UN THRILLER KAFKIANO
Una cinematográfica amargura queda en el lector como poso al término de Mientras dan las nueve, la que tal vez sea la obra maestra del escritor praguense Leo Perutz. “Cinematográfica”, porque su novela lo es, en efecto, y quienes me conocen saben de mi poca simpatía por lo cinematográfico pero, sin embargo, o pese a ello, la propuesta de Perutz es casi sobresaliente. La leyenda sobre esta obra se alimenta del interés, o casi la adoración, del propio Alfred Hitchcock por el texto, que lo utilizó en alguna escena de una de sus filmaciones. Los derechos de la novela, ya representada como obra de teatro con gran éxito, y publicada por entregas en prestigiosos diarios de Praga, Viena y Berlín, fueron adquiridos, al parecer, por una importante compañía cinematográfica. Sin embargo, pese a sus evidentes cualidades narrativas para la gran pantalla, jamás fue llevada a ella.
La
historia, un drama de impotencia y fracaso en la persona de Stanislau Demba, se
estructura en una inspirada construcción de secuencias que mucho tienen de
cinematográficas, cargadas de un componente visual y ambiental que aproximan a su
autor hasta ciertos momentos del vienés Schnitzler en su Relato soñado, y salpicadas de esos elementos absurdos que, como
buen praguense, hereda de Kafka. Porque la tenacidad en la impotencia de su
lucha, y el fracaso al que se ve abocado el protagonista, hermanan a Stanislau
Demba con Gregorio Samsa y, algunos de los instantes delirantes de la obra, así
como su rica variedad de disparatados personajes secundarios, lo hacen con El proceso.
Algo tiene Viena, o tal vez mucho, de
opresiva, enigmática, onírica, cruel y aniquiladora del individuo. Sólo así
puede explicarse esta recurrencia en la literatura, el que dicha ciudad aparezca
habitualmente bajo aspectos asfixiantes. Perutz construye una visión urbana
agobiante que aplasta la individualidad y que conecta directamente con los
discursos de Thomas Bernhard, por ejemplo, o con las visiones desesperadas de
Joseph Roth. El protagonista huye de una ciudad deshumanizada, donde sus
habitantes han extraviado la empatía por su semejante, en donde casi es
imposible encontrar unas migajas de solidaridad, y cuando esa circunstancia
ocurre, todo se vuelve en contra de Demba, tal es su destino fatal.
Mientras dan las nueve es
una obra de secundarios, dado que los personajes secundarios sustentan el
texto. Y no son unos secundarios cualquiera: crispan los nervios del lector,
erizan la paciencia del protagonista, y terminan por agotar su resistencia. Por
las páginas de la novela desfila todo un compendio de lo que sería el retrato
de la sociedad vienesa de la época, desde los sustratos más bajos, integrados
por los tenderos y los obreros, pasando por las clases burguesas repletas de
oficinistas chupatintas, hasta los grandes banqueros, los hombres de negocios y
las personas acaudaladas. Todos estos secundarios aparecen con un único
objetivo, el de interactuar con Demba
hasta demostrar la imposibilidad del protagonista para conseguir sus objetivos,
como si la sociedad vienesa, toda Viena, al fin y al cabo, conspiraran en su
contra para quebrantar su voluntad.
Alejada
de otro de tipo de historias más esotéricas
como puedan ser El Marqués de Bolívar o
El Judas de Leonardo, Leo Perutz
busca un misterio más terrenal en Mientras dan las nueve, pero lo carga
con cierta denuncia, el de la sociedad de su tiempo, el de la sociedad de
consumo y del dinero; por encima de todo, son las cadenas que el propio hombre
se autoimpone para no ser capaz, jamás, de alcanzar nunca su propia libertad.
No en vano, el texto fue publicado por entregas en la prensa con ese título, Libertad, lo que dice bien a las claras
lo que buscaba transmitir Perutz con esta novela, que se transforma, así, en
una especie de parábola sobre el fracaso de la condición humana que no consigue
culminar ni uno solo de sus anhelos cuando trata de sacudirse el yugo que le
oprime, parábola del estudiante Stanislau Demba, una especie de Ecce Homo vienés condenado a sufrir en
sus carnes para servirnos, a todos, de ejemplo.
Una lectura cargada de prometeicas cadenas, esposada, angustiada, huidiza y exhausta, pero
también una lectura notable, gracias a una deslumbrante arquitectura narrativa y a
un magnífico manejo de los resortes del misterio, sin descuidar por ello los
toques de humor, a veces absurdo, a veces disolvente como un chorretón de
lejía.
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