Título: La flor de la vida. Elogio de la geometría
sagrada.
Autor:
Heberto de Sysmo.
Editorial:
Lastura
https://verdeluna2012.wordpress.com/2017/03/24/de-lo-molecular-a-lo-cosmico-un-poemario-para-geometrizar-el-mundo/
DE
LO MOLECULAR A LO CÓSMICO: UN POEMARIO PARA GEOMETRIZAR EL MUNDO
Desde
que ya hace un tiempo acuñé el término de “poesía cuántica”, han sido pocos los
poemarios que me he encontrado con una vocación cuántica tan manifiesta como
este La flor de la vida, de Heberto de Sysmo. Y no sólo se trata de su
intención, la estructura, la forma, el vocabulario, y el tema central que trata,
ese “Elogio de la geometría sagrada” —tal y cómo subtitula el libro—. Todo, en
Heberto de Sysmo, es cuántico.
El
libro se divide en siete partes o cantos, cada uno de ellos, a su vez,
conformado por siete poemas, en una estructura de fractales en donde las partes
más pequeñas (los poemas, las estrofas y los versos) intentan remitir a la
estructura contenedora (el poemario). Es la estructura de fractales uno de los
elementos fundamentales de la poesía cuántica, pero no el único: en La flor
de la vida nos topamos, también, con una dinámica de lo infinito, una
transición de aspectos laberínticos hacia formas circulares, con un poemario
cíclico que reincide en la tautología o efecto-espejo por el cual la geometría
cósmica tiene su réplica anatómica en lo más microscópico del hombre, en la
llamada micro-cuántica. Este intento de poetizar desde la macro-cuántica hasta
la micro-cuántica, junto a la obsesión de plasmar el universo mediante un universo
poético, hacen del libro de Heberto de Sysmo uno de los mayores y más
deslumbrantes poemarios cuánticos que haya encontrado.
Todo
en este poemario es excesivo. Excesivo, en efecto, porque excede los límites
físicos del libro, porque se expande, como ese universo en big bang al
que se refiere el autor, más allá de su continente, para escurrirse por los
lados y empaparnos de geométrica trascendencia. Excesivo, porque busca
transmitir un conocimiento complejo a través de un conjunto de poemas tan
exigentes como deslumbrantes. Como deslumbrantes son los apuntes teóricos y
explicativos que acompañan a cada composición, repletos de referencias a otros
poetas, a leyes físicas, a teoremas y teorías, que ayudan a facilitar la
comprensión de algunas de las más que complejas tesis que el autor busca
plasmar en su teoría. Una estructura esta, la del binomio poema-explicación,
que en algunos casos me ha recordado al Dante de la Vita Nuova (¿acaso existe
un poeta con mayor ambición cuántica que Dante?).
De
esta forma, y tras el jugosísimo prólogo por mano del propio autor —“Ensayo de
un entrópico desorden. El axioma del sofisma”—, en donde concluye que su
atracción por esta poesía de fractales es producto de la casuística al
encontrar en sus propias huellas dactilares la espiral que reproduce las
espirales de las constelaciones (la serendipia como motor de lo cuántico y la
espiral como “Flor de la vida”), el poemario se abre con la primera parte, ese
“Cuerpos geométricos” conformado por una tanda de poemas filosóficos. Si la
poesía es un trabajo que se realiza sobre la abstracción del mundo que rodea al
poeta, este libro es, pues, abstracción sobre abstracción, como si de un
monumental juego de espejos cósmicos se tratase. Los siete cantos de los
“Cuerpos geométricos” reproducen el origen y la expansión del cosmos: el primer
poema, “Manantial”, es el punto de concentración de luz que dio origen al
estallido del cosmos; el big bang del universo es aquí el big bang
del poemario. Después, “La esfera”, elogio a la geometría de los cuerpos
celestes, a los astros y los planetas, a la propia Tierra. En tercer lugar, una
poesía dedicada al triángulo, siendo esta forma el ser humano mismo, para, a
continuación, poetizar sobre el cilindro como concepto de eternidad, del
universo en expansión. El cuadrado, —como reflejo de las etapas del hombre—, la
elipse —como el destino—, y el cuerpo femenino —como última geometría o “huevo
cósmico”—, cierran esta parte que obliga al lector a realizar una reflexión
sobre lo que Ernesto Sabato denominaría como “Uno y el universo”.
Algo
aturdidos ante la densidad de lo planteado, pero hipnotizados por la estética
del planteamiento, el poemario se adentra en “Las llaves de la vida”, siete
cánticos basados en las siete vías de autoconocimiento propuestas por la
teósofa Helena Blavatsky. Una reflexión sobre el conocimiento y los caminos
para alcanzarlo, o sobre la inutilidad e imposibilidad de lograrlo, así como un
enfrentamiento entre la carnalidad y el alma que concluye con una victoria de
la última, dado que toda la materia forma parte, finalmente, de una misma alma.
Son
los “Versos áureos”, la siguiente estación del poemario. Siguiendo la secuencia
de Fibonacci el autor busca reflexionar sobre la creación del universo, con un
Dios más relojero que arquitecto (creo que, en este caso, la propuesta de
Heberto de Sysmo se complementaría perfectamente con la poesía de Domingo Díaz,
un poeta-arquitecto en su libro Listo ya para la hoguera, mientras que
Heberto de Sysmo es más un poeta-relojero). La espiral es la protagonista, como
máxima expresión de lo fractal ya que, a fin de cuentas, el hombre está
albergado en un sistema fractal, llámese universo, que reproduce,
incansablemente, las espirales —desde las constelaciones hasta las huellas
dactilares y, desde ellas, a las cadenas de ADN—. Es esta geometría de la
simetría, que alcanza una escala imperceptible o microscópica, la que el autor
entiende como “sagrada”, dado que en ella se alberga esa “flor de la vida” que
da título al poemario, espirales vitales con el amor como último motor.
Pero
la voluntad cuántica del autor todavía alcanza más allá en “Humanas
reflexiones”, cuarta parte del libro, quizás la central, y que ofrece
veintisiete haikus metafísicos y geométricos que se sustentan en la Teoría de
las Cuerdas, lo que vendría a ser una especie de poesía vibracional de las
partículas atómicas. A los haikus les sigue “Sinergia del amor cuántico”, con
poemas que reflexionan sobre el amor y el amor cósmico, con referencias a la
mecánica cuántica: todo está conectado, interconectado, no somos polvo de
estrellas por casualidad sino por causalidad. Los “Sonetos atlantes”, que
vienen a continuación, ponen en danza poética siete elementos de la vida
(fuego, tierra, agua, aire, éter, carne y alma), siempre en conexión cósmica y
cuántica unos con otros.
El
poemario se cierra con el bloque titulado “Las siete leyes de la creación &
Tradición Hermético-Alquímica”. Es un cierre circular que retroalimenta el
poemario, con composiciones dedicadas a los principios de la física cuántica
que han resultado ser el motor de los versos anteriores. Como un final
redundante, la obra termina con el poema referido a la “Ley de fractalidad”, de
forma que el poemario pudiera contenerse en esta última composición, juego de
espejos y reflejos cuánticos que demuestran que una parte se contiene en la
totalidad y que la totalidad se compone de esa misma parte.
Es
el trabajo de Heberto de Sysmo (pseudónimo de José Antonio Olmedo López-Amor,
que ya tocaba decirlo, sin olvidar las ilustraciones de Vanesa Torres en una
cuidadísima edición a cargo de la editorial Lastura) un poemario inteligente
que sacrifica, por voluntad propia, los elementos más líricos en función de una
poesía que es emanación del pensamiento, producto de las ideas más que de los
corazones, pero que, finalmente, no puede evitar remitirse al amor como una
fuerza universal. Si nos fijamos en algunas de las isotopías que mueven, como
engranajes, el poemario, nos encontramos con referencias continuas a términos
de la física teórica, de la cosmología, de las matemáticas y la geometría… ¿Se
puede poetizar sobre estos elementos, con semejantes mimbres? Por supuesto que
se puede; siempre he pensado que cualquier asunto es poetizable, que da igual
el término o el elemento que introduzcamos en un poema. Cualquier material es
bueno para hacer poesía (desde Bukowski a Unamuno, pasando por Rubén Darío o
Peter Handke, Walt Whitman o Gloria Fuertes), y Heberto de Sysmo lo demuestra
en esta abrumadora composición para concluir que “la fractalidad del amor hace
sostenible la vida,// una geometría en lucha constante// contra la simetría de
los hombres”.
Porque
si el ser humano es un reflejo del universo, la poesía será, entonces, y según
este principio de fractalismo cuántico, el reflejo del hombre.
Y
así, hasta e infinito. Y así, hasta lo infinitesimal.
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