WITTGENSTEIN MANCHADO DE SANGRE
Esta novela se me apareció entre los anaqueles de segunda mano de la librería situada en la calle Dulcinea. De inmediato, recordé que la había recomendado en sus clases un excelente profesor que tuve hace algún tiempo, Rodríguez Lafuente, especialista en cine, muy entendido en novela negra y en ese tipo de universos. Yo, por mi parte, no soy un seguidor del género. Una vez, en otra librería ya desaparecida, la de la calle Apodaca, a unas preguntas sobre Ellroy que le hacía al dependiente, me repuso: ¿eres un seguidor de la novela negra? A lo que le contesté: no me gusta la novela negra, me gusta Ellroy. Soy un seguidor de Ellroy nada más, de Ellroy como inmenso novelista.
Es cierto, el género de la novela de crímenes nunca me ha atraído. De joven leí mucho a Conan Doyle, para constatar que en ese autor existe la vida más allá de Sherlock Holmes, y también alguna que otra de las de Agatha Christie, sin más. Incluso, por otros motivos, frecuenté un par de veces a Kathy Reichs, pero se encuentran, todos, a años luz del universo y la prosa de Ellroy. El nuevo boom de la novela negra nórdica, con finlandeses, noruegos, islandeses, suecos… e incluso esa novelista de las aventurillas venecianas, simplemente, me parecen repulsivos.
Sin embargo, en Philip Kerr y su Investigación filosófica he encontrado un giro diferente y novedoso. Sin duda, no es la economía de palabras de Ellroy (impuesta por sus editores) ni su estilo eléctrico, lo que me ha cautivado. Realmente se encuentra en las antípodas de ese estilo, con párrafos algo farragosos y muchas disquisiciones morales y filosóficas, algunas incluso pedantes que, sin embargo, están bien incrustadas para dar sentido a la trama.
Kerr hace un ejercicio de erudición filosófica a través de sus personajes, tanta, que a veces resulta un poco increíble, pero aún así obtiene un producto notable. Soy consciente de que no es sencillo darle un giro novedoso al género, y en eso radica gran parte de su éxito: lleva la novela negra en Una investigación filosófica a otra dimensión, es el gran acierto del libro.
No se puede perder de vista, además, que está escrita en 1992, y que el Londres de 2013 que perfila, repleto de innovaciones técnicas y futuristas, añade un condimento de ciencia ficción al asunto. Kerr no es un Julio Verne, en lo que a clarividencia de sus predicciones se refiere, pero aún así acierta en muchas. Lamentablemente, el paso del tiempo resiente la obra, que debió ser deslumbrante leída en su momento, porque algunas de las perspectivas que atisba para nuestro inmediato futuro han quedado ahora tan desfasadas que resultan ridículas, y otras, simplemente, son disparates. Pero aún así, y a pesar de su obsesión por enmarañarse con los asuntos informáticos, el libro merece mucho la pena.
Una investigación filosófica se cimenta en la estructura clásica de policía que busca a un asesino, en este caso un asesino en serie. La originalidad radica en los perfiles de ambos protagonistas, nada planos y que intentan alejarse de los tópicos, en particular en el caso del criminal, que apodado como Wittgenstein, desarrolla toda una sangrienta y maquiavélica visión del propio filósofo y de su aparataje ideológico. Es el punto fuerte de Kerr, que inventa un malvado sólido y casi legendario. Que después el libro vaya perdiendo fuelle a medida que avanza, hasta desinflarse en un final algo apresurado y bastante previsible, no resta un ápice del interés y del mérito que ha tenido la novela en sus tres cuartas partes, deslumbrante a ratos, con unas visiones de un Londres del siglo XXI desbordantes y atractivas y con una fluidez, pese a los vericuetos filosóficos, vertiginosa.
La próxima vez que me pregunten si me gusta la novela negra diré, de nuevo, que no. Que lo que me gusta es Ellroy, y añadiré, si la lectura de alguna novela suya más que pienso realizar en breve confirma mis expectativas, que también me gusta Kerr.
Una novela notable. Reconozco la más que evidente maestría e innovación que Kerr lleva a cabo para elevar el texto desde una mera novela de crímenes a otro nivel, por lo que se merece un reconocimiento sangriento, apocalíptico, filosófico, wittgensteniano e, incluso, sofista.
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