jueves, 18 de agosto de 2011

El mundo es un pañuelo -David Lodge-.



EMPACHO

El mundo es un pañuelo no es un libro de viajes al uso. En realidad ni tan siquiera es un libro de viajes: es una novela con el trasfondo de los viajes y de ese término tan del siglo XXI, la globalización. En ningún caso se nos proporciona información sobre los lugares que aparecen en la novela (excepto la meramente ficcional), se apunta una leve visión del otro diluida por la trama, resultando un producto final que se aleja completamente del género de libro de viajes y que como novela resulta, la mayoría de las veces, fallida, cuando no frustrante para el lector.

Lodge intenta sustentar su discurso en una especie de novela de la posmodernidad si atendemos a algunos de los materiales empleados: humor, ironía al estilo de la de Mark Twain, discursos y escenas fragmentadas, un lenguaje a veces retorcido, todo salpicado de elementos urbanos, de aeropuertos, de casas-colmena deshumanizadas, inmerso en un ritmo frenético que construye un artificio apenas digerible.

Además, a ello añade la crítica al mundo universitario, mastica y regurgita sus propias interpretaciones de las principales teorías literarias (la deconstrucción de Derridá, el formalismo ruso), muchas veces sin venir al caso, lo que conduce la trama por vericuetos y ramificaciones aburridas que despistan al lector. Es imposible referirse a esta novela como un libro de viajes: es una narración en clave, en clave porque debajo de toda ella se encuentra el Perceval, la búsqueda del Santo Grial, deformado por un juego de espejos bufos que el autor maneja.

Muchas veces parece que a Lodge no le interese nada más que acumular personajes, todos los nombres contienen un guiño intelectualoide, aplastadas las situaciones y los cuadros narrativos por un culturalismo que traba la narración, que la convierte en un ejercicio de fuegos artificiales en donde parece quererse demostrar la inmensa sabiduría y conocimientos del autor. Porque la erudición no parece un buen material para cimentar una novela, al menos no por ella misma.

Lodge no se ha parado a pensar, como narrador, si todo esto puede resultarle interesante al lector. La trama, intrincada, estúpida en algunos casos, sostenida por personajes no ya increíbles, sino del todo irritantes por su falsedad, acaba resolviéndose con cuatro golpes de cansancio ya más que intuidos desde lejos (las coincidencias de la serendipia, el juego de las hermanas gemelas, la hija que se acaba encontrando con un padre presuntamente inesperado) que sumen al libro en un transito tibio, muchas veces aburrido y del que nos queda la sensación de que le sobra, a su coro, más de una decena larga de personajes y más de un par de centenares de páginas.

A lomos de la presunta posmodernidad, de la critica a un sector -el literario y el científico y universitario- y a caballo del doble juego presuntamente genial, Lodge escribe un pastiche fallido en el que, además, demuestra tener muy poco respeto por sus lectores, olvidándose por tanto de una de las teorías que, por cierto, también critica en su vorágine literaria: la de la recepción. Lectores que, las más de las veces, cerrarán el libro, cuando no irritados, si cansados y antes de alcanzar su final. La tesis de Lodge de que el mundo es un pañuelo alcanza más allá: para él, el mundo entero es un escenario, como el grupo de rock canadiense Rush afirma en uno de sus discos, All the World´s Stage. Sí, todo el mundo es un escenario, pero en la novela de Lodge, en su mundo, un escenario de tercera.

Pedante y empachado de sí mismo, ahíto de humoradas británicas que son eso, presuntas humoradas que no tienen maldita la gracia. Texto presuntamente cosmopolita que rezuma de localismo en sus críticas, muy interesantes para los que las puedan descifrar. Una puesta en falso del mito del Grial, pesado, aburrido, repetitivo, que crea una enorme galería de personajes todos tan planos y, lo peor, predecibles: y todo ello adornado con una ceguera y una autosuficiencia que hacen del libro una de las novelas más insoportables que he leído en el último año.

4 comentarios:

  1. No coincido, sé que les ha molestdo a muchos de los que pertenecen a ese ámbito.

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  2. Me parece estupenda tu no coincidencia, Juana, porqur sobre gustos no hay una ley exacta.
    A mi la novela no me molesta por pertenecer o no pertenecer a este ámbito a aquel... me parace una paletada de basura: eso es lo único, ni me gusta ni me disgusta, ni siquiera me puede molestar semejante desastre de escrito: es un bodriazo.
    saludos y gracias por leer y comentar!

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  3. Es triste que Juana se haya decepcionado con esta divertidísima novela de Lodge. Por varios años fui parte del mundito universitario y, en general, las reflexiones de los personajes de su novela son casi calcadas de la actual vida universitaria y, en el siglo XXI, creo las cosas se sublimaron.

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  4. Quizá leída como "literatura pura" la novela tenga enormes quiebres, pero como documento sociológico y testimonio ficcional de lo que ocurre tras bambalinas en la universidad neoliberal, sobre todo, de lo que el afán de visibilidad, prestigio y privilegio ha hecho de profesores e instituciones, es un documento valioso que tiene, además, el mérito de no pretender hacer sociología.

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