
reflejan sobre ellos a los dos criminales, y devuelven la imagen amplificada en
un difícil ejercicio literario que Feito
despliega con maestría.
Segunda bala: Proustinizar el
género negro
Alejandro Feito demuestra
en esta su primera novela que el
buen género negro se construye a
golpe de flashbacks. Es algo
incontestable. La obra reposa sobre los dos sólidos pilares que son los
recuerdos de los protagonistas. A la acción principal, que tampoco es lineal en
muchas ocasiones, se le añade el continuo recuerdo del pasado de los asesinos. La madalena
de Proust, en este caso, huele a pólvora, o a cocaína, o a cualquier otro
estímulo que desencadena el salto atrás.
Esta
inserción de largos flashbacks en la
narración son los que proporcionan un relieve extraordinario a la narración, y
elevan la historia de criminales con sus códigos de novela negra hasta convertirla en gran literatura. Porque es mediante este recurso como el autor
consigue la disección psicológica
profunda de los personajes, dotándolos de un interior riquísimo, con sus
miedos y sus dudas, sus culpas y sus remordimientos.
El
estudio psicológico convierte a la
novela de Feito en una obra
diferente a lo que cabría esperar de una novela
de género. No tiene problemas en detener la acción para ilustrarnos con
escenas del pasado de sus personajes, algo que engrandece el texto. He leído en
algunas críticas que esta novela exige al lector una atención especial, quizás,
debido a esos saltos temporales.
Pero el problema viene a ser el de siempre: no existen novelas difíciles sino lectores
poco preparados. O el obstáculo, tal vez, se encuentre en la predisposición
de quien se acerca a una novela negra
buscando la bazofia de siempre: rutina, tiros, peleas, violencia y poderla
cerrar sobre la tumbona despreocupadamente. No es el caso.
Feito
engancha al lector desde las primeras líneas. La opción de interrumpir la
lectura para saborear un helado, o acercarse al chiringuito, no es posible. Es
otro tipo de novela. Es una novela en
apnea.
Tercera bala: Un novelista (y un
lector) en apnea
En
efecto, el autor escribe sin respiro,
sin detenerse un segundo para tomar resuello. El libro, de más de 500 páginas, te acogota con una
facilidad pasmosa. La narración se dispara y corta el aliento del lector, todo
se mueve al filo de una angustiosa falta de respiración, de forma vertiginosa,
pero sin utilizar el recurso de James
Ellroy y sus frases telegráficas.
Alejandro Feito
se toma su tiempo para contar, describir, sin caer en el error de suponer que
un estilo veloz y breve consigue dotar de mayor celeridad a la narración. En
eso, Ellroy era un gran maestro,
aunque ahora ya no lo recuerde… Pero volviendo a La caricia del verdugo:
todo en la obra requiere su tiempo, y sin embargo lo leemos con voracidad, como
si nos administraran los acontecimientos vertidos por un embudo. La acción se
desliza suave e implacable, y cuando quieres reparar en ello, ya has leído
decenas de páginas.
Por eso, no es un texto que resulte sencillo
de apartar a un lado. Sus capítulos se cierran de una forma en la que el lector
siempre necesita más, otra dosis, tal que si fuera uno de los drogadictos que
aparecen en sus páginas. Es un libro para leer con bombonas de oxígeno, porque desde su principio hasta su final, en
cada línea argumental nueva que abre, en cada personaje que aparece, en cada
retroceso en el tiempo, se nos va robando la respiración producto de una emoción muy bien construida.
Cuarta bala: Un polar en la
literatura española
Polar,
con ese término se define el género
policiaco francés, y Feito
reinterpreta el polar clásico para
llevarlo a otro nivel. En primer lugar, gracias a la ambientación trabajada y sensible, que sitúa la mayor parte de la
novela en Marsella y con personajes
del clan de la cofradía de Partinello.
En segundo, a causa del despliegue de un imaginario
propio de las películas de Jean Paul
Belmondo o Alain Delon (¿no
sería Santiago Matesanz un estupendo
Belmondo y Radu Dumukrat un genial Delon?).
En el libro aparecen continuamente los automóviles y las persecuciones —no hay polar sin ellas—, pero sobre todo, el
empeño por desarrollar la trama insertada en el espacio del suburbio marsellés.
La
novela negra tiene siempre mucho de
denuncia, es un intento de iluminar
algunas de las zonas más oscuras de la sociedad. Y eso, en el polar,
es una cuestión primordial: así, Feito
se muestra violento, a veces incluso gore,
construyendo un retrato insoportable e irrespirable de una realidad en quiebra
donde la marginalidad, la corrupción y la lucha por la supervivencia se rigen
por la ley del más fuerte; incluso con ciertos toques psicópatas.
Este
polar, o más concretamente neo-polar, que pone en marcha el autor
se nutre, principalmente, de su talento para moverse en los códigos de unas
culturas diferentes —los gitanos romanís,
los clanes marselleses o las familias corsas— de las que sabe
destacar elementos determinantes como una forma de centrar el foco en lo
verdaderamente importante: las motivaciones que conducen a la cultura de la violencia en todas ellas.
Quinta bala: All Women Are Bad
No
hay novela negra sin femme fatale. Y en la novela de Feito no solo se retrata a una de estas
mujeres fatales, sino que desfilan por sus páginas un gran número de ellas. En La
caricia del verdugo las mujeres traen a la muerte de su mano. Son unas Proserpinas que infectan todo lo que
las rodea. Extienden la destrucción sin mucha necesidad de juegos de seducción
o complicadas estrategias. Son como en la canción de The Cramps, titulada All Women Are Bad, un azote bíblico
para los hombres.
Simplemente,
estas mujeres son obra y producto del mal,
y como tales actúan. No cabe ni un ápice de posibilidad de redención, ni
tampoco para quienes se relacionan con ellas. No aparece en toda la novela un
personaje positivo. Los dobleces de los secundarios acaban por revelarnos a
indeseables que se alimentan de un mundo de violencia.
Las
mujeres, por tanto, no podrían ser una excepción que resultaría poco afortunada
en semejante marco narrativo. La redención por amor no existe. Realmente, no
existe ningún tipo de redención.
Sexta bala: La estructura poliédrica
La
caricia del verdugo
está
plagada de aciertos, como ya he
comentado detenidamente, pero uno de los mayores radica en la forma en que se
ha narrado el material literario. Generalmente, una primera novela suele presentar a un personaje-narrador en primera
persona, porque esta voz le resulta fácilmente asimilable al autor a la
hora de escribir sin complejidades técnicas. Sin embargo, Alejandro Feito elige un narrador
omnisciente complejo, que contempla las escenas como por un ojo de pez o un
gran angular, proporcionando una amplitud de mirada deslumbrante.
De
esa forma, se van superponiendo los planos de la realidad, del ahora, sobre los flashbacks recurrentes del ayer,
que van desgranando información hasta poder completar el puzle narrativo. En ese sentido, se trata de una narración en poliedro, que presenta
diferentes caras en función de la porción de historia que nos cuente uno u otro
personaje.
La
mirada externa del narrador se
focaliza con facilidad en los momentos importantes, dejando otros sucesos
aparte, que son comentados como de pasada y sin aparente interés, pero que
luego el lector descubre cómo eran de cruciales en la narración. Eso, sin
contar varios giros inesperados, sorpresas realmente sólidas y no traídas por
los pelos (de nuevo, otra enfermedad
que azota a la novela negra actual),
y un tramo final de texto trepidante.
Es
La
caricia del verdugo una novela repleta de buen hacer, magníficamente
resuelta gracias a su brillante
estructura apuntalada en unos personajes protagonistas inolvidables. Así es
el excelente debut de Alejandro Feito,
que ahora deberá enfrentarse a la siempre compleja segunda novela: talento no
le falta para que repita con una narración de altura.
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