sábado, 26 de mayo de 2018

Buscando Mercy Street. El reencuentro con mi madre, Anne Sexton-Linda Gray Sexton



*Esta reseña apareció en achtungmag.com:

Linda Gray Sexton: Buscando Mercy Street o la verdadera dueña de la herida

Hace un mes y pico llegó a mis manos uno de esos libros que ya sabes, incluso mucho antes de leerlo, que va a significar algo profundo en tu vida, que será capaz de alterar, de cambiar tus esquemas, tus ideas, que te marcará estableciendo un antes y un después. Abrí las puertas de mi casa al volumen que por cortesía de Ainize Salaberri, la traductora, iba a instalarse como un pulpo en mi butaca de lectura, apresándome con sus tentáculos y forzándome a reflexionar sobre el suicidio, la muerte, la familia, los hijos, la poesía, la creación literaria… Como todo buen libro trata de todos aquellos asuntos que nos inquietan, hurga en los armarios y desvanes de nuestros miedos, sale al encuentro de las cuentas pendientes que poseemos, y consigue que volvamos a recapacitar sobre ellas. Se trata de uno de los libros del año hasta el momento, Buscando Mercy StreetEl reencuentro con mi madre, Anne Sexton(Navona).


Linda Gray Sexton lleva a acabo un ajuste de cuentas con su madre, la poeta Anne Sexton, uno de los personajes más icónicos de la cultura norteamericana de los años sesenta. Verdaderamente, la hija tiene mucho que reprocharle a su madre, y el libro es el resultado de muchos años de angustia y carga de fantasmas del pasado, traumas infantiles y responsabilidades insoportables.
Nos enfrentamos, así, a un libro que es una autobiografía a dos, tal vez un paso a dos destructivo, porque mientras Linda trata de contar y explicar la relación con su madre, se nos muestra el proceso destructivo de Anne Sexton y el propio mecanismo kamikaze de su hija. Es un relato de las formas en las que una persona puede aniquilarse, liquidando, además, todo lo que le rodea y ama.
El primer párrafo del libro es significativo respecto a lo que Linda Gray tuvo que vivir con la enfermedad de su madre:
Mi historia como hija y la historia de mi madre como madre comenzó en los suburbios de Boston, en los años 50, cuando me expulsaron de la casa de mi infancia para hacer sitio a alguien más: la enfermedad mental de mi madre, que vivía entre nosotros como la quinta persona en discordia”.
Anne Sexton padecía una enfermedad mental, psiquiátrica, que podríamos reducir simplemente —y terriblemente— a que era víctima de depresiones; unas depresiones que se alimentaban de unas poderosas tendencias suicidas. La vida de Anne Sexton fue un continuo rosario de sesiones psiquiátricas y visitas a hospitales, de lavados de estómago y periodos de trance en los cuales caía en suspenso, de botes de pastillas y paseos por el filo de la muerte.
Anne Sexton junto a sus dos hijas, Joy de 3 años y Linda de 5, en una foto de Ian Cook .

Ser la hija de una madre así no es algo que pueda resultar sencillo, y dejará marca en el futuro. Por eso, Linda Gray Sexton tiene mucho que reprochar a su madre, por un comportamiento que muy bien podría haber terminado con la propia hija muerta. Anne Sexton le dijo a su terapeuta que sentía ganas de ahogarla, y mantuvo con ella una extraña relación de odio y amor perturbadora, hasta el punto de incluir los abusos sexuales y el intento de incesto.
Son confesiones que no habrán agradado a la familia, es obvio, ni tampoco a los muchos fanáticos de la poeta. Linda Gray confiesa los abusos sexuales a los que la sometía su madre, que solía masturbarse en su presencia o, incluso, frotándose contra ella, aireando una relación enfermiza como parte de un libro en el que desea de corazón poder perdonar a su madre.
Anne Sexton llegó a la poesía desde la locura, desde la enfermedad, porque se inició en la escritura creativa como una recomendación de su psiquiatra, buscando la forma de canalizar lo que sentía. Por ello, la poesía de Sexton es consecuencia de una enfermedad, y no la causa del genio enloquecido y creador desbocado, lo que da mucho que pensar y reflexionar acerca del mito. Linda Gray lo tiene muy claro a este respecto:
“¿Con qué frecuencia se ha especulado que la locura crea arte? Si mi madre estuviese viva hoy en día, sacudiría la cabeza en total desacuerdo y recordaría a todos los interrogadores que cuando estás hundida en el dolor y la confusión, no eres capaz de crear nada. Simplemente, trabajas muy duro para sobrevivir”.
La poeta fue destrozando todo a su alrededor: primero acabó con su matrimonio, luego alejó de ella a sus hijas, después extravió su personalidad… Cuando peor estaba asestó el golpe de gracia: se catapultó a la inmortalidad desde una poesía de versos confesionales, desde una poesía de vermús y vodkas, desde una poesía de monóxido de carbono que muchas veces es irrespirable porque la fuerza de los latidos de la muerte retumba en ella.
En uno de los talleres literarios a los que acudía para limar sus poemas conoció a Sylvia Plath, entablando una amistad que solo pueden establecer dos personas que se reconocen como ya muertas de antemano. Sylvia se suicidó antes y Sexton le confesó a su psiquiatra que aquella muerte le pertenecía a ella, que Sylvia se le había adelantado arrebatándole la gloria del suicidio. Ambas entendían la literatura como un esqueleto. Los versos como costillares, las palabras como huesecillos. El libro era un ataúd. La poesía el epitafio.
Sexton y Plath: más que una amistad literaria.
Sylvia Plath era muy dueña de aquellos impulsos, de ese suicidio, tal y como lo anunciaba en su poema Lady Lázaro:
Morir
es un arte, como todo.
Yo lo hago excepcionalmente bien.
Tan bien que es una barbaridad.
Tan bien que parece real.
Se diría, supongo, que tengo el don”.
Linda Gray recuerda momentos insoportables de la infancia: su madre en estado catatónico sobre la mesa, con la cara sumergida en el plato de puré de patatas; su madre esgrimiendo una sexualidad agresiva que la llevó a mantener diferentes amantes mientras estaba casada e, incluso, una relación lésbica; su madre cometiendo el suicidio, una y otra vez, hasta que le salió bien.
En cierto modo, el suicidio de Sexton fue como el proceso de componer una poesía. Lo escribió varias veces en un borrador —en nueve ocasiones—, hasta que dio con la versión definitiva y correcta. No en vano, para el poeta del surrealismo francés Jacques Rigaut: “El suicidio es una vocación”.
De manera que Buscando Mercy Street es un recorrido de Linda por aquella infancia terrible junto a una madre ausente, el viaje por una adolescencia imposible junto a una diva de la poesía, y el intento de ganar la edad adulta con la carga de las culpas generadas en esa relación materno filial repleta de problemas y que desembocó en una muerte de la que la hija siempre se ha sentido, en parte, culpable.
El libro invita a reflexionar sobre la relación que nosotros hemos tenido con nuestros padres, la forma en que estamos educando y ocupándonos de nuestros hijos, la manera en la que somos capaces o incapaces de enfrentarnos a nuestras limitaciones y, si en algún momento la idea de suicidio a brotado en nuestras cabezas, cómo la hemos combatido y si verdaderamente la hemos desterrado del todo.
Linda Gray nos obliga a pensar sobre la depresión, mucho más en el caso de que la hayamos padecido, y sobre la muerte, esa muerte que siempre tenemos tan cercana, por mucho que la queramos obviar. Y sobre el binomio que une, al parecer lo hace con grilletes de acero, el impulso creador y la negra bestia destructiva del suicidio. Poesía y malditos, alcohol y escritura: vive o muere.
Al Alvarez lleva a cabo una profunda reflexión sobre el suicidio en El dios salvaje.
El suicidio no añade a la poesía nada de nada”, dice Al Alvarez en su libro El dios salvaje (Emecé) una reflexión sobre el suicidio con motivo de la muerte de su amiga Sylvia PlathAl Alvarez, escritor británico, había intentado suicidarse en 1961, antes que Sylvia, pero falló. En la obra, un ensayo sobre la historia del suicidio con especial atención a los suicidas literarios, intenta desentrañar ese oscuro agujero de desesperación que se abre en el suicida y que Albert Camus define: “El suicidio se prepara en el silencio del corazón, y es una gran obra de arte”.

De manera que el libro de Linda Gray es la historia de una hija que tiene que acostumbrarse a convivir con la continua presencia de la muerte:
La muerte vivía en nuestra casa: acechaba en los pequeños botes farmacéuticos de la torazina, hidrato de cloral, pentobarbital y deprol sobre la cómoda de mi madre; en las jarras de bebida, en la punta de la lengua de mi madre o en los puños cerrados de mi padre; esperaba paciente en el coche aparcado en el gran garaje; tras las rejas del hospital psiquiátrico”.
Tal y como la define LindaAnne Sexton era “su enfermedad mental”, eso la caracterizaba, lo eclipsaba todo hasta el punto de que casi parece milagroso que de entre tanta oscuridad pudiera aparecer la luz de su poesía. Porque Linda se apresura a destruir los estúpidos presupuestos y estereotipos sobre locura, suicidio y genialidad. A lo mejor, Camus no tenía mucha razón cuando formuló es de “la gran obra de arte”:
La historia de la vida de mi madre, vista desde ciertas estereotipadas perspectivas, podía degenerar en un caso escandalosos que ofreciese una variedad de hipótesis superficiales: el arte depende de la locura; el suicidio es un modo glamuroso de morir; la depresión es un requisito indispensable para la mente creativa y pensante”.
Por eso, Linda no tiene reparos a la hora de narrar cómo ella misma se aproxima hasta justo el borde del suicidio, a punto de imitar a su madre, y consigue evitarlo. Al mostrarnos ese proceso, nos enseña que la situación sólo acarrea sufrimiento (a sus hijos, a su marido) y que no contiene ni una gota de encanto, genio, ni lucidez original. Por otra parte, que Linda intentara suicidarse, o estuviera a punto, con el bagaje que traía desde la infancia, casi parece la salida fácil al callejón pavoroso en el que estaba extraviada.
De esta manera, la extensísima autobiografía, biografía, testimonio o confesión, llámese como se quiera a este Buscando Mercy Street de más de 500 páginas que pone en pie Linda Gray, es un ejercicio de recuperación de la figura de su madre, una puesta en orden de un pasado terrible y doloroso, y un ejercicio de amor (con Anne, con ella misma, con el mundo) que intenta reparar los dolores y calmar la memoria castigada de una hija que asistió a la metamorfosis desbocada de su madre: de la enfermedad a la poesía, pasando por la destrucción y llegando a la forma más estúpida de suicidio.
Linda Gray reflexiona cerca de la conclusión del libro:
Dejémonos poder decir al final: este es el precio y la recompensa de la locura; este es el precio y la recompensa de ser un genio (…) A todos nos dañó vivir su vida a su lado, tras ella, a ala sombra, dándole la mano: esa es la realidad (…) La única forma de superar el dolor es contarlo y hacerlo con honestidad”.
Porque Anne Sexton, a los ojos de su hija, que demuestra tener una visión muy clara de lo vivido:
Era cariñosa y amable, pero también estaba enferma y era destructiva. Intentó ser una buena madre pero, y esta es la verdad, no lo fue. Mi madre era humana, simplemente, y estaba sujeta a todo tipo de debilidades y problemas, Hay quien solo desea recordarla bajo cierta luz, una especie de leyenda”.
Linda Gray nos muestra a la mujer que aparece entre las grietas del estucado de poeta, entre los resquicios del mito literario: un ser de carne y hueso que ama y odia, que vive y muere, que daña a lo que le rodea, que ama a lo que le rodea, sin posibilidad de redención.
Anne Sexton con Linda Gray.
Todo ello, narrado de una forma vertiginosa, fácil y ágil, que consigue que las páginas vuelen en la lectura, algo de lo que tiene gran parte de culpa la traducción de Ainize Salaberri, firme y contundente, logrando una versión amena muy necesaria para un texto largo que no trata, además, cuestiones agradables. Ainize se convierte en la voz española de Linda Gray, hasta el punto de firmar un pequeño y delicioso epílogo titulado Deliciosamente loca, de donde me quedo con una frase:
Parece que Ane Sexton estuvo siempre muriendo en vez de viviendo”.
Quizás, por eso, su poesía confesional me resulta tan agónica. Pude leerla por primera vez en la edición española de Vive o muere (Vitruvio) editada en el año 2008, así que yo soy de los que ha llegado relativamente tarde a Sexton, al contrario que a Sylvia Plath, a la que conocía desde hacía muchísimos años. Aunque se da el caso de que mi primera noticia de Anne Sexton se albergaba en el interior de la canción Mercy Street de Peter Gabriel, perteneciente al disco So, de 1986. Desde entonces todo fue curiosidad y ganas de entender a esta escritora. Ahora, el libro de su hija termina de aportarme la luz que necesitaba.

Sigo teniendo pendiente el hacerme con su Poesía completa publicada por la editorial Linteo en 2013; un volumen de 939 páginas a un precio prohibitivo de 40 eurazos y, ya lo sabemos todos, los comparatistas no podemos permitirnos ciertos lujos.

Afortunadamente, y por la gentileza de su traductora, he podido navegar por este magnífico libro que ha editado Navona, y que la autora define como un “viaje de duelo por mi madre” en donde la máxima de Al Alvarez consignada en su ensayo El dios salvaje cobra el mayor de los sentidos:
La pasión por destruir es también una pasión creativa”.
Al fin y al cabo, Anne Sexton murió, pero dejó en este mundo a sus hijas y, una de ellas, Linda Gray, heredó todas las heridas de la madre, convirtiéndose en la dueña de un dolor tan enorme como inmerecido. Al menos, de ese mal, se ha generado un libro como este Buscando Mercy Street, para alegría de todos nosotros y alivio de su autora. Y por ello, para agradecer el excelente rato que he pasado con su lectura, he querido traerlo hoy aquí, a mi columna de El Odradek.
La figura como poeta de Anne Sexton, a pesar de lo que se diga de ella en el texto como mujer, como persona, como madre, como esposa, continuará inmutable y gigantesca, porque se defiende en sus poemas de las terribles afrentas de la vida. Y en esos poemas, Anne Sexton siempre lleva las de ganar. Es decir, las de vivir. Vivir eternamente en las hojas de papel que reproducen sus versos. Nada de lo que hiciera en vida podrá sacarla, nunca, ya de allí.
Os dejo con la interpretación de Peter Gabriel en directo de Mercy Street. Conmovedora y emocionante:

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