jueves, 11 de agosto de 2011

Ciudad de cristal (La trilogía de Nueva York) -Paul Auster-.






NOVELITA CON PINZA EN LA NARÍZ

Ciudad de cristal, una de las tres nouvelles o novelas cortas que componen el volumen Trilogía de Nueva York; es una novelita pretenciosa, que no una novelita con pretensiones, aunque es este caso no se qué resultaría más funesto para el texto. Auster, en su obrita, hace un alarde de pedantería, lastra a la narración con evidente culturalismo gratuito, absolutamente venenoso para cualquier cosa que pueda parecerse a la literatura. Auster, novelista del azar y de la contingencia, como gusta o gustan de llamarlo, novelista de la memez (que lo llamaría yo), elige asentarse en la posmodernidad con el empleo de equívocos, dobleces, elementos autobiográficos o autoparódicos insertados en el texto, concatenaciones, puestas en pánico, visiones de espejo y serendipias a marchas forzadas, introducidas con calzador, dotando al libro de un clima artificioso y artificial en donde cada párrafo resulta agotador por lo barroco y retorcido de la trama, que avanza con dificultad entre el marasmo de recursos presuntamente geniales y que no son, al final, nada más que sandeces.
El espacio de la ciudad de Nueva York no parece poder justificar por sí mismo ese tratamiento de que cualquier cosa puede suceder, que todo resulta posible y creíble en la novela posmoderna norteamericana. Ya en las primeras líneas, el autor nos lo deja todo bien definido, todo estaba predeterminado, es decir, todo podría haber sido bien diferente. La paradoja, otro elemento de la modernidad, y a través de ella, tal y como argumenta García Viñó en su Novela quántica, desde ella se alcanza una construcción posmoderna característica de estas nuevas novelas y que conduce a una narración en la que no existen ni el espacio ni el tiempo, una especie de pasadopresentefuturo, o pasapresenturo, tal y como lo denomina Maldonado Alemán para convertirlo en elemento definitorio de la literatura de Günter Grass. Sin duda, estamos hablando de palabras mayores, de autores enormes, ante lo que el intento de Auster, el intento de escribir con una plantilla posmoderna, convierte su obra en un pastiche posmoderno, además de nauseabundo. Apesta.
Es indiscutible que la novela arroja un montón de elementos posmodernos, tantos como flagrante es su falta de sinceridad, su enorme desvergüenza. Tenemos personajes desdoblados, apariciones de dobles, un narrador emboscado que toma la palabra allá por el capítulo doce, es decir, casi al final, para contribuir al disparate, al espanto al que ha asistido, con enormes dosis de paciencia, el lector. Unos cuantos garabatos que simulan un laberinto, una especie de palimpsesto encriptado en un plano, la inclusión (ciertamente irritante) del autor, con nombre y apellido, en la trama, la vuelta de tuerca al género de la novela negra, el devenir sobre el tiempo y el espacio (traído muy por los pelos, esa es la verdad) del protagonista, todo ello aderezado de inserciones y referencias a novelas, autores, libros, en donde los personajes hacen gala de un conocimiento enciclopédico irritante (delirantes son las reflexiones quijotescas); tanto, que en un momento dado se explica que la ridícula sabiduría de Quinn es producto de que lo sabía porque se había encargado de saber esas cosas. Son todos ellos recursos con cierta apariencia contracultural que no se quedan más que en fuegos de artificio. Fogonazos destinados a las montoneras de los grandes almacenes en donde batir récords de ventas a golpe de forzada intelectualidad desde la que el autor, sonriente en la solapa de su éxito, nos demuestra lo contento que está de haberse conocido. Eso es esta Ciudad de cristal: un descomunal ejercicio de ego literario. Repulsivo.
En fin, que podría hablar de las otras partes de la Trilogía, pero me pregunto para qué. Además, me entran náuseas con sólo imaginarlo, tamaña paletada de estiércol es la prosa de este embaucador. Por todo ello voy a inaugurar mis números negativos en las valoraciones: Paul Auster se ha ganado un -1, por pasarse de listo. Debería haberlo pensado dos veces antes de perpetrar semejante delito literario. No me parece suficiente castigo purgarlo con la condena al cajón de los libros de segunda mano, que va: yo pido que lo metan en la cárcel, una temporada por lo menos, para ver si así se le bajan los humos y aprende algo de literatura leyendo, por ejemplo, a Sebald, que tendría mucho que enseñarle del proceloso y complejo camino que ha elegido, el de la identidad, y en el que Auster se maneja con un manoseo baboso, burdo e indignante de los materiales que integran las novelas. Y además, fue Príncipe de Asturias de las letras. Puaf Auster podía haberlo sido de cualquier cosa, menos precisamente de eso: de las letras. País de países. Me voy a tomar un Almax.

Auster se cree que el lector es bobo y que en la escritura todo vale cuando, precisamente, es lo contrario: valen muy poquitas cosas. Libros así, casi hacen desear que venga Goebbels o el Index, que de nuevo estén activos para impedir la lectura de monumentos al descerebramiento y a la porquería como el que nos ocupa – y permítaseme el recurso literario ahora a mí, ya que a este Auster parece que se le permite todo, o todo lo que atufe a imbecilidad, al menos-. Novela que hay que leer con pinza en la nariz. Sinceramente: he visto mejores propuestas literarias –muchísimo más interesantes- en los prospectos de las medicinas, como la que voy a ingerir ahora por ver si consigo retener las bascas.

2 comentarios:

  1. Me ha alegrado enooooormemente ver esta crítica.No puedo estar más de acuerdo en toooodo.La trilogía de Nueva York o... Ese ladrillo. Este "tipo" ha logrado, lo que ningún escritor(hombre o mujer) ha conseguido en mis años de lectura, cerrar su libro antes de la mitad (nunca lo he hecho hasta este "dichoso libro"),por imposibilidad física y mental de asimilar tanta GILIPOLLED junta y no digo más. Si cuando le concedieron el premio Príncipe de Asturias(en este caso de los garabatos) me hubieran hecho una foto, habría servido para ilustrar en el diccionario de la Real Academia el término : Estupefacción.
    ¡Qué daño hacen tipos como este a la literatura!
    Uf!Me estoy encendiendo, mejor lo dejo.
    Un saludo!

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  2. Me alegra que compartamos opinión, Auster es lo que tiene, que pone d eun mal café, a medida que uno se enciende, tremendo... Hace mucho daño, es un fraude, algún día se descubrirá... me voy a calmar, que me enciendo con este tipejo...

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