martes, 4 de junio de 2019

No habrá muerte. Letras del gulag y el nazismo. De Boris Pasternak a Imre Kertész-Toni Montesinos



*Esta crítica apareció en achtungmag.com:
http://www.achtungmag.com/no-habra-muerte-de-toni-montesinos-comunismo-nazismo-y-victimas/


No habrá muerte, de Toni Montesinos. Comunismo, nazismo y víctimas.




Dos intenciones fundamentales se encuentran en el interior del libro de Toni Montesinos que ha publicado la editorial Fórcola, el ensayo No habrá muerte. Letras del gulag y el nazismo. De Boris Pasternak a Imre Kertész. En primer lugar, y se desprende del título, ese “no habrá muerte” tomado de una cita del Doctor Zhivago de Pasternak que, a su vez, se refiere a una frase de San Juan Evangelista. En efecto, no hay muerte si se recuerda a las víctimas, si mencionándolas se las convoca al presente y, con ello, se las mantiene con vida. La segunda intención del texto es mostrarnos como se hicieron eco los escritores, como dieron testimonio de la brutalidad del siglo XX, marcado por dos ideologías que se asentaron en el crimen de Estado y el asesinato masivo. El resultado es un repaso por testimonios y libros que, con la impronta de sus palabras, han sabido mantener con vida el espíritu de quienes sufrieron y murieron a manos de aquellas políticas criminales.

Pero lo primero es lo primero. Tengo que empezar admirándome por la capacidad creativa, repleta de calidad, del autor. Toni Montesinos ha firmado, desde la primera crítica que le hice aquí en Achtung!, la del libro publicado por Ediciones del SubsueloEscribir. Leer. Vivir. Goethe. Tolstói. Mann. Zweig y Kafka, un total de ocho libros, tan solo entre 2017 y 2019.
Así, al mencionado libro de Ediciones del Subsuelo, de 2017, y a La soledad del tirador, novela (2017, El desvelo ediciones), hay que añadir un ensayo sobre ThoreauEl triunfo de los principios. Como vivir con Thoreau (2018, Ariel), La ocasión fugaz ensayos sobre poesía española e hispanoamericana (2018, Calambur), Una huida imposible. California y sus escribidores (2018, La línea del horizonte), El gran impaciente. Suicidio literario y filosófico (2018, Ápeiron ediciones), la novela El fantasma de la verdad (2018, El desvelo ediciones) y la reciente biografía El Dios más poderoso. Vida de Walt Whitman (2019, Ariel). Y es posible que me deje algo en el tintero.
Aquí, en Achtung!, hemos atendido a este apabullante ejercicio de creatividad hablando de tres de sus obras, de las que os dejo a continuación los enlaces correspondientes:


http://www.achtungmag.com/toni-montesinos-y-el-suicidio-morir-como-un-asunto-literario-y-filosofico/

Una vez remarcado y resaltado semejante esfuerzo editorial en un país en donde publicar es llorar y las cosas no son siempre sencillas, lo que dota a esta actividad montesiniana de un heroísmo ciertamente notable, es momento de ocuparnos de No habrá muerte. Letras del Gulag y el nazismo.
De los libros enumerados anteriormente, tal vez sea este con el que más me identifique, a causa de los estudios que he realizado sobre la materia; en concreto, para escribir mi novela El vaso canope, invertí ocho años de investigaciones sobre el nazismo y el comunismo que me sirvieron para, después, utilizar en otras novelas la monumental pila de información que recopilé.


Todo lo que he escrito desde entonces lleva esta impronta, se alimenta de muchas de las fuentes bibliográficas y literarias que menciona Montesinos. Y no las menciona por mencionar, igual que no ha escrito ninguno de sus libros anteriores a la ligera. A pesar de la macro producción de este autor, sus textos son sobrios, rigurosos, empapados de estudio, claros, directos y, sobre todo, tremendamente útiles y entretenidos.
Por eso, los libros que cita Toni Montesinos en No habrá muerte, los conozco bien, y puedo asegurar de su importancia y su pertinencia. De esa forma, el autor compone un ensayo que toca muy dentro del lector. Esa es una de sus grandes virtudes, pero tiene otras, desde luego.
Al principio de esta crítica me refería a las dos intenciones del ensayo que recorren el texto como un río poderoso: una de ellas es ese fuero para traer de vuelta, reponer a las víctimas, recordándolas de una u otra forma, a menudo comentando los libros que escribieron antes de morir o ser represaliadas, gracias a esa función reparadora y al poder de convocación que posee la literatura.
Con No habrá muerteMontesinos convierte en inmortales a prisioneros del gulag como Yuri Dombrovski, al hablarnos de la novela La facultad de las cosas inútiles (Sexto Piso), o de quienes sufrieron la represión y la violencia de ambos sistemas totalitarios, el estalinismo y el nazismo, aunque no necesariamente murieran como consecuencia de esos sufrimientos.

Como el propio Dombrovski, que sobrevivió al gulag, Montesinos atiende a otros libros de testimonios espeluznantes, desde Sin destino (El acantilado) del Premio Nobel Imre Kertész, pasando por el resistente polaco Jan Karski y su increíblemente heroica y peligrosa peripecia en el libro Historia de un Estado clandestino (El acantilado), o el novelista Heinz Rein con Final en Berlín (Sexto Piso).
Otros que menciona y de quienes habla Montesinos en su ensayo, no tuvieron tanta suerte. Tal es el caso de la archiconocida Ana Frank o de Petr Ginz con su Diario de Praga (1941-1942) El acantilado—, que desde el campo de transito de Terezín acabó en Auschwitz, donde fue asesinado en 1944; otra de estas víctimas ya inmortales, gracias a libros como el de Toni Montesinos, es Janusz Korczak, pediatra, que reflejó el inmenso sufrimiento al que fue sometido en su Diario del gueto y otros escritos (Seix Barral). Korczak fue asesinado en Treblinka en 1942.
Janusz Korczak .

Janusz Korczak puso en marcha un orfanato, El hogar de los huérfanos, en Varsovia. Cuando los nazis decidieron liquidar el gueto y enviar a todos los niños a Campos de Exterminio, Korczak se puso al frente de ellos y los acompañó hasta la muerte. Un ejemplo muy parecido al de la hermana de Kafka, que como voluntaria, en un gesto de heroísmo y entrega, acompañó a un grupo de niños en su viaje hasta Auschwitz. Dos días después de haber llegado al campo todos fueron exterminados.
Dos monumentos a la inmensa labor de Janusz Korczak en Varsovia:


Puedes leer una recreación literaria de este suceso, como parte de mi novela Kafkarama, y que escribí hace años, en este enlace:
Ottla Kafka y en la foto derecha con sus hermanas Elli y Valli, ambas asesinadas en el campo de Chelmno:


Ahora, necesito detenerme por instante en la historia de Petr Ginz, porque posee una serie de momentos tan espeluznantes como emocionantes. Ginz, a cuyo Diario de Praga me he referido antes, tenía 16 años cuando lo asesinaron en Auschwitz. Este joven desbordaba talento, escribía con gran facilidad poesía, ensayos, e incluso puso en marcha una revista clandestina juvenil durante su estancia en Terezín.

Además, Ginz dibujaba muy bien, y algunos dibujos suyos están en la colección del archivo de Yad Vashem, como esta pintura, Botes, realizada en Terezín:


Un dibujo suyo, una visión de la Tierra desde la Luna, se hizo muy conocido. Tanto, que el astronauta Ilan Ramón, primer astronauta israelita de la historia, decidió llevar este dibujo de Ginz, convertido ya en todo un símbolo del Holocausto. La intención del astronauta era rendir con ese dibujo un homenaje a las víctimas de la Shoah, su madre entre ellas, pero al regreso de la misión, el 1 de febrero de 2003, el Columbia se desintegró en su entrada en la atmósfera sobre Texas Luisiana.


Este drama, sin embargo, fue determinante para conocer la obra de Ginz. Una persona que veía el televisor en el momento del desastre del Columbia relacionó el dibujo de Ginz al que se referían, con unos papeles que habían llegado hasta él hacía tiempo y de manera accidental; los mantenía en un cajón en su escritorio. Así, se descubrió el Diario de Praga del muchacho, tal y como nos lo relata Montesinos en su libro.
El astronauta de Israel y la insignia que recuerda la misión con el nombre de todos los que murieron:


Por eso, la capacidad de la literatura, el escribir sobre todas estas personas, hace que vuelvan a estar vivas. Esta es, seguro, la principal cualidad del trabajo de Montesinos. Me he referido en muchas ocasiones, y en muchos artículos, a esta capacidad redentora, reparadora y resucitadora de la literatura, pero creo que la mejor forma de comprender el asunto en toda su dimensión es leyendo la crítica que realicé al impactante y magistral poemario de Juan Carlos MestreMuseo de la clase obrera(Calambur) aquí en Achtung!. Os dejo enlace por si os interesa:
La segunda intención de Toni Montesinos, al ofrecernos un compendio de la manera en la que los escritores se hicieron eco de las matanzas y la represión bi-totalitaria (nazismo y comunismo) viene obligatoriamente aparejada a la presentación de un completo corpus documental.
El malogrado Petr Ginz.
En este sentido, los intelectuales bajo el estalinismo fueron diezmados sistemáticamente, sin ningún respeto por el calado de sus obras o el valor de sus composiciones. El libro de Montesinos se divide en dos partes bien definidas. Una primera, dedicada al comunismo y el gulag, y una segunda centrada en el nazismo y los Campos de Exterminio.
En la mitad, y a modo de bisagra o de puerta giratoria que comunica el espanto de Kolimá con el horror de Auschwitz, nos ofrece un pequeño interludio de tres capítulos sobre la forma en que algunos escritores no quisieron denunciar las atrocidades del comunismo, o las numerosas formas en que HitlerStalin han aparecido en los libros, ya sea ficcionalmente o de manera histórica.
Dos sellos que conmemoran a Petr Ginz y a Janusz Korczak:


Es en este interludio donde me ha sorprendido mucho encontrarme con una referencia bien curiosa que Montesinos menciona al respecto del libro de Florian Illies1913. Un año hace cien años(Salamandra), publicado en 2012 y en el que afirma:
En los primeros meses de 1913, por un breve tiempo, en Viena coincidieron Stalin, Hitler y Tito, los dos mayores tiranos del siglo XX y uno de los peores dictadores”.
El libro de Illies, una especie de collage histórico compuesto de muchas estampas del siglo XX y en donde los protagonistas son Thomas MannKafkaRilkeJoyce, y otros personajes descollantes del momento, recuerda poderosamente a una novela editada en 2003 y que lleva por título Los pequeños caballos azules. En ella, además de aparecer Kafka, y otros intelectuales del momento, aparece un capítulo en que coinciden Stalin y Hitler en Viena, en concreto en la Plaza de la Catedral de San Esteban.
Perdonadme la inmodestia de convocarme aquí, sé que no debería, esta feo, pero el autor de Los pequeños caballos azules soy yo. Y os dejo un enlace a ese capítulo en el que Stalin y Hitler coinciden en Viena:
También, en la obra de Illies, serán KafkaJoyce y Musil quienes compartan un café en Trieste, tal vez de una manera que ya aparece en mi novela Kafkarama, del año 2008:
Me disculpo, y espero que sepáis perdonar mi impertinencia, pero me parecía justo destacar que, en España, alguien hizo lo mismo que Illies, que se fijó en los mismos aspectos, entre nueve y cuatro años antes… Es el poder de la serendipia. Sé que podéis perdonarme. No lo haré más.

Vuelvo a Montesinos, que nos ofrece en la primera parte de su ensayo un compendio de escritores represaliados por el estalinismo y enviados a los gulags. En primer lugar, y creo que vuelvo a meterme en camisa de once varas, como antes con lo de Illies, hoy estoy combativo, me agrada mucho comprobar lo claro que lo tiene Montesinos en relación al comunismo: es una ideología tan criminal como el nazismo.
Y sé que aquí no se trata de un “y tú más”, sino de reparar a las víctimas de los dos bandos, pero recuerdo que una vez, durante una entrevista que me realizó David Felipe Arránz para Radio Círculo, y su coloquio posterior, uno de sus contertulios manifestó una diferencia fundamental entre ambas ideologías mortales. Aseveró que
el comunismo se alimentaba y fundamentaba en bellos valores de justicia y confraternización”.
Después, admitió, algo a regañadientes, que la idea se había desviado un poco (en ese desvío camuflaba los millones de muertos en Ucrania por la hambruna desatada por Stalin o las decenas de miles de enviados al gulag siendo completamente inocentes, o las condenas a muerte sumarísimas, o las purgas…).
Este es uno de los asuntos que me agradan, y mucho, del ensayo de Montesinos. Desde el inicio va directo al grano: en sus orígenes, el comunismo concebido por Lenin, era ya una ideología de Estado totalitario que pensaba asentarse sobre la matanza y el exterminio. Decía Lenin que:
Has de pegar a la gente en la cabeza sin piedad alguna”.
Y añade Toni Montesinos:
Y a fe que lo hizo, mediante una dictadura represiva, marcada por la censura de prensa, la abolición de las libertades políticas y la tortura y el asesinato a todo el considerado adversario del Estado”.
Así que, desde el inicio del ensayo tenemos una equiparación muy necesaria en los tiempos que corren. LeninStalin, y sus conmilitones comunistas son tan criminales como Hitler y los suyos, algo que, por lo visto, y tristemente, conviene recordar. Ya lo afirmaba Cesar Vidal en su estremecedor Paracuellos-Katyn: un ensayo sobre el genocidio de la izquierda (Libroslibres), al asegurar que, de haber triunfado los republicanos en la Guerra Civil española, se hubieran puesto en marcha los planes de Stalin para España: el extermino completo de la clase burguesa.

Con todo ello, no defiendo, nada más lejos de mi intención, a Franco o a Hitler, estaría loco, solo me hago eco de escritores e intelectuales, que tienen muy claras las realidades de la Historia, esas que conviene no olvidar por culpa de intereses bastardos. Tal y como afirma Montesinos, y en relación a cuando me refería a los intelectuales que defendieron el sistema soviético:
Intelectuales de renombre internacional dieron pábulo a esa visión, como el Bertrand Russel que aseguró que ˂˂la Revolución rusa es uno de los grandes acontecimientos heroicos de la historia del mundo˃˃ (…) La Revolución rusa había cambiado a un tirano por otro, y en el renacido país se prohibía hablar y escribir libremente, de modo que los escritores estaban obligados a realizar una ocupación de riesgo a no ser que se doblegaran frente a los intereses, tabúes y órdenes bolcheviques y, en última instancia, soviéticas”.
Así que, una vez establecida la maldad en las raíces de ambos sistemas, comunismo y nazismo, Montesinos puede dedicarse a reparar las injusticias llevadas a cabo con las víctimas de ambos estados. En la parte comunista del libro se aborda lo que se denomina como “la tragedia de ser escritor”, de ser escritor en el seno de ese sistema asesino desquiciado. SolzhenitsynBrodskyMandelstamBábel,PlatónovBulgákovPasternakAjmátova o TsvietáievaShalámov, serán solo algunos de los damnificados por un sistema en el que:
entre los años 1921 y 1953 se masacraría la vida de entre veinte y treinta millones de personas en casi quinientos campos (…) El gulag es el programa de asesinatos más largo financiado con fondos del Estado”.
Es, por todo esto, No habrá muerte, un libro utilísimo para reflexionar sobre aquellas sombras del pasado que se ciernen y oscurecen nuestro presente y que opacan la idea de futuro. Hay que conocer la Historia, y si es mediante aquellos que escribieron sobre ella, testigos directos del dolor y la masacre, mucho mejor.
De esa forma, se consigue lo que obtiene el ensayo de Toni Montesinos: aprendemos y se nos muestra una realidad que hay que tener en cuenta y, con ello, incluida nuestra lectura, damos nueva vida a las voces que denunciaron la infamia, y resucitamos en este nuestro presente a las víctimas. Es lo menos que podemos hacer por ellas. Y Montesinos lo ha llevado a cabo con extraordinaria generosidad.

Tren noctuno-Martin Amis


Título: Tren nocturno
Autor: Martin Amis
Editorial: Anagrama
Número de páginas: 170

Año: 1997

Habilísima reescritura de todo un género
El británico Martin Amis alcanza con Tren Nocturno, la novela que recomendamos como libro del mes de junio en Mi Nueva Edad, la cumbre de su narrativa. Nunca antes escribió tan bien. Nunca después, al menos hasta el momento, ha vuelto a hacerlo.
Todo en Tren nocturno señala a un escritor en estado de gracia, y eso lo nota el lector desde el principio. Los aciertos narrativos se suceden, desde la estructura elegida para hablarnos de la investigación criminal alrededor del presunto suicidio de Jennifer Rockwell, que aparentemente llevaba una vida perfecta, un matrimonio perfecto, con un trabajo ideal, en el seno de una sociedad norteamericana que representaba para ella la culminación del Sueño Americano y la exacerbación del American Way of Life.
El personaje protagonista, Mike Hoolihan, la mujer detective encargada de llevar a cabo la investigación del suceso, es una de esas personalidades inolvidables que a veces aparecen en las páginas de la Gran Literatura. La ambientación que Martin Amis consigue, incrustando a la detective en un mundo de perfección que zozobra ante la posibilidad de un suicidio inexplicable, es otro de los golpes maestros del libro.
Nada como el género negro para poner al descubierto los males de la sociedad, esos que se quieren ocultar; la novela detectivesca, desde Chandler a Ellroy, pasando por Hammett, destapa las miserias de la sociedad americana y, con Tren nocturnoAmis también lo consigue.
Sin embargo, Tren nocturno es la deconstrucción del género, nada es como debería ser en una novela negra, y sin embargo cumple con todos y cada uno de sus objetivos. Aparecen los personajes y motivos habituales del género: el detective, la víctima, la mujer fatal, el escenario del crimen, el arma, el principal sospechoso…, sin embargo, todos experimentan un cambio de rol, se desfiguran a voluntad de Amis para configurarse, de nuevo, desde otro punto de vista sorprendente.
La novela Tren nocturno es una novela incómoda para el lector, indicada especialmente para aquellos a quienes les gusta formularse preguntas. Muchas de esas preguntas tienen una respuesta difusa, poco agradable o, simplemente, no se pueden contestar.
Indudablemente, no nos encontramos ante una novela más, ni se trata de una novela de género al uso. Tal vez ni siquiera sea una novela de género, aunque su autor trate de hacérnoslo creer. Y en esto radica la fascinación que ejerce la lectura del Martin Amis de Tren nocturno. Una fascinación consistente en revolvernos el cuerpo y alterarnos el espíritu, en poner boca abajo todas las certezas y hacernos reflexionar sobre el mundo que nos rodea.
Todo eso puede conseguir una novela, si es buena. Y vaya si Tren nocturno lo consigue

La vida en Trieste-David Miklos



*Esta reseña apareció en el sitio achtungmag.com:
http://www.achtungmag.com/david-miklos-y-la-vida-en-trieste-historia-del-viajero-poliedrico-y-circular/

David Miklos y La vida en Trieste: historia del viajero poliédrico y circular

Es La vida en Trieste del escritor mexicano David Miklos, publicada por la editorial Nieve de Chamoy, un libro de difícil definición, mezcla de narraciones breves, diario, autoficción y novela de viajes con excelentes momentos de lirismo y otros de introspección. Este hibridismo crea un atractivo tapiz poliédrico que se traduce en la emoción del lector ante la búsqueda de identidad de un autor sumido en un juego de laberintos, que se articula mediante una bisagra geográfica: Trieste. En este Odradek de hoy, os traigo este cubo de Rubik narrativo.

En primer lugar, hay que fijarse en la localidad que articula los planos que se superponen en el texto: se trata de Trieste. Esta ciudad de norte de Italia, bañada por el Adriático y que actualmente es frontera con Eslovenia, no siempre ha sido así. Trieste es uno de esos lugares que, como Kalinigrado (otrora Könisberg) o la propia Andorra, han soportado un destino geográfico mixto, es decir, han servido para unir o separar grandes bloques continentales, a pesar de su extensión relativamente pequeña, o han sido bastión o cordón sanitario para la expansión o penetración de las ideas.
Trieste, en concreto, es un lugar extraño: fue el puerto comercial más importante del Imperio Austrohúngaro, hasta convertirse en la quinta ciudad en importancia de un sistema político y geográfico que contenía en su seno núcleos como VienaBudapest y Praga, pero que tras la Primera Guerra Mundial pasó a formar parte de Italia mediante el Tratado de Saint-Germaine-en-Laye del 10 de septiembre de 1919. La importante comunidad alemana se vio represaliada por los italianos, que aplicaron una limpieza étnica en la zona, pero sin conseguir borrar la fuerte presencia de croatas, albaneses y griegos, que se acentuó, muchos años después, con la caída de la antigua Yugoslavia.
Estas características especiales convirtieron a Trieste, en permanente duelo y eclipse con la cercanía de Venecia, en una ciudad en ebullición, en un punto de reunión a principios del siglo XX en donde, entre otros personajes célebres, podía contarse con Kafka como veraneante o con James Joyce trabajando en la academia de idiomas Berlitz, enseñando inglés a la numerosa población flotante que estaba de paso por el lugar (y en esos momentos de preguerra y colapso del Imperio Austrohúngaro podemos incluir a un buen número de conspiradores y espías). En una de mis novelas, Kafkarama, fabulo sobre el encuentro en Trieste de Joyce y Kafka en un café, una posibilidad tan atractiva como casi improbable.

Por todo esto, Trieste es un reflejo de la búsqueda del autor, David Miklos que, por otra parte, es natural de San AntonioTexas, lugar de evidente carga híbrida; de esa forma, la ciudad, la geografía, juegan un papel decisivo en la obra, la marcan con la impronta de lo que significa el rastreo de la propia identidad, algo que por otra parte es el fin último de todo escritor que trabaja el género de los libros de viajes. Es un tópico, pero es real: el viajero se busca a sí mismo, bien sea en algún recodo del camino, ya sea la final del recorrido, cuando se reencuentra con su alteridad casi de una forma circular.
David Miklos, autor de La vida en Trieste.
No se trata de un libro en forma de circuito que se retroalimenta, aunque mucho de cierre circular haya en la voluntad del escritor de la obra. Es un trabajo poliédrico, como ya dije, al que se le superponen diferentes capas geográficas y narrativas. Geográficas: TriesteBudapestLondresVeneciaSan Antonio y el Castillo de Miramar, entre otras ubicaciones más o menos reconocibles. En las capas narrativas nos encontramos con diferentes relatos, algunos conformados como cuentos breves, otros ideados como textos viajeros repletos de écfrasis y alguno, incluso, en forma de diccionario.
En esto radica la originalidad de La vida en Trieste de Miklos, en esto y en la evidente calidad y emoción literaria que se alberga en el interior de cada segmento que configura el poliedro narrativo. Desde luego, la modesta editorial mexicana Nieve de Chamoy se ha marcado un buen tanto con la incorporación de un texto como este a su catálogo. Modesta, en efecto, pero que trabaja con calidad y mimo sus publicaciones, configurando una oferta más que atractiva, oferta que poco a poco irá desfilando por las páginas de Achtung!, porque aquí nos interesan las editoriales que merecen la pena.
La vida en Trieste se inicia con un relato conmovedor, un verdadero tour de force de su autor, que parece ofrecernos ya de entrada todo lo mejor que es capaz de elaborar, aunque, después, el libro se sigue moviendo al mismo nivel y ese primer desafío lector se ha resuelto de una forma sobresaliente. En este principio se nos muestra el retrato de una mujer que ha perdido la memoria y languidece en un asilo, con su único destello de lucidez, a las seis en punto de la tarde, en la pregunta que formula todos los días:
“¿Es ese el barco que nos llevará a América?”.
Se trata sobre una reflexión de la pérdida de la memoria asociada a la espera eterna. Una espera eterna que, no podía ser de otra forma, Miklos la engarza con la novela Zama, de Antonio Di Benedetto, un texto sobre la exasperación de la persona que aguarda, en donde una de las imágenes más potentes de lo que puede resultar una espera agotadora y yerma es la de un mono ahogado y mecido por los remolinos de la marea en las pesadas aguas de un muelle cochambroso. Os dejo un enlace a una reseña que hice de este libro imprescindible de las letras hispanoamericanas, a pesar de sus evidentes fallos estructurales:
Si Zama es una exacerbación de la inacción y de la búsqueda de una identidad que se encuentra dividida, el primer relato, impactante, del libro de Miklos, se asienta sobre ambas premisas. Por ello, es comprensible que la hilazón de esta historia en el cuerpo del esfuerzo narrativo venga de la mano de una búsqueda que rompa esa espera inanimada y trate de recuperar una parte identitaria: desde aquí se forja el libro de viajes.

El autor, convertido en protagonista de los periplos, nos eleva a una autoficción viajera de muchos quilates. En primer lugar, se extravía por Budapest, en una obra que no tiene ningún respeto por el tiempo lineal, y que de continuo salta adelante y atrás para confeccionar, además de un poliedro, un atractivo triángulo de pasado-presente-futuro.
Este Budapest de estatuas con leyendas latinas, es la recuperación de unos instantes, de un archivo de memoria que reproduce el deambular del autor por la triple ciudad (BudaObudaPest) de los puentes y los leones, de la Plaza de los Héroes y de Matías Corvino, que lo llevará hacia una reflexión introspectiva sobre el paso del tiempo y de cómo se traduce en imprimaciones sobre la piedra, en forma de inscripciones.
Sergi Bellver, escritor nómada y autor de Variaciones de Budapest.


Esta conexión interna de Budapest, como ciudad capaz de extraer la cara más oculta del autor, como si sus calles y el Danubio ejercieran una posesión demoniaca que voltearan los interiores de los escritores, obligándolos a la introspección, conecta con un libro de viajes del que también hemos escrito en Achtung! Me refiero al magnífico Visiones de Budapest (La línea del horizonte ediciones) del escritor Sergi Bellver. Puedes leer la crítica en este enlace:
Tras el Budapest de la luz que, curiosamente, destapa la parte más sombría de los autores, le llega el turno al Londres más oscuro que, por otra parte, permite que brille con gran intensidad la luminiscencia del escritor. Miklos nos relata con pulso firme y contenido la historia de un hombre que vivía dentro de un coche justo al lado de su casa en México, el hombre del Mónaco gris que llevaba estacionado 22 años en ese lugar y que, un día, desapareció, murió, dejando únicamente una mancha de grasa en el suelo. A ello se le añaden otras historias en varios planos, desde la muerte del gato del escritor hasta una ruptura sentimental.
Parece que la evocación de Londres ha removido la memoria triste, como si esa ciudad fuera un lugar hostil de muertes y desencuentros. El hombre mexicano del coche se da la mano con el gato despanzurrado tras caer desde una azotea y con las sensaciones de la ruptura sentimental del protagonista del texto. Todo ello es un continuo:
una serie de retratos estáticos, no cronológicos. Un conjunto de episodios emocionales, ordenados o desordenados arbitrariamente (…) Narrar una época que no es más, una época consumida en el recuerdo, la memoria entre las ruinas del tiempo abatido”.
Y así, bajo esta premisa, se inicia la parte titulada Historia natural de una vida en Londres, cuyo epígrafe, de inmediato, nos recuerda al escritor alemán Sebald y, como no podía ser de otro modo, a su monumental obra maestra sobre el desarraigo: Austerlitz (Anagrama). Puedes leer una reseña de esta novela en el siguiente enlace y verás que Miklos y el germano, al final, están hablando de lo mismo. Del tiempo en deconstrucción y de la conformación de la identidad —o el extravío de ella—, con Londres al fondo:

Esta parte de La vida en Trieste dedicada a Londres se presenta como un diccionario, un compendio alfabético en donde las impresiones, las emanaciones, las ideas que transmiten determinados lugares de la City, aparecen ordenadas de la A a la Z, otorgando un mayor componente de deshumanización a la imagen global que el autor busca transmitir.

Tras el vagabundeo alfabético por los barrios londinenses, el texto aborda el magnetismo y la fijación, que tiene mucho de absurdo kafkiano, del escritor con el Castillo de Miramar en Trieste. Aunque el relato aparece casi al final del libro, me atrevería a señalarlo como el núcleo principal de la obra.
El Castillo de Miramar en Trieste.

En Miramare se nos ofrece una profunda visión emocional de Trieste, además del hechizo que desprende el Palacio, lugar en donde residió, y este es el motivo principal del asunto, el archiduque Maximiliano de Habsburgo, antes de partir hacia el otro lado del mar, es decir a México, para ejercer allí como Emperador.
El Emperador Maximiliano I.
Un Emperador austriaco para los mexicanos… Ese era el nivel de absurdo de la Kakania AustrohúngaraMaximiliano marchó para allá y, apenas tres años después, atrapado en una revolución republicana, fue derrotado y apresado en Querétaro y, después, fusilado de forma absurda. Una de las páginas más dramáticas y negras de ese insostenible Imperio.
Fusilamiento de Maximiliano I, en un cuadro de Edouard Manet.
Por eso, Miramar ejerce una profunda atracción sobre Miklos, la atracción de lo desolado, de la derrota y de la pérdida, del sacrificio absurdo y en nombre de nada, de la vacuidad, de una vacuidad al estilo deZama, y donde el cuarto del Emperador en el Palacio es el remedo de un austero camarote de barco con tintes de celda monástica.
Pero tras esto, La vida en Trieste aún nos ofrece tres partes notables: un texto, de nuevo alfabético, esta vez sobre el propio Trieste, y dos relatos importantes, El abrazo de Cthulhu, de evidentes resonancias lovecraftianas, y la que para mí es la mejor porción del libro, Vacas flacas, un final con grandeza y maestría narrativa para dar paso a la última entrada titulada Epílogo elíptico, que ratifica la voluntad de cierre circular de la obra poliédrica.
Es La vida en Trieste un libro de viajes y un viaje interior a los fantasmas y terrores del escritor, a las zonas oscuras que se iluminan con el sol que se filtra por los callejones de Budapest, con el cielo triestino siempre presente como un escenario en donde Miklos se desborda y nos apabulla con su tratamiento del espacio-tiempo, la mejor forma conocida de realizar un viaje al interior, recorrido sostenido sobre las geografías imposibles de la memoria.