SUMATORIO DE DERROTAS
Charles Bukowski es un poeta duro y un novelista desagradable. Si ambas cualidades se unen en la concentración de un relato breve, el resultado es un mazazo desolador para el lector. Es el caso del volumen de narraciones Hijo de Satanás –en su título original Septuagenarian stew–, publicado en España allá por 1993 y con un buen puñado de reediciones, el mejor ejemplo de esto. De toda la literatura que he leído de Charles Bukowski, esta es la colección de relatos más negra, desoladora y deprimente de su autor, que aúna algunas de sus obras maestras en una modalidad tan compleja como el corto recorrido narrativo.
Hijo de Satanás no contiene, fundamentalmente, nada distinto al
resto de trabajos de su autor, fundamentado en una recopilación de textos sobre
fracaso y derrota, quizás esta vez más centrado en boxeadores, trabajadores
manuales, pordioseros y vagabundos, ludópatas de hipódromo, jockeys, cómicos
sin gracia y escritores venidos a menos o vendidos al sistema… la fauna
habitual que desfila por las páginas de Bukowski. Sin embargo, el volumen
encierra un aspecto que resulta estremecedor. Muchos de estos textos están
escritos presentando a unos personajes que “aparentemente” han triunfado en el american way of life, pero solo “aparentemente”
para, finalmente, demostrar con todo el peso de su caída el fracaso más
absoluto. Si la desgracia, la hipocresía, la miseria, eran temas afines y
típicos, por no decir tópicos, en las obras de Bukowski, este Hijo de Satanás se escribe y concibe
centralmente desde un único tema: la derrota o, si lo ampliamos o le ponemos
huesos y carnes, podría asegurar que es un trabajo sobre la figura del perdedor.
Desde el estremecedor y violento cuento que da
título e inicia el libro, pasando por el demoledor Un día y el mordaz Los
escritores, los relatos levantan con una escritura sucia las costras de las
heridas más infames del sistema, y dejan algo así como una sensación de diente
con el nervio al aire que en algunas ocasiones se hace muy difícil de tragar.
Un ejemplo lo encontramos en el relato Mala noche: “tenía 47 años, toda su vida había ido de un trabajo estúpido a otro
trabajo estúpido. Nunca había tenido una ocupación decente (…) Nada en la tele.
Monty se sirvió un whisky. Había estado casado dos veces. En las dos ocasiones
el comienzo había sido prometedor. Había habido risas y comprensión, y el sexo
no había estado mal con ninguna de las dos mujeres. Pero gradualmente los
matrimonios se convertían en empleos. Carecían de variedad. En seguida esos dos
matrimonios se habían vuelto un concurso, un concurso de quién podía agotar al
otro. Se habían vuelto un juego del odio. Monty tuvo que abandonar las dos veces
(…) ¿Cuántas vidas había como la suya? ¿Cuánta gente que simplemente continuaba
de modo insensato?” (traducción de Cecilia Ceriani y Txaro Santoro).
Evidentemente, Charles Bukowski no es solo un autor
de sexo y borracheras (algo que cada vez me parece ver más claro en Henry
Miller, en un proceso a la inversa que he experimentado con este autor).
Bukowski me habla del corazón humano, lo examina y lo procesa, para concluir
con una completa y nada compleja derrota. Y aquí radica el acierto, lo que hace
de Hijo de Satanás la recopilación más abrumadora de su autor, que esas
derrotas (la del boxeador que se imagina triunfante, la del jockey o el
entrenador de beisbol drogadictos y borrachos, la del matrimonio con hijos que
se ahogan en ginebra), todas y cada una de las derrotas aquí narradas, se
producen en el seno de un país, Estados Unidos, en el cual, como dice Bukowski
en su relato El ganador: “era un buen
sitio donde estar cuando se era ganador”.
Estados Unidos y cualquier sitio, obviamente, son
los mejores sitios del mundo para el triunfo. Pero vivimos instalados en un
sistemático maltrato de los derrotados, de ahí lo terrible de esta suma de
derrotas narradas con tanto vigor como lucidez por Charles Bukowski.
En efecto, este no es un mundo para perdedores.
Unos textos aterradores y
aplastantes, tal vez demasiado concretos en figuras típicas norteamericanas del
universo Chinaski como el jugador de hipódromo o el jockey, con las que podría
encontrarme menos familiarizado, pero con la composición de algunos personajes
inolvidables: el obrero manual aginebrado, el cómico envodkado, los escritores
envidiosos, el chef malhumorado, el niño matoncillo de barrio deprimido o el
boxeador sentenciado, bien se merecen rozar lo excelente.