martes, 17 de julio de 2018

Glosas-Karl Kraus



*Esta crítica apareció en achtungmag.com:
http://www.achtungmag.com/glosas-de-karl-kraus-advertencia-ante-los-males-de-la-sobre-informacion/

Glosas de Karl Kraus: advertencia ante los males de la sobre información

Hace muchos años, pero muchos que son demasiados, realicé mi primera carrera: podemos llamarla de forma inútil y rimbombante como Ciencias de la Información, o decir que me hice, simple y llanamente, periodista. Entonces, ignoraba que estos eran unos estudios de carácter enciclopédico destinados a saber muy poco de mucho, para poder realizar un trabajo que estaba condenado a desaparecer con el paso del tiempo, tras una mutación en donde el periodismo se haría un harakiri con sus grandes firmas sectarias, sus becarios explotados y sus periodistas de carrera haciendo fotocopias y preparando cafés. Tampoco nos dijeron en aquella carrera ni una sola palabra, pero ni una sola, nada de nada sobre los grandes periodistas europeos que habían elevado la profesión casi a un mito (que como todo mito ahora es un cadáver). Me refiero a nombres como Egon Erwin Kisch, Joseph Roth o Karl Kraus. No, a ellos, como otras tantas cosas que no me enseñaron en aquella lamentable carrera, tuve que descubrirlos por mi cuenta.

No pretendo llevar a cabo ninguna reflexión en esta columna de El Odradek que tenga que ver con el desempeño en la actualidad del oficio periodístico, que muy bien podría hacerlo, sino comentar un libro que se ha publicado recientemente con el título de Glosas, y cuyo autor es uno de esos tres periodistas a los que me refería antes: concretamente el austriaco Karl Kraus.
En efecto, el libro titulado Glosas, editado por Ediciones del Subsuelo, y seleccionado, traducido y comentado en su epílogo por Adan Kovacsics, nos acerca el ingenio, el humor y la sátira de Kraus como elementos, instrumentos y armas al servicio de la crítica social. Porque las Glosas son una forma de fustigar, de meter el dedo en el ojo, de molestar e irritar al entorno vienés de la época mediante la crítica elegante e inteligente, pero a la par, demoledora.
Bueno, un momento, me dirá ahora el lector… ¿Quién diablos es este Kraus? La pregunta es muy pertinente, porque este intelectual es poco conocido, o casi nada, en el ámbito de lo hispánico. Karl Kraus es un escritor vienés de comienzos del siglo XX, que igual escribía novelas que aforismos, poesías o ensayos y obras de teatro, pero que se destacó en su faceta de periodista, concretamente como editor de La antorcha (Die Fackel), revista emblemática que se mantuvo activa desde 1899 hasta 1936.

 esos son muchos años de sacudir a diestro y siniestro, de forma incansable, de señalar, de acusar, de criticar y de buscar una regeneración del ámbito social: esa Viena, esa Austria, que abarcará desde el Imperio Austrohúngaro, pasando por el periodo de entreguerras y hasta el pavoroso auge del nazismo.
Mediante esta publicación, Kraus acusó la falsa moral de su época, atacó a los nefastos gestores y burócratas, especialmente en el terreno de la política económica, se metió con lo indigno de la cultura acomodada y, especialmente, inició su cruzada personal contra otros periodistas porque en la prensa radicaba, según él, el origen de todo, dado que ayudaba a fijar y alentar todos los males anteriormente expuestos.
Joseph Roth y Egon Erwin KIsch, ejemplos de periodismo combativo y de calidad:

Y la destrucción del lenguaje es el primer paso para obtener una plena descomposición social que permita campar a sus anchas a los advenedizos. Kraus entendía que esa prensa a la que atacaba furiosamente era la culpable del deterioro, por su laxitud en la redacción de los textos, por el poco cuidado, por la falta de atención y la corrupción del oficio que él intentaba mantener honrado y honroso en todo lo alto mediante el ardiente fuego de su Antorcha.
El olfato destructivo de Kraus es notable, no en vano, y en palabras de su traductor Adan Kovacsics, vertidas en una entrevista realizada por Carlos Fortea:
Kraus fue uno de los grandes escritores apocalípticos del siglo XX”.
Es decir, Kraus intuía el derrumbamiento que se aproximaba. ¿Qué quiero decir con esto? Pues que el austriaco ya veía el problema inmensamente destructor que acarreaba el empobrecimiento del lenguaje. Una nación con un lenguaje devastado es una nación que está herida moralmente. Y la herida moral puede llevar, como de hecho llevó, a comportamientos aberrantes.
Karl Kraus no era ajeno a una intuición que fue una triste realidad: los sistemas totalitarios y tiránicos se apoderan del lenguaje, lo someten a su filtro, lo esclavizan colocándolo a su servicio y al de su propaganda, con lo que el lenguaje extravía por completo su significado primordial mutando en una antilengua.
Por ejemplo, la distopía escrita por Orwell es pródiga en ejemplos de procesos que conducen aldeslenguaje. Así, encontramos en las páginas de 1984 conceptos que luego han sido claves a la hora de formular una poética de la distopía como neolengua doblepensarcrimental, el hablar con graznidos a la manera de los patos, pathablar o cuaquear, sustentado todo ello en una Policía del pensamiento y por un Ministerio de la Verdad cuyos esfuerzos van dirigidos a crear un idioma reducido de palabras mediante la destrucción sistemática de los términos.
El lenguaje es un arma muy poderosa para el Estado, que intentará someterlo a sus intereses porque, tal y como afirma Kovacsics en la entrevista citada anteriormente:
El empobrecimiento del lenguaje es un problema moral, un problema político, existencial, estético. El lenguaje deja de conectarse con el pensamiento y con la experiencia, se torna automático, maquinal, recurre continuamente al tópico, el cual, según Kraus, mata la imaginación y la capacidad de sentir y de compadecerse”.
Imposible no establecer una comparación, llegados a este punto, con el proceso de establecimiento de la Neolengua que propone Orwell en 1984, basada en añadir prefijos, pero monótonos, simples, iguales, desgastados e inexpresivos, que sustituyen a toda una pléyade de adjetivos.
Aún se encuentran muchos más experimentos de idiomas totalitarios en la literatura de distopías; me refiero a textos como La naranja mecánica, de Anthony Burgess y Nosotros de Evgueni Zamiátin. En La naranja mecánica, una parte de los protagonistas, la parte más asocial, emplea un vocabulario denominado como nadsat, especie de jerga de los inadaptados, de aquellos que mediante la ultra-violencia están escapando al control estatal. En Nosotros, de Zamiátin, el lenguaje del Estado totalitario conduce a la deshumanización y al sometimiento.
Estamos, así, ante lo que el escritor rumano Norman Manea denomina y denuncia como la lengua de madera del régimen de Ceauşescu en su libro El regreso del húligan, o lo que el checo Ivan Klímacalifica de lenguaje yerkish en su novela Amor y basura. Los Estados totalitarios han conseguido igualar por abajo, con la pobreza de las expresiones de sus deslenguajes, todo el sistema político que controlan. No en vano, Norman Manea denomina a este lenguaje empobrecido el código de los cautivos. No cabe duda, podemos considerar el sistema totalitarista como un sistema sintáctico.
Kraus lucha contra este deterioro tan peligroso desde sus Glosas, un conjunto de textos breves que incluía en su Die Fackel y con los que pretendía llamar la atención sobre determinados aspectos de una forma muy concreta: el presunto avance tecnológico, ese progreso que también se ve reflejado en el acceso a la información, puede provocar una sobre información que acabe en deshumanización.
Sus Glosas son reflexiones sobre noticias que han aparecido en la prensa, pero algunas veces no necesita ni siquiera poner en marcha ningún discurso ni razonamiento, con tan solo copiar la noticia o una frase de una declaración, la glosa está compuesta, porque la barbaridad, lo cómico, lo atroz, se revela muchas veces por sí solo.
Adan Kovacsics.

Kraus, al estilo de Egon Kirsch, se basa en noticias de sucesos, de tribunales, en anuncios matrimoniales o de búsqueda de pareja, en los sucesos del día a día que aparecen en los periódicos y a los que la gente, normalmente, no presta demasiada atención. De hecho, ante la pregunta formulada a un escritor británico de novela negra acerca de sus fuentes para idear semejantes argumentos apasionantes, el escritor aseguró que todos los días dedicaba varias horas a leer la prensa, y siempre encontraba pequeñas noticias que eran un filón para sus novelas: pequeñas noticias que pasan desapercibidas para quienes no poseen ese espíritu periodístico casi detectivesco que era una de las cualidades de Kraus.
Con ese olfato, Kraus denuncia en sus Glosas, y en palabras de Adan Kovacsics, un progreso:
que no era un proceso evolutivo, sino una postura, una actitud que se caracterizaba por la estupidez, por la tendencia a tragarse cualquier cosa y por una mezcla absurda e irreflexiva de elementos hipermodernos y anticuados”.
Es como si nos estuviéramos definiendo ahora, generación del Iphone, de la posverdad y de las fake news, somos el grupo de personas mejor informadas de la historia y, por ello, las más expuestas a la mayor trama de desinformación que haya existido.
Y somos así porque nunca hemos sido mucho de escuchar. Los avisos han estado siempre ahí, aunque no hayan entrado a formar parte del temario, por ejemplo, de la carrera de Ciencias de la Información(tan rimbombante ella), en donde pueden pasar cinco años de estudio sin que se mencione a KrausRoth Egon Kisch, por citar tan solo a tres de los buenos que, indudablemente, hay muchos más.
Karl Kraus.

Karl Kraus es un completo desconocido para el lector español, tanto como lo es Egon Kisch y, un poco menos, Joseph Roth. Sin embargo, y también de la mano de Adan Kovacsics, la editorial El acantiladoya había publicado un compendio de artículos publicados en Die Fackel y la editorial Minúscula una colección de aforismos titulada Dichos y contradichos.



No en vano, Kovacsics comparte esta preocupación por la degradación del lenguaje que era determinante para Kraus; también, en El acantilado, apareció su interesantísimo Guerra y lenguaje, en donde Kovacsics analiza la metamorfosis del lenguaje hasta convertirse en un mero instrumento de propaganda capaz de influir sobre las personas de una forma trágica.
Por todo ello, debemos felicitarnos ahora por el suceso de que Ediciones del subsuelo, siempre fieles a publicar ensayos y autores con clara vocación de pensamiento, nos traiga estas Glosas de Kraus que, además de alertarnos y hacernos reflexionar sobre el antes y el ahora, el ayer y el futuro, son capaces, en muchas ocasiones, de pintarnos la sonrisa en la cara, e incluso nos permiten alguna que otra carcajada.
Esa es la gran virtud de la sátira bien entendida, bien ejecutada, y puesta al servicio de la inteligencia.

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