martes, 12 de marzo de 2019

Correo literario-Wisława Szymborska



*Esta crítica apareció en achtungmag.com:
http://www.achtungmag.com/correo-literario-de-nordica-libros-wislawa-szymborska-contra-el-mundo/

Correo literario de Nórdica libros: Wisława Szymborska contra el mundo


En el rincón de color blanquirrojo (y no es porque esta mujer sea del Atlético, sino porque esos son los colores de la bandera de Polonia), tenemos a la Premio Nobel de literatura del año 1996 y extraordinaria poeta, Wisława Szymborska. En el otro rincón del ring, de color oscuro plagio, de color negro epígono, de color ceniza diletante, tenemos a los aprendices a literatos. Puede comenzar el combate. Arbitra el Odradek de los viernes. Y el combate se llama Correo literario, publicado por Nórdica Libros.

En efecto, la poeta Wisława Szymborska llevó una especie de consultorio de escritores (mejor dicho, de aspirantes a serlo) en la revista Vida literaria —Życie literackie— que apareció en Polonia, concretamente en Cracovia, el 4 de febrero de 1951. Dice mucho del interés de los polacos por la literatura que ya en 1951, y después de los horrores que habían pasado durante la Segunda Guerra Mundial, tuvieran tanta pasión por las letras, sobre todo ante el previsible futuro de horrores comunistas que se avecinaban… Aunque entiendo que es un mecanismo inherente al ser humano ese “vivir para contarlo”, en palabras del inmortal Gabo y, creo que también de otro polaco no menos inmortal: Ryszard Kapuściński.
Fue en 1953 cuando Szymborska entró a formar parte del consejo de redacción de la revista (del que ya no se apearía hasta 1981), pero hubo de esperar al 27 de noviembre de 1963 para estrenar la sección Correo literario, como una forma de comunicación, mediante respuesta crítica, con los autores que habían enviado sus textos a la revista. La sección, coordinada por dos personas, tenía a la poeta como una de ellas. La otra fue el bielorruso Włodzimierz Maciąg, filólogo, historiador, crítico literario y también profesor.
El consultorio funcionó durante 21 años, y otra polaca, Teresa Walas (doctora, crítica literaria, y profesora en la Universidad Jagellónica de la asignatura de Antropología de la Literatura) decidió reunir 236 de estas respuestas y publicarlas en el año 2000 bajo el título de Correo literario o cómo llegar a ser (o no llegar a ser) escritor.
Teresa Walas lo tenía muy claro, se había percatado, de ahí ese paréntesis en el título de la publicación, de que Szymborska había estado luchando desde el consultorio contra la falta de talento, los epígonos, la terrible diletancia, y otros males que suelen dinamitar la base de la buena literatura.
Dos imágenes de Szymborska recogiendo el Premio Nobel de Literatura:


Szymborska trata de disuadir a quienes, con evidente falta de talento y voluntad de copia, han iniciado un camino pervertido en la literatura. Lo hace con un humor ácido y disolvente a veces, en otras ocasiones de forma más o menos irónica, pero no suele mostrarse excesivamente sensible con los sentimientos de los escritores en ciernes, esa es la verdad. Le gusta llamar a las cosas por su nombre.
El principal objetivo de Szymborska era que la gente que enviaba sus manuscritos:
Entendieran cosas elementales, les animaba a que reflexionaran sobre el texto recién escrito, a que fueran mínimamente críticos consigo mismos. Y, lo más importante, los animaba a leer libros”.
Szymborska toca aquí los dos caballos de batalla primordiales de todo aquél que imparte un taller literario de escritura creativa o se encuentra comprometido con la valoración de textos, de relatos o poemas de escritores que comienzan: el completo blindaje y la no aceptación de la crítica (que es tomada como una ofensa personal), además de la necedad (porque es una necedad, para qué vamos a darle más vueltas) de personas que, queriendo escribir, no han leído un libro en su vida.
Puedo comprender, en un ejercicio de tolerancia, que las críticas se encajen mal, al fin y al cabo a nadie le gusta que le digan cosas negativas, en especial si son sobre un trabajo intelectual que se considera sublime. Pero lo de no leer y querer ser escritor es algo que jamás he podido comprender.
Dos sellos polacos con Szymborska como portagonista:


Y es un problema que genera textos repletos de lugares comunes aburridísimos, porque quienes no han leído nada consideran construcciones como “el cielo azul”, “el mar embravecido” o “las perlas de tus dientes”, hallazgos poéticos de primera magnitud. Un poco de Homero o de Rubén Darío les haría comprender lo desgastadas y aburridas que están ya estas palabras. No hay anda nuevo bajo el sol, ser original es tremendamente complejo, pero si además no has leído nunca, entonces, ignoras todo aquello que se ha dicho, el cómo se dijo y el quién lo dijo, y demuestras tener muy poca afición a esa escritura que arrastras por el lodo de tu ignorancia. Volvamos con Szymborska.
La polaca embiste en sus respuestas contra algo sobre lo que también nos advierte Charles Bukowski en algunos de sus escritos: que los conocidos jaleen la falta de talento del amigo, hijo, novio o vecino (consígnese en femenino también, por supuesto), porque de esa forma le están infligiendo un daño irreparable. Afirma Szymborska:
El problema empieza cuando el autor de una de esas rimas ocasionales, correctas, oye que sus conocidos le dicen: ˂˂Es muy bueno, tío, tienes que publicarlo en algún sitio˃˃. Como consecuencia, lo que puede ser agradable y adecuado en un cierto contexto y que ha gustado a la muchacha elegida, de ojos grandes, azules, cae en manos de un redactor injusto que no comparte esa admiración”.
Jalear este tipo de escaso talento por motivos de amistad, parentesco o vecindario lleva a que los aprendices se crean escritores profesionales, con los consecuentes problemas que semejante ilusión acarrea: “a mi vecino le gusta, a mi madre, a mi novio o novia les parece un texto de talento incomparable”, se dice sorprendido el autor, al toparse de frente con el muro de la crítica y con el añadido, ahora, de estos tiempo que corren, “lo he colgado en redes y he tenido 500 likes”, una mamarrachada contra la que Szymborska no se vio en la tesitura de tener que combatir. Pero amigo escritor en ciernes (por no llamarte otra cosa), ¿te has preguntado si esos elogios son sinceros, te has preguntado por el tipo de gusto crítico y conocimiento literario de quienes se ocultan tras los likes?
En una de las respuestas del Correo literarioSzymborska presenta el siguiente argumento sobre alguien que ha leído un poemita en una reunión social y ha sido recibido con vítores:
Alguien le comenta al autor: ˂˂Tendría usted que mandarlo a algún sitio para que lo publiquen, sería una pena que no quedara ninguna huella˃˃ (…) No es un buen consejo (…) Cuando sí que se va a echar a perder, es cuando acabe sobre el escritorio de alguna redacción y empiecen a analizarlo con criterios literarios. Y al final digan que eso no es poesía, con lo que causaran al autor un enorme disgusto. Disgusto que se podría haber evitado”.
Cámbiese la lectura del poemilla en una reunión social por Instagram, y nos encontramos ante una candente situación actual sobre lo que tiene éxito en redes, pero los críticos no consideran o consideramos como poesía, aunque se nos intente hacer pasar como tal. ¿Os suena esta polémica? Qué de-Sastre.
Szymborska lo tiene muy claro en cuestiones relativas al talento literario, y no puedo estar más de acuerdo con ella cuando afirma:
El talento… Algunos lo tienen, y otros no lo tendrán nunca. Y que conste que eso no significa que esos otros no tengan nada que hacer. Pueden llegar a ser excelentes bioquímicos o descubrir, por ejemplo, el polo norte”.
Aunque pueda sonar duro, soy de la misma opinión. Un escritor nace con ese talento, no se hace. ¡Un momento caballero!, me dirá algún lector, ¡Oiga usted!, casi indignado: ¿Usted que se dedica a impartir talleres de escritura me está queriendo decir que no merecen la pena porque sin talento no se puede aprender a escribir?
Es una gran pregunta. El taller, la escuela de letras, cumple varias funciones: la primera y primordial, proporcionarle unos ingresos a quienes lo imparten, ingresos que les permiten pagar algunas facturas, echar gasolina como todo hijo de vecino e, incluso, y esto es lo más importante, poder hacer la compra para conseguir la heroicidad de comer cada día.
La versión polaca del Correo literario.

Después, además y como quién no quiere la cosa, ayuda a refinar el talento bruto de algún alumno que verdaderamente lo tenga y sirve de criba para conseguir que abandonen un montón de pésimos escritores y personajes pesados que acuden a este tipo de talleres creyendo que cumplen una función social de entretenimiento y tertulia, como si fueran a un salón de té o asistieran a un ameno curso de patchwork. Es decir: a pasar el rato y si se tercia, hasta puede que lleguen a conocer gente.
Por último, el taller literario puede limar y pulir un poco a quienes se dejen pulir y limar (que esa es otra) y que suelen ser aquellos seres generosos que han dejado la soberbia y el ego en la puerta antes de empezar. Así que la rimbombante escuela de letras, en lo estrictamente literario, ayuda al que apunta maneras, desespera al que carece de talento, y da un empujoncito leve al modesto. Pero no crea escritores de la nada, ni tampoco desde la ignorancia de los alumnos. Eso, el talento para ser escritor, ya se trae puesto de casa. Aportemos aquí otra recomendación de Szymborska en respuesta a una persona de Nowograd:
Las facultades de filología polaca forman sobre todo a profesores, pero no enseñan a escribir buenos poemas. Ninguna clase magistral (…) puede ayudar a crear talento”.
Y no digamos nada de las facultades de filología españolas
En fin, que esto del talento y su posibilidad (o no) de aprenderlo, o tal vez aprehenderlo, nos queda clarísimo tras esta contestación a U.T. de Cracovia:
¿Qué se supone que debería aprender un escritor yendo a una escuela? (…) la literatura no tiene ningún misterio técnico; en todo caso, ningún misterio que no pueda descifrar un profano con algo de talento (…) Es el oficio menos profesional de todas las actividades artísticas (…) El camino al Parnaso está abierto para todo el mundo. En apariencia, claro está, porque, a fin de cuentas, lo que decide es la genética”.
La genética de tener talento, obviamente, ese que se lleva de serie como unos ojos azules o, como es mi caso, como unos grandes pies planos. No poseer ese talento no significa ser un borrico. Acaba de decírnoslo Szymborska en la cita anterior. Uno, seguramente, vale para otras cosas, generalmente mucho más útiles que la literatura. Realmente los escritores no valemos para nada, o casi para nada. Somos buenos en asustarnos, preocuparnos, mirar embobados, estar mano sobre mano, aburrirnos y quejarnos y, a veces, pero muy raramente, podemos ser buenos en escribir. Sí, eso creo, que los escritores también somos capaces de escribir. Y añade Szymborska:
El talento literario es uno entre muchos talentos. Se pueden tener otros”.
Así que a todos aquellos, por cientos o miles, que se creen escritores talentosos, jaleados por amistades, familiares, Szymborska no tiene problemas en recalcarles una de las mejores frases de este Correo literario:
El talento literario no es un fenómeno de masas”.
Y más adelante responde a una pregunta llegada desde Łubin:
¿Cómo llegar a ser escritor? La pregunta que nos hace usted es muy delicada (…) Pues bien, hay que tener algo de talento”.
Y si pese a todo esto, el aspirante persiste en su empecinamiento, quizás otra reflexión interesante de Szymborska puede que le saque de dudas:
Persiste todavía la romántica idea de que ser poeta es el mayor de los honores y un gran prestigio. En realidad, el mayor honor y el mayor prestigio es hacer de forma intachable o que uno sabe hacer”.
Es el Correo literario un libro que, quizás, contenga menos humor del que se nos ha querido vender, incluso menos ironía de lo que pueda parecer. Por momentos me parece arisco, pero repleto de sentido común y amor por la literatura.
En la redacción de la revista se recibían manuscritos que presentaban los mismos problemas a los que nos solemos enfrentar en nuestros talleres de escritura creativa. Uno de ellos es la infame presentación de un texto que se supone debemos leer para valorarlo. Es algo que jamás he podido comprender, y Szymborska tampoco:
¿Por qué tendría que apetecernos leer eso, si todo parece indicar que al autor ni siquiera le apeteció pasarlo a limpio?.
Este mundo de la literatura que tanto amamos, visto desde nuestra perspectiva, se divide entre quienes leen y quienes escriben. Por eso, si Szymborska encontraba suficientes motivos en un manuscrito para hacerle entender a su autor que como escritor no tenía ningún futuro, no dudaba en intentar reconducirlo al otro lado, el de la lectura. Así, le recomienda a un remitente de la localidad de Chorzów:
Le espera a usted una vida fantástica, una vida de lector, y de lector de los mejores, de lector desinteresado; la vida de un amante de la literatura, un amante que será siempre el miembro más fuerte de la pareja, es decir, no el que tiene que conquistar, sino el que es conquistado. Leerá usted las cosas más diversas por el puro placer de leer. No tendrá usted que estar pendiente de ˂˂recursos˃˃, ni ponerse a pensar si se podría escribir mejor o igual de bien, pero de otra manera (…) Dante será para usted Dante (…) De noche, no le torturará la duda de por qué Fulanito, que no rima, ha sido publicado y yo, que lo he rimado todo y he contado las sílabas con los dedos, ni siquiera he tenido unas palabras de respuesta”.
Este Correo literario está repleto de estas y otras respuestas y consideraciones sobre la literatura, conformando una especie de manual de primer uso para primerizos que siempre cometen los mismos errores, o de recordatorio para aquellos que llevamos escribiendo, impartiendo clases, y podemos caer en algunos errores de bulto por pereza o desidia. Szymborska, como una guardiana incansable, está ahí, vigilante.


De esa forma, aborda cuestiones relativas a la necesidad de poseer un instinto innato para dedicarse a ser escritor —y volvemos a lo de antes, un instinto innato, es decir, que no se puede aprender después—, un instinto literario —que igualmente se trae ya puesto de fábrica—, nos habla sobre asuntos relativos a la poesía —por cierto, “el poeta nace con oído”, nos confiesa Szymborska, que de poesía sabe un rato—, de la inspiración y de la importancia de trabajar los textos, de los lugares comunes y las imágenes manidas, de la percepción y sensibilidad especiales que necesita el escritor, de si se tiene algo que decir o no, de cómo la literatura debe tratar de emocionar, de los temas y de la construcción de los personajes…
En fin, que este Correo literario es todo un tratado urgente de literatura para las trincheras en las que muchos se mueven, pero también para quienes combatimos en primera línea y sufrimos más de la cuenta, o más de lo que sería recomendable para nuestra salud mental, a epígonos, diletantes, aficionados, pero, sobre todo, ególatras, maleducados y caraduras.
Si tuviera presupuesto, regalaría un ejemplar de Correo literario a cada uno de estos personajes. Sería la mejor forma de cerrarles la boca porque Wisława Szymborska es irónica, y graciosa a veces, pero por encima de todo hace gala de una espectacular e impagable mala leche que se agradece mucho en estos tiempos que corren de buenismos literarios y tibiezas críticas.

martes, 5 de marzo de 2019

Bobilongos y churrilungas-Maximiano Revilla



*Este texto apareció en el número 5 de la Revista Crátera de crítica y poesía contemporánea, en la sección "Reseñas".



Título: Bobilongos y churrilungas
Autor: Maximiano Revilla
Editorial: Vitruvio
Año de publicación: 2018

Originalísima poética de lo cotidiano

Maximiano Revilla (Tabanera de Valdavia, Palencia, 1962) es un poeta de largo recorrido. Ha publicado con Vitruvio los poemarios Consonancias de la voz (2003), De todo lo que no se pierde (2005), Pálpitos del tren que no vuelve (2016) y Un cuántico aleteo en la boca (2017), antes de esta nueva entrega de título tan chocante como sugerente: Bobilongos y churrilungas. Además, en ediciones exclusivamente digitales ha firmado Motivos venatorios (2013), Urbanidades y otras distancias (2013), Notateti (2013) y Cuando se lanzan los cuerpos desde la terraza para ver qué sucede (2014).
Maximiano Revilla es una de las voces más sorprendentes del actual panorama literario español, todo un ejercicio de originalidad. Quienes conocemos su obra y seguimos de cerca su evolución sabemos muy bien que estos son adjetivos ganados por derecho propio, producto de un inquebrantable espíritu de estudio y trabajo de sus poemas, de un ideario poético combativo y contundente, de un talante demoledor que busca dinamitar aquellos aspectos anquilosados y monótonos que pueden encontrarse en la poesía.
Por eso, este poemario que nos presenta en 2018 es fiel a sus estilemas: un trabajo sobre los aspectos urbanos y sociales, con la voz poética ubicada en las actividades cotidianas del día a día, junto a una emanación pesimista que brota de saberse cercano a la derrota existencial o, al menos, encaminado hacia ella.
Porque Maximiano se fija en los actos sencillos y habituales, tales como esperar un bus, viajar en metro, conducir una furgoneta o atascarse en la autopista, para de ellos extraer una conclusión lírica que siempre aparece cargada de una poderosa reflexión social. La poesía de Maximiano ha ido virando hacia esa forma de reivindicar al ser humano mostrando todo aquello que lo hace inhumano, imbricado en el seno una sociedad que no sólo permite tal aberración, sino que la alienta.
Esta poética de lo cotidiano desemboca en unas composiciones escritas con un lenguaje claro y directo, con referencias a esas marcas comerciales que forman parte de nuestras vidas, a los anuncios, lo mismo que a las canciones o a los cantantes pop, creando un ambiente social y urbano que resulta muy fácil de reconocer para el lector, que de inmediato se identifica con la poesía de Maximiano Revilla.
Pero además, el palentino dinamita cualquier posibilidad de lugar común, de composición plana, introduciendo algunas de las imágenes más originales y sorprendentes que hoy en día puede descubrir un lector de poesía en español. Muchas veces, sus textos parecen aforismos, en otras ocasiones se tintan con cierto realismo sucio producto de su agudo tono confesional, tan próximo, en lo que es un intento de Maximiano por combatir mediante la aparición de la palabra ese mundo consumista y de falsas apariencias que percibe.
En efecto, la palabra es determinante en la obra de Maximiano Revilla, porque es habitual que invente y añada sus propios giros, sus adjetivos personales, alcanzando más allá de lo que permitiría el lenguaje. El título de Bobilongos y churrilungas nos lo muestra claramente; abrir un poemario de este autor es introducirse en un mundo pleno de figuras imaginativas, someterse a una descarga de ingenio, pero también de sinceridad poética. Un fogonazo de luz a pesar del tono algo oscuro de la voz de un poeta amargo.
Al final, como siempre, los temas de Maximiano Revilla son los temas universales de la literatura. La carga amorosa de su poesía se equilibra con la preocupación existencial por el envejecimiento y la muerte; la visión desolada de la actualidad encuentra un bálsamo en el optimismo del recuerdo de otros tiempos más felices que aparecen convocados mediante giros asombrosos; hay una tarea de recuperación de la memoria (pero no la del poeta sino de la memoria colectiva) que busca mostrarnos una época en la que todos éramos mejores que ahora. Y tal vez podamos recuperar esa esencia que parece ser anterior a los teléfonos móviles y a las interminables jornadas laborales.
Maximiano Revilla es un poeta que no goza del reconocimiento del público, permanece en manos de las minorías y eso, hablando de poesía, significa ubicarlo en la absoluta marginalidad. Los lectores se están perdiendo, y es una lástima, todo aquello que encierra en sus poemarios, más allá de este Bobilongos y churrilungas, cimentados en un trabajo incansable de buen conocedor de la tradición poética, apoyados en la métrica y en las figuras que sabe utilizar a su antojo, en fin, un despliegue de recursos tan grande como enorme es su anonimato.
Entre los nombres de las calles de la ciudad, las líneas de autobuses, los socavones y las escaleras de los portales, entre los coches aparcados en segunda fila, junto a los bordillos y adoquines, al lado de maceteros repletos de colillas, cerca de los cubos de basura, florece la poesía de Maximiano Revilla con la fuerza de sus imágenes y la contundencia de su mensaje; porque Maximiano no solo busca la belleza, intenta remover nuestro interior, provocarnos un leve malestar, hacernos reaccionar, enfrentarnos al tedio y al asco que nos rodea. Y para conseguirlo se le ha metido en la cabeza la absurda idea de hacer versos.

El Diablo de la Guarda-Alfredo Fernández Alameda (1)



*Esta reseña apareció en Mi Nueva Edad-
https://www.minuevaedad.com/actualidad/2019/3/4/el-libro-del-mes-el-diablo-de-la-guarda-de-alfredo-fernandez-ala/

Título: El Diablo de la Guarda
Autor: Alfredo Fernández Alameda
Editorial: Oportet Editores
Número de páginas: 491
Año: 2018
Viaje narrativo a los suburbios de la España de los años sesenta

Me gusta este principio de la novela que hoy recomendamos para el mes de marzo en Mi Nueva Edad, porque define muy bien lo que podemos encontrarnos en el interior del descomunal esfuerzo narrativo llevado a cabo por el escritor Alfredo Fernández Alameda: “El 7 de abril de 1963 amaneció especialmente frío en Ávila y una copiosa nevada cubrió de blanco las montañas y caminos circundantes. Era Domingo de Ramos, pero ni el domingo ni los ramos impidieron que fueran asesinados dos frailes y un boticario”.
¿Qué tiene de interesante este comienzo? Alfredo Fernández Alamedanos ubica con estas breves líneas en un tiempo y en un espacio determinados, además de establecer, ya de entrada, el género principal de la novela que nos disponemos a leer; una novela negra, obviamente, anclada en la España depauperada de los primeros años sesenta.
Esta es una idea que resulta muy seductora para las expectativas del lector, pero cuidado, porque después, el autor irá enriqueciendo este género negro con aportes de otros géneros literarios hasta completar una obra muy atrayente.
Tres asesinados, una investigación, en la España de 1963, que se llevará a cabo en provincias y derivará a Madrid. Muchos expertos consideran el género negro como la novela que mejor refleja las miserias de las clases bajas y la corrupción de las altas. Por tanto, una novela negra en la Españade principios de los sesenta puede ser el pretexto ideal para configurar una radiografía de aquella sociedad funesta.
Aprovechando que la investigación será llevada a cabo por un guardia civil y un cura, y que el caso se origina a raíz de un tema tan en boga ahora como los abusos sexuales cometidos en el seno de la iglesia, a lo largo de las casi 500 páginas se construye una imagen de la España profunda de gitanos y burgueses de provincias, del Madrid de las veladas de boxeo en el Campo del Gas y de las bandas yeyés que actuaban en el Price, por ejemplo, entre otros muchos retratos de aquella España periclitada y enteca por culpa de la dictadura franquista.
El Diablo de la Guarda es una novela negra, en tanto en cuanto en ella se desarrolla, como uno de los argumentos principales, la investigación para la resolución de los asesinatos antes mencionados, pero también es una novela realista al estilo de Galdós, con ecos barojianos, una novela de internado, una novela-río, una novela de protagonistas corales, una novela social, una novela de atracos a bancos, una novela denuncia…, en fin, una novela que da para muchas variantes y subgéneros gracias a su largo aliento.
Pero, por encima de todo, el trabajo de Alfredo Fernández Alameda se centra en la tarea de mostrarnos al detalle la carne y los huesos de aquella época. Para ello, recurre a una confrontación bien interesante: la oposición entre la vida de provincias y la vida capitalina, alternando cuadros de costumbres y actividades llevadas a cabo en Madrid y en Ávila o en Valladolid.
El contraste, de esta manera, presenta una composición muy viva y exacta de aquellos tiempos, aderezada con las acciones de los bajos fondosmadrileños (prostitución, cabarets) y la cotidiana monotonía provinciana. Después, el autor se va sacando de la chistera algunos trucos sorprendentes que funcionan como resortes que hacen avanzar la narración: el misterio de una caja de seguridad de una oficina bancaria, un turbio asunto de contrabando de medicamentos, el amor que se apodera de un cura que en absoluto cree en Dios, todo ello aderezado de las pequeñas historias de personajes secundarios que engrosan la trama.
Así, entre caladas de tabaco Rumbo, copazos de Anís del Mono, platos de cocido y las apariciones estelares y breves de Miguel Delibes o del nazi Martin Bormann —además de algunos ministros de la época, obispos y hasta algún Papa—, el escritor Alfredo Fernández Alameda desarrolla en El Diablo de la Guarda una novela personalísima y entretenida que nos sirve para conocer, y casi saborear, esos primeros años sesenta, que nos mantiene enganchados a una historia detectivesca y gansteril, sin perder la oportunidad de elevar una denuncia contra las dictaduras y los abusos de los poderosos. Como toda buena novela negra, claro.

El club de los asesinos de letras/Biografía de una idea y otros relatos-Sigismund Krzyzanowski




*Esta crítica apareció en achtungmag.com:

http://www.achtungmag.com/sigismund-krzyzanowski-el-gran-anonimo-o-el-arte-de-morir-en-la-cama/

Sigismund Krzyzanowski: el Gran Anónimo o el arte de morir en la cama


Gracias a la editorial Ediciones del Subsuelo he descubierto a uno de esos autores que marcan un antes y un después de su lectura. En los tiempos literarios que corren, eso no resulta sencillo, y ante deslumbramientos así hay que felicitarse. Ediciones del Subsuelo había publicado en 2012 la novela El club de los asesinos de letras de Sigismund Krzyzanowski, el autor al que me refiero, que me ha resultado como la apertura de un cofrecillo que contuviera platino narrativo. Sin embargo, no he llegado hasta él con la lectura de esa novela. Primero, me leí un libro de relatos, también editado por Subsuelo, y que es novedad de este mismo 2019: Biografía de una idea y otros relatos. Tal fue la fascinación que, rápidamente, eché mano de la novela antes citada. Krzyzanowski, impronunciable para nosotros. ¿Quién es este autor desconocido en España? En este Odradek de hoy vamos a intentar desentrañarlo.

Krzyzanowski es un autor imposible, un autor que no existió, que casi nunca, o casi nada, publicó en vida. Dejó escritas más de tres mil páginas inéditas que tardaron 40 años en ver la luz. El feliz suceso ocurrió cuando en 1989 el investigador literario ruso Vadim Perelmouter comenzó a publicar su obra, que había descubierto en 1976. Y menuda obra: gran maestro del relato breve, Krzyzanowski trasvasa a sus textos la sólida formación cultural que posee, casi renacentista.
A la búsqueda de Sigismund Krzyzanowski
Porque Krzyzanowski, licenciado en derecho, también era un experto en filosofía, lingüística, matemáticas y astronomía, lo que marca su discurso narrativo con una erudición divertida y metatextual que, muchas veces, le ha llevado a ser bautizado por los críticos como el Borges ruso. O tal vez como el eslabón literario perdido entre Kafka y Borges.
Sigismund Krzyzanowski.
Nacido en Kiev en 1887, falleció en Moscú en 1950, dos fechas y lugares que marcan cualquier biografía de un escritor: insertado de pleno en la Unión Soviética más convulsa y represiva de la historia. Zarandeado por los brutales tiempos del estalinismo. ¿Qué hizo para sobrevivir en esos tiempos? Pues trabajó de abogado en un bufete, escribió algunos artículos de filosofía para revistas especializadas y dio forma a algunos guiones de cine. Y como mayor ejercicio de supervivencia dentro del estalinismo, escribió, escribió mucho, pero no publicó. Sin duda, eso le salvó. Fue un Gran Anónimo. Y de esa forma se proyectó, decenas de años después, como un gran escritor.
Otros que no fueron en absoluto anónimos cayeron a su alrededor, purgados: Krzyzanowski tuvo la suerte de no compartir el destino de Ósip Mandelshtam —deportado a Kolymá, murió en un campo de tránsito—, Isaac BábelBorís Pilniak y Vsevolod Meyerhold —todos ellos fusilados—, y otras grandes figuras de las letras rusas trituradas por el rodillo totalitario estalinista.
Mandelshtam, Babel y Pilniak: tres grandes de las letras rusas purgados por Stalin:



Gran parte de todo esto que he contado hasta ahora se iba desarrollando mientras Krzyzanowski vivía en la habitación de un apartamento de apenas ocho metros cuadrados ubicado en el moscovita barrio del Arbat, en donde se instaló en 1922 y que apenas abandonó hasta su muerte en 1950. Fue un ermitaño de la literatura, sin casi recursos, luchando cada día por conseguir ganarse la vida. Un héroe de nuestro tiempo.
Lo que escribía jamás era bien visto por las revisiones del Comité del Partido. Unos textos plagados de cierto realismo mágico filosófico, tan alejado del realismo socialista obligatorio. Con protagonistas extraños —una idea como personaje, hombrecillos que se alojan en la pupila de una mujer—, distantes del héroe positivo y de la principal idea de Stalin en relación con la función de los escritores soviéticos: debían ser ingenieros del alma humana. Desde luego, Krzyzanowski es muchas cosas, entre otras un narrador de un talento descomunal, pero está muy apartado de las ideas socialistas que asfixiaron la literatura rusa durante décadas.
Al parecer, fue durante los años 20 cuando mayor actividad y reconocimiento literario obtuvo, con algunas lecturas de relatos en círculos privados e, incluso la edición de algunos textos breves en revistas de la época. Uno de sus mayores triunfos fue el guion cinematográfico para la película La festividad de San Jorge (1930), del cineasta Yakov Protazanov, pero se obvió hacer cualquier referencia a su autoría en los títulos de crédito, al igual que le ocurrió con El nuevo Gulliver, de 1935, celebrado largometraje de animación de Aleksandr Ptushko, y en donde tampoco figuró como autor del guión.
Carteles de las dos películas para las que escribió el guión Krzyzanowski. La festividad de San Jorge y El nuevo Gulliver:



Parece que el sino de Krzyzanowski era el anonimato. Por varias ocasiones, textos dados a imprenta y listos para ser publicados acabaron frustrados por repentinas quiebras o problemas económicos que imposibilitaron esas ediciones. Sin contar con la fulminante acción de la censura que no admitía sus narraciones. Y cuando no, la única edición lista para ser publicada en 1941, se topó con la Segunda Guerra Mundial. La colección de sus cuentos no era oportuna ante el esfuerzo bélico que exigía la lucha contra el nazismo.
Cualquier escritor terminaría amargado ante semejante destino, y Krzyzanowski no pudo soportarlo. Se dio a la bebida, terminó alcoholizado, fue víctima de un ictus que le afectó gravemente. Corría una mañana de mayo de 1950 cuando le advirtió a su mujer que “un cuervo negro le impedía leer nada”. La disfunción provocada, como casi todo en la vida de este hombre, resultó peculiar y extraña: podía escribir, pero ahora no podía leer lo que escribía.
Poco después, en octubre, sufrió un infarto. El 28 de diciembre, con 63 años, fallecía y era enterrado en el día de Año Nuevo tan anónimamente como había vivido. He buscado información en las redes, he preguntado a expertos: es cierto lo que parece imposible, ni tan siquiera se sabe dónde está enterrado.
Esto es algo que no puedo creerme. Para mí la tumba de un escritor siempre será la tumba de un escritor, y he peregrinado a muchas. ¿Cómo es posible que no se sepa dónde fue enterrado? Lo primero que hago es recurrir al inmenso mamotreto Historia de las literaturas eslavas, editado por Cátedra y coordinado por Fernando Presa. Un mamotreto adorable e hipnótico, que compré hace años cuando cursaba la carrera de Teoría de la Literatura y asistía a una clase de literaturas eslavas que aglutinaba a la búlgara, la eslovaca y la checa, junto a otra curso de literatura polaca.

Este inmenso ladrillo de 1520 páginas en formato biblia y letra de pulga, en el que participan algunos de los mejores profesores que he tenido en la Universidad, como Grzegorz Bak para lo polaco, Alejandro Hermida para lo checo y lo eslovaco, entre otros muchos, y que recoge en capítulos la historia de todas las literaturas eslavas: rusa, polaca, búlgara, checa, eslovaca, serbia, croata, eslovena, macedonia, ucraniana, bielorrusa y serbolusaciana. Incluye, también, dos apéndices sobre las literaturas apócrifa eslava y yiddish en los países eslavos. Es un volumen que adoro, soy así de friki, y al que recurro constantemente.
Por eso, y ante un trabajo tan prolijo, la idea de que no figurase Krzyzanowski no podía caberme en la cabeza. Pues ni rastro. Me vuelvo loco en Internet. Necesito saber, ver al menos una imagen de la tumba de este hombre. Nada de nada, pero me topo con una información decisiva al respecto. Francisco Javier Irazoki escribía el 29 de abril de 2011 para El cultural:
Fue enterrado bajo una nieve densa que borraba los caminos y nadie sabe ahora dónde se encuentra su tumba”.
 Y el propio descubridor de KrzyzanowskiVadim Perelmouter, apostilla:
Fue enterrado el día de Año Nuevo. Fue un día frío en el infierno ese día. Quizás es por esto por lo que los pocos sobrevivientes de esta procesión no recuerdan el camino que lleva al cementerio. La tumba del escritor hasta el día de hoy no ha sido encontrada”.
¿Algún valiente se atreve a buscarlo? Es un escritor que merece mantener un lugar, más allá de sus libros, en donde podamos honrarlo.
En 1976, Perelmouter se topó en los Archivos del Estado de Rusia con una anotación en el cuaderno del poeta Georgij Šengeli. Pertenecía al 28 de diciembre de 1950 y decía:
Hoy Sigizmund Dominikovich Krzhizhanovsky murió, un escritor visionario, un genio desconocido cuya obra es comparable con la de Edgar Allan Poe y la de los mejores escritores de la literatura mundial. Ninguna de sus obras ha sido publicada.
Esta nota fue un acicate para la curiosidad de Perelmouter, que acabó encontrando la obra deKrzyzanowski. Gracias a la editorial francesa Éditions Verdier, a principios de los años 90, el trabajo de Krzyzanowski vio la luz. Editó El marcapáginas (1991), El club de los asesinos de letras (1993) y Matasellos: Moscú (1996). New York Review Books adquirió los derechos en inglés para publicarlo en ese idioma.
La recepción de Krzyzanowski en España es breve y sencilla. En 2009 la editorial Siruela publicó el volumen titulado La nieve roja, que reúne siete relatos escritos entre 1922 y 1939. La lista es la siguiente: Los dedos fugitivosAutobiografía de un cadáverCuadraturín —para la crítica uno de sus mejores textos—, El marcapáginasEl codo sin morderLa nieve roja y La hulla amarilla. A los paratextos de esta edición debemos el conocimiento de la forma correcta de la pronunciación del apellido de nuestro escritor, “Yiyanoski”, tras recomendación del traductor del volumen, un ilustre eslavista como Jesús García Gabaldón.

Y después, las dos publicaciones llevadas a cabo por Ediciones del Subsuelo. La primera, en 2012, la novela El club de los asesinos de letras, en traducción de Rafael Cañete. La segunda, de este 2019, Biografía de una idea y otros relatos, traducida por Marta Sánchez-Nieves.
El club de los asesinos de letras

Me llama poderosamente la atención que la crítica no se haya percatado de la influencia de Boccaccioen esta novela compuesta de pequeños cuadros narrativos independientes insertados dentro de una historia marco. A menudo se menciona a SwiftPoe, o Kafka cuando se busca un rastro de influencias en Krzyzanowski, pero no se hace referencia alguna a esa estructura de matrioskas (no podía ser de otra manera) que en El club de los asesinos de letras sostiene la narración.

Pues sí. Es boccacciano, porque el libro, enmarcado en las reuniones que sostienen los escritores frente a una estantería vacía porque se han visto obligados a liquidar sus bibliotecas, se alimenta de las historias que van contando. Festival de oralidad pura, de historietas que se entrelazan, cada una más sorprendente y eficaz, para un libro que bebe directamente de la mística de lo narrado al estilo de El Decamerón o de Las Mil y una noches, por ejemplo.
Cuando la madre de Krzyzanowski murió, el escritor se vio obligado a vender su biblioteca para poder acudir al entierro en Kiev. Este suceso también es el eje vertebrador de El club de los asesinos de letrasKrzyzanowski nunca recuperó sus libros, que prácticamente parecía saberse de memoria. Igual que el protagonista de la novela, si necesitaba realizar alguna consulta de la biblioteca desaparecida, recordaba los pasajes que buscaba o bien los rellenaba gracias a su imaginación desbordante Lo sé: es todo muy raro…
Los relatos que aparecen en el cuerpo de la novela son sobresalientes, pero hay algunos que destacan por encima de los demás, y en concreto una obra maestra: el relato que podemos bautizar como de los éxteres, unas máquinas ideadas para llevar a cabo un completo control mental sobre la población y que aparece bajo sus efectos completamente zombificada.
Solo por este relato ya merece la pena la novela El club de los asesinos de letras. La pieza muy bien le podría haber costado la vida a su autor de haber visto la luz en esos momentos. Es un texto absolutamente decisivo a la hora de hablar sobre literatura distópica, una construcción fundamental que cualquier estudioso de la materia debe conocer y colocar a la altura de OrwellBradbury, o cualquier otro escritor embarcado en el quehacer distópico. Insisto: forma parte de ese corpus y ya no puede obviarse. Es un texto de referencia.
Además, otros relatos desarrollados en el libro resultan deliciosos: el cuento medieval de los tres amigos que recorren la comarca discutiendo sobre cuál de las funciones de la boca es más importante: hablar, comer o besar, o el relato de una esclava que le roba a su amo fallecido el óbolo que necesitará para cruzar el Aqueronte.
Siempre en la línea del autor, son todos ellos relatos extraños, de una notable carga filosófica, que se inscriben dentro del libro para conformar esta originalisima novela. Un pequeño ejemplo de este festival de ideas notables:
Si en el estante de una biblioteca hay un libro de más es porque en la vida hay un hombre de menos. Y puestos a escoger entre un estante y el mundo, yo prefiero el mundo (…) La excentricidad es el único derecho que poseen los poetas medio muertos de hambre (….) Los escritores no somos mas que unos domadores profesionales de palabras (…) somos sus fabricantes y sus asesinos al mismo tiempo (…) El jardín de las ideas no es para cualquiera”.
Biografía de una idea y otros relatos
Lo sorprendente de este libro de relatos es la naturaleza de sus protagonistas. El primer cuento, Biografía de una idea, fue mi primera lectura de Krzyzanowski. Una idea es la protagonista del texto, desde que se genera en la cabeza del autor, el Sabio, hasta que sale por el bolígrafo, se plasma en el papel y pasa a ser de dominio público, impresa y repetida una y otra vez en libros y publicaciones, desde donde accede al pensamiento y al cerebro de otras personas, y de nuevo vuelve a la cabeza del propio Sabio. No se puede trazar una biografía de algo más original y complicado. Krzyzanowski, de nuevo, construyendo un cuento sobre algo casi imposible de fabular.

Así que la primera lectura que efectué de Krzyzanowski me dejó aturdido porque es algo que en absoluto te esperas. Piensas que, tal vez, este haya sido el canto del cisne de la originalidad del autor, y que lo que viene a continuación en absoluto puede encontrarse, ni por asomo, a ese mismo nivel. El tema ajeno es el siguiente relato, sobre un hombre que vende sistemas filosóficos a quienes se los quiera comprar, y si no pueden pagar por tanto, pues les ofrece aforismos o ideas:
“¿No querrá adquirir un sistema filosófico, ciudadano? Con doble alcanzamiento del mundo: ajuste para el micro y el macrocosmos. Elaborado con un método serio y exacto. Respuesta a todas las preguntas. Bueno y… precio cerrado (…) Usted comprenderá que, al ofrecerle una visión del mundo, yo me quedo sin ella. Y si no fuera por extrema necesidad… (…) Si no tiene medios para la visión de mundo, quizá pueda contentarse con dos o tres aforismos, a su elección”.
Descacharrante, pero más descacharrante todavía es el relato En la pupila. Un amante se encuentra a sí mismo en forma de miniatura en el interior del ojo de la mujer a la que ama. Ese mini amante nos contará una historia de lo que acontece dentro del ojo de la mujer. Al fondo, se reúnen las miniaturas de otros amantes que ha tenido, condenadas a repetir en voz alta la historia de su amor con ella hasta que fueron sustituidas por el siguiente, todo ello antes de que se conviertan en transparentes, es decir, olvidados, y desaparezcan.
Tiene esta Biografía de una idea y otros relatos un momento crucial. Se trata del cuento Kunz y Schiller, de los mejores relatos que he leído, ejemplar, modélico y que además emociona por la forma en la que está contado. Solamente por este texto merece la pena el libro de Biografía de una idea y otros relatos, y merece la pena haber descubierto a Krzyzanowski.
El relato de un viejo director de teatro y estudioso de Schiller que el día de la celebración del aniversario del autor, en la primavera de 1905, se emociona ante los fastos y se compromete a encontrar una obra de teatro extraviada que todo el mundo ha buscado sin éxito, casi ya como un mito. Esa noche, la estatua de Schiller ante la que se ha celebrado el festejo y se han pronunciado los discursos, decide abandonar su lugar frente a la casa consistorial y acudir al piso del viejo director para ayudarle a encontrar esa obra perdida.
Desde aquí, el desenlace impactante del relato, la forma en que literariamente Krzyzanowski lo conduce, hace que nos emocionemos y entendamos que estamos ante una de sus obras maestras. El volumen se completa con El viejo y el marLos poco-poquísimos y Por eso, para un total de siete cuentos escritos entre 1922 y 1930.
Este es Sigismund Krzyzanowski, un autor de muchísimas virtudes literarias, aunque ahora que lo pienso, y reflexionando sobre una anotación editorial en la solapa de la novela El club de los asesinos de letras, debo coincidir en que tuvo una virtud mayor: supo esquivar el balazo en la nuca sobre los suelos pavimentados de la sala de ejecuciones de la Lubianka de Moscú, supo mantenerse alejado de la congelación de los campos del GULAG, del aislamiento mortal de Vorkutá Kolymá, de las purgas y las represiones y, con eso, fue capaz de ser un escritor que, en tiempos de Stalin, pudo y supo morir en su cama. En eso radica su gran mérito. Lo demás es literatura. Pero qué literatura más grande.
Como curiosidad os dejo este vídeo del propio Perelmouter hablando de cómo descubrió a Krzyzanowski y sobre otros aspectos del escritor. Está en ruso y subtitulado en francés.