viernes, 26 de junio de 2020

Contra Florencia-Mario Colleoni

*Esta crítica apareció orignalmente en achtungmag:
https://www.achtungmag.com/contra-florencia-de-mario-colleoni-entender-la-mirada-como-forma-de-arte/

Contra Florencia de Mario Colleoni: entender la mirada como forma de arte

Aunque he estado varias veces en Florencia, tras leer el libro de Mario Colleoni publicado por La línea del horizonte, de significativo título, Contra Florencia, tengo la sensación de no haber viajado nunca hasta allí. Porque el libro de Colleoni es una deliciosa miniatura de cómo debe verse la ciudad si vamos hasta ella provistos de ojos que ven, no con el palo de selfie (algo que siempre he odiado, que conste); una propuesta de la forma en la puede conseguirse una comprensión del arte mucho más próxima a lo stendhaliano, alejándonos de lo warholiano. En otras palabras, a través de la écfrasis de cenáculos y refectorios, de Madonnas y Palacios, con paseos por la Vía Cavour, con el recuerdo de Donatello o Brunelleschi, con la recuperación del escritor Giovanni Papini, de la autora Vernon Lee y de Manzoni y Leopardi, podemos comprender el mensaje de Colleoni en este libro: la belleza se encuentra en nuestra mirada pausada y serena, una mirada que escucha, que se sobrepone al imperio de lo turístico que devora y se alimenta de pasadismo. La mejor forma de capturar la belleza florentina es sentarnos en un banco y contemplar lo que acontece alrededor: verlo. Y no es necesario que ese banco se ubique en Florencia, puede estar en cualquier lugar, y esa es la grandeza de la propuesta de Colleoni. De hecho, hoy Florencia está aquí, en Achtung!


Colleoni nos lanza un anzuelo bien provisto de cebo en el primer capítulo del libro, para engancharnos desde el inicio: el robo de la Gioconda que impunemente había realizado Vincenzo Peruggia y la rocambolesca historia de la recuperación del cuadro. Después de ofrecernos este delicioso antipasto, el autor se centra en aquello que más le gusta, y que hace a las mil maravillas: hablarnos de arte.
Vincenzo Peruggia, el ladrón de la Gioconda, y el hueco que dejó en la pared del museo del Louvre:


Y esa comunicación de Colleoni con el arte, desde el principio, se establece mediante la mirada y la écfrasis, y que mejor forma de adentrarnos en lo florido de su visión con las descripciones de tres obras maestras del trecento florentino que se pueden contemplar en una sala de la Galería de los Uffizi. Se tratan de tres Madonnas: la Madonna Rucellai de Duccio, la Maestá di Santa Trinitá de Cimabue y la Madonna Ognissanti de Giotto. Estamos ante un ejercicio de pintura comparada.
Las tres Madonnas que menciona Colleoni. Cimabue, Duccio y Giotto:



¿Por qué estas tres Madonnas? Se trata de una reivindicación de la apreciación del arte con calma. Colleoni ya nos advierte que el agobiado turista que se interna en los Ufizzi es muy posible que no repare en estas maravillas:
Se trata de tres pinturas colosales que la mayoría de la gente contempla porque no tiene más remedio: es lo primero que encuentra nada más entrar al museo (…) Es recomendable asegurarse de que las prisas, una excesiva confianza ciega en nuestra ignorancia o el exiguo circuito ofrecido por las guías turísticas no consigan privarnos de un milagro que aquí, a la vista de todos, dormita ante cientos de cámaras fotográficas que son capaces de mirar mucho, pero de no ver nada”.
De eso se trata, y de ello trata el libro Contra Florencia; de algo tan simple, en apariencia, y tan complejo en este siglo XXI, como es mirar y ver. Porque:
atención y paciencia es lo único que necesitamos”.
Atención y paciencia es lo que hemos extraviado (¿casi por completo?) en esta actualidad infame que se rige por la imperante ley del aquí y del ahora. Y también por la ceguera provocada por el ansia de llegar cuanto antes para realizar las fotos del Díptico del duque de Urbino de Piero della Francesca o, por encima de todo, El nacimiento de Venus de Boticelli La Anunciación de Leonardo da Vinci; en el arte también hay una primera y una segunda división, injustas. Injustísimas. Sometidas a una ley que es como un bacilo infeccioso:
Una bacteria que está engullendo todo lo hermoso que nos queda en el mundo, que no es otra cosa que el turismo de masas”.
Y más adelante, el autor nos hace reflexionar con una afirmación apocalíptica, pero exacta, acerca de nuestra actual forma de ver la vida y que está aniquilando:
ese noble animal de tres cabezas que nos constituye como seres humanos, la memoria, que no es otra cosa que la belleza, el arte y la cultura”.
El recorrido de la mirada de Colleoni por las tres tablas de las Madonnas consigue que se funda con nuestra propia vista. Podemos asomarnos, desde las líneas de la escritura, a los resortes utilizados por estos maestros para imprimir una nueva mentalidad en el arte y, por ende, en el hombre del Renacimiento. La atención que dedica a la mano izquierda de la Virgen en la Maestá de Cimabue es crucial. Una mano que acaricia al niño, una mano humana en una divinidad, dotada de un sentimiento revelador, producto de una atención intensa hacia la obra de arte que necesita comunicarnos un mensaje trascendente.
La ciudad de Florencia al atardecer.

Esta idea de trascendencia, de un nuevo estilo que alumbra el Renacimiento, quizás sea la que convierte al prodigio artístico en humano. Se establece una comunicación doble: comprendemos lo que el cuadro quiere decirnos y, a la vez, le otorgamos la condición de obra de arte al sentir que su contemplación nos ha transformado: ya nos nunca seremos los mismos después de haberlo copiado en nuestra retina, en nuestra memoria.
Mario Colleoni, autor de Contra Florencia.

Y si se trata de hablar de artistas trascendentes (o que trascendieron), Colleoni no puede dejar de fijarse largamente en un tándem prodigioso: Brunelleschi y Donatello. Figuras tan determinantes que ambos:
bombearían el corazón del Renacimiento”.
Y para comprender su importancia, Colleoni no escatima palabras para definirlos tal y como su importancia merece:
Si alguien definiera el Renacimiento como la naturalización de la vida y la conquista del movimiento, Brunelleschi y Donatello serían la más alta cumbre de esa Edad de Oro. Una  primavera —la prima che verrá— que no solo fue la primera del mundo moderno tal y como lo conocemos, sino que no se ha vuelto a repetir jamás”.
Brunelleschi y Donatello:


Una primavera que nosotros nos hemos encargado de marchitar con empeño y encono, y no me refiero a lo meramente ambiental y climático (que también) sino a lo humanista. Se han necesitado poco más de cinco siglos para arruinar todo aquello que se fraguó entonces. El siglo XX, concretamente, marca un antes y un después para desencadenar la crisis ontológica en la que vivimos.
Una crisis cuyo epicentro se encuentra en la Segunda Guerra Mundial y en el cambio de paradigma de la interpretación del arte tras la contienda y las masacres, después de Auschwitz. Lo he comentado ya en muchas ocasiones, en multitud de reseñas y estudios críticos. La máxima de Adorno sobre la imposibilidad de elaborar poesía después de Auschwitz entendida como la necesidad de una reinterpretación de la búsqueda de belleza tras el espanto.
Desde entonces, hemos necesitado una nueva hermenéutica para el arte. Ya nada puede volver a ser lo mismo desde aquellas matanzas. Por ello, aunque la mera idea de Auschwitz nos quede lejos —ahora que se acaban de conmemorar los 75 años de la liberación del campo—, y para las nuevas generaciones de jóvenes casi sea ignorada, somos hijos artísticos de aquello. El espíritu humano destruyó todo lo bueno que durante siglos había podido crear, se deshizo de lo que pudo haber sido, convirtiéndose en la civilización animal e insensible, copia de copias, abúlica e indiferente a cualquier interés por unas humanidades que se han mostrado en quiebra.
De esa forma, en un intento de recuperar un pedazo de lo que ese ser humano como utopía prometía, muchos se alimentan del mal del pasadismo, como Colleoni lo denomina en su libro, tomándolo del escritor Giovanni Papini. El pasadismo se ha convertido en el combustible fundamental de los tour operadores, de los paquetes de viajes que incluyen visitas a Cracovia, a monumentos, a rescoldos de brillante belleza, deslizando la visita hasta Auschwitz como si de una atracción más se tratase: el parque temático del pasadismo, del selfie sonriente tomado bajo el letrero de Arbeit Macht Frei, del desprecio tecnológico por el dolor y el sufrimiento, ensuciando la obra de Donatello Brunelleschi, el pensamiento neoplatónico de Ficino o el humanismo de Erasmo.
Esta idea del hombre como una utopía que se ha tornado en distopía nos la ofrece, de una forma brillante y compleja, el escritor francés Michel Houellebecq en un desarrollo que abarca toda su obra. En este artículo ya lo argumentaba a todos los achtungers!:
Y al respecto de Auschwitz, como una quiebra de nuestra humanidad, la importancia de su memoria, y su impacto:
Fue el poeta polaco Tadeusz Rozewicz quién, ante los horrores vividos, se planteó una nueva forma de hacer poesía después de Auschwitz, tal y como afirma en un poema:
En casa una tarea
me aguardaba:
crear poesía después de Auschwitz”.
Aquella nueva manera solo puede desarrollarse entendiendo la máxima de Adorno, no en la imposibilidad de hacer poesía, sino en la necesidad de hacerla de otra manera. Así, Rozewicz, creó una forma distinta para poetizar desde el espanto. Ascético, sin metáforas, imágenes ni rima, volteando por completo lo que la poesía polaca era hasta la fecha e influyendo en el resto de los poetas que vendrían.
El poeta polaco Tadeusz Rozewicz.
De igual manera, necesitamos una nueva visión del arte que hemos corrompido con nuestros tics de siglo XXI. Y esa forma es un retorno al efecto clásico que una obra causa en aquellos que la contemplan, y que nos lleva a formularnos las necesarias preguntas que enuncia Colleoni:
“¿Qué lugar puede ocupar una persona, un individuo, en la gran historia del mundo? ¿Qué somos frente a la historia que se guarece en los libros? ¿Cuál es nuestro tamaño en el inmerso curso de la vida?”.
Son las preguntas que nos obliga a formular el arte, la literatura, las grandes obras que nos revuelven, que nos causan un cierto malestar al comprobar la certeza de nuestra ruina. Por eso, el libro de Colleoni es una lucha, una batalla que reivindica la pureza de lo artístico y huye de la idea del parque temático de la Historia:
Florencia no es una atracción pintoresca ni un destino turístico, que no es una hermosa postal de la Piazza del Duomo, ni una fotografía de la copia del David de Miguel Ángel alojado en el arengario de la Signoria, ni otra del Perseo de Cellini o del Rapto de las sabinas de Giambologna en la Loggia dei Lanzi; ni tan siquiera el patrimonio artístico que hay en sus museos”.
Florencia, ese sueño de piedra con nombre de ciudad, tal y como la define, logró algo prodigioso por medio de Brunelleschi:
ha hecho que Dios y el hombre se den la mano”.
¿Cuándo nos soltamos de esa mano de Dios? ¿Cuándo nos hicimos insensibles y huérfanos entre fotografías, réplicas y postales? Resulta esclarecedora esta reflexión de Colleoni que encontramos en las páginas de su libro:
La fotografía moderna es a la pintura lo que la ciencia es al mito: un burdo reflejo de nuestra derrota como seres humanos, insatisfechos y sedientos de una realidad cada vez mayor, que nos ha hecho olvidar lo más importante: el sentido de lo que vemos y no lo que vemos en sí”.
Ya lo afirmó Walter Benjamin en La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica, del año 1936. La reproducción mecánica de la obra de arte termina por alienarla a nuestros ojos hasta arrebatarle el aura. Atrofiada, se nos convierte en la imagen de un muñón sin vida.  Porque tal y como asegura Colleoni:
la vida de una obra de arte no depende de ella misma, sino del modo en que nosotros nos aproximamos a ella”.
Es decir, la obra de arte depende de la forma en que percibimos todo el brillo benéfico de su aura. En mi artículo de Achtung! titulado Editoriales que aman a sus lectores: capitalismo cultural y pérdida de aura, me extiendo sobre la idea anterior, y abordo algunas editoriales que ofrecen un valor añadido a sus lectores: libros con aura. Evidentemente, La línea del horizonte que publica en ensayo Contra Florencia de Colleoni, es una de ellas. Os dejo enlace a ese artículo:
   Walter Benjamin.
Somos seres humanos derrotados, en efecto… ¿Pero tenemos posibilidad de redención? Tal vez lo consigamos si logramos comprender el enorme calado de estas palabras del autor cuando se refiere al refectorio de la iglesia de Ognissanti, en donde resulta abrumadora la belleza de La última cena de Domenico Ghirlandaio:
Es el milagro de la vida sobre un muro pintado al fresco”.
La última cena de Domenico Ghirlandaio.
 Si entendemos, de nuevo, o aprendemos otra vez el efecto del arte sobre nuestras conciencias recuperaremos una parte de nuestra humanidad, también de nuestra vulnerabilidad renacentista, esa que jamás debimos olvidar, porque contemplar una obra de arte con aura es:
caer en la desgracia y saber que ya nada puede ser igual; que el ser humano ya alcanzado su máximo grado de elegancia y sutileza; y comprender que la belleza nunca es inocente porque la razón por la que nos conmueve, es la misma por la que nos hiere”.
Fuera corazas e imposturas. Necesitamos ser heridos de nuevo. Queremos volvernos desgraciados en la belleza.
Por ese motivo, en un libro sobre el arte florentino como es el de Colleoni, aparecen un puñado de escritores con evidente aura: además de las menciones a Leopardi y RilkeAlessandro Manzoni o Ugo Foscolo, imprescindibles, se reivindican las figuras de la autora Vernon Lee y Giovanni PapiniPapini, escritor florentino, ya definía la ciudad de la siguiente manera:
Si Florencia ha sido cuna de la cultura, ahora es una de las más parasitarias tumbas del arte”.
Papini es el artífice de la idea del pasadismo al que me refería antes. Este pasadismo se alimenta de lo que Colleoni califica como:
Era del Simulacro Imitativo sin solución de continuidad, lo original no nos suscita ningún asombro”.
Somos hombres del siglo XXI heridos de muerte: hemos perdido nuestra capacidad de asombro. Por ello, es tan importante la reivindicación de Colleoni, que manifiesta el arrobo que debemos sentir ante la belleza de lo artístico, que no solo nos vuelve más humanos, sino inmortales:
Aquí quiero morir, me dije, porque quiero vivir para siempre”.
Vernon Lee y Giovanni Papini:


En un libro tan lleno de aciertos como el ejemplo anterior, no puede pasar desapercibida la enconada defensa de los libros y de la literatura. Debemos:
entender los libros y la cultura como herramientas de combate (…) En la lectura se fabrica nuestra sensibilidad hacia el mundo y con la  cultura se construye la arquitectura del alma humana. Los libros no cambian la realidad pero sí a quienes los leen (…) nos hace más humanos”.
Es el concepto de la literatura como defensa ante las ofensas de la vida, función primordial de cualquier arte que se precie. En este enlace os dejo un artículo en donde argumenté en profundidad esta idea determinante:
La reflexión que arma Colleoni mediante las visiones florentinas está repleta de ideas brillantes y aciertos reflexivos. Cuando he dicho, en la entradilla, que hoy Florencia se encontraba aquí, en este texto de Achtung! y en el salón, la tableta, el ordenador, o el lugar en donde los achtungers! me estén leyendo, tal vez en el autobús o en el metro, me refería a este aspecto decisivo desarrollado en el libro:
Yo me pregunto, rebobinando el metraje de esta epopeya de la memoria, de qué no es capaz la cultura si yo, después de todo, sentado como estoy ahora en un banco de piedra, he podido viajar en el tiempo para recordar que aquí, separados por doscientos años, en una pequeña plaza donde nadie se detiene, la vida un día tuvo sentido”.
Hagamos como Colleoni, busquemos esa plaza, ese banco, y contemplemos una nueva realidad en donde la vida, alimentada por lecturas como este Contra Florencia, nos devuelva a los días en que nuestra vida tuvo un sentido.

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